06| Mausoleo de tristezas

2346 Words
Un par de horas después, Mag se encontraba sentada en el mullido sillón del rincón junto a la puerta de la habitación, lo único que había cambiado desde la última vez que entró ahí. Estaba abrigada con un pesado suéter, tenía sus pies sobre el cojín, sus rodillas flexionadas, casi pegadas a su pecho; negándose, de forma inconsciente, a entrar en contacto con el escenario tóxico que la rodeaba. Para un tercero, aquella resultaría una palabra exagerada y fuera de contexto. La que fuese la habitación principal de la propiedad Woods, era un espacio amplio, al menos todo lo que podía serlo, considerando que se trataba de una casa humilde de pueblo chico. Tenía una ventana amplia que daba hacia el bosque; aire fresco jamás faltaba ahí… Aunque ella siguiese pensando que lo que respiraba era arsina pura, invadiendo sus fosas nasales, matándola en silencio segundo a segundo. Incluso podía verla, sabía que era todo productor de su imaginación, pero ahí estaba. Una figura envejecida y demacrada, mirándola fijamente. Negada a darle poder a esa visión, Mag se regodeó en el hecho de que, quizás como un mecanismo de defensa, pensaba en su madre como una moribunda sin salvación, como le gustaba imaginarse que pasó sus últimos días, en lugar de la hermosa mujer que había sido en vida. «Dejaste de ser bella», pensó Mag, recordando la dura sentencia que había escapado de la boca de su madre años atrás... Sentencia que la encerró en una barrera de inseguridades por años. A veces pensaba que sin eso, quizás Theo no hubiese podido engañarla como lo hizo. Pero en esos momentos no tenía demasiado sentido pensarlo; en cambio, se limitó a disfrutar la sensación. Ivy había sido una belleza, sabía sacarle provecho, y siempre procuró hacer lo mismo con sus hijas, aunque en ella los rasgos nativos eran mucho más fuertes que el Dahlia y en Mag, la sangre estaba más diluida en esta generación; y aunque la pesada cabellera se mantuvo, la chica disfrutó de la visión canosa y maltratada que tenía en frente. Una visión espeluznante que contrastaba con la pureza forzada de la habitación. Paredes blancas, cortinas de encaje, blandiéndose libre cual banderas de paz, una paz que no podía concebir en un espacio tan cargado de recuerdos sombríos. Miró la cama, con su característico edredón color perla, y se preguntó si su madre hacía uso de aquel color tan puro para equilibrar la negrura que empezó a dominarla con los años. Sabía que su padre jamás puso objeciones sobre ningún punto de la decoración, pero desconocía de dónde provenía esa obsesión de su madre de que todo fuese blanco ahí. Un gusto que, al parecer, había transmitido a su hija mayor. Mag se preguntó entonces si el hecho de que todo permaneciera igual en aquella habitación se debía a que Dahlia no había querido mover nada por respeto a su madre, o si, en un acto vil, lo redecoró así para ella… ¿Podría su hermana intuir la incomodidad que sentiría ella? Como siempre, intentó pensar que se debía a lo primero. Se rascó la barbilla y se obligó a pensar que todo había sido una serie de eventos que, por simple coincidencia, no le favorecían, al fin y al cabo… ¿Cuándo había sido Mag conocida por su buena suerte? ¿No era el conjunto de todas sus penurias prueba suficiente de que ella no había nacido con aquella bendición? Suspiró y, tomando valor, se obligó a levantarse; a poner el pie sobre la alfombra y volver a la tarea que había dejado a medias. Se acercó a su maleta, abierta en el suelo y a medio desempacar. Había representado un gran choque para ella abrir el clóset y encontrar todos los vestidos de su madre aún colgados; había necesitado un momento para calmarse. Pero ahora, sacó una bufanda vieja de entre las cosas de Ivy y ató los vestidos en un único gran lote, arrimándolos hasta el extremo más oculto del clóset y amarrando el otro extremo al perchero, asegurándose así que el lote de ropa no se movería de regreso. Colocó una bolsa de viaje para cubrirlo y no verlo más. Así mismo, sacó todos los zapatos y los echó bajo la cama, arrojándolos con fuerza para no toparse con ellos por accidente. El faldón de la cama los mantendría fuera de su vista también, y así logró hacerse espacio para sus cosas, un espacio libre de recuerdos dolorosos. Se prometió también que haría cambios; de momento no sabía cuáles, pero los haría; si estaba obligada a estar ahí, al menos no pasaría sus días sintiendo que dormía dentro de un mausoleo. Cuando cerró el closet, dio otra mirada a la habitación. Pensó en cuadros, quizás sábanas nuevas, y entonces se fijó en la puerta del balcón, pero no saldría, aún no. Ivy Woods era una mujer extraña, pero calculadora, y aunque Mag no entendía el motivo real, en su infancia siempre creyó que su madre utilizaba todo blanco en su habitación para dejar los colores para su balcón personal. Siempre pensó que ese lugar se sentía como estar dentro de un arcoíris, aunque fueron pocas las veces que se le permitió estar ahí. Eso era solo de su