Hilda recibió las suaves embestidas contra su pelvis que dilataban su humanidad en el interior. Alguna vez imaginó toda esta situación con el amor de su vida y con él que debía convertirse en su marido. Pero la vida era inesperada e intrigante, pues había probado del gozo ese maravilloso vínculo con un extraño con el que se había topado en esa misma noche. No podía dejar de mirar las ligeras expresiones que mostraba en el rostro y esos jadeos, tenían algo que le ayudaban a perder la cordura, eran lentos y masculinos que estimulaban más su éxtasis. Estaba excitada y cada vez fue sintiendo más placer. El dolor de su lamento se había convertido en un placer exorbitante. Había encontrado a alguien que completara su otra mitad y era increíble estar con él. Luego se puso boca abajo, pero quedánd