Tres

1409 Words
Con enojo camino a la ducha y estrego mi cuerpo de la misma forma, quiero sacar las caricias que Adriano me a dejado de la noche, su perfume está impregnado en mi piel, joder, que solo el recuerdo de verlo sobre mi despierta las ganas de que vuelva a penetrarme. Trato de no pensar en lo que pasó anoche, y pienso en lo que hizo él y su abuelo para quedarse con el dinero de mi abuela, esos dos planearon todo, provocaron que mi abuela se enojara conmigo y me enviara aún internado lejano para luego asesinarla, y obligarla a firmar ese estúpido acuerdo, donde debía permanecer casada con el estirado de Adriano por cinco años, y así lograr quedarse con mi herencia. Es que hasta un ciego podía ver lo interesado que eran esos dos, solo la abuela no podía verlo, y ahora que está muerta menos. Me dejó en manos de esas dos escorias, Adriano y su abuelo, Máximo, ellos dos solo esperan la mínima oportunidad para quedarse con el conglomerado Martini. Una vez que salgo de la ducha reviso mi móvil, hay varios mensajes de Marco los cuales decido ignorar, no sé si tenga que ver en algo con lo que sucedió anoche, espero que no sea así, de todos modos hablaré con él en cualquier momento, pero simplemente ahora no quiero. Para recostarme en la cama recojo las cobijas, cuando encuentro la mancha de sangre vuelven aparecer los recuerdos de aquella noche, suspiro profundo y deslizo mi mano por mi cuello y siento como si los labios de Adriano estuvieran bajando por ese mismo lugar. Al segundo siguiente reacciono y desecho todo recuerdo de lo que pasó en esa cama. Decido concentrar mi mente en otra cosa y olvido que anoche fui mujer por primera vez, y que quien me quitó la virginidad fue nada más y nada menos que él, el hombre que desprecio con toda mi alma. Para no pensar más en eso, entro a la sección de noticias y veo la imagen de Filipo, quiero deslizar, pero lo que está al pie de esta fotografía me llama la atención. “Desaparecido, ayúdanos a encontrarlo” Mis alarmas se disparan al recordar que, Adriano le ordenó a su empleado se encargue de Felipo ¿Acaso el tiene que ver con la desaparición de este? Con el teléfono en mano bajo a toda prisa, camino hasta el único lugar donde puedo encontrarlo, abro la puerta del despacho y lo encuentro de espalda mirando hacia el jardín, al escuchar la puerta abrirse se voltea y me petrifica con esos ojos encantadores. —¿Qué le hiciste a Filipo? —¿Cuál Filipo? — cuestiona al sentarse y entrelaza los dedos de ambas manos. —No te hagas el estúpido, dime, ¿Qué fue lo que le hiciste a Filipo? Porque recuerdo claramente que le diste órdenes a unos de tus hombres. —No sé de qué Filipo me hablas. —¡Claro que sabes, idiota! —, bufo al abrir una de sus carpetas y regar las hojas sobre el escritorio. Sonríe y se acerca —Niña, sal de mi despacho ahora, no hagas que pierda la paciencia. —Ya no soy una niña, recuerda que anoche te aprovechaste de mí y me arrebataste mi virginidad… además, este no es tu despacho, es el despacho de mi familia, recuerda que todo lo que te rodea es mío. —¿Virgen a los veinte? — Suelta una sonrisa burlona —Entiendo que nadie haya querido tocarte—, dice al pasar por mi lado —Eres tan flaca y sin gracia que nadie podría desearte... En cuanto a lo otro, sabes que no todo es tuyo. —¡Claro que es mío!, porque todo esto pertenece a mi familia, tú y tu abuelo solo eran unos muertos de hambre que mi abuela recogió de la calle. —Di lo que quieras—, trata de ignorarme, pero no voy a dejarlo así de fácil, tengo que decir algo que lo haga reventar… su calma me da cólera. —¡Tu abuelo es una rata! —, digo y le veo alzar la mano, tiemblo