Al volver a casa, Kyle se había mostrado entusiasta al enterarse, cosa que le costó a Mag una buena cantidad de tiempo y gran parte de su paciencia para explicarle, pero él dijo que le haría bien tener algo que hacer durante el día y convivir con más personas.
Esa noche, luego de cenar y presa también de cierto entusiasmo, la chica había sacado un lote de prendas y los extendió sobre la cama, tratando de escoger algo para el día siguiente. Luego de unos minutos se sintió ridícula; no había llevado nada extraordinario porque no creyó necesitarlo, y tras pensarlo un segundo, entendió que de hecho no lo necesitaba. La tienda era apenas un estrecho cuartucho con un escritorio, una estantería de decoraciones de la zona, y una cartelera llena de pegatinas para llevar. Era claro que no necesitaba sedas ni lentejuelas para pasar su día ahí, así que apartó un atuendo sencillo y guardó lo demás. Se duchó, cepilló su cabello y, comprendiendo que no tenía ganas de volver al salón, se dirigió al escritorio.
Un rato después estaba sentada frente a un puñado de hojas arrugadas y otras tantas extendidas sobre la madera. Se masajeaba las sienes con frustración. Había intentado dibujar a Cam otra vez, y como en oportunidades anteriores, sentía que lo que obtenía eran los bosquejos de hombres corrientes que no se parecían ni un poco a él. Intentó recordar sus rasgos, y vaya que los recordaba muy bien, pero no estaba teniendo ningún éxito en plasmarlos en el papel. Recogió todo de un tirón, y malhumorada, echó todo al cajón.
Un ruido extraño se oyó en el balcón, similar al que se produciría si alguien, o algo, estuviera rasgando el suelo de madera, queriendo escarbar en él. Una sombra pequeña y rápida cruzó parte de la ventana, y luego se escuchó el tintineo de las macetas de arcilla chocando unas con otras. Su corazón se aceleró, pero reunió valor suficiente para acercarse a la puerta y pasarle el pestillo. Luego siguió con la ventana, a la que también le pasó el seguro y corrió las cortinas. Mag no había salido al balcón desde que había vuelto; sabía que Dahlia había pasado a regar las flores, pero ella se aseguró de estar en el salón cuando lo hizo. Sentía que aún no estaba lista y, en su mente, tanto si era algún animal del bosque, el fantasma pútrido de su madre, o incluso si se trataba de un extraterrestre, a ella le daba igual; nada le haría salir a aquel condenado balcón.
A la mañana siguiente, tal y como se lo había prometido a Grace, estuvo justo a la hora de abrir el local y le gustó notar que estaba de buen humor. Sus tareas a cumplir no eran nada complicadas, y los turistas que llegaban, que en verano aumentaban considerablemente, aunque no llegaban a agobiar, eran bastante amables y, una vez que notaban que Mag podía oírles sin problemas, se tomaban la situación sin complejos. Nadie la miraba más de lo necesario y los pocos que lo hicieron fueron muy discretos, lo cual reforzó la creencia de Mag de que el aislamiento le hacía mucho daño a las personas del pueblo.
Grace preparó café y compró galletas. Le explicó cómo se llenaban los permisos de exploración y cuáles eran los pases de senderismo. La dejó sola media hora y volvió con dos envases llenos hasta casi explotar de macarrones para el almuerzo. Le enseñó los arreglos de mesa que estaba haciendo para la boda y luego salió otra vez, diciendo que le mostraría las fotos de cómo prepararían el altar. La chica se puso a inspeccionar el bonito adorno de cristal y flores que había sobre el mostrador. Era una especie de bola de nieve, pero en el interior había una hermosa dalia negra dispuesta en ángulo junto a un diminuto gorro de chef. A Mag se le hizo ingenioso, cursi y tonto a la vez, pero consideró que representaba a la perfección a los novios. En eso se encontraban cuando la campanilla de la puerta volvió a sonar.
—¿Mag? ¿Qué haces aquí? —preguntó Dahlia, entrando a la tienda con aire contrariado.
