Otros huéspedes

2682 Words
     El plan B consistía en contratar a alguien que cuidara de mi padre, y que mejor para ello que una enfermera. Así que, después de que Nuria indagara entre sus números contactos, llegó Coney.       Coney Adams era una morena de cabello rizado, con mucha personalidad, siempre se quedaba hasta que yo llegaba; bañaba y afeitaba a mi padre, incluso a veces grababa los audios de las series favoritas de papá, le ponía los auriculares, y eso era todo.       Mi padre no había presentado mejoras, seguía igual, estático en las mismas condiciones, pero tampoco empeoraba, lo cual era mi consuelo. Coney era muy activa y era fácil hablar con ella, cuando teníamos la oportunidad de convivir, ella siempre lanzaba chistes o anécdotas que me distraían un poco de mi realidad, aunque claramente nunca era perecedero.      La semana de finales fue muy ruda, tuve que pagarle extra a Coney para poder enfocarme en estudiar lo suficiente; ya al culminar el semestre, logré pasar las materias, gracias a la consideración de mis profesores y compañeros, y por supuesto a noches en vela para poder estudiar, y a base de cincos, pase.       Cómo buenos estudiantes universitarios, nos habíamos acostumbrado a, cada final de semestre,  festejar su culminación con una semana de fiestas, a la cual me hubiese encantado ir, pero mis prioridades eran otras, por lo cual, mientras mis compañeros festejaban el final del semestre, yo volvía al hospital, dónde me esperaba la persona que más quería en el planeta. – Podrías tomar un trabajo Adela – me decía Coney mientras recogía sus cosas. – ¿Bromeas? Acabo de terminar el semestre, y mi padre necesita toda la atención posible – le dije, a lo que ella respondió con un sonrisa. – Igual no es mala idea, estar todo el día en el hospital no te hará nada bien. – No estaré todo el día ¿Crees que te libraras de nosotros? – le señale – ¿Estás oyendo papá? Y tú qué te habías encariñado ya – dije a ambos, lo que cuando que Coney riera. – Llámame si necesitas algo ¿Vale? – dijo la morena agitando su cabello – Está bien, te veré mañana Coney – me despedí. – Cuenta con ello – me guiño el ojo, un gesto muy común en ella, y así se retiró, y yo me quede con mi padre como cada tarde desde hacía ya un tiempo.      Cómo era lógico, al ser una habitación compartida, la habitación había sido ocupada en varias ocasiones. Teníamos un historial bastante curioso, un motorizado en recuperación, un operado de apendicitis, una de vesícula y, por supuesto, no podía faltar el actual nuevo huésped de la habitación, un señor que venía de traslado, el señor Charles.      A menudo no me costaba convivir con los pacientes, eran personas dulces y muchos estaban asustados. El problema casi siempre radicaba en sus acompañantes, y particularmente, la señora Charles era insoportable, se quejaba por todo. Sobre el aire acondicionado, la comida, los asientos, la programación de la televisión, y nadie se atrevía a decirle nada por ser familiar de uno de los dueños del hospital. Ella tenía poder, y eso le encantaba.      Los médicos a menudo se sentían frustrados con su impertinencia, no los dejaba trabajar tranquilos, no hacía caso a las indicaciones de los doctores, pero tampoco permitía que los doctores se fijarán en otros pacientes a parte de su esposo, en una ocasión le gritó a Coney por no estar al pendiente de su esposo, en lo cual tuve que intervenir.       En una ocasión la escuché susurrar que «Era importante el orden de prioridades y de estatus, atendiendo primero al hombre que se puede recuperar con mayor facilidad que al paralítico de al lado», haciendo referencia a mi padre; fue tanto mi molestia que tuve que encerrarme en el baño a contar hasta cincuenta para no ahorcarla mientras dormía. Mi padre no está paralítico.      Hoy al llegar a la habitación después de salir en búsqueda de un café la encontré revisando la cómoda de mi padre. Este es un nuevo nivel de descaro. – Se puede saber ¿Qué hace? – le dije a la señora Charles. – ¡Ah! – Exclamó sorprendida– Me has dado un susto. – Tal vez es porque está al pendiente de hacer otras cosas – dije señalando la cómoda – que se sorprende tan a menudo. – ¿Qué? – Dijo sorprendida – ¿Esto? Es que, la cómoda de mi esposo es muy pequeña y necesito guardar unas cosas. – Y decide hurgar en la de mi padre ¿Por qué...? – ¿No me has escuchado? – Exclamó – Necesito espacio. – Ajá ¿Y eso a mí qué? – Exclamé cortante – Tu no la usas, así que pensé que podrías cedérnosla temporalmente. ¿Qué? – ¿Cómo sabe que no la uso? – pregunté. – Pues, nunca veo que busques nada en ella, así que... – Así que asumió que era una gran idea fisgonear en ella para ver si era cierta su teoría ¿no? – Le interrumpí enfadada – ¡Oye! – Exclamó con indignación – Más respeto