Gratiae

2282 Words
    Una vez que el avión aterrizó y culminara el desembarque del mismo, Sonya y yo nos dirigimos a la zona donde retiraríamos nuestro equipaje, del cual, entre tantas maletas, la mía destacaba con su rojo brillante.      El aeropuerto de Gratiae era lindo, estaba pintado de blanco, con cerámica brillante y mostradores de piedra pulida, estaba impecable y la luz blanca solo lo hacía ver más pulcro. Saliendo por el pasillo del aeropuerto a buscar a la agencia de viajes, Sonya y yo contemplábamos las tiendas a los alrededores y los anuncios y folletos en latín, mientras las personas alrededor, nos observaban curiosos. – ¿Sonya? – dije haciendo mi máximo esfuerzo para decirlo bien, no quería otra clase de pronunciación de: Se dice «Sonya» no «Sonia». – ¿Si? – respondió calmada. – Nos observan mucho – le comenté a mi compañera Rusa. – Es lógico, somos extranjeras – aclaró. – Esto es un aeropuerto – insté como algo obvio. – Si bueno, supongo que lo diferente siempre atrae ¿No? – ¿Puedes confirmarlo? – pregunté. – Por supuesto – aseguró – Verás, es como cuando llega un nuevo chico a tu escuela, o cuando llega una nueva atracción a la feria, todos quieren saber al respecto, conocerle o incluso probarlo ¿No te parece? – agregó.  ¡Vaya! No hay fallas en esa lógica. – ¿Con probar te refieres al juego o al chico? – pregunté.      Ella se carcajeo y me lanzó una mirada pícara – ¡Bingo! – exclamó, lo que a su vez me hizo reír.      Tras seguir recorriendo el pasillo, encontramos el lugar físico encargado de llevarnos sanos y salvos a nuestro destino. Era un local con el letrero de «VelVoyager» en colores vistosos. En el mostrador nos dieron la información necesaria sobre cómo llegar a nuestro transporte designado, y nos ofrecieron a un acompañante para asegurarse de que llegáramos a la parada correcta. Además nos ofrecieron una pequeña caja a cada una, con algunos manuales, refrigerios, un termo y una camisa con el logo de la agencia, y lo más importante, la visa de turistas. – Gracias – dije al amable joven del mostrador. – Tengan un buen viaje – dijo el joven en un acento extraño pero entendible. Hizo una especie de reverencia a modo de despedida para luego dejarnos en manos de nuestro guía a la parada.      La parada de autobuses era tan pulcra como el mismo aeropuerto, quedaba en una de las salidas del mismo. El guía ya nos había explicado que el tren estaba en reparaciones, por lo que nos salía irnos en autobús, eso decepciono un poco a Sonya, pero en mí no causó un gran efecto. Total no es la gran cosa igual continúan las horas de viaje.      Sin embargo, agradecí enormemente a la agencia por encargarnos a un guía, porque de estar solo nosotras allí, en busca de la parada, muy seguramente nos habríamos embelesado con alguna tienda y acabaríamos perdiéndonos.      El aeropuerto era enorme, tanto que parecía que nunca íbamos a llegar, era tan extenso y tenía tantos pasillos, más que un aeropuerto parecía un centro comercial, todo lleno de luces y gente y locales.      La parada estaba ubicada al final de uno de los tantos pasillos del inmenso aeropuerto, y para llegar a ella, cruzamos una especie de extraño laberinto, el cual, según nuestro guía era «Un atajo». Recorrimos tantos pasillos y entrecruzados que mi cabeza daba vueltas, Sonya parecía no inmutarse, pero yo ya me había asustado al ver que no llegábamos a ningún lado. Pero cuando llegamos el alivio fue inmenso, aunque intente que no se notara.      El muchacho, cuyo nombre nunca llegue a preguntar, nos informó cual era nuestro autobús designado. El autobús era lindo, de un tono rojo vino, bastante moderno, con una puerta corrediza y el logo de la agencia de viajes «VelVoyager» en los laterales del autobús . – ¡Vaya! Autobús propio ¿Eh? – comentó Sonya asombrada. – Tienen clase – dije bromeando, lo que la hizo sonreír.      Había hecho de nuevo su trenza, por lo que su cabello estaba perfectamente acomodado, pero su labial se había corrido, dejando una ligera tonalidad de lo que antes había sido un rosa fuerte en sus labios, lucía más natural, naturalmente rusa, naturalmente bella. Estúpida, ¿Por qué tienes que ser tan bella?       