Cameron volvió a sentarse, ya con el pantalón puesto y se inclinó hacia adelante. Unió sus manos para intentar drenar su intranquilidad con ello y respiró profundo antes de hablar.
—Continúa.
Era una petición; sabía que quizás no era buena idea forzarla; podía ver en sus ojos, ya no grises sino prácticamente color plomo, que los recuerdos le hacían daño, pero él necesitaba saber; había una bestia rugiendo en su pecho y, aunque sabía que no debía alimentarla… quería hacerlo.
Mag se rascó el cuello, alzó la mirada al techo unos segundos y luego se incorporó. Ella tampoco sabía por qué, pero necesitaba contárselo todo.
—Me grabó. Cada una de las veces. Por lo que sé. —Hizo una pausa para calmarse, sus manos temblaban demasiado—. Siempre me llevó al garaje. Nunca lo noté. Una cámara de video. En alguna parte. —Se rascó el cuello una vez más—. Tenía mucho volumen. Me oí. Ellos reían. Decían que él me hizo hablar.
Cameron bajó la cabeza al tiempo que ella torcía el gesto, intentando no llorar. Él sentía que el aire quemaba sus fosas nasales. La miró y entonces el animal en su pecho enardeció aún más. Se acercó, de cuclillas frente a ella y poniendo una mano bajo su barbilla, la obligó a mirarle.
—¿Qué hizo cuando se dio cuenta de que estabas ahí? —Los ojos de la chica se oscurecieron y él sintió que el balcón empezaba a dar vueltas—. Mag… ¿Cómo saliste de ahí?
Al verla descomponer el semblante y apartar la mirada otra vez, supo que había dado en el clavo. Sintiendo cómo el animal que habían estado alimentando con aquella historia empezaba a tomar posesión de su cuerpo. Podía sentir sus garras deslizándose dolorosamente bajo la piel de sus brazos, como enfundándose una armadura de guerra… así debía sentirse estar poseído.
La tomó por los hombros y la obligó a sentarse en el sofá con él. Alzó el rostro de la chica una vez más y respiró profundo, intentando hablar con voz clara.
—Dime que saliste de ese garaje… ilesa —Aquella última palabra había sido pronunciada con mucho cuidado. Ella intentó incorporarse, y aunque volver a comunicarse le tomó un tiempo, lo hizo.
—Muchos se fueron. Algunos cuando llegué.
Mag recordó la mirada de Theo, que, más que avergonzado, solo parecía decepcionado de haber sido atrapado. "¿Qué haces aquí, Mag? Te dije que te vería más tarde", había dicho él exasperado. Pero ella no podía hablar. Lo intentó hasta que le dolió la cabeza, pero no pudo hacerlo. Ese fue su primer gran episodio de mudez absoluta. Cuando empezó a llorar, algunos de los chicos que quedaron empezaron a reír, se mantenían a distancia, pero seguían ahí, mirando su humillación como un espectáculo de circo. Entonces ella se volvió agresiva.
Aquella chica delgaducha y pequeña se había abalanzado contra Theo, que para aquel entonces era un adolescente fuerte y en forma. Él recibió el primer golpe, asentado justo en su esternón. Había sido un puño cerrado y lanzado con violencia. Dolió y no le gustó. Él la había tomado por las muñecas, y por más que intentó zafarse, no pudo hasta que él la empujó y la hizo caer contra el sofá. Mag recordó que algunos chicos empezaron a irse cuando el enfrentamiento empezó, pero en ese momento no fue consciente de mucho. Tras incorporarse, había tomado un viejo fierro que había en el lugar y se lanzó contra el televisor que aún resonaba fuerte y la mostraba a ella de rodillas sobre aquel mismo sofá, apenas unos días antes. Golpeó el aparato con furia. Theo empezó a gritarle y le quitó el fierro cuando el cristal de la pantalla se estrelló y finalmente la imagen desapareció.
"¿Cuál es tu maldito problema?", había preguntado él, sacudiéndola de los hombros. "No es para tanto. Muchas personas se graban. Es lo mismo que si les hubiese contado los detalles de lo que pasó", se encogió de hombros y Mag quiso vomitar. Que él creyera que no había nada mal en aquella situación tan desgraciada, le hizo mirarlo por primera vez como un monstruo, pero a la pesadilla aún le faltaban detalles. "Estaban hablando mierda. Decían que tenías escamas. Que si no se sentía diferente tocarte… Solo les mostré que era sexo normal, para que me dejaran en paz". Él siguió actuando como si aquello no fuese más que un percance menor.
Ella era incapaz de contar esta historia con lujos de detalles, pero lo intentó. La revivió "palabra a palabra" bajo la atenta mirada de Cameron.
—Mag… ¿Cómo saliste de ese garaje? —preguntó él entre dientes, necesitando saber que nada más había pasado ese día, pero temiendo lo peor. No le costaba imaginarse lo que un grupo de malnacidos podía hacer si se sentían apoyados.
—Corrí —expresó ella.
—¿Alguien más te tocó?