cuando su mano se direcciona a mi rostro, sin embargo, la detiene antes de chocarla contra mi mejilla —¡Qué! ¿Vas a golpearme? Es lo último que le falta hacer al nieto del raterito de pacotilla, golpear una mujer. —Ana Bella, no me tientes. Sonrío y camino de brazos cruzados —Desde ya te digo que mañana me presentaré en la empresa, tomaré la presidencia porque ya tengo edad suficiente. No voy a permitir que sigas al mando de mi empresa. Suelta una carcajada mostrando su perfecta dentadura, es la primera vez que lo veo sonreír de tal forma, pero no sonríe de alegría, más bien es de burla hacia mí, en ese momento siento las venas de mi cuerpo arder de cólera —Querida esposa, puedes trabajar en la empresa si quieres, pero no tomarás la presidencia, eso no es como ir con tus amigas de compras o realizar una tarea de la universidad, para eso necesitas tener cerebro, ¿y que crees?, eso es algo que no tienes—, dice con las manos guardadas en el bolsillo de su pantalón. —¡Eres despreciable! —, estoy por irme cuando veo un vaso de agua sobre el escritorio, de prisa lo agarro y lanzo el líquido en su cara —¡Púdrete, Adriano Santoro! Acelero el paso con una sonrisa satisfactoria, hacerle la vida de cuadrito a Adriano es mi hobby, solo espero que un día se canse de todo y decida firmar el divorcio para así por fin ser libre. Subo a la habitación y agarro un traje de baño, me lo coloco y me miro al espejo, en mis ojos veo un brillo que jamás había visto, y todo eso se debía a la ardiente noche que pasé con Adriano, solo de recordar sus manos apretando mi cuerpo y sus labios succionando de mis pezones me enciende de nuevo. Después de contemplar por unos minutos mi cuerpo, suelto mi cabello, seguido salgo de la habitación y llego hasta la alberca, a continuación, me lanzo en la piscina y empiezo a nadar para eliminar el estrés. Al subir y sentarme en una de las sillas, veo a una empleada correr en mi dirección. —Señorita, la policía está aquí, y buscan al señor Adriano. Arqueo una ceja —¿En serio? Eso sí que es una buena noticia—, me levanto y voy hacia la entrada, por nada del mundo me pierdo verlo esposado. Al acercarme veo a Máximo hablando con los policías, supongo que Adriano está dentro de la patrulla, eso es lo que imaginaba, sin embargo, el tipo sale de casa y se para junto al policía, desde esta distancia puedo ver cómo su perfecta mandíbula palpita, de un momento a otro me mira, solo es un segundo que posa su mirada en mí, luego la regresa al policía. No logro escuchar lo que dicen, por ello me acerco —¿Qué sucede? ¿Por qué hay policías aquí? —Nada—, dice Máximo —Anabella ve a dentro—, ordena el abuelo de Adriano. —Ya no soy una niña para que me estés dando órdenes—, lo ignoro y camino hasta el policía —¿Por qué se quieren llevar a, este señor? —Nos informaron que la última vez que vieron con vida a Filipo Silva, fue la noche cuando estaba junto a usted y dos jóvenes más, y al salir de la discoteca los hombres de su esposo lo subieron a un auto. —¿Con vida? — cuestiono atónita, y miro a Adriano, quién me echa una rápida mirada como pidiéndome que no hable, incluso interviene. —Ya le dije que ella vino conmigo, y que no sabemos nada del tal Filipo —, explica Adriano sin inmutarse. —¿Está muerto?— Vuelvo a preguntar y el policía asiente. —Debe acompañarnos a la comisaría y dar su declaración, señor Santoro. —Ok, iré—, dice y voltea a Máximo, este se acerca —Llamaré al abogado. —Tranquilo abuelo, no es grave. —¿No es grave?— digo al sacudirlo del brazo una vez que el policía se aleja —Mataste a un hombre y dices que no es grave.
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