Herick se agachó para estar a la altura de ellos y buscó dentro de su saco chocolates que había preparado. Le dio a cada uno. —No voy a irme —dijo él de manera afable. Eran las primeras palabras que le dedicaba a los dos niños. Herick y Helene lo tomaron por la mano y lo guiaron hasta donde estaban jugando. Se sentó al lado de Hilda y le dijo las buenas noches. Le ofreció un chocolate a ella también. Observó como los dos mellizos jugaban y a veces le traían un juguete para que lo sostuviera. No entendía las razones por la que se había casado con su padre. Pero los quería a ellos, para él. Así, al día siguiente, en el comedor, ya no estaban tan separados en la mesa, sino que se habían ubicado cerca. Cada quien disfrutaba del desayuno, como si fueran una familia, que al fin había encontrad