—Uno. Lo intentó. —Torció el gesto una vez más, recordando cómo Will le había cerrado el paso y le había tomado por la mejilla. "No llores, pequeña. De verdad no es para tanto. Si te relajas, podrás darte cuenta. Incluso hasta podrías divertirte con nosotros", había dicho el joven, mientras deslizaba su mano hacia el trasero de Mag.
—¿Lo hizo? —gruñó Cameron. Ella sacudió la cabeza.
—Grité. Lo golpeé. Me dejaron ir.
—¿Por eso te fuiste del pueblo? —Mag asintió con la mirada perdida hacia el bosque. Podía ver la luna a través de la hiedra colgante. —Dime que tu padre mató a ese infeliz antes de sacarte de aquí.
—No estaba en casa. Cuando llegó. Había cosas más importantes.
—¿Qué mierda era más importante que lo que te hicieron esos tipejos?
—Lo que hizo mamá. —Él retrocedió ante aquella revelación y la miró confundido—. Cuando salí del garaje había mucha gente. Muchos vieron el video. Hablaron. El pueblo lo supo. Enloqueció. Me golpeó. Muchas veces. Gritó cosas horribles. Cortó mi cabello. Me encerró en la habitación. No me dio de comer al día siguiente. Enloqueció.
—¿Tú hermana la ayudó? —preguntó él con desprecio.
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—No me ayudó. —Ella se removió incómoda recordando las explicaciones que había dado su hermana para justificarse—. Cuando papá volvió. Me vio. Enloqueció también. Golpeó a mamá. Dahlia gritaba. Yo no sabía qué pasaba. Tenía miedo de bajar. Él subió. Dijo que empacara. Tomamos el último autobús. No volvimos.
—Tú volviste. —dijo él en tono acusatorio. Mag asintió, avergonzada.
—Estaba sola. Solo quedamos nosotras. Pensé que podíamos avanzar. —Recordó lo sucedido el sábado y bajó la cabeza—. Me equivoqué. Me iré después de la boda. No volveré.
—Bien. Pero sigo sin creer que de verdad nadie hiciera nada. Eras una menor y…
—No era ilegal —expresó ella encogiéndose de hombros. Ya se veía un poco más calmada. Él comprendió lo que quiso decir, en su país, tener dieciséis años puede ser una edad terrible para ser manipulada por un abusador.
—¿Y qué me dices del video? Te grabó sin tu consentimiento y se lo mostró a todo el mundo. Esa mierda sí es ilegal. —Se sintió algo hipócrita pidiendo justicia y un castigo para aquel hombre, pero la idea de que nadie le hubiese hecho pagar lo que hizo le causaba nauseas.
—Jamás tuve el video. Nadie hablaría. No por mí. No lo han hecho hasta ahora. Solo fui un capítulo vergonzoso. Para todos aquí.
—Eso es una maldita mierda. ¿Él se aprovecha de ti, te convence de hacer cosas que no quieres, te graba y tú eres la vergüenza del pueblo?
—De los hombres no sorprende cuando hace mal. De las mujeres se espera castidad. No hablaban del video que él grabó. Hablaban de las cosas que yo hice en él.
—Todos aquí son una puta escoria. Yo no soy un buen tipo, Mag. También soy una basura, pero te aseguro que ellos son una puta escoria. Y te aseguro también que si yo hubiese conocido a ese infeliz, le habría roto el cuello después de torturarlo hasta que mi sed de sangre estuviese saciada.
—Lo conoces —comunicó Magnolia, dejándolo frío.
—¿Qué?
—Te vi hablar con él. En la estación. Es Theo.
—¿Paddock? —El pulso de Cameron se aceleró al verla asentir.
Recordó esa mañana; la había visto en la terminal y se veía afectada; solo ahora comprendía por qué. Conocía a Theodor Paddock, por supuesto. Era un imbécil, inoportuno e inútil bebedor hambriento de dinero que, para su desgracia, se había mezclado con las personas equivocadas. Le debía una gran suma de dinero a Stephen.
—He hablado un par de veces con él, sí. Pero no somos amigos —respondió en tono bajo, ya con el pensamiento un poco perdido.
—Creí que no lo vería aquí. La vida lo trata mal. Volvió con sus padres.
—La vida no le ha dado todo lo que merece, te lo aseguro.
—Es lo que tengo.
—¿Se ha acercado a ti? —preguntó entre dientes.
—Kyle me llevó al restaurante una vez. Él estaba ahí. Me habló. Lo mandé a la mierda. Me sentí muy mal. Furiosa. Huí. No se ha vuelto a acercar a mí.
—¿Fue el día que huías de Jonas? —agudizó la mirada al verla asentir. Ella dijo algo más acerca de que él no lo sabía, pero Cam no prestaba demasiada atención. Estaba furioso también.
Recordó los gritos y los lamentos de Magnolia cuando estuvo frente al mar, entonces pensó que era un animal herido y ahora comprendía el motivo... Y sabía también quién lo había provocado. Ella se puso de pie, miró hacia el jardín unos segundos y luego se giró hacia él, sonriendo con amargura.
—¿Quieres saber lo peor?
—¿Hay algo peor? —Cameron la miró con incredulidad. Ella sintió.
