¼ de Milagro

2439 Words
    En la habitación 32 del Hospital General de Massachusetts, yacía en la cama de la izquierda, con una bata azul marino e inconsciente, o mejor dicho en coma, el señor Matthew Windshields, mi padre, la persona que más quería, por quien me había quedado angustiada todo este tiempo; allí estaba el, ignorando el hecho de que había una carta que mi madre le había escrito, o bueno, tal vez si lo sabía, muchas dudas estaban en mi cabeza, y sabía que nadie podría responderlas, pero la frustración ante ello era mejor que la tristeza por el estado de mi padre.      Me acerque a mi padre y nuevamente toque su cabellera limpia, con olor a fragancia masculina, algo entre el mentol y el pino, era fresco y relajante. Amaba a ese olor, lo amaba a él, y quería contarle, debía contarle, debía haber algo que pudiésemos hacer.  Mamá está viva, ¡Viva!... Viva y a salvó, aunque esta…. No sé bien donde está.      Ciertamente había muchas cosas que no entendía, la carta decía que ella seguiría intentado, pero ¿Intentando qué? ¿Qué estaba haciendo allá? ¿Cómo es que recibimos noticias de ella después de diez años?... Y lo más importante, la reacción de mi padre había sembrado en mi algo, que supe que era verdad desde el momento en que lo pensé. – Ya lo sabias ¿eh papá? – dije en voz baja.      En el cuarto no había nadie, solo estábamos nosotros, así que podía hablar con libertad si deseaba, pero no quería hacerlo, yo quería que fuera algo más íntimo, que solo fuera entre nosotros. – Has sabido dónde estaba mamá todo este tiempo ¿No? – Le dije – O al menos sabías que no había muerto ¿No? – No esperaba una respuesta, no era tan ilusa. – Lamento confesarte que he leído la carta, y me temo que antes que tú – indique sacando la carta.      Volví a leer cada palabra, está vez con especial gentileza y lentitud, para que no hubiese confusión alguna, y mi padre tuviese la perspectiva clara. – Dijo que te mantuvieras fuerte – le dije – lo que significa que debes mejorar para que podamos volver a verla.      Vi a su rostro, pálido y delgado, pero aun así, era un rostro que me llenaba de emociones, el rostro de querido padre. – Sé que debe ser impactante – dije entre sollozos – Yo aún lo proceso, y sé que sabías más de lo que me dijiste ese día. No sé el por qué no me lo contaste, pero no me importa, porque ahora tenemos algo.      Pensé en posibles respuestas que él podría darme, pero falle en el intento de tratar de que la voz en mi cabeza sonara como la de él, tal vez solo me hacía falta práctica. – Puede sonar ilógico, después de tantos años recibir una carta cómo está, bien podría ser una mala jugarreta, pero no lo creo ¿Sabes? – Solté un suspiro – Recuerdo su letra, la recuerdo muy bien, siempre quise tener una letra como la de ella. ¿Recuerdas que me hacía transcribir poemas? Un método bastante particular de enseñanza ¿No crees? – Me siento muy arrepentida de haber creído que estaba muerta papá, porque eso creía –admití – Para mí ha sido más fácil pensar ello, puesto que, pensar que estaba viva podría implicar que, posiblemente, nos había abandonado. De haber Sido así yo no podría perdonárselo. – Sabes que no creo en señales, pero esto se parece mucho a una ¿no? - solté – La carta no es muy explícita, solo tiene nuestra dirección y el sello de un lugar.  Ya lo investigue y si existe, creo que se llama Velum, si mamá está allí tal vez deberíamos enfocarnos en ello, debes recuperarte para que podamos buscarla o sino yo... – me interrumpí al sentir algo, era una sensación de tacto frío, aunque no tenía nada cercano.     Baje la mirada, hacía dónde estaba la sensación fría, resultó ser de un dedo, el dedo de mi padre, lo había movido cerca de mi brazo. Espera ¿Qué?      No me percate hasta un momento después, mi padre había movido su brazo, lo había movido lo suficiente como para que su mano y dedo pudieran rozar con alguna parte de mi cuerpo, no creo que hubiese abierto los ojos, pero al escuchar el sonido de mi voz, supuse que le sirvió de guía para lograr encontrarme. – ¡Papá! – dije tomando su mano entre las mías, estaba helada. Nota mental: Cubrir mejor las manos. – Papá, aquí estoy – dije esbozando una sonrisa – Oh papá, – no cabía en mi alegría – Es tu primera reacción en meses – señalé –¿Crees que... Que puedas intentar moverlo, solo un dedo, por favor, es que yo, necesito ver qué... – trate de no sonar muy exigente, solo quería confirmar que no había Sido mi imaginación.      