Como casi todos los días me siento a cenar sola, una vez terminada la cena me recuesto en el sillón que queda al otro lado de esta y enciendo la tv. Las noticias no dejan de hablar de la muerte de Filipo, se habla de que podría ser un ajuste de cuentas, pues lo decapitaron cortándole los dedos uno por uno, y se llevaron parte de su cuerpo. Solo de imaginar cómo murió me da pánico, apago la televisión y me encamino a mi habitación, cuando llego encuentro a Adriano recostado en la cama y con mi laptop sobre sus piernas.
—¿Qué diablos haces con mis cosas?
—Estoy revisando algo—, dice y continúa ahí.
—¡Deja mis cosas!, ¡no tienes derecho a meterte en ellas! —, le digo al intentar quitársela, pero la coloca al otro costado.
—Muchas cosas van a cambiar, Anabella—, dice al mirarme fijamente —Si no te has dado cuenta, anoche consumamos nuestro matrimonio, después de dos años sucedió, quería que esto nunca sucediera, pero pasó. Ahora somos un matrimonio de verdad, y mi esposa no puede estar chateando con todo tipo que le escribe.
—¿¡Qué!? ¡¿Me estás diciendo que te metiste a mis r************* ?!
—Si.
—Pero ¿qué diablos te pasa?
Sonríe de medio lado y suspira —No me pasa nada, solo me cercioro de que no me estés montando los cuernos.
Este hombre me saca de quicio —¡Sal de aquí! —, digo al mirarle con enojo
—Ya te dije que de ahora en adelante dormiré aquí—, empieza a soltar su corbata, sus verdes ojos no dejan de observarme, trago grueso cuando empieza a desbrochar su camisa.
—Si crees que seré la puta que quitará tus ganas, estás muy equivocado.
—Tranquila, que no me interesa acostarme contigo, como te lo dije, no me sirves en la cama—. Este hijo de su madre con su insulto me irrita más —Solo dormiré en tu misma habitación, y así cuido que no escapes.
—¡Ah!, ya entiendo, el viejo decrépito te contó lo de la mañana—. Un insulto hacia su abuelo lo suele pone rojo de la cólera, pero el muy cabron no estalla como quiero. Mis intentos por hacerlo enojar han fallado, el muy canijo saca su camisa y deja al descubierto su firme abdomen.
Estoy incómoda con su desnudez que no me queda de otra que llevar la mirada hacia la ventana, y para no dar a notar mi nerviosismo arremeto —¡Ni creas que compartiré la cama con un asesino! Yo no puedo comprender porque estás libre. Debieron dejarte encerrado en prisión por muchos años—. Regreso la mirada a él y a su cuerpo exquisito, el cual se encuentra solo con prendas íntimas.
Arquea una ceja y descubre la cama, se encuentra en bóxer al parecer le gusta dormir así.
—Piensa lo que quieras, me da exactamente igual—, dice al cubrirse con la cobija y cerrar los ojos.
Odio que Adriano me ignore, doy vuelta en el mismo lugar mientras pienso que hacer para llamar su atención.
¡Ya sé!... Empiezo a lanzar almohadas en la mitad de la cama, con ello logro que abra sus ojos, seguido empiezo a quitarme la ropa y me quedo solo con el hilo que cargo, lentamente saco mi blusa y una vez desnuda camino hasta el baño, cuando me doy la vuelta le veo mirarme fijamente y su manzana de Adán se mueve al pasar saliva.
Cuando salgo del vestidor lo encuentro con los ojos cerrado y una vez que me incorporo en la cama cierro los míos.
Por más que intento conciliar el sueño no puedo, más si tengo en la misma cama a tremenda escultura, me es imposible entregarme al Dios del sueño.
Adriano parece dormir profundamente, ese infeliz puede dormir campantemente como si tuviera la conciencia limpia, pero yo sé que la tiene podrida, no dejaré que duerma como ángel mientras yo me quemo en el infierno, por ello me giro en dirección a él y estiro mi pierna sobre la suya, mantengo mis ojos cerrados y finjo dormir, al segundo siguiente Adriano se remueve y saca mi pierna de sobre la suya, por consiguiente, se gira dándome la espalda, el muy cabron volvió a rechazarme.
No sé en qué momento me quedé dormida, pero fue difícil dormir con ese idiota de Adriano a mi lado, recuerdo que estaba tan caliente que me tocó descubrir mi cuerpo y dormir así hasta que el frío me helo los huesos.
Al día siguiente estiro mi cuerpo y me doy la vuelta, para ese entonces Adri ya no está en la cama, me dirijo al baño y tampoco está, ese idiota en qué hora se levantó que ni lo sentí.
Dejo de preocuparme en dónde se encuentra y que hace Adriano Santoro, me doy una regadera rápida, tengo clases a las ocho de la mañana y estoy atrasada, al bajar al comedor no encuentro a nadie más que el anciano de Máximo, me saluda y continúa comiendo, de igual forma le saludo porque algo si tengo es que a mis enemigos no les niego el saludo, me tomo algo del té y un pedazo de tostada y salgo de la mansión.
Estoy esperando mi Uber cuando veo el auto de Adriano parquearse frente a mí, baja la ventanilla —Sube—, dice con la mirada fija al volante.
—No gracias—, digo de brazos cruzados.
—El Uber no vendrá—, dirijo mi mirada a él —Le pedí al guardia que lo regrese desde la garita.
—¡Infeliz! —, digo y sonríe, seguido subo a su auto en la parte trasera y lanzo la puerta con fuerzas, se que le duele que golpee de esa forma a su estúpido auto, porque me mira por el retrovisor con ojos afilados, a continuación me tuerce los ojos y enciende el coche, de camino a la universidad no hablamos absolutamente nada, hasta que estoy por bajarme y aclara su garganta.
—Ya sabes, te espero a las diez en la oficina, enviaré al chofer por ti.
—¿Sigues con esa idea de tenerme como tú empleada cuando soy la dueña de todo?