No estaba segura ni cómo ni cuándo se entregó a Franco, no lo recordaba con exactitud, solamente recordaba que había bebido, que bailó y que posteriormente estaba en la gloria con el intimidante castaño entre sus piernas, haciéndola sentir la mujer más deliciosa del planeta. Estaba ruborizada, y lo único que se repetía una y otra vez en su mente, era que estaba intimando al fin y que se sentía jodidamente estupendo. El castaño tomó sus manos y las llevó a su pantalón, quería que ella estuviera involucrada con él en el mismo espacio físico y que estuviera pensando lo mismo que él, no que se dejara comer por el nerviosismo. Katia lo miró, él sonreía traviesamente y ella rió. Qué tonta era, no debía reír, debía lucir sexy. —Qué niña eres… —la regañó el mayor con gracia. —Sí, no debería