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Blurb

Tras un terrible accidente que deja a su padre en estado de coma, Adela, una chica joven y sencilla, teme por quedar sola, sin la única familia que le queda y que ama. Después de un tiempo y no ver mejoras en el estado de su padre, la joven lee una carta que contiene un dato muy importante que podría cambiar el estado de salud de su padre y su vida. Sin más la chica se aventura a viajar al lugar de procedencia de la carta, en busca de respuestas, sin medir que ese podría ser un viaje sin retorno.

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Ignorancia
    Si la ignorancia, es la cualidad de desconocer, la falta del conocimiento de algo, cualquier cosa, que muchas veces es mal vista, por ser degradado el ignorante a un completo despistado, que goza de vivir en las nubes, viajando por el espacio de sus pensamientos, sin fijarse en lo que a su alrededor sucede; entonces ¿Es el sabio el que lo conoce todo?.      Solía escuchar en los salones de clase que era preferible pasar cinco minutos como ignorante que todo una vida, obviamente una estrategia de los profesores para motivar a sus estudiantes a preguntar, es válido, pero dado este punto creo que a veces es mejor mantenerse en la ignorancia.      Mi nombre es lo poco que me queda, aunque muchas veces no pueda decirlo en voz alta, es lo único que me recuerda de dónde vengo, que tengo alguien afuera que se preocupa por mí, aquellos que pensaron en mi nombre, aunque solo me está esperando uno de ellos fuera de aquí, esas personas, mis padres, ¿Cuánto tiempo habrán pensado en diferentes nombre? ¿Cuántas veces habrán dicho mi nombre en voz alta mientras crecía? Si me daba chance de odiarlo pues ya no, ¿Ahora? Ahora después de tanto es lo único a lo que me aferró. Es curioso, como un nombre, una identidad para muchos es una simpleza, nacieron con él, no fue su elección, pero se adaptan a él, no importa si les gusta o no, simplemente se adaptan a que todos los días les mencionen por el nombre de alguien más les escogió, muchos lo cambian, pero yo, después de esto, nunca cambiaría el mío.      En las noches, lo susurro para mí misma, mi nombre «Adela... Adela Windshields». Mientras lo digo, me digo a mi misma «No llores». y tras ceder un poco, pienso: «¿Qué pensaría papá?» y al instante comienzo a llorar pensando en él, el que me espera, al que deje antes, por buscarle una salida a su situación, creyendo que eso ayudaría, aunque creo que lo hice más por mí que por él, eso aún me carcomía por dentro.      Ahora solo me quedan algunos momentos que me permito conservar. Mientras le pienso me preguntó «¿Que será de él?». Me aferró a su recuerdo tratando de rememorar con todo el lujo de detalle que a mi pobre, corrompido, lastimado y traumado cerebro le puedo permitir.       La imagen de mi padre haciendo hotcakes en las mañanas, con su delantal verde, su cabello marrón alborotado, que con los reflejos del sol se adorna de destellos dorados, su sonrisa, que hace tanto que no veo, poco a poco olvidó como es sonreír y que te sonrían, y mucho menos ese tipo de sonrisa, esa de una persona que sabes que te ama, y que aunque queme la primera tanda de hotcakes te regalará cientos de esas sonrisas.  Indaga un poco más, esfuérzate.      Lo recuerdo, si, puedo recordarlo alistándose para ir al bufete para el que trabaja, con su traje n***o, me veo a mi misma arreglando su corbata, huelo su perfume, ya no recuerdo el nombre de su perfume, pero sé que olía a pino y cuero, y que era un olor especial en él, miro a sus ojos verdes como los míos, aunque los de él son más alegres, los míos siempre parecen estar tristes con las sombras del pasado, y ahora más que nunca su tristeza puede reflejarse en cada arroyo o laguna en la que puedo permitirme verme. ¿Qué haces después?      Yo... le doy un beso en la mejilla a mi padre, si, en mis recuerdos hago eso. Después le digo lo mucho que le quiero, el me abraza y siento su calor paternal, que en este lugar frío hace tanta falta. Paso así cada día, indagando entre arrebatos de recuerdos hasta que por fin me duermo, escuchando en mis oídos la dulce voz imaginaria de mi padre llamando a mi nombre: «Adela, querida, ya es hora de despertar».      La pena me invade cada que escucho eso, es como si mi subconsciente rogara por esos cinco minutos más a su lado, al que tenía antes, a mi querido padre, tratando de retenerle un poco más, sabiendo que cuando despierte él no va a estar allí, y tendré que esperar a la noche para volver a escucharle. – Adela, ya despierta, debemos movernos – dijo otra voz, no la de mi padre, pero si la de un conocido, en una mezcla entre susurro, grito y exigencia. – ¿Que paso? – dije adormilada aunque la pereza me duraría poco cuando un miedo inverosímil se apoderaría de cada membrana nerviosa de mi cuerpo.      