No hizo falta que dijera más nada, antes de terminar vi a su dedo anular moverse de arriba a abajo, en vueltas y en zigzag. – Presumido – sonreí – te pedí que lo movieras, no que alardearas – le dije mientras besaba sus manos, luego su frente y luego hice lo más parecido a un abrazo bajo esa posición – te amo papá – sollocé antes de irme en llanto. **************************************************************************************************************      Un par de días después, posterior a que los doctores le revisaran, y decir que era una leve mejoría, que para mí era como tocar el cielo, las expectativas habían empezado a ir en aumento, aunque rápidamente disminuyeron para ellos al ver que no había avances en las dos semanas que le siguieron.      Continuamente hablaba con él, Coney venía en las mañanas a ser mi suplente mientras iba a atender la casa, pero cuando le conté, se alegró tanto como si se hubiese ganado la lotería, ese día compro cheesecakes para los tres, aunque claramente mi padre no podía comer el suyo.      Fue ella a quien se le ocurrió usar los dedos de mi padre como un juego. El juego consistía en que nosotras le preguntábamos cosas y el movía un dedo (cualquiera de ellos) de un lado a otro. Arriba y abajo era un sí y de lado a lado era un no, para mejorar la movilidad de todos los dedos, cada vez que hacíamos el juego él tenía la obligación de cambiar de dedo, y si no tenía una respuesta en si debía elevar dos dedos y nosotras cambiar la pregunta. – ¿Me has estado oyendo todos estos meses? – pregunté. Movió su dedo índice de arriba a abajo, ósea sí – La dieta líquida es mejor que la comida sólida ¿Verdad? – pregunté a modo de broma. Sí – ¿Estás mintiendo? – Lado a lado; No. – ¿En serio? – No. – Conclusión: Es mala – Sí. – No es divertido si me mientes – Tres dedos. Reí – ¿Que se supone que significa eso? ¿Qué eres un presumido? ¿Ah Matthew Windshields? – Sí. – Muy gracioso – solté entre risas – Señorita Windshields – escuché decir al doctor Daniel desde la puerta. – Doctor, ¿Cómo le va? – últimamente era puro amor y alegría – Justo estábamos... – Me interrumpí al ver que me hacía gestos de salir, debía disimular algo – Ya le dije que no me llame señorita Windshields, Adela está bien. Ahora lo estaba. – No deseo perder las formalidades – mintió, cada que podía me tuteaba. Siguió haciéndome señas. – ¿Doctor desea un café? – Dije cómo excusa para salir – Parece no haber dormido nada – le dije más para mi padre que para el doctor. – Lo agradecería – salió. – Papá tengo que irme – No. Me dijo él. – Vamos, tengo que salir, el doctor Daniel se ha portado bien – le dije – Y tal vez me pida mi número ¿Eh? Y no para hablar de ti – susurré a modo de broma – No. – Papá es chiste, ya le ofrecí el café – Tres dedos. – Presumido, ya vuelvo – le dije, dejándolo con Nuria.      Recorrí el largo pasillo que daba hasta el cafetín dónde me esperaba el doctor. – ¿Si desea el café o solo quiere hablarme? – le dije – Si lo deseo, pero no creo que quiera obsequiarme uno después de informarle lo que tengo que decirle – soltó. ¡Uy! – ¿Algo está mal? – Pregunté asustada – Mi padre está mejorando doctor le juro que... – No, su padre no es el problema. – Oh, entonces ¿Qué pasa? – pregunté curiosa – El seguro, no desea cubrir más sus gastos. ¿No puedo tener unos meses de alegría? – ¿Qué? – dije exaltada – Si, lo lamento, pero si el seguro no paga el hospital... – Eso... – le interrumpí – ¿Eso quiere decir que botaran a mi padre del hospital? ¿Justo cuando está mejorando, porque el seguro no desea cubrirnos? – Lo lamento de verdad, no es que yo lo desee, es que al hospital... – Ya, al hospital no le preocupa que mi padre se mejore. – No es eso, escuche – añadió pacientemente, su mirada se clavó en la mía, incitaba tranquilidad, por lo que decidí escuchar lo que tenía que decir – La mejora más significativa de su padre en estos meses ha sido mover un dedo – dijo – no menosprecio su esfuerzo, pero no ha presentado ninguna complicación, lo cual es bueno problemas, lo único es que su sistema nervioso parece avanzar lento en su recuperación, pero, en este punto somos prescindibles en la recuperación de su padre. – ¿Cómo puede decir eso? ¿Y si llegase a