Habitación 32

1896 Words
     Escuché un par de veces más para verificar que no estaba oyendo mal, ya me había confundido dos pacientes atrás, solo por la desesperación, en su último llamado fue que salí corriendo en la dirección del médico en la entrada al quirófano. – ¿Familiares del señor Windshields? - exclamó por tercera vez la voz del Doctor que se hallaba buscando por el pasillo con su mirada a la reacción de alguien, la persona atenta a ese llamado, la persona que había estado esperando todas esas horas en la maldita sala de espera, ósea Yo. – ¿Si? – dije poniéndome de pie, tan rápido que me sentí mareada - yo... Yo soy su hija. – Oh – dijo sorprendido al verme – ¿Vienes con alguien más? – No, solo yo – le solté ansiosa. – Soy el doctor Daniel – se presentó – Soy el cirujano de guardia, y quien dirigió la operación de su padre señorita Windshields. – Ah – le dije observándole, parecía estar exhausto – ¿Mi padre está bien? – Pues durante la operación tuvimos algunas complicaciones, pero aparte de ello. – ¿Complicaciones? – Si, vera, su accidente fue bastante severo y...      Escuché mucha terminología médica que no entendí, me hice la interesada solo por educación, pero solo quería saber una cosa. – Pero, está bien ahora ¿no? ¿Fuera de peligro? – pregunté una vez que el doctor hizo silencio. – Bueno, no sé si decir eso es lo más éticamente correcto, pero las expectativas son altas y buenas. – Ósea que ¿Todo bien? – insistí tratando de hacerle entender de lo importante que era su opinión para mí. – Si, completamente, la operación ha sido todo un éxito – dijo a modo de rendición aunque nada desanimado. Ufff... Menos mal, lo peor ya había pasado.      Mire al cielo y expulse todo el aire que ensanchaba a mis pulmones, deje que mi cuerpo se relajara. – ¿Puedo verlo? – pregunté más entusiasmada de lo que esperaba sonar. – Está en recuperación, pero en cuanto sea trasladado podrá ir a su habitación. Bueno, eso es buena señal. – Mil gracias de verdad – le dije tomando sus manos al borde del llanto.  No ahora Adela ¡No! – Necesitamos que nos deje el número de su seguro y...       No le escuché más, solo escuchaba el sonido de mi corazón latir aliviado. Lo siguiente fue llenar unas formas que me habían entregado, mi padre me había hecho aprenderme toda esa información para «Casos de emergencia», recuerdo haberle dicho que si había una emergencia el estaría allí conmigo, ¿Quién diría que sería este tipo de emergencia? Y sí que estaba conmigo, pero él era el paciente. ¡Ja! Cómico ¿No?      Espere al menos otra hora más antes de que me dejaran ver a mi padre, el cual había sido trasladado a la habitación 32. En cuanto abrí la puerta de madera con el enorme 32, note enseguida como a toda la estancia la llenaba una luz blanquecina incandescente proveniente de las lámparas de la habitación, si tuviese que describir el aspecto de ese cuarto diría que era la típica habitación de hospital.      El olor a antiséptico inundaba el cuarto, las paredes eran de un azul celeste más blanquecino que azulado, con una línea de cuadros de una tonalidad de azul más oscuro que atravesaba justo la mitad de la pared, dividiendo a está en dos partes iguales, dos camas con botones para subir o bajar el cabezal de cada una de ellas, con juegos de sábanas blancas, un televisor, al menos así no se aburrirían, dos sillones, uno a cada lado de las camas, imagino que para los acompañantes, del color del café, y un mueble tipo cajón para imagino guardar algunas pertenencias.      En una de las camas yacía mi padre, conectado a unos respiradores, y a una máquina que decía su frecuencia cardíaca, niveles de oxígeno y tensión arterial, las demás medidas no las entendí. Lucia pálido, cómo envejecido y agotado, el accidente le había dejado hematomas por el rostro y los brazos, pero estaba vivo, y ese era mi consuelo. – ¡Hola! – Le dije acercándome para poder tocar su cabello, las lágrimas brotaban de mis ojos pero ya las había retenido demasiado tiempo por lo que ya no podía frenarlas – me has dado un susto de muerte, no deberías dejar que un extraño conteste tu celular – bromeé – Me... Me alegro tanto de que estés bien – le dije mientras le acariciaba el cabello.      No reacciono a mi tacto, pero eso no impidió que siguiera acariciando su cabello como sabía que adoraba, era tan agradable sentir que estaba allí después de todo lo que había pensado y pasado en esas últimas infernales horas. – ¿Cuándo despertara? – pregunte a los médicos. – Debe despertar en un par de horas, mañana veremos cómo avanza – dijo el doctor Daniel desde la puerta. – Vale, pues no iré a ningún lado – afirme, más para el que para los médicos. – Señorita ¿Desea comunicarse con alguien? Alguien que pueda suplirle mientras va a su casa o... – No, solo somos mi padre y yo – dije – Muchas gracias.     El doctor no insistió más, prometió pasar en un par de horas, luego sin más, se retiró amablemente dejándome con mi padre.       Después de todas estará horribles horas transcurridas, decidí poner a mi padre al corriente; no deseaba descansar, solo quería verle despierto.       