Sala de Espera

2481 Words
     No supe bien en que momento mis piernas llegaron al suelo. Tampoco supe en qué momento se acumuló la gente a mi alrededor, todas las voces se oían distantes en mi cabeza, como si hubiese sido sedada con un analgésico sumamente potente, mis brazos y mis piernas se sentían débiles como para ayudarme a incorporarme, mi cuerpo se sentía pesado, lo cual no favorecería a mi debilidad, mi mente embotada viendo aún los posibles escenarios del accidente pasar como escenas de un película de acción, dónde el protagonista era mi padre. No – susurraba una voz en mi cabeza – esto no podía ser, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia.      Esa voz en mi cabeza era todo menos consoladora, era más bien mi subconsciente negando la realidad, que aún el resto de mi cuerpo se rehusaba a si quiera considerar. Aún en mi dopaje hormonal seguí escuchando la voz de mi subconsciente. Papá estaba bien, lo ví hacía solo unas horas atrás – insistía – debía estarlo, debía ser solo una broma de mal gusto.      Sabía que me estaba mintiendo a mí misma, la llamada fue real, aún tenía el teléfono en mano, la voz no podía haberla inventado, y tampoco una cosa así, no en mis peores sueños habría imaginado algo tan peliculero. Un dolor punzante se sintió justo a la altura de mi pecho, de repente sentí que me faltaba el aire, casi como si tuviese un ataque de pánico.  Okay, vamos despacio, papá estaría bien, lo verás y dejaras tu angustia, solo tienes que verlo, está bien, tiene que estarlo, si el se...     Por un momento la palabra «muerto» paso por mi cabeza, ¿Papá muerto? No, eso no era posible. En un universo perfecto mi padre moriría cuando tuviese noventa y siete años de viejo, cuando yo tuviese la suficiente edad y madurez para lidiar con su perdida, pero no ahora, no cuando soy tan dependiente de él como cualquier hijo. No cuando él es todo lo que tengo y más. No, eso ni pensarlo, él no puede dejar a su hija sola, a merced de su ya comprobada mala suerte, no, imposible Matthew Windshields podía ser muchas cosas pero nunca un padre irresponsable, despreocupado y descuidado ¡NUNCA!      Mi subconsciente pareció reaccionar, lo que hizo que recuperará mis sentidos en sí, eso me permitió tener la fuerza suficiente para levantarme e incorporarme, después de todo, nada estaba dicho.      Salí de la universidad rápidamente y tome el primer taxi que conseguí que me llevaría directamente al hospital. Tal vez pasaron unos diez minutos, pero en mi cabeza el tiempo era lento y abrumador y la espera larga y tediosa hasta que por fin llegué al Hospital General de Massachusetts.      Corrí por los pasillos de urgencias sin prestar atención a los que llamaban mi atención o regañaban. Solo me detuve en el mostrador para solicitar información a la enfermera que estaba detrás del mismo. – Disculpe ¿Matthew Windshields? – le dije sofocada por la maratón de cardio. Nota mental: Hacer más ejercicio. – ¿Cómo dice? – dijo la enfermera detrás del mostrador. – Yo... Soy su hija, recibí una llamada y... tuvo un accidente y... dijeron que estaba aquí – dije con aliento entrecortado. – ¿Cómo dijo que se llamaba? – dijo con suma calma. Desearía estar como usted, pero mi padre podría estar grave. – Matthew Windshields. – Vale – dijo tecleando a su computador – Vale, primero necesito que trates de calmarte y respirar – añadió con tranquilidad. – ¿Qué? – dije conmocionada. – ¿Cuál es tu nombre querida? – dijo sin inmutarse. – Adela Windshields. – Pues Adela, en este momento eres un manojo de nervios – me observó – necesito que te calmes. – ¿Calmarme pero si.... – Adela – dijo con paciencia – esto es una sala de urgencias, aquí hay mucha tensión a diario, solo harás que empeore, tienes que... – comentó dejando en expectativa la última palabra a modo de que yo la respondiera. Esto era tan innecesario.      Llene de aire mis pulmones para luego exhalar todo el aire contenido y así poder finalizar la frase. – ¿Calmarme? – Exacto, vas bien – me dijo y comenzó a hacer gestos u movimientos con sus manos indicándome que inhalara y exhalara, inhalara y exhalara, y así una y otra vez hasta que estuviese más tranquila. ¿Es en serio? – ¿Mejor? – me preguntó ella después de varias sesiones de respiración. – Supongo – respondí sin muchos ánimos. – ¡Eso! – aplaudió. Y luego volvió a centrarse en su trabajo.     