Despedida Temporal

1920 Words
     Nunca es fácil decir adiós, estamos tan acostumbrados a despedirnos todo el tiempo, tanto que a veces ni siquiera lo notamos, lo hacemos por inercia, sin saber realmente lo que implica.      Nos hemos amoldado tanto al cambio, que es considerado algo trivial, algo simple, algo que debe suceder tarde o temprano; sin pensar que con cada cambio: De ciclos, de amistades, de promesas, de futuros, de expectativas, de estereotipos... Estamos cerrando una puerta que no puede volver a abrirse, y aunque se pudiese, nada volvería a ser como antes.       Cuando eres un niño, te despides de tu vida como bebé, eso implica despedirse de los brazos de tus padres, de las cunas y del arrullarte cada noche para que te quedes dormido.      Cuando eres un adolescente, te despides de tu niñez, añadiendo a su vez una despedida a tus mejores momentos, los más felices, los que recordarás sin amarguras y agregaras más dulzor a  tus palabras cuando hables de ellos. Aquellos momentos dónde tu mayor preocupación era tener tiempo para jugar, que tus padres no se dieran cuenta de que rompiste algo, o que ensuciaste tu ropa cuando te dijeron que no lo hicieras; y por supuesto, que los monstruos no te atraparán en las noches oscuras.      Cuando te transformas en adulto, de alguna forma todos los cambios cobran sentido, aunque, hasta cierto punto, accedes a abandonar muchas más cosas, cosas importantes. Abandonas tus comodidades, la seguridad que te brinda el saber que estas bajo el sustento de tus padres, allí estas a salvó de cualquier peligro; pero al crecer, vas en búsqueda de ser tu propio sustento, de ser un apoyo y no una carga para tus padres, puesto que el ser adulto implica madurar, aunque muchos fallen en el intento. Implica empezar a tener conciencia del valor de las cosas, por lo que sabes que no solo es un deseo personal, es una exigencia para contigo mismo obtener tu independencia y ser un apoyo.      Todos los cambios que hemos tenido que hacer, por los factores que fueran, por lo que sea que nos haya hecho tomar la decisión de tener que hacerlo; o porque algo nos haya empujado a ello, forzándonos a dejarlo ir; todos ellos en el fondo son una despedida. Y todas estas despedidas tienen algo en común, todas son un punto culminante a una etapa de tu vida, marcando el inicio de otra. Así que con cada «Adiós» viene un «Hola», cada despedida es un nuevo comienzo. Pero yo no estaba lista para dar esa despedida, aunque fuese temporal.      El clásico «Hasta pronto» o «Nos vemos luego», ese que te asegura que el «Adiós» no es para siempre, ese que debería ser más cómodo sencillo, basándose en la situación que sea, aun sabiendo todo esto, no estaba lista. Sin embargo me forzaba a hacerlo, pues la decisión ya estaba tomada.      Tarde unas semanas en que todo se agilizará, enviar formas, recibir documentos, pagar cuentas, entrevistar personas... Aquellas cosas me habían retenido, sí, pero no tanto tiempo como hubiese esperado.      Estaba sorprendida de lo fácil que había resultado todo, por lo visto, lo más difícil iba a ser despedirme y empezar a buscar en un lugar desconocido a una persona que no veía desde que tenía ocho años.      No sabía ni por dónde empezar a buscar a mi madre, no sabía si iba poder encontrarle, aunque deseaba ser optimista al respecto. El único sentimiento que había en mí además del miedo y la incertidumbre era la culpa.      Sentía que dejaba a mi padre solo, lo que me recriminaba, haciéndome sentir culpable, sentía que era como si de alguna manera estuviese huyendo, y sentía, culpa por no dejar de pensar, muy dentro de mí, que  estaba haciendo para salvarme a mí, más que para salvarle a él. Adela ¡Ya basta! ¡Detente!      Pero no podía solo ponerle pausa a mis pensamientos. Dentro de mí siempre estaban las dudas de si estaba tomando una decisión muy precipitada, sin bases ni fundamentos; que si estaba corriendo demasiados riesgos al aventurarme a lo desconocido sin tener la certeza de obtener los resultados que deseaba o si merecía la pena.      En algún punto deje de divagar y comencé a arreglar mis cosas. En casa estaba mi maleta roja, un obsequio de mis dieciséis,  dónde debían entrar todas las cosas que necesitaría para diez días, que era el tiempo que estaría en Velum. Había tratado de encontrar todo lo posible sobre aquel lugar, la información era muy puntual y escasa.      No había encontrado datos sobre nada que no fuese su ubicación, parte de su historia, sus logros cómo nación y, por supuesto, su presidente, apodado «El Comandante». Datos sobre el clima o la temporada, la flora, la fauna, ni siquiera el idioma no aparecían en ningún lugar de la red, por lo que, tras no conseguir muchos datos con respecto a nada más, tendría que improvisar y estar preparada para todo.      Mi maleta roja ya estaba llena de todas las cosas que creí necesitaría. Empaque ropa, zapatos, medias, ropa interior, abrigos e incluso una manta. El resto de las cosas que necesitaría como  mi cepillo de dientes, cargador, teléfono, audífonos, pasaporte, y algunos accesorios, me las llevaría en un bolso de mano. – Ahora sí, – exclamé en voz alta – Todo esta listo. No todo, falta la peor parte.  **************************************************************************************************************      Aquella noche no había podido dormir, sabía que eso sucedería desde que había entrado en la habitación, con mi maleta y mi bolso de mano, preparada físicamente para emprender un viaje en busca de mi madre, con más preguntas que respuestas y solo con la carta cómo única pista de su paradero.       