—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
Hilda dio un sobresalto en su silla. ¿Cómo era que él le había hecho ese comentario? Si las personas se habían estado riendo y burlando, porque creían que era una especie de acto preparado.
—No lo sabía. Lo deduje y acabo de confirmarlo —respondió Herick con total tranquilidad, como si no hubiera hecho nada relevante.
—Entiendo —dijo ella. ¿Él era une especie de nerd o detective? Hablaba de forma intelectual, por lo que era muy probable que sí—. Solo quiero ahogar mis penas en el licor. Mi corazón está roto. Acaso, ¿es un pecado o no está permitido?
—He dicho, que eres libre de hacerlo. Pero no es lo indicado —dijo Herick con voz más pausada—. Estás sufriendo por el desplante y por la humillación que sientes. Solo debes saber que tú no tienes la culpa y no debes tener pena por haber confiado en quien no debía. Él es quien tiene que sentirse avergonzada por haber hecho tal acto de cobardía y vileza. Sea quien sea, no merece ni una gota por la que debas tomar en su nombre y por su causa.
Hilda reflexionó sobre las palabras de aquel extraño. ¿Era un sabio? Lo que decía le había llegado a su alma y tenía razón.
—¿Tienes más por decir? Quisiera escucharte. —Hilda jugueteaba con sus pulgares con el vaso entre sus manos.
—Estás dolida y buscas escapar de tu tormentosa agonía con la bebida. Pero es algo fugaz, pasajero y falso. La mejor forma de superar una dificultad es aceptada la realidad y seguirá avanzando —dijo Herick con voz comprensiva y apacible—. Debes estar odiando a los hombres. Pero alguien que es capaz de dejar plantada a su novia, su compañera, ten por seguro de que no es uno. Una persona así es peor que la escoria. —Extendió su brazo hacia ella con el vaso—. Alégrate y siéntete afortunada que te salvaste de haberte casado con un ser así despreciable con el que pudiste haber perdido años de tu vida. Por ti.
Hilda se había enfrascado en su terrible situación. Pero ese chico había hecho volar su razón y le había hecho ver las cosas de otra manera. Correspondió el brindis con él y bebió con una mentalidad diferente, sin apuro y sin ansias por acabar con todo el alcohol del mundo. Miró a los alrededores y divisó el mensaje en la decoración del muro.
—¿Quién cumple años? —preguntó Hilda con curiosidad. Era por eso los guardias no lo habían dejado entrar. Era un evento privado con pocos selectos.
—Yo —comentó Herick con certeza.
—Felicitaciones. Que cumplas muy feliz —dijo Hilda con emoción al saber que era el anfitrión. Era por eso que era tratado con tanta distinción, como si tratase de un rey de verdad—. Por ti. —Ella ofreció un nuevo brindis en honor a él.
—Gracias —contestó Herick. Su mayor conversación no académica o de negocios había sido con una completa extraña, que no sabía ni el nombre, ni tampoco la cara—. Me refiero a que el trago es un escape transitorio. Pero hay otras formas y conozco algunas… ¿Quieres liberarte de tu sufrimiento? —Herick sostuvo el vaso de Hilda y se lo quitó con cuidado y puso los vasos sobre el mesón —. Ven conmigo. —Extendió su mano hacia ella, invitándola a que lo agarrara.
