Herick disfrutó de la comida con sus amigos y luego cada uno se marchó por su cuenta. Contactó al chofer que recogería a Hilda y le comentó que se podría marchar. Esperó a que Hilda saliera y estacionó el auto, para que entrara. —Buenas noches. A la mansión —dijo Hilda, sin percatarse de quién era el conductor. —Buen día —respondió Herick. Hilda alzó su vista y divisó la figura de Herick, su hijastro, que era el conductor del autor. Había pensado que era el chofer de siempre. —Herick. No me había dado cuenta de que eras tú —dijo Hilda. De manera inconsciente encorvó más su postura y arregló su cabello rubio con las manos. —¿Helene y Herick ya están en la mansión? —Sí, el señor Héctor vino a recogerlos porque iba a dar un paseo con ellos y luego los llevaría a la casa. —Entiendo. Ya