Esa noche me dedique a observar a mi padre, el cual yacía en su cama, dormido, con su semblante de serenidad y tranquilidad. Aproveche esas horas de insomnio para guardar en mi mente cada detalle de su cuerpo, cada facción de su rostro, pensé en cada desayuno que habíamos compartido, cada pelea, cada risa, cada llanto, todos esos recuerdos eran valiosos. Me recordaba constantemente «Es solo un viaje Adela, no exageres» y «No te estás muriendo, solo vas a buscarla», pero mi mente no dejaba de caer en un mismo pensar. Si es así ¿Por qué siento como si te estuviese abandonando?     Revisé la hora, ya era de día, aunque los rayos del sol aún se negaban a aparecer, rayando el cielo con su luz, dando color a todo a su alrededor, iluminando lo que antes fue oscuridad.     Mi vuelo a las once, por lo que ya debía salir en vía al aeropuerto, Coney llegaría en unos minutos,  ya sabía que me iría de viaje, mi padre también lo sabía, lo que no sabían era adónde, me había inventado un cuento, del cual estoy segura que, si mi padre pudiese abrir los ojos, sabría que le estaba mintiendo, por ello fue más creíble.      La única persona que sabía adónde iba era Nuria Peña, a quien había hecho jurar que no diría nada, de todas formas si no cumplía su palabra, tendría que esperar a mi regreso para sufrir las consecuencias de mis actos. Con suerte, al traer a mi madre conmigo quedaría absuelta de toda culpa.    Ver a mi padre dormido, ignorante de todo lo que iba a suceder, hizo que se me hiciera un nudo en el estómago, revise el teléfono nuevamente en busca de la hora Es tiempo.      Tome un respiro, lágrimas amenazaban con salir. No llores, mantente fuerte. – Papá – susurre – ¿Estás despierto?      Sabía que no habría respuesta, pero debía confirmarlo, en efecto, no hubo respuesta. Bien, así es más fácil.      Mi conciencia sucia no me permitía avanzar de la palabra «Padre» ¿Que le iba a decir? ¿Hasta luego? ¿Me marcho?... De repente caí en cuenta de que, dormido no era necesario mentirle, podía tener una última confesión, u a qué no recordaría, pero que yo necesitaba. – Papá, reconozco que te mentí, – admití – te mentí con lo del fulano viaje con los chicos. No me voy de fiesta o a una semana de vacaciones o a un retiro espiritual, nada por el estilo, yo....      Era más duro de lo que creía, no vi ninguna reacción de su parte. Mejor así. – Voy a buscarla, a ella, a mamá – continúe – He tenido la loca idea de que, tal vez, si ella vuelve tu mejoraras, como una especie de milagro fantástico típico de las películas. Por supuesto, una basada en hechos de la vida real, espero. – Sé que sabes que no creía en los milagros, pero cuando reaccionaste, pues tuve que creer que era eso; y ahora me has obligado a creer Matthew Windshields. – Seguí – Por ello, me veo y me siento en la obligación de hacer algo, algo que haga que mejores, y... Se me ha ocurrido esto en base a lo que nos pasó la última vez. Cuando tras hablar de ella reaccionaste. – Voy a estar bien, lo prometo. Además, no volveré sola, volveré con ella, – aseguré – En serio lamento haberte engañado antes, es que solo, no quiero angustiarte, – me excusé – De ahora en más tienes que preocuparte solo y únicamente en mejorar ¿Si? Para que en lo que lleguemos nosotras, ya estés de pie y alerta ¿Vale? – supliqué.      No tuve respuesta, seguía durmiendo.      Tenía que irme antes de que Coney llegara, así que había llegado el momento de dejar de darle vueltas y decir «Hasta pronto». Seguía sin estar lista, pero no tenía opción. Me acerque a su cama, no sin antes darme contra la mesa de noche a su lado, haciendo ruido.      Me quedé paralizada un momento, no ví reacción, ni movimiento, pero si sentí el dolor por el golpe. ¡Maldita mesa! Menos mal que no le he despertado.       Habían tres cosas encima de la cómoda, únicamente tres, un vaso de café vacío, una foto de mi padre y mía enmarcada en un cuadro de madera y un florero con uno de los arreglos de mejórate pronto que habían enviado esa semana los del bufete.      Algo cruzo por mi mente, lo que me llevo a abrir la gaveta superior procurando hacer el menor ruido posible. Allí estaba, el guardapelo de mi madre, junto con la bolsa de evidencia, la carta ya estaba en mi bolso de mano. No sabía por qué no me había llevado el guardapelo a casa antes, pero ahora lo agradecí, porque sabía justo que haría con él.      Tome el guardapelo y me lo coloque encima de mi cuello, el frío del metal podía sentirse ligeramente  bajo mi sencilla blusa. Di los pasos suficientes para acortar la distancia que quedaba entre la posición de mi padre y la mía. Quise tocar su rostro, quise preguntarle algo, quise acomodar su cabello, pero aquello era un riesgo, podía despertarlo, así que solo lo observé, me acerque un poco y le di un ligero y callado beso en la frente.     Luego me aleje y tome mis maletas. Di un último vistazo a la habitación, en el marco de la puerta volví mi mirada al lugar donde estaba mi padre, y dije lo que había estado esquivando desde hacía horas atrás. – Hasta pronto papá. – Dije en un todo de voz sumamente bajo, casi un susurro – Te amo – dije antes de cerrar la puerta y emprender rumbo a mi viaje, mi nuevo destino y mi nuevo objetivo, encontrarla.
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