6. El obsequio

1639 Words
Herick sonrió de forma tensa ante el comentario de aquella mujer. De cierta manera, ella era graciosa. La sostuvo y esperó algunos minutos, mientras el viento frío de la noche los refrescaba de manera confortable y recuperadora. Nunca se había sentido tan libre y vivo, que con esa mujer que, a pesar de haber sido traicionada, se había convertido en la única persona en lograr conmover su congelado corazón, que era como un témpano de hielo. Y su carácter de frío y seco había sido alegrado por esa desconocida que estaba llena de gracia. Incluso, en el peor momento de su vida, lograba mantener su amabilidad y su diversión. Podía ver que ella era alguien amable y buena, que solo estaba actuando así por lo el desplante que le habían hecho. Hilda estaba ruborizada y nerviosa por estar con él. Por algún motivo, su corazón se había acelerado de repente a causa de ese extraño. Quizás, era esa forma tan caballerosa y atenta en que la trataba que la había hecho susceptible a él. Pero apenas habían pasado algunos minutos desde que lo que había conocido, y esa última palabra iba entre comillas, porque todavía no se habían presentado y no se habían compartido sus nombres y no sabían la identidad del otro. De cierta manera, mantenerse en incógnita con él le daba más confianza de mostrarse de cómo en realidad y de actuar con más libertad. Aunque fuera irónico, podía revelar tu verdadero ser ante alguien que no fuera familiar y que sabías que más nunca ibas a ver, que con una persona que era cercana y que tenías la certeza de que te la ibas a volver a encontrar en cualquier parte Herick señaló el siguiente lugar y la guio hasta uno de los bordes del puente, donde había un largo soporte cilíndrico. Era como un mirador tanto para los residentes, como para los visitantes de que fueran allí. Múnich era un sitio turístico con destacadas atracciones. Ella era una mujer alemana y él, un joven americano que había venido a Alemania a estudiar en la prestigiosa y antigua Universidad de Humboldt de Berlín, por lo que su estancia en esa ciudad sería breve y no estaría ahí por mucho. Era probable que ellos dos no volvieran a ver, ni a encontrar después de esa noche. Serían como un efímero recuerdo del otro, como un fantasma que habita en sus memorias, pero sin tener el contacto o alguna otra manera de acordar una reunión. Solo, estaban de paso en el camino de sus vidas. Era por eso que quería ayudarla en lo que pudiera para que siguiera avanzando y no se quedara estancada en su dolor y su sufrimiento. —Ahora, sube aquí y grita todo lo que sientes —dijo él de manera tranquila y con confianza. Herick la ayudó a subir y ella se sentó en el soporte. Se puso detrás de ella y la rodeó por el vientre, para abrazarla, por motivos de seguridad. No quería que cayera al gélido río y que se emparara. Hilda aún respiraba de forma intermitente y forzada. Contempló el agua con el reflejo de las luces de la ciudad. Había pensado que todo su mundo y su vida había terminado. Pero gracia al chico que tenía detrás y después de todo lo que había pasado, sí iba a tener un nuevo comienzo, uno sin ser esposa de un cobarde. Puso sus manos sobre las de él, para mantenerse con más confianza. —Yo… —dijo Hilda de forma leve. Pero luego alzó su cabeza y tensó la mandíbula. No había motivo por el cual contenerse. Era su preciado momento de mayor liberación—. Te odio… Espero que… Y que… —Hilda expresó una secuencia de insultos contra su ex prometido. Herick apretaba los labios y sonreía de forma tensa al escuchar tantas injurias, cuando había crecido una familia de la realeza y ser rodeado por castas nobles en la que el arte de la oratoria refinada y elegante lo eran todo. Hilda se quedó sin energía por gritar tan fuerte. Jamás había dicho tantos agravios y maldiciones. Se sentía mucho mejor y más tranquila. A pesar de haber dicho tantos insultos, era como si hubieran limpiado y purificado de toda la oscuridad y tristeza que la estaban consumiendo. Le indicó que la bajara, pero cuando lo estaba haciendo, ambos cayeron en el suelo. Quedó encima, con una de sus manos sobre el pecho, sintiendo los fuertes latidos del corazón de él, que le golpeaban el palmar como si fuera un tambor de guerra. Sus rostros quedaron cerca y sus labios estaban a escasos centímetros, por lo que pudo detallar, de nuevo, la cara de aquel extraño. En verdad, él debía ser alguien muy bello y atractivo. En el peor día de su vida, él había sido el único que se había percatado de su dolor y de su sufrimiento. Él la había ayudado y salvado. Era