Hablé con el todo lo que se me ocurrió, mi examen, mi travesía al hospital, lo regañe algunas veces por el susto que me hizo pasar, hablé tanto que creí que se despertaría solo para decirme que me callara y que deseaba descansar, pero no lo hizo, no reacciono en ningún momento.      A las dos horas como prometió, apareció el doctor con una enfermera que llevaba una bandeja de medicinas. – ¿Aún no reacciona? – pregunto el doctor mientras lo examinaba. – No – le indique.      Vi al doctor palpar y hacerle pequeños toques en piernas, pies, manos y brazos a mi padre. – Tiene buen llenado capilar – comentó – ¿Qué significa eso? – pregunté. – Que su corazón funciona bien – me sonrió. – Y ¿por qué aún no despierta? – pregunté curiosa. – Pues, tal vez este muy cansado, fue un día agotador para el ¿No crees? – Hmmm ya – dije no muy convencida de su respuesta.      El doctor se arrodilló para quedar frente a mí, tenía los ojos avellana y una hermosa sonrisa, aunque tenía líneas de expresión y ojeras que fácilmente lo hacían pasar por un hombre de treinta y tantos. – Descuida, es normal, ya despertara. – ¿Puede prometerlo por su licencia? – pregunté seriamente, pero él se limitó a sonreír. – Si hiciera esa clase de promesas ¿Qué tipo de doctor sería para ti? – dijo tomándome desprevenida. Esa no me la esperaba. – Da igual que clase de doctor le considere, – señalé - lo importante es que clase de doctor se considera usted. – Bueno, pero yo te estoy preguntando – me dijo mostrando su sonrisa de dientes perfectos.      Eso me dejó un poco perpleja, no sé si le estaba malinterpretando pero dudaba mucho que estuviese equivocada. Y por ello sentí que era de lo más inapropiado ¿Acaso no veía la situación? ¿Cómo se atrevía?  – ¿Entonces? ¿Qué clase de médico sería a tus ojos? – volvió a preguntar. Y ahora me tutea       Ignore su intento de flirteo y responde con sinceridad. – Uno confiado – respondí tajante. – ¿Confiado o arrogante? – Respondió entre risas – La mayoría de los médicos son arrogantes, pero no todos son confiados, solo fingen que es así para no revelar sus inseguridades, lo que los hace poco confiables. – ¿Ah sí? – ¿Usted le confiaría su vida o la de un ser amado a una persona que no confía en sus habilidades o en sí mismo? – Jummm – analizo mi pregunta – Supongo que no – Interesante – le dije – ¿Cree que es hasta cierto punto una debilidad? – Es difícil decirlo en esta carrera – respondió el – Podría decir que si, pero hay personas que por su falta de confianza ponen todo de si para ser mejores, pues saben que pueden equivocarse. – Lo mismo que en el caso contrario, podrían equivocarse por su exceso de confianza. – Precisamente – respondió. – Lo tiene bien doctor, ha respondido con total diplomacia – comenté a modo de cumplido.      Eso lo hizo reír, yo permanecí con mi semblante intacto. – Sí que conoces cómo funciona el mundo – dijo entre risas, yo me mantuve sería. – Tengo una vaga idea – comenté – Aunque mi padre me ha enseñado bien, ¿Sabe? Es parte de su trabajo, es abogado. – Creo que hay una diferencia entre leyes y medicina – agregó el doctor. – Ustedes son como los abogados – me atreví a comparar tratando de no sonar grosera – pedantes y feroces, siempre tratando de sobresalir uno del otro, en una constante competencia por demostrar quién es mejor, la diferencia es que ustedes salvan vidas y los abogados a veces las destruyen. – Vaya que eres sabía – dijo el doctor a modo de halago. – Aunque a veces pueden intercambiarse sus roles – le dije escrutándole con la mirada – Lo que convierte al abogado en el héroe y al doctor en él. Villano ¿No? – Si se quiere ver así – dijo un poco meticuloso. – Un giro interesante de los eventos.      El doctor no hacía más que reírse a carcajadas. – Menuda forma de verlo, no sé ni que nombre ponerle.      Mire al doctor, está es la parte donde hacía ver mi punto entre tanta parlotearía. Tome la mano de mi padre y le observé, así tan pasivo y calmado no parecía el mismo. – Doctor, necesito que mi padre despierte – le dije con un tono de voz suave, más a modo de súplica. – Si, lo entiendo, todos desean...  – No, no entiende – le dije – Mi padre es todo lo que tengo, sin el no tengo nada, yo... Le necesito.      Me atreví a mirar al doctor y el parecía asombrado, era lógico, hacía unos minutos atrás parecía un cuchillo recién afilado, listo a cortar y despedazar; mientras que ahora era una bola de algodón, o tal vez una muñequita de cristal, frágil. – Si usted – continúe – me promete que va a despertar pronto yo.... Yo le creeré, – le mire – No tengo otra alternativa.      El cambio su semblante, a uno más empático. – Lo hará, lo prometo. – ¿Lo promete? – Le pregunté – ¿Está seguro? – Completamente – respondió compasivo aunque con un deje de seguridad. Eso sí me gusta. – Buen, depositaré mis esperanzas en su promesa – aseguré. – Es un honor – dijo a modo de cumplido.      Y ese fue nuestro error, de el por hacer promesas que no podía cumplir y el mío por dejarme llevar por mis esperanzas, dejando de lado mi objetividad y a mi escáner interno, porque cuando dijo eso yo solo quise una cosa, creer que lo que me decía era verdad. 
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