niña. – Creo que no está moralmente capacitada para exigirme respeto señora – señalé. – No tienes que ponerte así – indico – Es solo una cómoda que no usas – Si, es solo una cómoda – afirme – la de mi padre, y si decido usarla o no es mi asunto – indique cansada – Así que la invitó a no fisgonear entre mis cosas ni las de mi padre o tender que levantar una queja. – ¿Una queja a quién? ¿Acaso no sabes... – Se muy bien quién es señora Charles, sería imposible no saberlo considerando lo mucho que lo presume – señale – pero hay reglas que hasta usted debe cumplir. – Pero bueno... – exclamó. – Si tanto desea más espacio ¿Por qué no usa sus influencias para ir a un cuarto sin compañía? – pregunté curiosa. – No seas insolente y falta de respeto. Hay que ver... ¡Affff! – Solo se lo digo, porque de ser así no tendría que fisgonear entre las cosas de los de... – ¡No soy ninguna fisgona! – gritó. – ¿No? Entonces ilústreme – le dije con actitud de reproche – ¿Cómo se les llama a las personas que hurgan en lo que no es de su pertenencia? Cuando claramente usted sabe que tiene una cómoda y nosotros otra. – Eres una... – empezó a hablar. – Mire – le corté – ¿Encontró lo que buscaba? Vio que no hay nada suyo. – Pues, encontré esto – me dijo mientras mostraba una bolsa de plástico, las cosas que nos entregó el forense, Coney me lo había dicho pero yo no las había revisado, hasta había olvidado que estaban allí. – ¿Es suyo? – le pregunté. – No, pero si me dejas.... – No, no le dejo – le dije – Si no es suyo no tiene por qué revisarlo – señalé mientras mostraba mi mano en señal de que deseaba recuperar lo que era mío y de mi padre – Le pido me devuelva mis cosas, y le imploro que deje de hurgar en las mismas por favor – pedí cortésmente – Y por si no quedaba claro, no le daré la cómoda de mi padre ¿Entendido? – le solté no tan cortes.      Ella no me dijo nada, se limitó a mirarme, devolverme las cosas que tenía en su mano y retirarse a su lugar. ¡Qué raro!      En la habitación estábamos mi padre, la señora Charles y yo. El señor Charles no estaba, lo habían llevado temprano a una consulta y exámenes previos a su operación pautada para el día siguiente.      Escuché a la señora Charles murmurar algo, pero lo ignore, tenía el presentimiento de que no era de mi incumbencia o que no me agradaría su comentario, como ella. Por lo cual solo me senté en mi sillón, acercándome a mi padre para acariciar su cabello como a él le gusta.      Esa sensación me era tan familiar y al mismo tiempo tan ajena a mí, pensaba en cuánto desearía poder escucharle hablar, decir algo, cualquier cosa. «Adela»; «Te quiero»;  «Tengo hambre»; «Esa vieja es insufrible»; «La dieta líquida es un asco». Cualquier frase, por más trivial que fuera, pero no recibía nada, absolutamente nada de su parte. Casi cuatro meses habían pasado, y mis esperanzas disminuían con cada día que pasaba. Era desesperante.      Observé por el rabillo del ojo y me percate de la bolsa que tenía entre mis manos, una bolsa de color n***o con el estampado de confidencial en medio, bastante ligera, lo que me supuso que no había mucho que procesar. Indague un momento en la bolsa, sentí diferentes tipos de textura, una acartonada, otra de plástico también, diferentes texturas que avivaron mi curiosidad.      Estuve a punto de sacar algo note una mirada pesada que reposaba sobre mí, la señora Charles estaba mirándome fijamente desde el pasillo, justo en frente del televisor, muy probablemente viendo que revisaba la bolsa y queriendo saber el contenido de la misma.       Al notar que yo también la observaba su semblante cambio, desvío rápidamente su mirada y se apresuró a cambiar los canales, lo dejo en la programación de Dos hombres y medio. Te descubrí con las manos en la masa mujer.  –Mi padre odia ese programa – admití a la señora Charles. – ¿Qué más da? – dijo a modo de respuesta, con una mirada intensa. Quiere pelear. – ¿Podría por favor cambiarlo? – Pedí amablemente – En serio no es del agrado del único paciente que está en la habitación. – ¿De verdad crees que lo oye? – pregunto curiosa, aunque malintencionada – Si, lo creo, ¿usted no? – le pregunte.      Pareció iluminarse su rostro cuando soltó su bomba. – Yo creo que está más muerto que vivo – soltó sin inmutarse un poco.      A esta mujer no le habían enseñado nada de sensibilidad en su vida. Tras ver qué no respondía continuo hablando. – No pretendo que usted comprenda –dije a modo de respuesta. – Tal vez deberías pedirles que no alargaran su sufrimiento – insinuó indiferente. ¿Que está diciendo?      