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2309 Words
Hace meses que no dormía tan profundamente, rodeada de una burbuja protectora que la mantenía fuera del alcance de cualquier peligro. Todo parecía suave y la abrazaba exquisitamente, se sentía como un bebé. De a poco fue viendo una luz blanca, quedando en la mejor parte del sueño, cuando iba a saber la nota que había sacado en un examen en la universidad. Era un sueño, estaba en otro lugar. Cuando abrió sus ojos, se cegaron inmediatamente por el sol, sintiendo con ello también el dolor de su herida en el hombro. Trató de pararse, pero la bala aún estaba allí, y al moverse, pareció que aquel objeto metálico se escabullía más en su carne. Quería salir de allí e ir a ver a su gente, a Miki. —Ah… —se quejó, recordando con ese dolor todo lo que había pasado anoche. Despertar de ese sueño para caer en esa realidad era cruel, deseaba no existir más, justo como Miki. Llevó sus manos a sus ojos, comenzando a llorar, porque no sabía por qué seguía allí viva y en una cama en un lugar desconocido. ¿Dónde estaba la gente del club? ¿Miki seguía tirada en esa habitación, impregnada del olor metálico de la sangre? Era desesperante. —No hagas eso —dijo una voz firme, casi golpeándola con sus palabras—. No quiero que llores. Katia alzó su mirada a quien le daba esas órdenes, estaba a un lado de las cortinas y en un segundo recordó los zapatos negros que le impidieron llegar hasta su amiga. ¿Era el dueño de esos zapatos? Se quedó en su lugar, mirando a un punto inexistente en esa cama y sintiendo mucho frío. Si aquel sujeto la quería consciente al darle muerte, entonces le daría en el gusto, porque no se sentía capaz de seguir consciente; recordando todas esas cosas difíciles. Sentía vergüenza de su debilidad, y podía escuchar a su amiga regañarla por eso. Aquel sujeto se le acercó, tomando una silla para sentarse a un lado de su cama. Tomó de las cobijas para hacerlas a un lado, destapándola, porque necesitaba ver su cuerpo lleno de sangre, para convencerse de que ella era la asesina de Giulio. Como acto de reflejo, la chica se cubrió con sus manos, recordando el ataque del hombre que había asesinado, pero fue una mala acción; porque las dos heridas le dolieron terriblemente. Gritó y seguía sucia y sin bragas, tal cual como había quedado la noche anterior. —Bien… —llevó una mano a la herida en su pierna, recordando las órdenes que había dado de dejar viva a la asesina de su amigo, antes de llegar a ese ahora cementerio que llevaba por nombre, club nocturno—. ¿Qué me puedes decir? Estás cubierta de sangre —comenzó a meter su dedo en la herida, tratando de encontrar la bala, aunque no deseaba encontrarla realmente, quería que hablara, y pronto. —¡Nnh! —se retorció de dolor, creyendo que caería desmayada. ¿Así que de eso se trataba el estar allí consciente y en una cama, como si lo mereciera? —¿Quieres que saque la bala? —preguntó, alzando una ceja, al ver que de esa manera solamente iba conseguir hacerla llorar. Lo miró con ojos vidriosos, mordiendo sus labios por dentro, con miedo de decir alguna cosa porque de seguro él le haría más daño con cualquier respuesta por haber osado dirigirle la palabra. Como respuesta, Franco rodó su dedo dentro de su carne para volver a hacerla gritar. —¡Sí! —gritó, llorando agudamente. Lo hizo, le sacó la bala y se la mostró, dejándola caer sobre las sábanas, a un lado del cuerpo de la chica. —Ahora, dime lo que pasó anoche y te saco la otra. Su voz estaba débil, comenzó a hablar con voz rasposa, mientras aún sentía que la herida le quemaba. Su vida estaba en las manos de ese sujeto y no sabía qué sería de su futuro, aunque tampoco le importaba si tenía uno. No después de todo lo que había pasado, no quería cargar esa culpa. Solamente quería que todo eso terminara ya. —Yo lo maté… —se interrumpió, por un espasmo de su llanto—. Yo no quería hacerlo —lo miró esta vez—. Yo sólo quería que dejara de tocarme. El castaño de cabello largo ladeó una sonrisa. ¿Esa era la razón del por qué lo había matado? De pronto se interesó en la estúpida inocencia de esa chica. —¿Por qué tenías el cinturón en las manos? ¿Aquel