—Trabajo aquí.
—¿Cómo que trabajas aquí? ¿De dónde sacaste esto? —preguntó, quitándole la esfera de las manos.
—Grace. Ella me contrató.
—¿Te contrató? ¿Y cómo se supone que vas a atender a los clientes?
Mag entornó los ojos y salió detrás del mostrador, agitando el paño con el que había estado quitando el polvo.
—Ah, bueno… tiene sentido ahora —dijo su hermana, ya con todo más pacífico. Mag se enojó del hecho de que se la considerara incapaz de atender a un par de turistas, pero no dijo nada al respecto—. ¿Y por qué no me habías dicho nada?
—Acabas de volver —respondió Mag, perdiendo un poco la paciencia. Dahlia resopló, comprendiendo su punto y asintió. Se dispuso a inspeccionar el adorno en sus manos y luego sonrió.
—¿No crees que Grace es muy buena con estas cosas? —Su gesto se tornó un tanto melancólico—. Ella hace estas bellezas. Mamá hacía lo de las flores… Incluso tú dibujas. Yo nunca he podido hacer nada grandioso con mis manos.
Mag se sintió incómoda al instante. No se esperaba que su hermana tuviera un momento de debilidad como ese, mucho menos que decidiera mostrarlo frente a ella… No sabía qué hacer; con Dahlia se acostumbró a estar siempre a la defensiva y planeando alguna respuesta mordaz, pero pensó que en esta oportunidad necesitaba algo más condescendiente; así que cuando su hermana alzó la vista de nuevo, le dio la única respuesta que se le ocurrió: "Salvas vidas".
Dahlia resopló en medio de una sonrisa burlona y empezó a negar con la cabeza.
—Los doctores salvan vidas, yo solo… curo heridas.
Las mujeres se miraron unos segundos; Mag seguía sin entender con exactitud a dónde quería llegar Dahlia con todo aquello. En su vida, pocas veces se había topado con alguien más prepotente y confiada de la superioridad que creía tener que su hermana; ¿por qué de pronto parecía que necesitara que alguien le dijera la importante que era? Por fortuna para la chica, la puerta se abrió una vez más y Grace apareció ante ellas.
—Hasta que llegas. ¿Qué es esa tontería de que contrataste a Mag? —preguntó Dahlia con un tono tan despectivo que hizo enojar a la anciana de inmediato, pero la chica, dejando de lado el insulto, se alegró de ver de vuelta a su odiosa hermana. Aquel momentáneo desequilibrio del ecosistema Woods fue demasiado para tolerar en tan corto periodo de tiempo.
—¿Cómo que tontería? La contraté porque necesito ayuda, y me pareció una buena opción para que saliera del encierro en el que la tienes —dijo la mujer.
—Yo no la tengo encerrada… —Dahlia miró a su hermana con una expresión de asombro y luego volvió su atención a Grace—. ¡Ella no quería salir!
—¿Y te parece extraño que no tenga ganas de pasear por este pueblo? —Le desafió Grace, haciendo que la mujer diera un paso atrás, como si no hubiese estado esperando aquel golpe.
Dahlia alzó ambas manos en señal de rendición.
—De acuerdo, lo siento. Kyle y yo lo estamos intentando, ¿vale? No puedo borrar el pasado, pero intento dejarlo atrás.
—No para todos es igual de sencillo, jovencita.
Mag notó la vergüenza en el rostro de su hermana. Sabía que odiaba que le trataran de esa forma; era como decirle que era una tonta, pero se trataba de Grace, y aunque Mag no había estado ahí los últimos cinco años, sabía que la mujer siempre había sido una figura materna para su hermana también. Pensó que había sido eso lo que la impulsó a llamarla aunque en el fondo no lo hubiese querido; ahora podía verlo.
—Está quedando muy bonito, Grace. Gracias —dijo Dahlia colocando el adorno sobre la mesa y luego dirigiéndose a Mag—. ¿Vienes ya?
La chica sacudió la cabeza en negación. Su hermana asintió y salió de la tienda en silencio.