El sonido de los disparos era fuerte, cercano y más que obvio ante nuestra situación que no eran una especie de novatos que fueron a practicar cerca de nuestra posición.  – Debemos movernos ya – susurro Zen con Toda la fuerza que se le era permitida. – ¿Los demás? – pregunté nerviosa. – Van en camino, esperan a por nosotros – dijo calmándome – Movámonos.      Me levanté e incorpore, tome la mochila con las pocas cosas que cargábamos y corrí; corrí rápido pero callado, cómo ya habíamos aprendido a hacer, siempre huyendo, una huida que consistiría en correr y esconderse entre los árboles, siempre tratando de hacer el menor ruido posible, usando el suelo como cama y a los lagos como fuente de vida y recurso de emergencia en casos extremos. Siempre en la búsqueda de ocultarnos tras rocas los suficientemente grandes, musgo lo suficientemente ancho, niebla lo suficientemente espesa o cualquier cosas lo suficientemente apta para ocultarnos de nuestros perseguidores. – Más a prisa Del, corre. – Habla más bajo Oliver – exigí en un susurro que solo él a esa distancia habría podido escuchar entre tanto ruido.     Mire alrededor, estábamos los siete, bien. Si algo nos había enseñado nuestro tiempo de supervivencia y escape aquí era a agudizar cada uno de nuestros sentidos, a permanecer unidos y a confiar ni en nuestras sombras, estás aquí también tienen oídos,  – Al claro, vamos – dijo en nuestro particular idioma de señas, el cual desarrollamos también entre largas noches de insomnio y miedo en las celdas.  – Está muy lejos – gesticuló a Oliver  – Es el único lugar seguro – aseguro, yo asentir al ver que estaba en lo cierto.  Voltee nuevamente, en busca de nuestros compañeros, no había nadie. Demonios. – ¿Los demás? – le dije entre señas. – Los encontraremos allá – me respondió.     Tras asentir nuevamente, corrimos en silencio, todo el que nuestro pies ya adiestrados en ese arte nos permitían realizar.      El claro era muy bello a esta hora, pero un pésimo lugar para conseguir comida, por ello solo lo usábamos como escondite cuando aparecían tropas. Al llegar al mismo, hicimos lo que regularmente hacíamos, ocultamos entre la hierba alta para encontrar una cueva subterránea que se convertiría en nuestro refugio seguro durante unas semanas.     Aún escuchaba el sonido de los disparos cuando percibí que dos de los nuestro habían llegado, con otro par de pies adicionales, los cuales también conocía bien. – ¿Se han ido? – pregunto el ya no amordazado huésped. – Haz silencio – replicó la Ucraniana.      Tras escuchar el eco de los sonidos típicos del bosque, nos relajamos un poco, aunque no del todo. Cómo era la costumbre, dejamos a Nino encargado de la vigilancia, siempre tuvo un gran ojo para ello, mientras los demás acomodamos lo que sería nuestra zona de acampar, de nuevo. – Te toca el amordazado – me dijo entre señas Oliver que ya estaba despellejando la presa que sería parte de nuestro desayuno. – Procura que no le quede ni una pluma a esa cosa, sigue estando fresca – le susurré, lo que hizo que me viera como un paranoico. – Cuidado Adela – me advirtió. – Shhh – dije poniendo mi dedo entre sus labios – Concéntrate en lo tuyo.       Me acomode al lado de la persona que habían denominado como 'amordazado' que no era más que nuestro prisionero y pase de salida. – Alex – le dije en susurros. – Adela – me dijo con su sonrisa fresca – gracias por procurar tratarme como un ser humano, agradecería que tus compañeros hicieran lo mismo. – No esperes tener tanta suerte – ¡Cállense! – Salto Lina de repente – Escucho algo. – Tal vez sea Zen y Sonya – dijo Oliver tratando de calmarla.      Todos agudizamos el oído, escuchamos pasos cerca de nosotros. – Esos no son sus pasos – insistió Lina – ¿Nino? – pregunté.      No hubo respuesta del c***o por un momento, pero de repente pareció alerta. – Mierda, escóndanse – gesticuló Nino.      Todos se pusieron alerta y yo debía volver a amordazar y mover a Alex, nuestro prisionero, de lugar, me voltee dispuesta ya a hacerlo, cuando ví en la mirada de Alex un profundo terror.  – No te haremos nada ¿Vale? – le dije tratando de calmarlo. – ¡Adela! ¡Detrás de ti! – grito Nino de repente, lo que hizo que instintivamente volteara.      Alex me empujó con su cuerpo, desatado, haciendo que cayera y me diera contra una piedra justo en la parte de atrás del cráneo, escuché gritos y todo se fue desvaneciendo, Oliver y Nino se movían, no habían llegado aún Sonya y Zen, no escuché a Lina, ni a Alex, ni a nada, solo a papá de nuevo, que ya me susurraba mi nombre, quizá no tendría que esperar tanto para escucharlo de nuevo, solo tendría que esperar a que todo se volviera oscuro y comenzar el recuento de toda mi vida frente a mis ojos, incluyendo lamentablemente el cómo llegué hasta aquí   

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