—¿Dije algo gracioso?
Ella lo miró con una ceja arqueada y tras un resoplido, en parte divertido y en parte frustrado, dejó el lápiz y gesticuló hacia él.
—No soy del tipo que tiene novio.
—¿No te van las relaciones formales?
—No lo sé. Pero no tengo muchos hombres a mi alrededor. No suelen buscarme. Obvio.
Cameron pasó la punta de su lengua por el interior de su mejilla y, temiendo la respuesta, preguntó:
—¿Qué quieres decir con que es obvio?
—Portland es una ciudad grande. Pero saber señas no es común. Es difícil hablar con alguien.
—Como tú, hay millones de personas en el mundo con dificultades para hablar. Y la gran mayoría consigue tener pareja.
—Suma lo de mi piel.
—¿Qué pasa con tu piel? —preguntó él, ya sin preocuparse en mostrar su molestia repentina; cosa que tampoco ocultó ella.
—Soy muda, y tengo vitíligo. ¿Crees que me hace atractiva? Pregúntale a cualquier hombre. Ninguno dirá que lo soy.
—Por favor, Mag… Las palabras que a ti no te salen por la boca, te salen por los poros. Comunicarte no es un problema para ti. Y perdóname por ser brutamente honesto, pero cuando un hombre tiene tu lengua en su boca, tus tetas contra su pecho y su v***a dentro de ti, le importa una mierda de qué color tienes la piel.
Llegado a ese punto, ya ambos estaban enojados, aunque ninguno podía explicar en qué punto exactamente se había salido todo de control, o por qué estaban tan enojados. A él, que debía echar mano de ridículas técnicas de adolescentes para controlar la respuesta de su cuerpo en su presencia, no le cabían en la cabeza los argumentos de Mag. A ella, por otro lado, se le hacía absurda su determinación de no querer admitir algo que era tan obvio para todos.
—Para llegar a ese punto deben acercarse a mí. ¿no? —Le miró desafiante.
—¿Estás diciéndome que los hombres no se te acercan? —preguntó él, mirándola de la misma forma.
Mag se puso de pie y, para perplejidad de Cameron, que se sentó de un salto, se quitó el hoodie, dejando al descubierto la vieja y casi traslúcida camisilla que llevaba debajo. A Cam se le cortó la respiración al detallar la curva de sus senos y aquellas pequeñas sombras en sus cumbres y que se asomaban bajo la tela.
Él había deseado ver más y ella le estaba mostrando más, pero no había estado preparado.
Respiró con pesadez mientras ella abría los brazos con aire desafiante, mostrándole con esto las marchas que antes no había visto. Alzó la cabeza y le dejó ver todo su cuello, divido por por irregular línea blanca. Se dio la vuelta y apartó su cabello. Él vio un poco más del patrón en su espalda, ese que tanto le había hechizado la noche anterior, pero ella se reincorporaría rápido.
—Vamos. Mírame. No mientas. Si me vieras en un bar…
Cameron no la dejó terminar. Adivinó lo que pretendía hacer. Y el recuerdo del día que se conocieron llegó a él, ese impulso irrefrenable de hablarle luego de verla fue genuino y quizás hubiese fluído de una forma distinta de no haber sido por Dahlia. No iba a permitir que echara eso por tierra.
—Si nosotros fuésemos dos desconocidos en un bar —dijo en un susurro bajo y ronco, contenido de emociones—. Te aseguro que me acercaría a ti. Y tan pronto tuviese una señal de interés por tu parte, te sacaría de ahí, te arrastraría a la cama más cercana que encontrara y no te soltaría hasta la mañana siguiente. Y te aseguro, Magnolia, que te cogería tan fuerte y tan profundo que jamás volverías a tener una sola duda del maldito efecto que puedes causar en un hombre. —Ambos quedaron en silencio por unos segundos, respirando agitados, sintiéndose en un campo minado, sabiendo que algunos acabaría despedazado—. Y te aseguro también que no sería el único que haría lo mismo. El problema no es tu voz, mucho menos tu cuerpo. El problema eres tú. Es ese pensamiento que tienes. Para alguien que odia a los demás por discriminarla… Te discriminas bastante a ti misma a mi parecer.
Mag respiraba profundo; su corazón latía con fuerza. Se apresuró a ponerse el hoodie de nuevo, sintiéndose expuesta de pronto; pero fue en vano, Cam la miraba; fue plenamente consciente de cómo sus pezones, tensos y prominentes, se alzaban bajo la tela mientras las fibras de esta se amoldaban al nuevo relieve como la piel misma… Jamás podría borrar esa imagen de su cabeza. Verle los pechos al aire no le habría afectado tanto, pensó. Pero al menos ahora sabía que ella no era indiferente a su presencia como había temido.
Ella se dejó caer con cansancio sobre la banqueta. Él mordía su lengua en el interior de su boca, intentando que un poco de dolor desviara su atención a nuevos puntos en su cuerpo. Le parecía inverosímil que, en medio de aquella situación, él aún se encontrara desnudo, pero verle incorporarse y gesticular de nuevo hacia él le ayudó a distraerse.