hombre era amigo del sujeto que había asesinado? ¿Por qué parecía tan frío e indiferente a todo? Se sorprendió por la pregunta. —¿Sabes lo demás? —preguntó tímidamente, sorprendida. —Respóndeme. Recogió sus piernas, llevando sus rodillas a una altura que dejara de exhibir su desnudez allá abajo. —Porque él me amarró las manos con él… No quería que lo golpeara. Soltó un bufido. ¿En serio había ocurrido de esa manera? Qué patético… —Pero lo golpeaste con tus manos amarradas. —Me estaba tocando, yo le pedí que me dejara en paz… —Y lo mataste. Subió sus ojos a los de ese hombre de cabello castaño largo, casi tan largo como el del pelinegro. Su piel era clara y tersa, sus labios eran carnosos y se veía más alto que el otro también. La diferencia eran sus ojos, su mirada era fría e indolente, mientras la del otro sólo podía recordarla perversa. —El asegurador se clavó en su cabeza… —volvió a lagrimear—. Yo no quise hacerlo, realmente lo siento mucho… —recordó la bala en la cabeza de su amiga, y luego a ella desplomándose frente a sus ojos. Tal vez ese sujeto se sentía como ella—. Lo lamento… —bajó su mirada. Él la miró desde arriba, ladeando otra sonrisa. No le importaba su disculpa, ni siquiera entendía por qué le pedía disculpas. Se inclinó, tomándole las piernas para estirárselas, sus rodillas no le dejaban acercarse a la herida en su hombro, cerca de la clavícula. Ella volvió a recogerlas mientras él fruncía el ceño, volviendo a tirar de sus piernas, acercándola desde ese agarre hasta él, para sacarle la otra bala. La chica cerró sus ojos con fuerza al sentir nuevamente ese dolor, siendo esta más fácil de encontrar. —¡Para, me duele! —lloró cansada, a esas alturas sentía sus ojos secos y la garganta, como si tuviera ácido en sus paredes. El castaño la acorraló en la cama, hablándole cerca de su rostro y mirándola a los ojos de aquella manera superior, que la hacía encogerse y temblar en esa cama. —Me debes algo, niña. Tal vez quiera tu vida como p**o, porque tu sola existencia me molesta. Detesto que una mujer débil y sin carácter haya matado a un tipo como Giulio Santoro, pero no sé que me molesta más; que seas la asesina de mi amigo, o que él haya sido lo suficientemente imbécil para fallecer de esa manera tan vergonzosa a manos de una puta. Aquel odioso nudo en la garganta le dolía, llenando sus ojos de lágrimas, pero impidiendo con todas sus fuerzas el no dejarlas caer. A esas alturas ya estaba harta de llorar y de que esa fuese su única reacción. ¿Por qué no podía ser igual de indolente que Franco? Él tomó las cobijas y volvió a cubrirla incluso hasta la cabeza, poniéndose de pie para irse. No diría nada más, porque ella no era su único asunto y ni siquiera la consideraba importante. Debían enterrar a Santoro con honores en el patio interior de esa casa. Sin embargo, después de haber hablado con aquella mujer, ver a su compañero como alguien honorable le causaba gracia. Nadie honorable podía ser muerto por una mujer asustada, defendiéndose mientras estaba siendo violada. Giulio era un cobarde y todo eso era embarazoso. Luego sabría qué hacer con aquella chica. —El encargado te espera, Franco —fue recibido con esas palabras tras salir de esa habitación. Comenzó a caminar al lado de ese chico, que era más bajo que él y más joven también. Como había mandado a mantener con vida a Katia, él mismo había tomado al encargado del club nocturno. Alguien tenía que pagar, pero hasta ese entonces, no sabía quién iba a hacerlo. —Tyrell. El chico se detuvo junto al más alto, curioso por esa repentina interrupción. Admiraba la frialdad de ese hombre, incluso cuando debía tratar la muerte de su único amigo, añoraba tomar el lugar que el imprudente de Santoro había dejado disponible. —Dame tu pistola. El rubio hizo lo que el otro le pedía, sabía que correría sangre y adoraba ver eso cuando sucedía. No pasaba demasiadas veces en aquella casa con toques de palacio antiguo y que pasara, era emocionante. Sabía que Franco iba a tomar su decisión tras hablar con el otro problema y personalmente, a él le daba igual quien fuera. Sólo quería disfrutar del último momento con vida de un miserable rogando