La carta

2581 Words
     Si tuviera que decir donde empezó todo, antes de Alex y Oliver, antes de Sonya y Zen, antes de Nino y Lina, antes de todos los acontecimientos que se nos vendrían después, antes de si quiera imaginar que estas cosas pasarían; tendría que decir que empezó el día que para ese entonces pensé era un día normal, un simple día más de mi vida cotidiana como entonces la conocía, sin saber por supuesto todo lo que vendría, todas las noches en vela, los miedos, las angustias y la desesperación que me traerían a mi paradero actual, el cual sería responsable de otro sinfín de numerosas emociones y problemas y riesgos. ¿Quién diría que todo eso pasaría a partir de un día que prometía ser simple?      El día empezó como todos, un día seminublado, lo normal en esos días para nosotros, alistándome para ir a la universidad, en el segundo periodo tendría que presentar un examen de literatura y solo había estudiado la mitad de todo lo que iba para el parcial. Estaba asustada y desesperada por hacer que lo escrito en mis apuntes entrara en mi cabeza lo más rápido posible. – Si te haces masajes en la frente ayuda ¿Sabías? - dijo la voz dulce y burlona de mi querido padre. – Tan temprano y ya te mofas de mi ¿Eh? – solté malhumorada. – Hablo en serio – sonrió      Puse los ojos en blanco y tome otro sorbo de mi café cargado. Desde que había empezado la universidad me había vuelto adicta al café, tomaba casi tres tazas diarias, una en casa, otra en la cafetería de la Universidad y otra cuando retornaba. – ¡Afff! – Me quejé – se enfrió – señale con disgusto al café, papá me regaló una de sus carcajadas mañaneros y yo solo ponía mala cara. – Vaya ¿Cuántas cosas pueden salir mal tan temprano en la mañana? – No te mofes ¿sí? – le apunte con un dedo acusatorio – tengo que presentar en una hora y solo se creó que la mitad de lo que debería y tú solo vienes con tu cháchara a distra... ¿Papá? – le dije al ver que no me prestaba atención.      Mi padre levantaba una de las cartas de la correspondencia matutina, a menudo eran solo facturas que buen podrían haber enviado por correo, pero a mi padre le encantaba recibir correspondencia, que se podía esperar de un amante de «El diario de Noah», insistía en que era algo romántico, yo me burlaba de él al ver que lo único romántico que llegaba eran cuentas que pagar y ceros que facturar, era cómo la forma romántica sus deudores de decirles «Págame o te corto el agua». Sin embargo está me dio otra impresión, la impresión de que esta carta era diferente.      Vi a mi padre acomodarse sus anteojos con detenimiento, leer lo que imaginé sería la dirección de procedencia y lo vi pasar de su tono ligeramente bronceado al blanco total, como si le hubiesen arrebatado el color y la vitalidad con solo una mirada, la forma en que observo la carta, cuando la fue elevando hasta una altura más cercana para sus ojos, los cuales desde hacía un rato estaban abiertos como platos, de tal forma que entre sus lentes podía verse el color verde de sus ojos, que ahora parecían dos lagunas al borde del abismo, su ceño fruncido marco una línea en su frente, esa línea característica de los años, pero parecía... Angustiado, perplejo, asustado, muy asustado.      Observé sus labios, que formaban una línea recta temblorosa. ¿Todo por una carta? Debía de ser algo súper importante lo que contenía, un mensaje muy anhelado. Sus dedos bailaban entre las líneas del sobre, buscando con apuro el punto de apertura del mismo, hasta que dieron con él.      Mi padre se dispuso a abrir la carta, pero no sin antes mirar en mi dirección, dándose cuenta de que no estaba solo, de que en frente de él, con la curiosidad carcomiéndole por dentro, estaba yo sentada, con mi café helado y mis apuntes dejados de lado, algo más interesante ocupaba mis pensamientos ahora que Shakespeare.      Al ver que estaba yo allí, rápidamente bajo la carta y la guardo en su bolsillo trasero, se ajustó los lentes y trago saliva. Parecía asombrado y Vi un matiz de algo que no supe que era. – Papá ¿Está todo bien? – dije atemorizada por su reacción, no lo veía así desde hacía como diez años. – ¿Qué? – Soltó de pronto – Ah... si... – dijo entrecortado. De repente pareció reaccionar, su cara atravesó por muchos gestos antes de dirigirme de nuevo la palabra – Adela ¿Sigues aquí? Yo... – ¿Qué es la carta? – Pregunté – ¿Y por qué la escondes? – Creo que la pregunta está mal elaborada querida – desvío nervioso – es decir, una carta es una carta, lo más correcto es preguntar ¿De quién? – Papá, nadie escribe cartas hoy en día – refute - ¿Ah no? Y qué me dices del banco y los cobradores ¿eh? – Sonrió – Cada cierto tiempo recibo sus hermosas palabras de reclamo. – No sé ¿Por qué siempre te envían cartas? – Reclamé – Siempre pagas al día – Es cierto, pero agradezco su preocupación por sus intereses, que hasta cierto punto son los míos. –Me estás desviando el tema Matthew Windshields – le mire, como él me había enseñado.      