su salvador, su rey, su héroe. Permaneció embelesada admirándolo y sus oscuras pupilas se dilataron al haber tenido una idea y, como si hubiera apretado un botón de inicio, en su mente comenzó a reproducirse su historia, desde su nacimiento. Desde que era una bebé y se divertía con juguetes, los instantes con sus padres y su hermano, su colegio, su universidad, y su noviazgo. Así, como la propuesta del matrimonio, su ceremonia fallida, la huida de la iglesia, el escape por la ciudad, su llegada al club bar, su encuentro con el desconocido, su reciente carrera, su desahogo, hasta ahora, que estaba sobre él. Y no era consciente de que su decisión los uniría por y para siempre. —Hoy iba a ser mi matrimonio —dijo Hilda con voz temblorosa. —Lo sé —contestó Herick con voz compresiva. Era una de las razones por las que ahora se encontraban allí, su ceremonia fallida y el desplante que le habían hecho, había propiciado esta situación. —Y hoy es tu cumpleaños. Herick frunció el entrecejo. ¿Cuál era el punto de traer a conversación los dos eventos? Ese era el segundo motivo. Si no cumpliera el mismo treinta y uno de octubre, no hubiera viajado hasta Múnich, por lo que su encuentro no se habría podido dar. —Sí —respondió él. —Te agradezco por haberme ayudado —dijo Hilda y con lo que estaba por decir, su corazón se aceleró, incluso, más rápido que por haber corrido. —Por nada. Espero que superes esta difícil situación en tu vida. —Herick tenía abrazada a Hilda por la espalda, como acto reflejo cuando se habían caído. —Te… Tengo un obsequio para ti —dijo ella con voz temblorosa. Estaba en sus sentidos. Haber corrido la había despertado y avivado, más que en cualquier otro día de su vida. Parecía que iba a tener un paro cardiaco por lo que había contemplado. —No es necesario. —respondió Herick con tranquilidad. Pero Hilda negó con la cabeza. —Es algo que te deseo entregar a ti, y que ya nadie más podrá recibir. Solo tú puedes tenerlo —comentó ella con melancolía. Le había dicho que a su ex prometido que solo tendrían relaciones hasta el matrimonio. Pero hoy era su evento nupcial—. Es algo que solo darse una vez en la vida. —¿Qué es? —preguntó Herick. No tenía la más mínima intención de discutir o llevarle la contraria. Aunque estaba intrigado por saber qué era. Si solo podía entregar de forma única, debía ser de mucho valor. Lo aceptaría, para que se sintiera mejor. Hilda respiró hondo y aclaró su garganta. ¿Cómo era posible que estaba por decir eso? Era algo sin precedentes que destruía sus valores e iba en contra de sus principios morales y éticos. Su respiración se tornó más pesada. No podía dejar de verlo y de pensar que era alguien muy atractivo y hermoso, y hasta de buena familia, si era el dueño de aquel auto deportivo. Sonaba como alguien interesada y superficial. Por supuesto. Tenía presente las cortantes palabras que le había dicho su ex prometido. Y ese extraño era la contraparte de la amante y de la esposa que ahora tenía el estúpido. Él sí es un hombre. Millonario, hermoso y sensual. Tenemos relaciones todos los días. Bueno, eso era algo imposible. Sus mejillas se encolerizaron por eso. Suerte. Aunque nunca encontrarás a alguien como yo. Ningún hombre aguantaría tus santurronerías. Fueron muy aburridos todos estos años. En serio, nadie te hubiera aguantado tanto. Hilda había encontrado la forma definitiva de liberarse de su tristeza. Esas palabras hirientes eran una ofensa contra ella. Si la habían dejado por mojigata, entonces dejaría de serlo, y por venganza y despecho, le entregaría su mayor tesoro como mujer casta a ese extraño que había su luz, en medio de su oscuridad. Aunque no podía hacerlo varios días, sí que podían hacerlo por todo el tiempo que quedaba hasta la madrugada. Era un idilio de pasión, como si fuera una novela de ficción, de esas que solo pasaban en los libros románticos. Pero decirlo era algo demasiado atrevido que le estremecía cada cimiento de sus valores y de su alma. —En tu cumpleaños, Des… Deseo… —dijo Hilda, tartamudeando por los nervios que tenía. Su piel se puso fría y palideció. Negó con la cabeza al despejar sus dudas y sus miedos. Estaba segura de lo que estaba por hacer. Era la mujer, y si no era ella quien hacía la propuesta, tenía la total certeza de que él no iba a intentar propasarse o aprovecharse de su situación, porque era un caballero de reluciente armadura. No, debía corregirse, él era un auténtico monarca, su rey—. Quiero regalarte mi noche de bodas… Quiero entregarte mi virginidad.
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