Hilda quedó estática y pasmada, tanto por el acto como las palabras que él había tenido con ella. Eran un par de extraños. No tenían relación alguna, ni él tenía obligación de ayudarla. Pero ese muchacho con una charla había cambiado su perspectiva del mundo y de lo que le había sucedido no era del todo malo. Era doloroso y triste, y aunque tuviera el corazón roto, podría superarlo con el mejor doctor, el tiempo. No valía la pena sufrir y tirarse a la muerte por alguien que no lo merecía. A pesar de su afecto por Theo, había conocido a un hombre maravilloso, que le había mostrado otra perspectiva de las cosas, incluso de su más angustiante suceso. Miró a los hipnóticos ojos azules de aquel chico y puso su mano encima, y él la sujetó con cuidado. Se bajaron de los taburetes con rumbo a la salida, pero le indicó que debían devolverse, ya que se le habían olvidado los tacones. Regresaron con afán y se agachó para tomarlos. Bajaron por las escaleras, corriendo. Al salir a la calle se dirigieron al estacionamiento, donde se detuvieron al frente de aquellos autos deportivos que había estado viendo desde la mañana. Estaban los tres lujosos coches, el rojo, el oscuro y el azul. Frunció el ceño a través de su antifaz de encaje blanco. ¿Qué significaba eso? Había estado al lado de esos autos desde que se iba a arreglar el cabello y cuando se fue poner el vestido. ¿En verdad eran un augur de buena suerte? Al parecer, en medio de su caos, uno de los dueños de esos automóviles era quien la había ayudado. Observó al muchacho desactivar la alarma con una llave moderna y tecnológica. Buscó adentro y sacó unos tenis deportivos de dama. Se arrodilló ante ella para medirlos. Luego, se los puso en cada pie y le amarró los cordones. Con ese simple gesto, su corazón le dio un brinco en el pecho y empezó a latir de manera acelerada.
—Hay un puente cerca de aquí. Correr libera endorfinas. Te sentirás mejor.
Herick agarró la mano de aquella mujer vestida novia. En toda su vida siempre había estado regido bajo reglas y protocolos. Pero los seguía por gusto propio. No había llegado nadie, ni tampoco había ocurrido algo que lo hiciera alterar su rutina planeada a la perfección. Pero en medio de su aburrimiento, había conocido a una persona que estaba sufriendo en el peor día de su vida. Cuando la había visto llorar tan sentida y abatida, su gélido corazón, que solo era un pedazo de piedra congelada, inerte y muerte, había dado un fuerte latido y había conectado con el sufrimiento de esa extraña. Al haberla conocido, le había recordado que era una persona y su lado más humano y empático se había despertado por ella. Aunque no la conociera.
Hilda entrecruzó los dedos con él. No se debía confiar en los extraños. Pero echaba a la basura todas esas etiquetas que habían sido creadas y que había estado obedeciendo desde siempre. En esa hora, quería dar rienda suelta a su libre albedrío. Además, era posible que fuera el mismo donde había arrojado su ramo de flores.
Así, de manos sujetadas, empezaron a correr a paso lento por la calle, sin importar lo que dijeran o que lo viera la gente. En ese fragmento, solo existían ellos dos, nadie más. Aumentaron el paso y comenzaron a ir más rápido. De un momento a otro, las personas fueron desapareciendo a su alrededor. El tiempo se hizo lento y se alargó. Hilda miraba a ese extraño vestido de rey. Había estado sola en la tarde y destruida por lo que le había pasado. Pero estando con él, todos sus miedos, su vergüenza y hasta su tristeza habían cesado. Moldeó un gesto afable. Jamás se había sentido así de segura y protegida con alguien.
Al llegar al puente, se detuvieron al llegar a la mitad. Estaba solo y no había por allí. Respiraron hondo para normalizar su respiración. Mas Hilda, que no estaba acostumbrada a hacer ejercicio y por eso estaba muy sofocada por la carrera que habían hecho desde el club bar. Su frente estaba sudada y su torso se inflaba y desinflaba con apuro. Debía colocarse a practicar algún deporte o entrenar, porque su estado físico era pésimo. Estaba agobiada por eso.
—Un… Momento —dijo ella, apurada. Inhaló profundo y exhalaba de forma extensa. El mundo le daba vueltas y estaba demasiado agitada. Estaba un poco mareada—. Creo que… Voy a desmayarme.
Hilda estaba por caerse. Pero Herick la sujetó por la parte baja de la espalda con su diestra para tenerla contra su cuerpo y le agarró la mano zurda. Los dos se miraron a través de los orificios de sus antifaces y un brillo dorado se encendió en sus ojos y se fue apagando con ligereza. El ritmo de sus corazones se emparejó y en sus dedos meñiques de sus manos izquierdas, apareció un hilo de oro con un nudo. Era invisible e imperceptible para ellos, pero sus destinos ya estaban unidos por toda la eternidad. No era amor a primera vista, pero sí sentían una fuerte atracción por el otro y el principio de su vínculo perpetuo.