por clemencia, algo que tenía la certeza que no habría. El castaño tomó la pistola y entró a la sala junto a Tyrell, para ver al hombre que estaba custodiado por dos de los suyos, porque no necesitaba más. No le gustaba que su casa estuviera llena de gente, a él le gustaba estar rodeado de algunos pocos y de confianza. —Vaya que has hecho mal tu trabajo —fue su manera de saludarlo. Estaba en una silla; esposado, confundido y con miedo, luego de lo que había pasado la noche anterior. Jamás creyó que iba a causar todo ese lío con el llamado que hizo. —Hablé con la mujer… —tomó una silla y se sentó en frente del encargado, que estaba cabizbajo y que apenas le miraba—. Sé que ella mató a Giulio —abrió sus piernas, apoyando sus manos en sus rodillas, inclinándose hacia adelante, para buscarle la mirada y hablarle tranquilamente—. Tenías una asesina en tu club. ¿Cómo me explicas eso? El encargado lo miró, para volver a ocultar su mirada, pensaba que Katia estaba muerta a esas alturas. —Katia era una chica de bajo perfil… Franco se enderezó, frunciendo el ceño. —¿Katia? ¿Ese es su nombre? —Sí. Perdóneme, no sabía que ella sería capaz de matar a un hombre. Ella era virgen y pensé que le había vendido su virginidad al señor Giulio, entonces los dejé… —comenzó a hablar más rápido, creyendo que con eso sería liberado, porque a esas alturas no le importaba si Katia pagaba. Ella debía morir, ella había matado al pelinegro, no él—. Ella lo mató, no yo. ¿Por qué me trajeron a mí? Franco lo escuchaba con la mirada fija en sus ojos, enterándose de su desesperación al hablarle de esa manera, excluyéndose de la culpa. Terminó por volver a arrugar el ceño otra vez, cuestionando el actuar de ese hombre. —Sigues haciendo mal tu trabajo —estaba enojado, detestaba la poca lealtad que se tenía esa gente mediocre, que no defendiera a la boba inocente, que en esos momentos, se estaba muriendo por no haber pensado en algo mejor para defenderse de Giulio—. Él no debió confiar en ti para ese club, eres débil y no tienes carácter —se puso de pie, alejando la silla que ahora le molestaba—. ¿Sabes lo que habría hecho un hombre de verdad? —le hablaba con interés, sintiendo repudio por aquella persona—. Encubre el maldito asesinato y se deshace del cadáver podrido —volvió a inclinarse hacia el sujeto, que yacía en la silla, hablándole sobre su rostro—. Pero tú lo comentaste, dejaste toda la responsabilidad sobre una mocosa y con ello, llevaste a toda tu gente a la muerte —le levantó el rostro desde la barbilla, deseaba que lo mirara a los ojos—. Entregaste a los tuyos como un cobarde. Me das asco. Era cierto, había llevado a todos sus trabajadores, incluso a su propia novia a la muerte. Pero aún así deseaba vivir, porque le tenía pánico a la muerte. ¿Pero qué esperar de ese sujeto que jamás había visto? Definitivamente, sus acciones no eran de su gusto y comenzaba a temer nuevamente. —¿Tienes algo más que decirme? —seguía allí, inclinado y mirando fijamente los ojos de ese hombre, que temblaba y lloraba como un niño. —Yo no lo maté… —Franco bufó—. Lo siento… —decía entre lágrimas. El pelilargo volvió a enderezarse, ya no quería tener que seguir tratando ese tema y había decidido quién pagaría, al menos con su vida, lo de Giulio. Sacó el arma que había dejado en su pantalón, apoyándola en la frente del otro. —Yo no… Le disparó. Le hacía un favor al mundo sacando del mapa a un idiota como ése. Tyrell sonrió, mirando a Franco, ese acto de poder le había dejado emocionado y sabía que él tendría que deshacerse de ese cuerpo, adoraba estar a cargo de eso, pues sabía cómo hacerlo y se enorgullecía de ello. El castaño le pasó la pistola al rubio y salió de ese salón, enojado aún. Necesitaba un baño caliente para volver a estar tan relajado como le gustaba. Katia escuchó ese disparo, las heridas le dolían más que antes porque habían sido manoseadas. Salió de su cama, acercándose a esa puerta que no podía abrir. ¿Qué había sido eso? ¿Qué harían con ella? Escuchó unos pasos acercarse y su corazón se aceleró, y siguió así, incluso cuando escuchaba esos mismos pasos alejarse.
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