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Siempre mirando al frente y con la mirada perdida, era como prefería gastar su tiempo libre en el parque cercano a casa.
El viento en su rostro, el sonido que emitían los árboles al ser acariciados por el viento y las voces de los niños y jóvenes a su alrededor, parecían la mejor compañía para ese paisaje; su única compañía.
"Estoy sola en verdad", pensó con aire deprimido.
De vez en cuando su mirada se dirigía a un lugar físico, grupos de amigos que pasaban enfrente, pudiendo descifrar los sentimientos que podían existir entre aquellas personas, ahí era cuando sentía ganas de llorar.
Deseaba llorar, porque sabía que no era su historia y sentía envidia, envidia de no poder presumirles a personas como ella que también era amada por dos, o tal vez sólo por una persona.
Era cierto que estaba sola y peor era que no hacía nada para que eso cambiara y era desesperante…
“Busca a alguien, acepta a alguien o se te va a pasar el tren”, era lo que sus amigas le decían cuando el tema del amor salía en sus conversaciones, y “está bien, es tu decisión”, era lo que venía cuando salía el tema del sexo y por ende, su virginidad.
Sabía que lo decían por cortesía, quizá queriendo ser sensatas cuando en realidad, la sentían como un bicho raro, porque no entendían cómo teniendo veintiún años, aún seguía completa.
Cuando todas esas cosas atormentaban su cabeza, en ese parque era que deseaba morir, por estar desperdiciando su vida de esa manera.
Un sentimiento insensato y egoísta, típico de una niña sin grandes sufrimientos en la vida, pero era su pena, una que ni ella entendía.
Decidió ponerse de pie, porque el viento ya no le parecía agradable, era frío y podía sentir sus mejillas heladas y las ganas de llorar, entonces se hacían más grandes…
Así era todos los días antes de llegar a casa, luego del trabajo.