Vi que no me miraba así que decidí volver a interrumpir le, pero esta vez con más calma. – Ejem... Señorita – le dije con voz suave. – ¿Si? – sonrió. – Disculpe, ¿Mi padre...? – Ah, claro, lo siento – dijo – El señor esta en cirugía. – ¿Cirugía? ¿Cómo así? – le dije exaltada. – Señorita, cálmese por favor – dijo nuevamente, dotada de un nuevo nivel de paciencia. ¿Calma? Mi calma estaba por el piso. – Vale... Lo siento – le dije bajando el volumen de mi voz nuevamente – ¿Cirugía? – Su padre llegó aquí con múltiples traumas, y una laceración a nivel de.... – Por favor – le interrumpí – No quiero ser grosera pero, necesito entender lo que me dice y la palabra laceración no me es muy afín – le dije tratando de sonar educada. – Claaaaaro – dijo con extrema lentitud – Su padre vino muy herido, perdió mucha pero mucha sangre – dijo sarcástica – Además, tenía heridas que comprometen órganos vitales, por lo que lo llevamos a cirugía ¿Mejor? - me lanzó una hermosa sonrisa falsa. Que encantadora mujer, simplemente encantadora. – Gracias por la información – dije mostrándole una sonrisa de pocos amigos – ¿A qué hora saldrá de cirugía? – No sabría decirle señorita, estos casos toman su tiempo y... – Gracias – le respondí cortante – He entendido, estaré por aquí.      Pasaron horas cual si fueran días y yo solo comprobaba que odiaba las salas de espera, veía a familiares de personas heridas llorar por perdidas o alegrarse por la recuperación de sus familiares, veía sangre, médicos y enfermeros corriendo de aquí a allá, personas gritando por el aseo, la falta de atención, si elevaron o no a su familiar a la habitación, sobre el por qué no le habían dado el alta, entre otras muchas más.      Mientras todos ellos iban y venían, yo seguía allí. Cada minuto tortuoso que pasaba me acercaba un paso más a escuchar a mi amiga, la desesperación, que junto con mi falta de paciencia, iban a hacer una excelente labor juntas para carcomerme por dentro. Comencé a tratar de enfocarme en otras cosas, la sala de emergencia era de paredes blancas, pésima idea considerando la cantidad de sangre y fluidos que se derramaban por todas partes y que siempre tenían que limpiar. Agradecí que nunca me hubiese interesado la medicina, porque de lo contrario vomitaría cada cinco minutos en lo que se supone seria mi área de trabajo.      Un rato más tarde, tras no obtener respuestas, me atreví a pensar en papá, solo recuerdos felices y en el deseo ferviente que tenía de saber que estaba bien, oír que estaba vivo y que no dejaba de bromear; como aquella vez cuando fuimos a pescar con el abuelo, no dejaba de quejarme porque no lograba pescar nada, y me moví tanto en la balsa que termine cayendo me del bote, y lo único que pesqué fue un resfriado.      Ese recuerdo me saco una sonrisa, lo cual la gente a mi alrededor que me observaba, me veía como si estuviese loca, lo cual hasta cierto punto era cierto, lo estaba, loca de angustia. Trate de no enfocarme en eso y volví a mi lugar feliz, a mis recuerdos con mi padre. Comencé a rememorar cada momento único y especial que había pasado con mi padre, también me atreví a indagar los recuerdos con mi madre, a quien deseaba en este momento para que yo pudiese llorar y ella encargarse de ser la fuerte, pero a ausencias de ella tendría que tomar el papel. Cara de póker Adela, que nadie te vea derrumbarte.      Horas más tarde, después de tomar un café cargado, decidí indagar en otros pensamientos y me tomé la libertad de pensar en el día que estaba transcurriendo, el día de este trágico acontecimiento; retrocediendo a solo unas horas atrás, volviendo a ver a mi padre con su traje gris y su corbata chueca, que cómo siempre tuve que arreglar. Adela al rescate de la corbata chueca.      Antes me preguntaba ¿Como un abogado fanático de las corbatas nuca se había molestado en aprender a atarse sus corbatas? Fue así hasta que un día cuando mi padre estaba distraído, mi abuela me confesó el por qué.     Entre mis memorias aparecía el recuerdo de la señora de tez morena y cabello canoso, contándome con su tierna voz de persona mayor que mi padre en el pasado no usaba corbatas. Todo su amor por las corbatas comenzó cuando a mi madre se le ocurrió lela brillante idea de decirle que le encantaban las corbatas. Fue ella quien le compro su primera corbata, y era ella quien se las ataba; así que, más tarde, cuando ella desapareció, se las ponía para recordarla, pero nunca lograba hacer bien el nudo porque la sola acción de colocarse una le recordaba a mamá, así que cada que empezaba se llenaba de melancolía y dejaba el nudo sin hacer o mal hecho, para en camino al trabajo quitarse la corbata o dejarla en el auto.      