Cómo todo buena abogado mi padre tenía un detector de mentiras en la mirada, de pequeña me dijo que debía tener una cara de póker y el cuerpo como una roca si no quería que descubrieran mis mentiras, mientras otros padres les enseñaban a sus hijos que debían siempre decirles la verdad, el mío me enseñaba a mentir y a detectar las mentiras. – ¿Estás usando la mirada interrogativa? –Te estoy escaneando. – ¿Y cómo estoy además de guapo? – Pues – lo mire de pies a cabeza – Echo un desastre, ahora mismo eres un manojo de nervios y me estás esquivando. – ¡Que ojo! – Se carcajeo – Serías una excelente abogada. Lamentablemente te fuiste por otra rama – hizo un puchero – Soy muy feliz con las Ciencias de la Comunicación gracias,... ¿Me vas a responder de dónde viene esa carta? ¿A qué viene esa reacción desmedida?      Mi padre miró al techo, pareció buscar excusas donde no las conseguía, teníamos esta relación en la que nos contábamos todo, no servía de nada mentirnos, además, yo no podía esconderle nada a él, era todo lo que tenía. – ¿Tú no tienes un examen señorita? – me dijo sonriendo – Si, así es pero... – Pero ¿qué? – Me interrumpió – ¿No deberías estar saliendo ahora? – Se supone que vas a llevarme – le recordé –Pues toma tus cosas – dijo fingiendo serenidad. – Papá... – Bueno ¿A qué esperamos? – salto de repente, comenzó a buscar y acomodar sus cosas de forma precipitada, sabía que estaba evitando mi pregunta, lo que no sabía era el ¿Por qué? – Debemos irnos – Papá, aún faltan veinte minutos y... Vas a derramar algo y hacer un desas... Cuidado – le gritaba mientras le perseguía.      Estaba tan agitado, que se llevaba todo lo que se le venía por el frente, tropezó con el mueble y luego casi tumba el jarrón de la esquina de la casa, sus manos bailaban de acá para allá, hasta que en un momento vi que coloco la mano izquierda en su bolsillo de enfrente, esto no era bueno, por lo general era reflejo y signo de una sola cosa. – Papá... – me detuve y el me miró. – ¿Si? – se detuvo tras escuchar mi tono de voz, supongo ue yo también tenía un signo para este tema en particular. – Es sobre mamá ¿Cierto? – ¿Qué? – me miró fingiendo perplejidad – ¿De qué hablas? – La carta papá – le dije – Es sobre ella ¿no? – Cariño – dijo papá con paciencia – No intentes fingir que no se trata de ella, te veo, lo sé – insistí.      Mi madre tenía unos diez, casi once años desaparecida, no sabíamos que había Sido de ella en todo ese tiempo, mi padre puso la denuncia mié tras mis abuelos me cuidaban, pero después de un tiempo nos dijeron que lo más probable era que estuviese muerta, mi padre no lo acepto nunca, hasta ese momento seguía siendo un tema delicado. – Han... – se me hizo un nudo en la garganta – ¿Han tenido noticias? Han... Encontrado el cuerpo ¿no? – ¡Adela! – grito mi padre – ¿Y no pudieron llamar? Es muy insensible solo escribir una... – ¡Adela Windshields! ¡Tu madre no está muerta! – soltó exasperado. – Entonces ¿Ya saben su paradero? ¿La han encontrado? – Adela, ya te explique que... – Si si papá, que está viva pero que no saben dónde está, palabras muy lindas para una situación como esta – le interrumpí – Pero en serio ¿Prefieres pensar que esta por allí haciendo Dios sabe qué? –Adela... – Han pasado diez años papá, no uno o dos, ¡Diez! ¿Entiendes? – Lo tengo presente hija – Pues si no ha aparecido por aquí ¿Qué significa eso para nosotros? – Que debemos tener fe supongo – dijo sentándose, la sombra en sus ojos usando hablaba de mamá me rompía el corazón.     Después de tantos años aún esperaba a su amada. Mentiría si yo no dijera que soplaba con que ella volviera y fuéramos de nuevo esa dulce familia de tres. – ¿Fe, esperanza y polvillo de hadas? - le dije bromeando tratando de que se calmara, ya no quería sacarle el tema. – Exactamente, y mucho amor – dijo con un aire más calmado – ¿Que era esa carta entonces? – pregunté aún con mi curiosidad intacta. – Nada importante, solo es de... Un cliente de un caso que fue muy complicado y del que hace mucho no sabía nada – ¿Estás segu... – Debemos partir si quieres llegar a tu examen a tiempo Adela – me interrumpió – Hmmm – suspire – Vale, voy por mi bolso – dije sin querer darle más vueltas al asunto. – Nada como llevar equipaje para tu