—Dahlia se acostó con él. —Él ladeó la cabeza.
—¿Con Paddock? ¿Estás jodiéndome? —Siguió cuando ella asintió.
—Lo descubrí el otro día. Lo cogió cuando me fui. La amenacé. Dije que le contaría a Kyle.
—Deberías hacerlo.
—Siento pena por él. Es un buen tipo.
—Al que dejarás casarse con una maldita enferma.
Magnolia lo miró; tenía un punto muy válido, lo sabía, pero seguía sintiendo aprensión al pensar en eso.
—Aún no sé qué haré. Me quedan unos días para pensar.
—Lo que deberías hacer es prender en fuego este maldito pueblo —dijo él poniéndose de pie también y apoyándose en el barandal. Ella sonrió y giró sobre sus talones para mirar hacia el jardín igual que hacía él.
Las hileras de hiedra se sacudían suavemente con el viento, la noche era templada y el cielo estaba despejado. Él apoyaba sus antebrazos a la madera mientras se frotaba los dedos uno contra los otros; fruncía en ceño, parecía pensativo. Ella, por otra parte, tenía sus uñas casi clavadas al barandal, controlando el impulso de tocarlo. Él había prestado atención a su historia, se había puesto de su parte, incluso se había enojado porque nadie hizo justicia en su nombre. Ella solo había querido desahogarse, pero él le había dado más que eso.
Quiso abrazarlo, pero dudaba que su gesto fuese bien recibido, y sin embargo era casi imposible controlarse. Casi ni fue consciente de cómo se habían acercado hasta que el fuego casi infernal, aunque no desagradable, empezó a abrasar su piel. Ella llevaba la gruesa tela de la sudadera, pero eso nada podía hacer para mitigar el calor que desprendía la piel desnuda de Cameron la llamaba, cantaba para ella. Siguió luchando por controlarse, diciéndose que arruinaría el momento si apoyaba su frente en el hombro de él, y no quería que acabara.
De haberlo hecho, habría roto las precarias defensas de Cameron, que solo quería tomarla en brazos, sacarla de ahí y llevarla lejos, a un sitio donde nadie los encontrara. Pensó otra vez en la playa. Se vio caminando en la arena, mientras solo la luna se veía en la negrura del paisaje, y solo las olas rompían el silencio, mientras ellos… Sacudió la cabeza y desechó la idea. Mag estaba en un momento vulnerable, no necesitaba nada de eso, solo necesitaba no estar sola.
—¿En serio no quieres acabar con el pueblo? Podría ayudarte. No tengo nada que hacer los viernes por la tarde —repitió él, mirando al cielo nocturno. Ella rio y sacudió la cabeza.
—Daría muchos problemas.
—¿Qué dices? Nos tomaría una noche, y a la mañana siguiente a nadie le importaría una mierda.
—No creo. Ahora están en el mapa. Es diferente. Se darán cuenta.
—¿De qué hablas? —preguntó al verla reír.
—No esta bahía. Un pueblo cercano. Es igual. Hay un libro. Son famosos ahora.
—¿Alguien escribió un libro sobre este pueblo? —El tono despectivo del hombre hizo reír a Mag.
—Del pueblo cercano. —Ella puso los ojos en blanco—. Habitado por vampiros. Vegetarianos. Uno se enamora de una humana. Ella acaba de mudarse. —Cam rio al entenderla.
—¿Un pueblo habitado por vampiros y vegetarianos? ¿Qué maldito libro es ese?
Magnolia puso sus manos en el pecho del hombre y, dejando caer la cabeza hacia atrás, soltó una sonora carcajada. Él la contempló en silencio, pensando que quizás nunca le había parecido tan hermosa como en ese momento, y amando que estuviese riendo relajada, olvidando lo sucedido en el pasado, aunque fuese por un momento.
Las siguientes horas estuvieron sentados en el sofá. Él se fumó un par de cigarrillos mientras ella intentaba contarle la historia de su libro. El aire fue haciéndose más cálido a medida que la salida del sol se aproximaba. Cuando el color del cielo empezó a cambiar, él supo que era momento de irse. La despedida fue rápida y un tanto incómoda. Ella, sintiéndose vulnerable, pues ahora él lo sabía todo. Él, recriminándose por involucrarse tanto, sabiendo que jamás había amanecido con una chica con la que no se hubiese acostado.
Cameron no era un hombre sentimental, pero el instinto protector había rugido en su interior y había desgarrado su pecho para salir; había tomado el control del barco y sabía que no soltaría el timón hasta que ella estuviese segura, realmente segura, fuera de ese jodido pueblo y lejos de sus jodidos habitantes.
Aún no comprendía por qué; era algo que iba más allá del deseo carnal que despertaba en él, pero se sentía unido a ella, y que las personas que la habían dañado aún respiraran se le hacía imperdonable. Mag quizás tenía un corazón más puro y bondadoso, pero la oscuridad en el suyo no dejaba espacio para sentimientos tan nobles. Esa noche se hizo una promesa y se encargaría de cumplirla, pero para eso necesitaba hallar un teléfono.