4. La teoría

1640 Words
El tercer piso era exclusivo para los amigos de Benjamín. Herick estaba sentado en una silla en un lugar privado que daba vista a la entrada del club bar. A pesar de que era su celebración, las fiestas eran algo que no le gustaban. Aunque era para él Herick, Benjamín y sus otros amigos eran los más animados. Beatrice y Lilith habían ido al tocador para damas y parecía que iban a demorarse una eternidad. En la pared del lugar había decoraciones de globos enormes con la frase: Alles Gute zum Geburtstag. “Feliz cumpleaños”. Había música y muchas personas esparcidas, pero sin llegar a ser una gran cantidad que provocara caos y desorden. Herick estaba aburrido. En medio de la música moderada, le estaba dando sueño por el tedio que le causaba ese ambiente. Pero su interés fue captado por la mujer disfrazada de novia con un magnífico traje y antifaz blanco. Llevaba los tacones en la mano. Se puso de pie y caminó hacia la puerta. Aquella extraña se tiró al suelo de una manera brusca y repentina. —¿Qué ocurre? —preguntó Herick para enterarse de la situación. —Mi joven señor. —Solo le hemos dicho que no podía pasar. Herick contempló a la desconocida que se lamentaba y realizaba una escena llena de dolor y sufrimiento. ¿Lloraba por qué no la habían dejado entrar? Era demasiado sollozo desgarrador y una espléndida actuación si era por eso. ¿Estaban firmando un detrás de cámara o alguna película o serie? Se quedó detallando a la extraña. Le vio las facciones finas del rostro. A pesar del antifaz de encaje blanco, se podían notar facciones bellas y maduras. Era posible que ella fuera un poco mayor que él. Ese peinado tan elaborado. Esa tiara plateada de reina en su cabeza. Las medias desgarradas y sucias eran muestra de que había estado caminando por mucho tiempo. Además de ese vestido lujoso y bien bordado; no parecía ser falso, ni tampoco un simple disfraz de Hallowen. Entonces, comprendió que aquella singular señora era una potencial novia que había podido haber sido dejada plantada. Si habían aplazado la ceremonia, no estaría aquí, o si se hubiera llevado a cabo el evento, tampoco, pues debería estar en la recepción de la boda, disfrutando con su esposo y con los comensales. Al menos intentaría hacer algo para ayudarla. —Yo me haré cargo. Es mi invitada. Hilda estaba sentada en un taburete. Pidió un vaso de cerveza. Solo deseaba embriagarse para olvidarlo todo. Se sentó en la barra, con la vista perdida y los ojos enrojecidos por las lágrimas que había derramado. Bebió todo de golpe, sintiendo el amargo sabor, descender por su garganta y adormecer su dolor por un breve instante. Hizo muecas en su cara, ya que no estaba acostumbrada a beber. Luego, pidió un segundo, esta vez bebiéndolo con más lentitud mientras se sumergía en sus pensamientos y los recuerdos que la atormentaban. Necesitaba al estúpido de Theo, por lo que le había hecho. Maldecía en sus pensamientos y algunas palabras las decía en voz alta, haciendo que las demás personas la miraran rara y se alejaran de ella. Era cubierta por un aura asesina y de mala vibra, y no era para menos. Cuando terminó, sintió que el peso de su desilusión se hacía más pesado. ¿Por qué aún era consciente? Necesitaba algo más fuerte para emborrarse más rápido. Esta vez solicitó una botella de Whisky y lo repitió con insistencia. Herick se mantenía de pie, observándola con la mano zurda en torso y la diestra, acomodada en su barbilla, tapándole con ligereza la boca. Hizo una señal con su índice derecho al barman, para que no le entregara lo que estaba solicitando. El barman entendió el mensaje del joven señor. Pensó que iba a decir y una idea vino a él. —Parece que planea emborracharse. En ese caso, debe pagar la cuenta antes. Hemos tenido problemas con algunos clientes que se han negado a hacerlo luego de haber tomado de más —dijo el barman con astucia—. ¿Desea cancelar en efectivo o con tarjeta? Hilda tensó la mandíbula y le dedicó una mirada llena de ira al que la estaba atendiendo. Hombres, al fin y al cabo. Apretó los puños y contuvo las ganas de insultarlo. Buscó en sus bolsillos el dinero. Sin embargo, su cerebro volvió a asimilar la situación y su sistema pareció detenerse. Estaba con el vestido de novia y no tenía ni una moneda. Había dejado su cartera en la camioneta familiar. Suspiró con resignación y cambió su expresión de psicópata a una forzada y tosca sonrisa sin despegar los labios. Acaso, ¿el universo estaba conspirando en su contra? Todo le había salido mal y ni siquiera podía ahogar sus penas en el alcohol. ¿Qué condena estaba pagando? De tanta rabia