Nuestros nuevos guías eran un hombre y una mujer, ambos de cabello n***o y ojos grises, no eran parecidos pero si tenían eso en común, eso y su tez muy pálida, como si nunca fueran a la playa o a tomar el sol.      Éramos un grupo de al menos treinta personas, que incluía solo a turistas extranjeros, ningún nativo del Antiguo Continente iría en ese autobús. Nuestros guías se presentaron, al parecer eran nativos de Velum y se encargarían únicamente de nuestro traslado desde el punto en que estábamos, hasta Luminus, capital de Velum. A partir de allí, tendríamos un guía designado por la misma agencia, que se encargaría de cumplir con una serie de recorridos y paseos programados para nuestro disfrute. Yo no voy allá a disfrutar, voy allá para buscar a alguien.      Comenzaron a hablar de nuestros posibles itinerarios, incluyendo horarios de comida y descanso, posibles lugares que visitaremos y el lugar donde nos alojaríamos durante nuestra estadía en Velum. Revisaron que todos tuviésemos nuestros respectivos papeles al día, incluyendo la visa, ya que el que no tuviese visa no podría viajar, una vez revisado todo continuaron hablando sobre normas y leyes que debíamos acatar durante nuestra estadía. Los extranjeros también tenemos normas que cumplir.      Las leyes y su cumplimiento no eran un tema desconocido para nadie, sobre todo para mí. Recordé a mi padre citándome artículos de los «Deberes» y «Derechos» de los ciudadanos, tanto nativos como extranjeros, al pensar en el volví a tocar el guardapelo de mamá, que creo se volvería una tendencias.       Las normas a cumplir en Velum eran... Pues, muy específicas, no podrías darles la vuelta ni queriendo. «Salir a partir de las doce del hotel estaba prohibido», «No se puede salir del itinerario», «Abandonar tu grupo de tour no estaba permitido»...      Esta última causó un poco de revuelo, ya que muchos no la entendimos; nuestros guías se tomaron el tiempo de explicarnos la función de esa regla. Se supone que durante nuestra estadía en Velum tendríamos a un guía designado por grupo, un grupo conformado por seis personas; cómo éramos treinta personas, matemáticamente hablando, aquello implicaba que tendríamos que dividirnos en cinco grupos, y a disposición de cada grupo habría un guía. Un total de cinco guías a disposición de su grupo. Así es cómo se promueve el empleo.      Nos informaron que, al llegar a Luminus, en Velum, nos llevarían directo al hotel para comer y descansar, lo cual me apetecía enormemente. Estaba ansiosa por descansar de tanta viajadera.      Los puestos del autobús no estaban asignados, y como eran dos filas de dos asientos cada una, le pedí a Sonya que se sentará conmigo, aunque creo que está ya había asumido que así sería, solo me pidió que le diera el asiento de la ventana lo que hice con gusto.      El autobús estaba lleno de tantas personas de diversos lugares, un grupo de treinta personas, todas diferentes entre sí, cada uno con su propia cultura, sus propios valores, sus propios motivos para aventurarse en un viaje a este lugar, que era desconocido para todos los aquí presentes, o al menos, que yo supiera.      No habíamos terminado de arrancar cuando escuchamos un quejido de un muchacho, que al parecer se había golpeado con algo. – ¡Ashhh! – se quejó – mañana tendré un moretón por esto – dijo colocándose una mano en la frente.      El muchacho fue a parar justo al asiento de enfrente de donde Sonya y yo nos encontrábamos. En un principio no compartimos nada, solo se quejaba entre susurros en un idioma que no conocía, varias veces observé a Sonya para ver si ella lo entendía, pero por lo visto no conocía ese idioma. Ni que supiera todos los idiomas del mundo.      