Filipo me arrastra hasta una habitación, dónde soy lanzada sobre lo que parece es una cama, y si, eso mismo es, me remuevo sobre esta mientras veo a Filipo desnudarse.
—Ana Bella, pídeme que te haga el amor— Susurra al tomarme del cabello y acercarme a su boca.
Quiero resistirme, pero no puedo, mi cuerpo desea ser poseído, y mi lengua repite las palabras que Filipo quiere escuchar. Las digo aún sin desearlo, el tipo no me gusta ni un poquito, pero mi cuerpo en este instante lo desea.
Veo como Filipo me jala de una pierna y me lleva al filo de la cama, intenta desnudarme y de pronto es golpeado, lo sé, porque aunque estoy algo mareada lo veo caer al suelo.
—Ana Bella, ¿te encuentras bien? — Escucho esa voz y mis ganas por ser tomada se intensifican, me levanto como puedo y me acerco a él, cuelgo mis delgados brazos de su cuello y apego mi boca a la suya, cuando creo que al fin probaré de sus labios, me evade y rechaza mi beso, joder… ¿cómo puede rechazarme y hacerme sentir la mujer más fea y sin gracia del mundo? —Sáquenla de aquí—, ordena al zafarse de mi agarre.
—Adriano Santoro, ¡te odio y te aborrezco! —, le digo porque con su rechazo volvió a herirme.
Al segundo siguiente soy trepada como un costal de papa sobre el hombro de uno de sus guardaespaldas, me acomoda en el asiento trasero y sigo sintiéndome caliente, el guardaespaldas intenta irse y lo llevo a mí —¡Necesito que me hagas el amor! —, le digo y el niega, seguido se aparta porque en ese momento llega él, cuando no, siempre tiene que llegar a arruinar todo, Adriano Santoro, mi esposo.
—Señor, parece que está drogada.
—Si no me dices, no me entero—, replica y el guardaespaldas continúa.
—Señor, pero no es una droga cualquiera, si ella no tiene… relaciones morirá envenenada.
La mirada de Adri vuelve a mí, le sonrío coquetamente mientras muerdo mi labio.
—¡Encárgate de ese! —, le dice y cierra la puerta. Seguido me acerco a él, empiezo acariciarlo, pero joder, este tipo es como un témpano de hielo, ninguna de mis caricias le hace gemir —Ana, compórtate—. Su voz, su respiración su no se que me vuelve loca, aunque el trata de apartarme yo sigo acercándome.
—Adri, hazme tuya—, pido casi en un gruñido, llevo mi boca a su oreja y la muerdo lentamente, seguido introduzco mi lengua dentro de su oído, con ello provoco que apriete mis caderas y que suelte un grueso suspiro.
—Joder Ana ¿Qué voy hacer contigo?— Dice al apartarme.
—Solo tómame y hazme tuya—, digo al momento que me lanzo sobre él y devoro su boca, en esta vez no soy rechazada, en esta vez corresponde a mi beso y se come mis labios con primicia.
—¡Oh, Adri! Continúa así, no dejes de besarme, no te alejes—, jadeo con fervor.
—Señor, llegamos—, interrumpe el chofer, justo cuando Adriano recorría mi cuello.
De golpe se aparta de mí y queda jadeando —Entremos—, baja del auto y me toma en sus brazos, llegamos a mi habitación y me lleva a la ducha, intenta bajarme la calentura pero no puede, a pesar de que había pasado algunos minutos en la ducha seguía caliente, y seguía deseando que él me haga el amor —¡Mierda!— lo escucho gruñir cuando le digo que no puedo respirar.
—Adriano, te necesito—, me levanta del suelo y me apega a la pared, levanta mis brazos y saca mi blusa, con rapidez se deshace de mi sujetador y del resto de ropa.
Bajo la tibia agua que cae de la ducha Adriano Santoro acaricia mi cuerpo provocando que suelte más de un jadeo, sus grandes manos me trepan sobre su cintura, mientras tanto sus gruesos labios succionan de mis pezones, joder, no se como este hombre puede acariciar de esta forma, es tan ardiente que enciende más mis ganas de ser follada por él.
Lo que empezamos en la ducha lo terminamos en la cama, y no solo una vez, si no varias veces hasta quedar exhausta, Adriano es un gran amante, hace que el placer aumente en cada caricia y embestida que me da.
Al día siguiente, me levanto con un fuerte dolor, es como si tuviera la cabeza dividida en dos partes, incluso mí entrepierna me duele. Después de estirar mi cuerpo abro los ojos, parpadeó un par de veces y sonrió por el sueño ardiente que tuve anoche.
—Joder, me duele—, digo al llevar mi mano al vientre, y descubro que estoy desnuda. Me siento de un salto olvidando por completo el dolor.
Al escuchar la ducha encendida me paro de la cama y camino despacio hasta el baño, lo que mis ojos ven me deja sin aliento, no puedo creer que todo lo que creí era un sueño haya terminado siendo verdad, muerdo mi labio al ver el agua rodar por la ancha espalda de Adriano, joder, que hombre para más sabroso, ladeo mi cabeza y regreso a la cama.
Observo la mancha sobre la cama y me lleno de odio, una vez que sale le quedo mirando con ojos afilados.
—¿¡Abusaste de mi!?— Me ignora y agarra sus prendas —¡Infeliz! ¡Me violaste! —, frunce el ceño y tensa la mandíbula, al no obtener respuesta de su parte empiezo a manotear su pecho. Con sus fuertes manos me toma de ambas muñecas y me lanza sobre la cama —Debes agradecerme.
—Agradecerte, ¿por qué debería agradecerte que me hayas violado?—, me levanto muy enojada y lo enfrento, su mirada rueda hacia abajo y es ahí donde me doy cuenta que he soltado la sábana —Cúbrete, ¿o volverás a rogarme que te haga el sexo?
Dicho eso seca su cabello y se propone a salir. Suspiro mientras observo su ancha espalda recién bañada, joder, que hombre el que me tocó por esposo.
—Debí estar sumamente drogada para haberte pedido eso, además, tú no sabes hacer el sexo—, digo y se detiene, se gira y camina a toda prisa hasta mí.
—Eso no era lo que decías anoche mientras te follaba. ¿Quieres que te lo vuelva hacer?, ahora que estás sobria podrías darme tu punto de vista
—¡Ni muerta me vuelvo acostar contigo! —, digo y lo empujo, porque estaba tan cerca que su aliento acariciaba mi rostro.
—Yo tampoco, no sabes lo difícil que es acostarse con alguien que no te gusta ni un poquito, peor aún, que tiene cero experiencias en la cama y solo se acuesta como una vaca y le deja todo el trabajo al hombre—, eso sí que lastimó mi orgullo de mujer, por ello me voy contra él y nuevamente le doy unos cuantos manotazos que creo no logran lastimarlo. Él toma mis muñecas y hace presión en ellas —¡Debí dejarte morir así me quedaba viudo de una vez por todas! —, culmina y se marcha. Cuándo iba por la puerta le grito.
—Si, debiste dejarme morir, así me hubiera evitado tener que sentir tu pequeño pene entrar en mí v****a, es que ni hacerme sentir lograste, —, le veo detenerse y mirarme con ojos afilados —¿¡Qué!? ¿Acaso te dolió que te diga la verdad? Pues te lo vuelvo a decir para que lo tengas claro, ¡lo tienes muy pequeño, idiota! — Sonríe y ladea la cabeza, se marcha y me deja con ganas de más. Maldito Adriano, ojalá y se te muera el pájaro.