muerte segura – sonrió, nuevamente a su estado burlón. **********************************************************************************************      Al divisar el edificio blanco, donde en alguna aula había un profesor esperando por darme sentencia de muerte con un examen, sentí el repentino impulso de preguntar a papá por la carta nuevamente, y aunque una parte de mi no deseaba volver a discutir con él, más podía mi curiosidad. Sin embargo, mi curiosidad tuvo que ser frenada de golpe, ya que al acercarnos un poco más a la entrada, el hombre sentado a mi lado me insto a que saliera rápido del auto, insistiendo en que debía correr, lo cual no era mentira, estaba llegando a solo minutos de empezar el examen, o mi condena, así que tenía que apurarme y ponerle pausa a mis instintos investigadores.      Le di un beso a mi padre a modos de despedida y salí del auto a todo dar. Atravesé pasillos a toda prisa para dar con mi salón justo a tiempo para que mi verdugo, el señor Seinfield comenzará a entregar las hojas.      Unas horas después note el bajón de adrenalina que vino con la calma de haber salido del examen, junto con el memo de mi subconsciente indicándome que era una exagerada y dramática, resultó que el examen no estaba tan difícil, no tendría el diez pero un aprobado era seguro. Ya con la cabeza fría y los nervios reducidos, me puse a pensar en mi padre y en la maldita carta, que no dejaba de acosarme el pensamiento desde que había entregado el examen.      La reacción de mi padre constantemente volvía a mi cabeza, fue angustiante, parecía perplejo y asustado, curioso, extrañado, su cara era un matiz de emociones. Luego al percatarse de que estaba allí, fue como si se hubiese frustrado, no conforme con eso seguía con aquel misterio, un misterio que deseaba dejara de serlo, al menos para mí, deseaba ser participe, y aunque no tuviese nada que ver con mi madre y su desaparición, por su reacción si era fácil saber que se trataba de algo importante.      Tras no poder pensar en otra cosa durante las clases restantes, en cuanto salí del segundo periodo llame a mi padre para ver cómo le iba en el trabajo, con un poco de suerte ya habría abierto la carta y de ser así, si estaba angustiado o relajado lo sabría tras escuchar su voz.     Sonó tres veces el teléfono, lo cual fue de lo más raro, mi padre solía contestarme desde el primer pitido del teléfono. Una cuarta vez, esto es poco común. Una quinta, bastante extraño. – El número que usted marco no se encuentra disponible en este momento - escuché a la voz robótica del teléfono. – ¿Qué demonios? – le reclame a mi teléfono mientras me disponía a hacer un segundo intento.      Un segundo intento fallido. Un tercer intento, nada. – Ya me estoy asustando en serio – dije para mí misma.      Decidí vez hacer un último intento, si este fracasaba iría directamente a casa. El teléfono repiqueteo unas cuatro veces antes de que alguien descolgara la llamada. – Papá ¿Estás bien? ¿Por qué no has... – Hola, disculpe que... - Sonó una voz, una voz gruesa, nada familiar, una voz que no era la de mi padre. – Oh, hola – dije confusa – Lo siento, ¿Quién es usted? – pregunté. – Mi nombre es Jake – dijo la voz al otro lado. – Ah, Jake, claro – dije no muy segura de que su respuesta me ayudara a entender – Disculpe Señor Jake ¿Por qué usted tiene el teléfono de mi padre? – dije tratando de sonar cordial. – ¿Usted es la hija del propietario del teléfono? – En efecto – afirme – Ahora podría por favor, si no es mucha molestia, comunicarme con... – Señorita debe ir inmediatamente al Hospital General de Massachusetts – soltó rápidamente, haciendo que me sintiera abrumada de pronto. – ¿Por qué? – Pregunté alarmada – ¿Que paso? – Hubo... Un accidente y... Me parece que fue un impacto lateral, que terminó en volteo - dijo la voz en la otra línea. ¿Qué? Oh no. Esto no podía ser bueno. – Mi padre es... ¿está bien? – dije tratando de sonar calmada y fallando en el intento. – No lo sé señorita, se lo llevaron hace poco al hospital, todo lo que sé es que se dirigían al Hospital General de Massachusetts, yo soy el forense, estaba recolectando la evidencia del choque cunado hoy su llamada. – ¿No sabe algo más? – No, por ahora no, necesita que alguien vaya a buscarle, puedo conseguirle un... – No – le interrumpí – No hace falta, muchas gracias - dije con la respiración entrecortada.      Y en cuanto corto la llamada, mil pensamientos nada positivos vinieron a mi mente, mil escenas de choques, mil emociones y una en particular sobresalía de entre todas, miedo.
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