—No sé qué responder a eso —expresó ella, encogiéndose de hombros.
—¿Qué te parece… “Tienes razón, Cameron. Lo que dije fue una completa estupidez”?
Ella sonrió, pero lo cierto era que se sentía un poco avergonzada. Sabía que él tenía razón. Ella no solía pensar demasiado en eso. Se esforzaba por ser una chica normal en Portland. Salía con sus amigos, interactuaba con extraños, y aunque seguía defendiendo que los hombres no solían acercarse demasiado a ella, pocas veces dejaba que eso le afectara. Normalmente tenía su mente enfocada en cosas más importantes.
Volver al pueblo le había afectado, eso era un hecho.
Volver a ser objeto de miradas indiscretas. Ver a Theo de nuevo, y sobre todo lo que había pasado el sábado con la modista la había sacado de balance.
—Vi mi vestido para la boda. Tiene mangas. Sin escote —expresó, necesitando contárselo a alguien. Nunca se lo mencionó a Grace, porque sabía que no lo dejaría estar. Cam frunció el ceño sin entender—. Las otras chicas no tienen mangas. Tienen mucho escote.
Él comprendió entonces. Jamás le agradó esa mujer, mucho menos luego de saber cómo trataba a Mag, pero en esta ocasión, por primera vez, sintió odio genuino hacia ella.
—Dahlia Wood es una perra engreída, frígida y mal cogida a la que no me le acercaría en ningún bar ni por todo el dinero del mundo. —Ambos rieron en silencio y, tras una pausa, el continuó—. Toma unas tijeras; córtale las putas mangas. Corta la falda y haz que se te vea el culo mientras caminas hacia el altar, si quieres; pero no dejes que se meta en tu cabeza.
—Eso le dije que haría. Si no lo arreglaba —respondió ella con una sonrisa orgullosa.
—Excelente.
Se sostuvieron la mirada otro rato y luego ella se rascó la frente y miró el lienzo.
—No hemos avanzado nada.
—Vale. Me quedaré quieto ahora. ¿Pero primero podrías regalarme un vaso con agua? Eres una terrible anfitriona. Es la segunda vez que vengo y jamás me has ofrecido agua.
Ella sonrió y se apresuró a la habitación.
Abrió la puerta con cuidado y tras verlo todo en penumbras, salió al corredor y bajó las escaleras hasta la cocina. Regresar con el vaso de agua no le tomó más de cinco minutos. Encontró a Cam aún sentado. Le ofreció el agua y mientras él la bebía sonrió. Se sintió extrañamente intrépida por tener a un hombre como él desnudo en su habitación mientras su cuñado dormía, ingenuo de todo.
Tomó asiento y cuando Cameron dejó el vaso en el suelo, creyó que podrían continuar, pero para él no habían acabado las preguntas.
—Tengo una duda, Mag. Toda esta mierda sobre que los hombres no se te acercan… ¿Significa que nunca has estado con uno? —A él la idea le parecía imposible.
—He estado con dos.
—De acuerdo. Pero no entiendo. Es quizás un número bajo, sí; pero eso prueba que al menos dos hombres te han deseado. Lo cual demuestra mi punto de hace un rato. Si ya sabes que te han deseado en el pasado, ¿por qué piensas que…?
Ella no le dejó continuar antes de darle la respuesta que quería.
—El último estaba ebrio. Yo también. Un poco. Lo conocí en un club. Dos años atrás. En Portland. Era ruso. No hablaba inglés. No hablábamos nada. Solo sonreíamos. Fuimos a una fiesta. Terminamos en una cama. Lo disfruté. Por primera vez. Pero no significó nada.
—¿Por primera vez? —preguntó. La conversación se le estaba haciendo incómoda.
Odiaba pensarla disfrutando con alguien más un encuentro carnal como el que invadía su mente cuando pensaba en ella. Pero dejó eso de lado y se enfocó en seguir descubriendo de dónde provenía la desconfianza de Mag.
—El primero fue una basura. Solo fui un experimento.
—¿Experimento?
Ella se tensó. De haber podido elegir, jamás hubiese hablado de eso otra vez, pero no supo si se debía a que Cameron realmente le hacía sentir cómoda, quizás como ningún otro hombre la había hecho sentir, o si era porque aún tenía atorada en la garganta la indignación que había sentido al hablar con Dahlia y descubrirlo todo, pero necesitaba dejarlo salir. Necesitaba que alguien más se indignara con ella, que alguien le dijera que tenía razón de sentir tanto odio.
—Yo tenía dieciséis. Él tenía diecinueve. —Empezó, torciendo los labios temblorosos al sentir que los recuerdos se abalanzaban sobre ella—. Era el sueño de una chica. Alto. Guapo. Atleta. Carismático. —Se encogió de hombros—. Pensé que no sabía de mí. Un día me habló. Me sonrió. Dijo que tenía ojos bonitos. Estuve perdida. Hoy tengo confianza. Créeme. Antes no.