y frustración, sus ojos se cristalizaron y las lágrimas brotaron de nuevo por sus mejillas, pero sin emitir ningún ruido. Era como un golpe en su estómago. ¿Cuánto más iba a ser avergonzada y humillada? El barman dio un paso hacia atrás al atestiguar el sufrimiento de la señora. Incluso los otros bartenders podían percibir su vulnerabilidad y desesperación. Hilda inclinó su cabeza y su semblante se tornó lúgubre. ¿Dónde estaban los héroes maravillosos de película y libros? ¿Dónde estaba su ángel guardián? ¿Dónde estaba su caballero de reluciente armadura? ¿Dónde estaba su príncipe azul de cuento de hadas para recatarla? Era cierto, eso lo pasaba en las tontas novelas de ficción, no en la realidad. La vida era así de triste y lamentable. —Yo invito a esta ronda —dijo su majestad Herick con voz ronca e imperativa. Se sentó al lado de la extraña. Hilda giró su cara hacia el desconocido. Era otra vez ese chico de cabello oscuro rizado con disfraz de rey. Estaba por llorar de la impotencia. Frunció el ceño. No había llegado un príncipe, sino alguien con más poder y autoridad. Respiró de forma brusca, reiteradas veces, para evitar su sollozo. En su horrendo día, él, por segunda vez, era el único que la ayudaba. Se sorprendió cuando aquel muchacho le extendió la mano, mientras sostenía un pañuelo. Carraspeó y agarró la prenda que le ofrecía con cierta timidez. Se había enfrascado en su agonía, que se le había olvidado el funcionamiento del mundo exterior. Incluso, había olvidado como era percibida por las demás personas. Estaba con sus medias de encaje rotas y sucias y había estado caminando con sus tacones en la mano, por lo que estaba descalza. Ahora que pensaba en eso, los pies le ardían por haber vagado en el pavimento. ¿Y qué era ese ardor en su mano? Al verse el palmar, contempló la herida roja que tenía. Era superficial, pero estaba expuesta y se había vuelto molesta. ¿Era en serio? ¿Cuál era el castigo divino que estaba pagando? Se encogió de hombros, agachó la cabeza y su expresión volvió a sumirse en la tristeza. El barman trajo las nuevas bebidas. —Parece que deseas embriagarte —comentó Herick con frialdad en su voz. —Sí, es lo que quiero —contestó Hilda. Sostuvo el vaso y observó el líquido de tonalidad amarillenta y espumada en la parte superior. —Puedes hacerlo —dijo Herick con neutralidad. Giró su cuerpo hacia ella—. Pero no es lo apropiado. El alcohol hace que sea más difícil para las áreas del cerebro que controlan el equilibrio, la memoria, el habla. Es decir, no podrás caminar, ni maldecir, y aunque obtengas una amnesia leve, luego recordarás de nuevo. —¿De qué hablas? —Lo que tratas de hacer solo es un escape pasajero que te dejará con un terrible dolor de cabeza. Hilda arrugó el entrecejo y volvió su vista a la del muchacho, encontrándose con esos ojos azules que la miraban con fijeza en intensidad. Ahora, emborracharse sonaba un completo fastidio. Aunque, ¿por qué le decía eso? ¿Qué sabía él de ella? La respuesta era nada. Eran solo dos extraños que habían coincidido en un club bar en la festividad de Hallowen. —Sigo sin entender —dijo Hilda con voz acentuada. Hilda quedó hipnotizada sin apartarle la vista. Aquel sujeto estaba hablando como si supiera lo que trataba de hacer. ¿Podía leer la mente de las personas? Lo dudaba. No era un superhéroe de película o cómics que tuviera la capacidad de telequinesis. Pero, ¿por qué parecía que sí lo sabía? Era posible que, ¿él se hubiera percatado de lo que le había pasado? Si era cierto, quedaría muy sorprendida con ese hombre. —Fuiste plantada por tu prometido, ¿no? —inquirió Herick, nada más para comprobar su teoría. Hilda ensanchó sus parpados y se sorprendió por lo que él había dicho. Aun cuando todos la ignoraban, al menos había una persona en el mundo a la que no había escapado su sufrimiento. En aquellos ojos azules, contempló su reflejo como si fuera un espejo. Él la veía de una manera que le hacía erizar la piel y que parecía mirar a través de su atormentada alma rota y llena de dolor. ¿Quién era ese extraño? A pesar del antifaz que lleva puesto, se podía apreciar que era alguien demasiado atractivo y que se expresaba de forma inteligente. Él daba la impresión de ser una especie de chico de la alta sociedad. Desde su forma de sentarse que era refinada, su expresión tensada y su oratoria eran de alguien sobresaliente y bien educado. Era claro que, no era alguien ordinario, ni por como lo trataban los demás empleados al referirse a él como joven señor, ni por lo la forma tan elegante como se expresaba.
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