complicarse? ¿Qué haría yo entonces? – Honestamente, no creo que eso suceda pronto Adela – añadió – Ni siquiera hemos cooperado tanto en su recuperación, ha respondido mejor a tus estímulos. – ¿Mis estímulos? – Si, esos juegos que ustedes hacen, y que lo motiven a avanzar a su paso, todo eso influye. – ¿Insinúa que hora no sirven para nada? – El hospital ha ofrecido hospedaje, atención médica, medicinas, nutrición y esas cosas. – Lo sé – reconocí – Pero esa atención no es gratuita, por lo que si su seguro no paga el hospital se verá en la obligación de... – ¿Sabe doctor? – le interrumpí – Se que la salud no es gratis, y que ustedes deben velar por sus intereses, pero dejar a la deriva a una persona débil y vulnerable, bajo un estado de coma y pedirle que se vaya porque el seguro se rehúsa a pagar es algo muy cruel. Así es la vida real Adela. – No es mi intención que suene de esa manera. – De igual forma no hay nada que usted pueda hacer ¿O sí? – No mucho, podría dar una referencia a otra clínica. – Igual el seguro no me cubriría, de todas formas gracias – le dije.      El me observó con la misma mirada de hace meses atrás, la de impotencia y culpa. – No se preocupe, no es su culpa, tome – dije colocando un billete en su bolsillo – Compre su café, le hace falta. – Lamento no poder hacer más Adela. – Lo sé – dije y me retire hacia la capilla. *************************************************************************************************************      Comenzó a crecer mi preocupación tras darme cuenta de lo que implicaba no tener un seguro, ya había llamado y pedido a mi padrino que me ayudara con ello.    Sin el seguro, el dinero nos alcanzaría para absolutamente nada, no éramos ricos, tendría que conseguir un trabajo, pero ¿Quién cuidaría a mi padre si no podía pagarle a Coney y yo tenía que ir a trabajar? Podría solicitar dinero a mi padrino, pero él tenía su familia. Mis tíos serían una opción nula, no me ayudaron cuando solo pedí cooperación, mucho menos cuando pidiera dinero.      De repente, el hecho de que mi padre moviera los dedos pareció poca cosa con respecto a lo que podría tener de avance. Si tardaba otros tres o cuatro meses en mover los dedos de la otra mano, y luego otros dos en los del pie, y así sucesivamente hasta recuperar la movilidad por completo, tendría aquel pagar más de un año de hospital. Debía acelerar el proceso, pero no sabía cómo hacerlo, no se puede exigir a una persona que se recupere de la noche a la mañana, cuando muy seguramente está haciendo todo lo que puede por recuperarse.      Un recuerdo vino a mi mente, el recuerdo del día en que mi padre empezó a mejorar, justo después de que le hablara de algo en particular, o más bien de alguien.      La carta de mi madre estaba en la cómoda, la señora Charles se había ido desde hacía semanas, así que ya no tenía que preocuparme porque hurgaran entre mis cosas, revise la carta nuevamente, cómo había hecho cientos de veces, leyendo las palabras en mi mente para no alterar a mi padre.      Una idea descabellada se fue sembrando en mi cabeza poco a poco, y como nieve en avalancha, solo fue arrastrando más y más hasta se hizo grande e indetenible, paso de ser descabellada a ser coherente, luego lógica, por último se transformó en la única opción.      Desconozco en qué punto la idea se hizo tan fuerte que de repente estaba marcando al número de teléfono del único apoyo que tenía por ahora, el cual sería mi salvación en esta nueva travesía que iba a recorrer, o tal vez mi ruina. – Adela, querida ¿Qué ocurre? ¿Tu padre está bien? – dijo la voz masculina de la otra línea, la de mi padrino. – Él está bien padrino – conteste – ¿Sabe algo de lo del seguro? – Si, – reconoció con poco entusiasmo – No quería contártelo, pero no son buenas noticias. – Descuide, ya me lo esperaba. – Esto no se quedará así Adela, hallaremos la forma.      Mi padrino era de las personas en que más confiaba, era abogado como mi padre, y era la clara excepción de «Todos los abogados van al infierno». – Padrino – replique – le agradezco, pero no insista. – ¿Cómo vas a decirme eso Adela? – Tengo otra idea. – ¿Que tienes en mente! – Es bastante loco, y francamente no sé si vaya a funcionar pero, es lo único que se me ocurre. – Cuenta conmigo ¿Que necesitas? – Asesoramiento legal.
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