Herick había terminado sus estudios en Alemania y luego se había ido a Francia. Después de cinco años regresaba a su ciudad natal. Fue a la empresa, donde fue recibido por el personal, mientras le hacían un pasillo y le rendían reverencia. Abordó el ascensor admirativo que solo podían usar los altos mandos de la compañía, mientras era custodiado por su cuarteto de amigos. Iba a la oficina ejecutiva de la una persona que estaba por encima de él, su padre, Héctor Dassault. Al estar frente a la puerta, hizo una seña para indicarles que se quedaran afuera. Sabía que este encuentro era uno que debía enfrentar en solitario. Con paso firme y determinado, Herick entró en la oficina de su padre, donde la atmósfera estaba impregnada de autoridad y tradición. Héctor Dassault, un hombre de presencia