Mag bajó la cabeza. Para aquel entonces, el vitíligo había empezado a avanzar y su madre llevaba años enseñándole a cubrirse cuanto pudiera. A veces usaban maquillaje, pero este no cubría del todo las manchas en su rostro, aunque estas no eran tan grandes a esa edad. Todo eso, en conjunto con los constantes "Tan hermosa que era", "Hubiese sido toda una diosa", "qué terrible castigo", "jamás encontrará marido", que siempre dejaba escapar su madre cuando era obligada a hablar sobre su hija, habían mermado casi en su totalidad la confianza de la pobre chica, quien para entonces ya había sufrido el accidente con su padre y se enfrentaba también a la pérdida de su capacidad para hablar, y ya casi había sido excluida de todo grupo de amigos a los que podía aspirar.
—Él dijo todo lo que quería oír. Creí cada palabra.
Cam resopló incómodo. Él también había sido un adolescente engreído y apuesto. También dijo cosas que no fueron del todo ciertas a muchas chicas de su edad, y lo hizo quizás con el mismo objetivo que el sujeto de la historia.
—Te acostaste con él de inmediato —dijo. Ella rio con amargura al oírle.
—Nunca lo hicimos acostados —respondió resoplando antes de continuar—. Ya te dije. Fui su experimento. Él tenía deseos. Fantasías. —Hizo una pausa y sus labios temblaron. La conversación con su hermana volvió en ese instante… Había algo en lo que ella tenía razón—. Dije que sí. A todo. Nunca me negué. Hubo cosas humillantes. Me hicieron sentir incómoda. Hubo cosas dolorosas también. Incómodas. Pero él era amable. Decía que yo era su chica. Nunca dije que no. Debí hacerlo. Ahora lo sé.
—¿Cuánto tiempo estuviste con él? —preguntó Cam, sabiendo, porque lo había vivido en carne propia, el daño que podían hacer los malnacidos que disfrazaban el abuso con un beso en la frente. Su madre lo sufrió por años y, para cuando finalmente fue libre, no quiso volver a acercarse a un hombre.
Mag rio otra vez antes de responder.
—Dos semanas. Menos. No lo sé. Lo hicimos cuatro veces. Siempre fue horrible. Siempre dolía. Pero me decía: está bien. Esto es así. Descubrí que era una basura. Luego.
—¿Terminaste con él?
La chica torció el gesto; incluso ahora no se atrevía a decir que lo que pasó fue haber terminado para ser precisos.
—Siempre nos veíamos en su cochera. Él siempre estaba ahí. Un día fui a buscarlo. No me esperaba. No estaba solo.
—¿Lo encontraste cogiéndose a otra chica? —preguntó Cameron.
Él lo había hecho una vez. Había estado saliendo con una chica y un día ella lo encontró sujetándole el cabello a su mejor amiga mientras ella le hacía sexo oral. La escena no fue agradable y fue consciente de que le rompió el corazón a esa chica. Pensó en Mag en una escena similar y se sintió más bajo de lo que se sintió entonces. Pero la mujer frente a él negó con la cabeza.
—Estaba con unos amigos. Quince. Quizás veinte chicos estaban ahí. Veían una película. Una película casera.
Cam se puso en tensión entonces y se inclinó hacia adelante. Esperaba una respuesta, pero Mag tenía la mirada perdida. Sus mejillas estaban rojas, casi todo su rostro lo estaba mientras ella parecía revivir el momento.
Había entrado en aquel garaje sin saber qué se encontraría ahí. Ella siempre había sido una chica menuda y, considerando que casi todos los chicos del pueblo estaban ahí, le costó darse cuenta de lo que pasaba. Escuchó las risas de los presentes y también las maldiciones que soltaron algunos mientras ella se abría camino hacia el viejo sofá de los Paddock.
Entonces escuchó a alguien jadear con asquerosa apreciación. "¿En serio acabaste en su boca también?" La pregunta había sido hecha casi con admiración. "Hermano… He acabado en su boca cada vez que he querido", había sido la respuesta de Theo, haciéndola palidecer. "¿Y se lo tragó todo?", preguntó alguien más. "Oh, sí. Se los dije. Mag es una zorrita hambrienta".
Los labios de la chica temblaron y su gesto se descompuso al recordar lo que sintió cuando finalmente llegó al centro del garaje y lo entendió todo.
—Magnolia… ¿Qué había en esa película? —preguntó Cameron entre dientes, con la mirada fija en ella. Lo intuía, temía que fuese cierto, pero ¿qué mas podía ser? Aún así, necesitaba que lo dijera.
Ella soltó un sollozo ahogado y apartó la mirada. Cualquiera habría dicho que era un sonido sin sentido, pero él lo había entendido.
"Yo", había pronunciado ella.
Cameron se puso de pie, tomó su pantalón y se lo enfundó en movimientos rápidos y furiosos. La noche aún era larga, pero la sesión había sido cancelada.