—A veces siento que se parece más a su madre cada día. Me hubiese gustado que tu padre se la hubiese llevado también, pero claro, Jared estaba tan traumado por lo que te pasó, y se sentía tan culpable… Nunca se perdonó lo del accidente. Al final, sacarte de aquí fue la única forma que encontró para compensar lo que hizo; pero eso condenó a la pobre chica también.
Mag bajó la cabeza, dolida de pronto por la llegada de los recuerdos. Recordó los rayos y el escalofriante sonido de los truenos rompiendo el cielo esa noche. Recordó la llamarada que se blandió frente a ella un segundo antes del desastre. Recordó la lluvia y la sangre mezclándose en su boca mientras tosía… Recordó los lamentos de su padre en la oscuridad. Y, por supuesto, recordaba el dolor, ese jamás se había ido; desde esa noche había estado presente en su vida, pero se transformaba con las temporadas, con los años.
A esa altura de su vida, Mag había experimentado muchas clases de dolor. El físico, el mental, el emocional. Se había roto su cuerpo, su espíritu, su corazón… o al menos eso creía ella. Pronto el tiempo le enseñaría que su corazón aún no había sufrido suficiente, pero de momento, ella se creía ya inmune al sufrimiento; se creyó con el poder de controlar sus efectos. Fue por eso que reprimió todos los recuerdos y, mostrando una sonrisa, le hizo saber a Grace que ya todo eso había quedado atrás. La mujer aceptó la silenciosa súplica y no volvió a mencionar el tema.
Apenas una hora después cerraron el local y, tras despedirse, Mag empezó a caminar por la acera de la calle principal. Estaba haciendo un clima agradable y el pueblo estaba en paz, pero algo en su interior supo que esa paz no le acompañaría hasta la casa. Sabía que quizás Dahlia querría hablar con ella… Discutir con ella, y no estaba de humor, así que se desvió sin tener muy claro a dónde se dirigía hasta que se detuvo frente al Mickey’s House.
Podía oír la música y el estruendoso sonido de voces y carcajadas adentro. Sabía que ahí tampoco encontraría paz, pero supo que tampoco encontraría tormentos, así que entró.
En el interior, las paredes de madera y las pobres luces amarillas le daban un tono íntimo al salón, aunque en realidad había al menos dos docenas de personas ahí; el verano era buena temporada para los turistas, y locales como los de Mickey o los Paddock eran los más beneficiados.
Robó un par de miradas de camino a la barra, pero ninguna especialmente ofensiva; casi todos ahí eran turistas, y los que no estaban demasiado ebrios para que ella les prestara atención. Se sentó en una banqueta que le cedió un hombre al verla llegar y sonrió cuando Mickey casi se ahogó de la sorpresa al verla.
—¿Mag? ¿Y tú qué haces aquí? ¿Quieres un trago? —preguntó al ver que la chica señalaba hacia la botella de cerveza que tenía el hombre sentado junto a ella—. Oh, por supuesto.
A Mickey le tomó solo un minuto sacar la bebida de Mag y servírsela en un vaso. Ella sacó un par de billetes y se los acercó, pero él sacudió sus manos enérgicamente.
—Jamás aceptaría. Ningún Wood pagará nada aquí mientras yo viva, pero nada de emborracharse, eh. —Terminó, señalándola con el índice a modo de advertencia. Mag sacudió la cabeza y sonrió, tratando de ignorar que dicha advertencia iba ligada al recuerdo de su padre, desplomado en alguna mesa de aquel local, casi muerto de ebriedad.
La chica empezó a beber su cerveza, intentando relajarse, pero los segundos pasaban, los tragos empapaban su garganta y no lo lograba, no lo entendía; ella se estaba esforzando en tener la cabeza en blanco, la música era agradable, las personas parecían estarla pasando bien, ¿por qué entonces no lograba relajarse?
Dio una rápida inspección por las mesas, y entonces, en el extremo oeste del salón, en la mesa pegada a la pared, lo vio. Y no pudo dejar de hacerlo el resto de la noche.