Siete

1402 Words
Inhalo y exhalo tratando de apaciguar la leona que está por desatarse, cierro la carpeta del menú y lo coloco con fuerzas sobre la mesa, con aquel golpe acarreo la mirada de todos, incluida la de él, me mira con ojos afilados y seguido se despide, la tipa le da un beso muy cerca de los labios lo cual me irrita más. Una vez que Adriano se sienta y arregla su servilleta sobre sus piernas, cuestiono —¿Quién era? — pregunto con tranquilidad y forzando una sonrisa. —Una amiga—, dice al tiempo que bebe de la copa que recientemente colocaron en la mesa. —¡¿De pierna!?, supongo— Adriano levanta el rostro y lamiendo sus labios responde. —He dicho que amiga—, dice al agarrar el tenedor, luego vuelve a mirarme —Solo que tú te acuestes con tus amigos o tergiverses el significado de esa palabra—, dice y le meto una patada por debajo de la mesa, se queja y clava su mirada asesina en mí. —¡Idiota!, si quieres que me comporte no me provoques, porque a mí no me importa levantarme y lanzarte todo lo que contenga esta mesa. Adriano me mira con ojos afilados, su mandíbula se tensa y su rostro entero se vuelve carmesí, se ve que le molestó mi patadita. Sonrío en mis adentros porque logré amargarle el almuerzo al estirado de mi esposo. El resto del almuerzo la paso en silencio, cuando termino de comer me levanto y me dirijo al baño, lavo mis manos y cuando salgo Adriano ya está cancelando, tras culminar el p**o se dirige al auto, una vez que subo enciende el coche y maneja a toda prisa, me sostengo con fuerzas porque este animal va a máxima velocidad, al recorrer unos cuantos kilómetros se detiene y saca su cinturón de seguridad, de manera rápida baja y rodea el auto hasta llegar a mí lado, de forma violenta me saca del coche y me apega a este. Trago grueso al momento que posa con fuerzas sus manos sobre el tejado del auto dejándome encerrada en ellos y clava su mirada fulminante en mí—¡Escucha bien niña!, ¡estoy más que harto de tu irrespeto y tu falta de modales!, ¡no sé si en ese internado dónde estuviste no te enseñaron lo que es tener educación!, ¡pero conmigo la vas a aprender! —, cruje los dientes. —Me enseñaron—, digo con valentía —Solo que no se me da la gana de usarla contigo—, lo empujo logrando moverlo un tanto porque su cercanía me asfixia. Adriano me mira con ojos afilados, sus verdes ojos destellan fuego, parece un volcán en erupción. —¿Qué te molestó? ¿Qué le haya apretado la mano a tu amante? ¿O la patadita suave que te di? — Cuestiono sin dejar de mirarlo, si piensa que por mirarme así o tratarme de la patada le temeré, está muy equivocado. Le veo cerrar los ojos y cuando los abre se acerca nuevamente a mí, en esta vez mantiene la distancia —¿Estás celosa? —, suelto una carcajada. —¡Por favor! Sería lo último que sentiría por ti, no sabes cómo le rezo a todos los santos que me conceda el milagro de que aparezca una mujer y te enamores, para que así te largues y me dejes en paz. Sonríe y continúa acercándose —¿Quién te dijo que no existe la mujer de la cual estoy enamorado? — Dice y con ello perfora mi corazón, pero no le voy a mostrar vulnerabilidad. —¿Entonces por qué no te largas con ella y desapareces de una vez por todas de mi vida? —¡Porque no me da la gana! ¡porque estoy condenado a soportarte por cinco años! —, culmina y se dirige a la otra puerta del coche, espera unos minutos para que yo suba, pero no lo hago —¿Hasta que hora espero? —¡Caminaré! —, dije y emprendí la caminata. Al minuto siguiente acelera y se detiene a unos metros más adelante, luego baja y camina en mi dirección —¿No vas a subir? —¡No! —, digo, en un movimiento rápido me toma desde las piernas y me sube a su hombro —¡Bájame idiota! — Manoteo su espalda pero al tipo parece no dolerle, es que tiene unos músculos bien firmes que parecen palo. Después de abrir la puerta me lanza dentro del coche como si fuese un costal de papa, pero antes de que logre cerrarla le meto un talonazo —Eres una salvaje—, murmura al lanzar la puerta—, seguido sube al coche y lo enciende —Ya no eres una adolescente para que te comportes así, deberías cambiar. —Mientras sigas cohibiéndome de mi libertad seguiré así—, digo al darle un puñete tras su asiento, con ello atraigo su mirada por el retrovisor, me fulmina con ella. —Tengo que adiestrarte. —Adiestra a tu abuelo o a la puta con la que hablaste—, me tuerce los ojos y emprende la marcha. En media hora llegamos a casa, al bajar del auto lanzo la puerta y corro a mi habitación. Como siempre me encierro en ella y vuelvo a llorar, las lágrimas que retuve al momento que estaba con él las dejo salir. Miserable Adriano, juro que te cobraré cada humillación. Abrazo mi almohada, es la única testigo de cuántos días he llorado por ese idiota. Estoy llorando a mares, pero me detengo cuando escucho la puerta abrirse y limpio las lágrimas. Dirijo la mirada hacia la puerta y me encuentro con la figura de ese idiota —¿Qué diablos haces en mi habitación? —Ahora también es mía—, dice al soltar la corbata de su camisa —Por si no te has fijado, mi ropa fue transferida a esta habitación. —¿¡Qué!?— Me levanto y camino hasta el vestidor, abro las puertas de los closets y le veo lleno de ropa suya, con mucha rabia agarro sus ternos y los lanzo al suelo —Recoge todas tus cosas y sal de mi habitación—, traqueteo los dedos mientras le miro a los ojos. Lentamente se acerca, recoge sus prendas del suelo y las coloca sobre el largo mesón que se encuentra en el centro del vestidor. —No voy a seguir peleando contigo—, suspira y agarra una toalla, la coloca sobre sus hombros y camina hacia la ducha. —¡Lárgate de mi habitación! —, lanzo un poco de camisas en su espalda. Suelto un grito de frustración, porque ese idiota ignora todo lo que le hago y siempre hace lo que le da la gana. De brazos cruzados pienso que hacer para sacarlo de mi habitación o al menos vengarme. Cuando a mi mente llega la idea de apagar el calefón para que así se bañe con agua fría, corro escaleras abajo, llego hasta el parqueadero, me introduzco en la bodega y apago el calefón, luego vuelvo a la habitación y me recuesto a leer un libro, no puedo evitar reír al escuchar a Adriano quejarse por el agua fría. Al minuto siguiente le veo salir con una toalla envuelta en la cintura y aún enjabonado, muerdo mi labio al ver su pecho y abdomen descubierto, líneas de agua ruedan por su piel, agarra el teléfono y llama a la planta baja. —Sophia, ¿se acabó el gas? —Ayer lo compramos, señor. —No funciona, por favor revisa—, ordena y cuelga. Sigo concentrada en mi libro haciendo de cuenta que su presencia me es indiferente. El teléfono vuelve a sonar y contesta. —Ya le encendí, estaba apagado—, Adriano me mira e intento mantener las ganas de reír, no puedo soportarlo más y suelto una carcajada. —¡Gracias! —, dice y cuelga, seguido se acerca y me arrancha el libro. —¿Qué te pasa idiota?— Mira el libro y vuelve a mirarme a mí. —¿Qué de divertido tiene este libro? —, lo lanza al velador y se va, antes de ingresar al vestidor se detiene —No juegues con mi paciencia, Ana Bella.
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