Luego, en algún punto, el muchacho se asomó hacia nuestra dirección, ofreciendo una especie de bolsa con letras chistosas y desconocidas para mí. – ¿Quieren? – dijo el chico en un idioma conocido, el mío. – ¿Ah? – Dijo Sonya – ¿Qué es eso? – Es una golosina Tai – compartió – ¿No la conocen? Es muy popular. A decir verdad, no. – No la conozco – dijo Sonya observandole – Ni a ti. El chico sonrió. – ¿Tu amiga no habla? – dijo señalándome. – No la he probado – respondí – Pero gracias – añadí cortésmente. – Vamos, prueben una, – pidió – no es divertido negarlas si no saben lo buenas que son – dijo bromeando. – ¿Para que las ofreces si vas a negarlas después? – pregunté. – Pura diversión – sonrió. – Ya – añadió Sonya cortante. – Vamos... – insistió – Solo una, les prometo que si no les gusta no les fastidio más. – ¿Y si nos gustan qué? – pregunté yo. – Pues, – pensó – por la fabulosa oferta del dia de... Hoy, las compartiré con ustedes, solo porque me han caído bien. – En diez minutos de plática – dijo Sonya viéndole con mala cara. Hay química aquí, pero no sé si de la buena. – No seas aguafiestas y solo prueba – continúo insistiendo el muchacho – ¿O le temes a una golosina? Qué infantil.      Sonya dudo un momento, pero termino aceptando el reto, probando del contenido de la bolsa, era algo así como una fritura amarilla, lucía como una chuchería normal, nada peligroso. Sonya la degustó un momento, quería leer su cara, al principio su semblante era neutro, pero luego algo en sus ojos cambio, parecía disfrutarlo, le gustaba. – ¿Y bien? – pregunté. – No es la gran cosa – mintió, lo que mató de risa al chico. – Te creería, – comentó –si no supiera lo buenas que son – puntualizó. – Creo que no tenemos los mismos gustos – añadió ella con deje de superioridad. – Tu turno – añadió el chico, ignorando el comentario de la rusa. – Yo no... – dije intentando no sonar grosera, pero no quería probar algo que me ofrecía un extraño, no soy muy de probar cosas nuevas. Excepto esto de viajar sola a un país completamente nuevo y desconocido. – Descuida – dijo Sonya tratando de tranquilizarme – No es para tanto, puedes hacerlo. – Vale – dije un momento después de pensarlo.      Con mi mano tome una de las frituras de la bolsa, para posteriormente meterla en mi boca, era salad ay crujiente, no sabía que tenía, pero tenía un sabor a condimentos y un toque de picante ligero que hizo brotar a mis sentidos. Era buena... ¡Era súper buena!. – ¿Que dices entonces? – soltó el chico ansioso.      Mire a Sonya, que esperaba ansiosa mi respuesta, no sabía si quería que mintiera, sabía que le había gustado pero que había mentido, pero ¿Para qué negar lo que es obvio tras probarlo? – Están ricas – dije. – ¿Es en serio? – dijo Sonya fastidiada. – Lo siento – me disculpe con mi compañera. – ¡Eso! – exclamó el chico victorioso, haciendo que los demás le mandarán a callar – Perdón – se disculpó de una manera tan curiosa que me hizo reír. – ¿Te gustaron entonces? – pregunto el muchacho entusiasta. – Oh mucho – afirmé. – ¿Quieres más? – dijo ofreciéndome. – Pues, si quieres.... – dije haciendo ademán de tomar otra. – He sido vendida por unas golosinas – dijo Sonya interrumpiéndome. ¡Diablos!  – Oh vamos Sonya – dije – no es para tanto. – Esperaba tu apoyo Adela. – Dijo mirándome con cara de reproche – Lo siento, pero... Es que están ricas – admití, ella puso los ojos en blanco, lo que me hizo reír a mí y al extraño de enfrente. – Sonya y Adela ¿Eh? – Agregó – Es un placer – dijo haciendo una reverencia – Si si... Gracias – dijo Sonya de mala gana. – ¿Cuál es tu nombre? – pregunté al chico de enfrente. – Soy Zen Sukkasem, pero pueden decirme Zen – dijo amable – Soy de Tailandia. – Ah, eso explica los rasgos.      Zen era un chico extremadamente alto y flaco, era imposible no verlo a la distancia con es altura, lo había visto antes de entrar al bus, pero no pensaba en presentarme o conocerlo. Nunca había visto a un tailandes, pero había notado que era a******o por sus ojos cafés rasgados, aunque era tan leve que, de no haberlo tenido tan cerca, no lo habría notado. Tenía la tes algo bronceada, pero era brillante y muy sana. Y pues, a simple vista, parecía simpático, y por lo visto, lo era. – Soy Adela Windshields, y... – dije observando a Sonya, la cual se rehusaba a mirarnos – la chica que está a mi lado es Sonya Shaik. – ¿Y de dónde son? – pregunto curioso, esbozando su sonrisa. – Soy americana – dije a modo de respuesta. – Ahhh, si se nota – señaló. – ¿En serio? – Bastante – afirmó. – Algunos no lo creen así – comenté mirando a Sonya, la cual me respondió con una mirada fulminante. Me callo. –Es la misma clase de gente que no les gustan las golosinas – dijo Zen bromeando. A Sonya no le causó gracia, pero a mí me dio mucha risa.
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