Hilda se desabrochó el cinturón de seguridad y abrió la puerta del taxi. Su acto fue más rápido que su pensamiento, ya que cuando se había dado cuento ya estaba afuera. Recordaba a plenitud aquellos autos deportivos de rojo, oscuro y azul, que había visto cuando iba camino a prepararse para la boda. Luego los había encontrado estacionados en el mismo orden a las afueras del club bar y, aquel hombre que, la había ayudado, era dueño del que era de tonalidad negra. Si poseía coche de tan alta gama, debía ser alguien adinerado y de una familia de renombre. Esa fue su sospecha y más tarde averiguó que sí pertenecía a un estrato privilegiado. Así que, su búsqueda por su amante de una noche estaba encaminada a un empresario poderoso, que de verdad podría ser un rey.
Los coches estaban detenidos,