Recuerdo el rostro arrugado de mi abuela entristecido al contarme aquello. Siempre me han contado historias de suegras que odian a sus nueras, son muy populares, pero ¿Y las historias de suegras que aman a sus nueras como si fuesen sus hijas? Porque esa era la relación de ellas, recuerdo incluso a mi padre pelear con mi abuela diciendo que prefería a mi madre que a su propio hijo en broma.      A partir de esa conversación, tome la iniciativa de aprender a hacer los nudos de las corbatas, por mi padre; por lo cual, cada que iba a casa de mi abuela, tomaba sin permiso alguna corbata de papá y hacía que mi abuela me enseñará a hacer los nudos que ella conocía. Más adelante, cuando aprendí a hacer los nudos básicos, busque como hacer otras variedades de nudos en internet, hasta que me volví una experta en nudos de corbata.       A menudo era yo quien lavaba la ropa, pues mi padre trabajaba, así que tuve que aprender, así que aproveche esos momentos, y cuando ya tenía lavadas, secadas y planchadas las corbatas, procedía a hacerles diferentes nudos y a guardarlas en el armario con los nudos ya hechos.       En un principio, mi padre se sorprendía al ver los nudos hechos, pero no servía de nada, solo deshacía los nudos que yo hacía y trataba de hacerlos de nuevo, obligándose a pensar en mi madre. Pero, un día me descubrió haciendo un nudo de Windsor a una de sus muchas corbatas marrones. Tras darse cuenta de que yo me tomaba el tiempo para dejarle sus nudos hechos, sin inmutarse cuando solo los deshacía delante de mí, dio un giro a la historia repentino y me pidió que se los atara personalmente, cada día, antes de ir a trabajar, justo cómo mamá lo hacía.      La primera vez que lo hice fue bastante traumante, era un nudo sencillo, pero por alguna razón me sentía incómoda pensando que hacía algo que solía hacer mamá, y no me ayudó nada cuando se puso a llorar delante de mí , lo que me hizo llorar también. Pero luego la cosa se fue calmando, después comenzó a bromear mientras hacía los nudos, lo que me daba una inmensa paz, supongo que con el pasar del tiempo, los nudos de corbata tomaron otra dirección para él, y para mí también.  ¿Cuántas horas habían pasado?      Ya había perdido la cuenta, pero sé que era tarde y que habían pasado demasiadas. Allí fue dónde me atacó una nueva emoción, apoderándose totalmente de mi mente, desviando mi atención solamente a esa sensación, vulnerabilidad. Solo eso ocupaba mis pensamientos ahora. Me sentía total y completamente vulnerable, expuesta y... Sola, muy sola.      Por mi mente nunca se había asomado la idea de imaginar mi vida sin mi padre, eso no se me había ocurrido, pero bajo esta circunstancia, la idea rondo en por mi cabeza y me di cuenta de que, sin él ya no me quedaba nadie, nadie a quien yo le importará y nadie a quien realmente quisiera tanto, tenía amigos, y los quería pero no era lo mismo, también tenía otros familiares, pero mis otros familiares eran todos por parte de papá y no les agradaba, ninguno de ellos me quería y francamente, yo tampoco les tenía un especial afecto, dicen que la familia es familia y que la sangre pesa más que el agua, pero con mis tíos todo era difícil, y todo empeoro tras la muerte de los abuelos, cuando empezó la disputa por la repartición de bienes.      Mi tía quería la casa de mis abuelos, mi tío quería los negocios y papá quería complacer a sus hermanos, pero mis abuelos habían hecho la repartición de diferente manera, dejando un negocio y una propiedad a cada uno de sus hijos, además de otras cosas como joyas, ropa y artículos antiguos. Sin embargo, la casa de mis abuelos, esa casa de dos plantas, pintada de blanco, con pisos de madera, antigua y hermosa, que olía a canela los domingos y a rosas los jueves de jardinería del abuelo, esa casa le quedó a papá. Mi tía quedó hecha una furia, y acuso a mi padre de sobornar abogados o de cambiar el testamento; mi padre no se molestó, pues él sabía que era inocente y que ella era muy emocional, pero yo le guardaba rencor por eso.      Entre mi ensoñación escuché la voz de alguien que mencionaba mi apellido, fue cuando noté al doctor fuera de la puerta de cirugía, las imágenes del día vinieron todas de repente antes de que mi cuerpo reaccionara como debía. En tan solo un día mis preocupaciones habían cambiado drásticamente, de pensar que moriría si salía mal en un estúpido examen a pensar que mi vida iba a dar un vuelco completo, resucitándome o terminando de matarme con lo que sea que pudiese decirme aquel sujeto. Si mi padre había muerto, bueno, no sabía bien lo que haría, no sabía cómo reaccionaría y no estaba lista para saberlo; tal vez era puro drama, pero nada me importaba, solo agradecí que mi nuevo verdugo mejor aspecto que el anterior.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD