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1076 Words
Llevaba ya dos días encerrada en esa habitación, nadie había cruzado esa puerta y el vaso con agua que tenía sobre el velador se lo había tomado luego de oír ese disparo. Tenía sed y hambre, no tenía fuerzas y se había orinado varias veces en la cama por miedo y por necesidad, aunque no podía entender de dónde seguía saliendo líquido, si no había bebido nada. Necesitaba que todo eso terminara ya, hace horas que no oía movimiento cerca de esa habitación. Parecía que la habían dejado sola, abandonada y condenada a morir lentamente. Había llamado a alguien varias veces el día anterior, pero nadie le prestaba ayuda, porque parecía que no había un alma cerca de ella. Estaba cansada y su voz ya no salía, había llorado demasiado y soñaba con una botella de agua. Entonces comenzó a soñar despierta con sus ensayos en el club cuando terminaba, y luego la esperaba su botella de agua con sabor a limón. Amaba las aguas con sabor a limón, y podía sentir el sabor de ella. Sonreía, mientras imaginaba todo eso. *** Hace un par de horas llevaba sumergido en la nada de sus pensamientos, en esa reunión llena de alcohol. Hace dos días había sido el funeral del Giulio y desde ese entonces, se la pasó fuera de casa. Se estaba recuperando de a poco y creía que lo mejor que podía hacer por él mismo y por su equipo, era darles una merecida fiesta. Sostenía un vaso de whisky en su mano, estaba aburrido rodeado de mujeres que deseaban coquetearle, pero él extrañamente no tomaba a ninguna en serio, porque estaba perdido, mirando un punto inexistente. Giulio, el payaso que lo había acompañado por años, ya no estaba con él para hacerlo reír y conversar. —Deberíamos pedir un show —se sentó a su lado Tyrell, mirándolo mientras este otro le devolvía la mirada, interesado y entreteniéndose de pronto. Aquello sonaba como algo que Giulio habría dicho. —¿Y dónde pretendes conseguir uno? El rubio ladeó una sonrisa, cruzándose de brazos. —¿Olvidas que tienes a una bailarina de pole dance cautiva? La seriedad llamó a su rostro al instante, había olvidado a esa muchacha y se sorprendió de no haberla recordado durante esos días, sobre todo porque era la responsable de su aburrimiento y problemas. ¿Estaría viva? —Ve a buscarla —suspiró, apoyando cómodamente su espalda en el respaldo de la silla. Tyrell se puso de pie con una sonrisa en el rostro, de pronto tenía muchas ganas de conocer a la chica que le había hecho el favor de terminar con Giulio. Rápidamente se puso de pie para ir en su búsqueda, también deseaba saber en qué estado estaba porque la habían abandonado. Katia había caído dormida, luego de soñar con el agua de limón que tanto deseaba, y a lo lejos podía sentir una presencia a su lado y la respiración de alguien. Abrió sus ojos con dificultad y se encontró con un hombre a su lado, de pie y mirándola. No lo conocía, ¿qué quería? —Huele mal —fueron las palabras que le hicieron saber que no estaba soñando. Cerró sus ojos tras oírlo. Claro que olía mal, estaba impregnada en sangre vieja y sus piernas estaban bañadas de orina seca. Al no recibir mayor respuesta de la chica, el rubio la destapó, encontrando su cuerpo desnudo cubierto de sangre seca, olía mal porque además, podía ver las sábanas mojadas de orina. "Qué cruel es Franco", sonrió por eso. Katia no le respondió, se sentía muerta y débil, también se sentía humillada, pero estaba demasiado mal como para sentir vergüenza de que ese rubio la mirara. —Toma —le pasó ropa: un short y un peto de latex n***o. Haría una perfecta combinación con la sangre que la cubría como costras—. Hazlo pronto, te están esperando... La chica tomó la ropa y se incorporó para ponérsela. Tal vez con eso lograría un vaso con agua y un poco de comida, no podía perder esa oportunidad, además, ya no se sentía capaz de resistirse nada luego de esos días dramáticos que pasó. Cuando estaba tratando de ajustar el broche de ese peto, su herida en el hombro ardió. Tyrell frunció sus labios y se le acercó, tomando el broche para ajustarlo detrás de su espalda. Al hacer contacto con su piel, supo que estaba helada. Él no la odiaba, más bien le fascinaba que fuera la autora de la muerte de Santoro, ¿entonces por qué no ser amable? Cuando estuvo lista, volteó hacia el rubio atrás. —Huelo mal… El rubio masajeó sus hombros para darle un poco de calor, sin ánimos de causar dolor en su herida. —A nadie le importará —se puso en su lugar—. Cuando lleguemos, te dejaré beber algo. Le ofreció su brazo y ella lo tomó. Caminó a su lado con dificultad, estaba cansada y no sentía muchas fuerzas, su pierna dolía también. Había olvidado esos balazos. Cuando llegaron al salón, el pánico la tomó, porque se vio en un espejo en ese estado deplorable. Miró a su alrededor, hombres que la miraban entre susurros y sonrisas, bebiendo de sus copas y vasos. Miró a Tyrell, que comenzó a conducirla a un tubo que estaba en medio de la sala, a unos metros de Franco a quien ella no miraba, porque no quería mirar a nadie. ¿Cómo se habían enterado que ella bailaba el caño? ¿A quién le habían disparado hace unos días atrás? Cuando vio a un hombre cercano a ella con un vaso con alcohol, ella se lamió los labios, caminando embrujada hasta esa persona para pedirle ese líquido que sí le fue dado por un gesto del rubio que la acompañaba. El castaño frunció el ceño y clavó su mirada en Tyrell. ¿Por qué no la había limpiado antes de traerla? Ella apenas caminaba y sus heridas parecían aún abiertas, pero verla con la sangre seca en su cuerpo le hizo recordar quién era esa chica y lo que había hecho y le hizo saber a todo el mundo allí, que ella algo debió hacer para ser exhibida de esa manera. —Baila —la dejó Tyrell, yendo hasta un lado de Franco, quien dejó de mirarlo a él para mirarla a ella. Katia miró al pelilargo, sintiendo un nudo en la garganta al reconocerlo.
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