Cuatro.

1082 Words
—¡No he asesinado a nadie! —, dice mirándome con ojos afilados —No salgas de casa mientras estoy en la comisaría—, ordena como si fuese mi papá. Luego se va y sube a su auto, Adriano ni siquiera siente remordimiento por haber asesinado a Filipo. Yo sé que Filipo hizo mal en drogarme y quererme llevar a la cama, pero tampoco se merecía la muerte, solo la idea de pensar que vivo rodeada de asesinos me aterra. Mientras Máximo realiza una llamada subo a la habitación, me visto de prisa y empiezo a empacar, no pienso quedarme un día más al lado de esos dos hombres, cuando estoy por salir veo al anciano parado en la puerta. —No es de nosotros que debes escapar. —Apártese de mi camino—, digo y el niega. —No te dejaré salir, sin Adriano aquí, tu vida corre peligro. —¡Por favor!, si Adriano es un asesino, como puede decir que sin él, mi vida corre peligro, cuando estando junto a él, es que corro peligro. —Que equivocada estás Anabella Martini, el repentino odio que despertó en tu corazón hacia nosotros no te deja ver más allá, y no te das cuenta que lo único que mi nieto ha hecho es protegerte. —¿Protegerme? Le llama protección seguirme a todos lados, mantenerme encerrada en estás cuatro paredes y tras de eso, asesinar a un hombre que no hizo nada. —Estoy seguro que algo debió suceder con ese muchacho después de que Adri lo vio por última vez, porque mi nieto es incapaz de lastimar a nadie, mucho menos quitarle la vida. Dicho eso cierra la puerta y coloca seguro —¡Déjame salir viejo decrépito! Grito, pataleo, rompo cosas porque estoy encerrada en esta habitación, le marco a mi padrino para que venga a verme, pero los guardias no le dejaron ingresar, siento tanta rabia porque esos dos controlan mi vida como si yo fuese una niña, y no se dan cuenta que ya soy una adulta. En desesperación me pongo a leer una historia que es similar a la mía con Adriano, la diferencia es que el protagonista siempre a estado enamorado de ella, en cambio Adriano, ni siquiera siente el más mínimo cariño por mi. Hay veces me siento sola, extraño a mis padres, a mi abuela que, a pesar de haber estado ciega por Máximo siempre me brindó el amor que necesitaba, pero ahora no la tengo, no tengo a nadie a mi lado. Había soñado con casarme y formar un hermoso hogar dónde mi esposo era el hombre más amoroso y cariñoso que pudiera existir, y yo la mujer más feliz del mundo, pero desgraciadamente estoy condenada a este matrimonio por contrato, dónde mi esposo es más frío que el hielo y su superioridad de machismo es alto. No sé en qué momento me quedé dormida, pero cuando despierto me encuentro abrigada con un plumón y el libro que sostenía en mi mano está sobre el velador, incluso la puerta de mi habitación está abierta. Me levanto a toda prisa y miro en el pasillo, al parecer el viejo de Máximo se cansó de tenerme encerrada, me pongo mis andalias y bajo, al llegar a la sala escucho la voz de Adriano provenir del comedor. ¿Será acaso que ya salió? Me acerco para comprobar si en verdad mis oídos escucharon bien, y vaya que no se equivocaron, Adriano está en casa. Cuando notan mi presencia se quedan callados, Adri me mira y suspira —Siéntate a cenar—, dice y le contemplo por unos segundos. —¿Por qué estás aquí? No se suponía que estarías en prisión. —Eso es lo que quieres, ¿verdad? —, sonríe y bebe del café —Pero no te desharás de mí tan fácil. —Me voy a descansar—, Máximo se levanta y antes de salir del comedor le plasma un beso en la frente a Adriano, no puedo negar que se ven muy bien así, el amor que ambos se expresan es real, no hay duda que esos dos se quieren como jamás querrán a nadie, hay veces cuando los veo abrazados siento ganas de abrazarme a ellos, luego recuerdo que son los culpables de que esté sola en este mundo y todas las emociones se disipan. Una vez que Máximo se va, Adriano continúa con su cena y me ignora por completo, me siento de mala gana en la mesa a esperar que traigan mi plato de comida, le doy vueltas al tenedor intentando sacarlo de las casillas, se que odia ese sonido, pues siempre lo hago y termina abandonando el comedor. —Te encontré un puesto en la empresa—, dice al tiempo que levanta la mirada y enchina esos ojos verdes —Ya que quieres trabajar, sería bueno que empieces por ser mi asistente personal. —¿Tu asistente? ¿En serio crees que voy a estar preparándote café, agendando tus citas con cuánta amante tengas, sobre todo estar caminando tras de ti como un perro faldero? Le veo beber de la tasa de café, y sobre el borde de esta mirarme. Suspira y coloca la taza con delicadeza, luego limpia sus labios y expone —Es eso o no trabajas en la empresa hasta que termines la carrera universitaria. —¿Quién te crees para venir a decirme que debo o no tengo que hacer? —Tu esposo—, culmina al lanzar la servilleta sobre la mesa —Y de ahora en adelante empezaré a ser validar mis derecho como esposo. —¿A qué te refieres con eso? —Que desde esta noche compartiremos la misma habitación. —¡Ni lo pienses!—, digo al levantarme —Quédate en tu estúpida habitación y deja la mía para mí sola. —No me harás cambiar de opinión, después de lo que pasó anoche, eres legalmente mi esposa—. Dijo y se levantó —Buen provecho, querida esposa. Me quiña un ojo y se marcha, joder, que sentí mi estómago en las nubes, ese idiota podía despertar en mi varios sentimientos, como el odio, desprecio y sobre todo, amor. “¿No estás hablando en serio Ana Bella?”, tú no puedes amar a Adriano Santoro, es un estúpido que no merece ni el más mínimo cariño, tú lo odias y así seguirá hasta el final de los días.
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