Trague saliva. – ¿Cómo haría eso según usted? – pregunté a modo de confirmación. – Dicen que con una inyección está listo – dijo sin inmutarse ni un poco. – Insinúa que ¿Debería matar a mi padre? – Oh no, dicho así suena muy feo – soltó maliciosamente – Solo digo, ¿Para qué hacer sufrir a un hombre que tal vez nunca despierte? Esto se iba a poner bueno. – Señora Charles, si su esposo muriera durante la operación ¿Le daría gusto?      Pareció exaltada por ello. – ¿Qué? ¡No! ¿Cómo crees que yo... – Me cuesta creerle – dije. – ¿Cómo te atreves a insinuar una cosa así? – exclamó ofendida. – Lo lamento – mentí – es que, dado su comentario, me dio la impresión de que usted es un ser desalmado – solté frívola – Y tú eres una chiquilla maleducada – dijo enojada.      Ella se fue alejando, haciendo ademán de incorporarse y marcharse, pero yo le seguí. Esto no ha acabado. – Y usted es un ser insensible y sin escrúpulo – exclamé – Puesto que hay que serlo para insinuar algo como aquello. – Yo no dije nada – acotó. – No hace falta ni que lo diga para entenderlo – aclaré – Mire, solo para que esté informada, eso es un acto ilegal, me refiero a lo que insinuó. – Yo no insinué... – Para que conste, – le interrumpí –mi padre despertara, se lo puedo asegurar – dije con seguridad, aunque no la tenía – Y, debido a que él es el maldito paciente aquí ¿Haría el favor de cambiar el maldito canal ahora? – Aprende a hablarle a tus mayores niña. – Lo haré cuando usted aprenda a ser un ser humano merecedor de respeto. – Levantaré una queja sobre esto niña – amenazó. – ¿Y qué dirá? ¿Qué herí sus sentimientos? – Pregunté a modo de burla – ¡Pues vaya y hágalo! – Le rete – Por ahora, haga el favor de irse – ¿Quién te has creído tú? – Soltó furibunda – ¡Está es la habitación de mi marido! Ya no aguanto más. – Escúcheme bien señora Charles – empecé – Aunque ahora no lo crea, usted dentro de menos de una semana se irá de esta habitación y de este hospital con su esposo, sea de la manera que sea, la cual espero que sea de forma positiva, ya que me agrada el señor Charles a diferencia de usted – aclaré – Pero...      La sola idea de reconocerlo en voz alta frente a esa mujer me daba dolor de cabeza. Esa mujer era despreciable y me caía mal, pero no deseaba que nadie viviera lo que yo, y aunque el personaje fuera una verdadera porquería, había algo que yo le envidiaba con el alma. – Pero yo seguiré aquí – continúe – en la misma habitación, en las mismas condiciones, cuidando de mi padre en estado de coma. – Señorita Windshields – dijo, esta vez mostrándose un poco más sensible. – ¿Si lo entiende? – Pregunté entre sollozos, aunque sin lágrimas – Usted se irá, junto con su esposo, ambos bien – esperaba – Pero yo me quedare justo aquí. y seguramente veré a muchas más personas como usted, honestamente espero que sean muy diferentes, pero a fin de cuentas da igual. Ellos también se irán tarde o temprano, he incluso después de eso, yo nuevamente seguiré aquí. Pase lo que pase, haga lo que haga, si mi padre no despierta no puedo irme de aquí, estoy atrapada. ¿Lo comprende? – grité con mi voz quebrada – Por lo que, si tiene algo de consideración y respeto por los otros cambiará el maldito canal y dejara de fastidiar ahora mismo.      Hizo ademán de decir algo, pero luego se quedó callada. ¡Milagro Divino!, No pensé que eso fuera posible si quiera.      Al poco tiempo, entro Nuria a la escena, entrando en fase de heroína de mi tarde, llamando a la señora Charles para que acompañará a su esposo. Ella solo apagó el televisor, me miró de reojo y se fue sin lanzar más palabras.       Cedi a la presión que arrastraba a mi cuerpo y caí sobre mis rodillas en el duro y frío piso de baldosas blancas, las lágrimas ardían en mis mejillas, pero no dejaban de brotar, y yo hacía lo posible por no emitir algún ruido que denunciará mi estado a la persona que tenía en una cama a tan solo unos pasos de mí. – ¿Estás bien? – dijo Nuria tratando de ser cuidadosa con sus palabras.      Yo solo asentí y señale al lugar donde estaba mi padre, haciendo señas de que guardara silencio sobre mi estado actual. Ella entendió, y me hizo señas para salir de la habitación.      Ya en la entrada de la puerta de madera con el gran número 32 en la parte superior, Nuria se atrevió a alzar un poco su tono de voz. – Puedes pedir un cambio de habitación, nadie te culparía – me alentó ella. – No quiero más conflictos ¿Si? – Vamos, no te pongas así, – dijo tratando de levantar mis ánimos. – No escuchaste lo que me dijo – Esa mujer es difícil, lo sé, tu solo no le des la atención que ella desea – dijo retirándose, imagino tenía otras ocupaciones.      Después de un momento supe que no serviría de nada entrar en la habitación, mucho menos quedarse en ella, cuando lo que más deseaba era salir de ella, tome un respiro y entre solo para darle un beso a mi padre. – Vuelvo en cinco minutos – le dije y salí de la habitación.  
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