madre, y de momento, Mag no tuvo ganas de romper esa regla, y no sabía si querría hacerlo en algún momento. Sacudiendo la cabeza y sintiendo que era momento de un descanso, de escapar de la densa aura que impregnaba la habitación, salió de ahí y bajó las escaleras. Se dirigió a la cocina, abrió el refrigerador y se inclinó para mirar sus opciones. No sabía qué tan bien estaban las finanzas de su hermana, y qué tan bueno podía ser el sueldo de su prometido trabajando en el pueblo, pero estaban tan abastecidos que pensó, no sin un dejo de burla, que podrían sobrevivir sin problemas en un búnker tan solo con lo que tenían ahí. Apenas le había dado un par de tragos al jugo que había elegido cuando la puerta principal se abrió y Kyle apareció ante ella. —Oh, hola. ¿Estás bien? —saludó el hombre con un tono amable antes de quitarse la chaqueta y dejarla en el perchero sin dejar de mirarla. Algo que pareció comprender rápido el prometido de Dahlia, fue que debía mantener contacto visual con Mag en todo momento si quería comunicarse con ella. La chica sonrió y asintió. —Me alegra saberlo. ¿Pusiste tus cosas en orden ya? —Mag asintió de nuevo—. ¿Necesitas algo más? —Esta vez la chica sacudió la cabeza, sin dejar de sonreír, pero, sobre todo, sin pasar por alto el hecho de que Kyle estaba formulando preguntas que podían responderse con un simple "sí" o "no", o en su caso, con un simple gesto de su cabeza. Con aquel simple, pero significativo gesto, Mag entendió que su nuevo cuñado era un sujeto listo y considerado. —¿Te gusta el jugo de manzana? —preguntó él entonces, señalando pequeña botella en su mano. Yendo al refrigerador a tomar uno para él. Mag asintió, y de inmediato se sintió avergonzada. Hizo una mueca y le miró; no hicieron faltas palabras para que él entendiera que se estaba disculpando. A lo que el hombre, que ya le estaba dando un sorbo a su propia botella, respondió sacudiendo una mano al aire. —No, no... Descuida. Todo aquí está disponible para ti, por supuesto. Traté de comprar variedad de cosas porque no sabía qué podía gustarte, y Dahlia tampoco sabía. —Cerró los ojos un momento, como arrepentido por lo que había dicho—. Me refiero a que… Llevaban mucho sin verse, y ella no estaba segura de si tus gustos seguían siendo los mismos. Tienen que volver a conocerse y todo eso. La joven asintió, sonrió con amabilidad para aliviar la vergüenza que parecía dominar a Kyle y gesticuló un "Gracias". Luego de eso, se mantuvieron en su lugar, cada uno bebiendo de su botella. Mag pensaba en que ella recordaba a la perfección las comidas que solían gustarle a su hermana, y debatía internamente sobre si eso significaba algo o no, cuando escuchó a Kyle aclararse la garganta. —Oye… Sé que quizás te sientas un poco incómoda. Dahlia no ha querido decirme gran cosa, pero no soy tonto. Sé que una persona no deja su pueblo natal para nunca volver sin ninguna razón aparente. Además, que… He escuchado cosas. Hubo un tenso silencio, en el que Mag pudo sentir el pánico adueñándose de ella. —Sé que tus padres discutían mucho. Que en esos últimos años no fueron muy felices. Ella esperó que él dijera algo más, pero cuando no lo hizo, no supo si sentirse aliviada o más preocupada. ¿Le estaría ocultando algo? «No pueden seguir hablando de eso después de tanto tiempo», se dijo a sí misma para tranquilizarse. Sabía que aquel era un pueblo pequeño, que las mismas personas seguían viviendo ahí, pero ¿acaso no habrían pasado página ya? —Pero quiero que tú y Dahlia formen nuevos lazos. Que reconecten, y me gustaría formar parte de eso —Siguió Kyle—. Me gustaría pensar que luego de la boda, quizás… Te animes a visitarnos más seguido. Yo tampoco tengo a nadie más y sería agradable que quisieras acompañarnos a formar esta nueva familia. —Sonrió y luego se alejó para buscar algo en uno de los cajones del recibidor—. Y aunque también estoy intentando aprender un poco del lenguaje de señas, sé que me tomará tiempo, quizás más del que cuento justo ahora. Así que pensé… hacer un poco de trampa. Sonriendo, sacó una bolsa cuadrada con una placa sólida en su interior. Se lo tendió a Mag y ella se dispuso a abrirlo, frunciendo el ceño al ver que se trataba de una pequeña pizarra rectangular, apenas un poco más larga que la palma de su mano. —Dahlia me dijo que puedes escribir un poco. Supongo que entre mis limitados conocimientos en señas y algunas palabras tuyas… Podremos comprendernos muy bien. —La miró expectante, mientras ella giraba la pantalla en su mano, sin saber cómo decirle que ponerle un lápiz en la mano no iba a hacer gran diferencia—. Funciona muy bien, y no debes preocuparte por la punta de un lápiz o tinta. Sí, lo compré en una juguetería, pero… Es una herramienta funcional. Vi un comercial hace poco; pensé que serviría. Una pizarra mágica para niños, eso era. Una moderna y sobria, pero un juguete a fin y al cabo. Mag sonrió, tomando cada detalle del artefacto en su mano. Una pantalla blanca y marco n***o, acompañado de un lápiz táctil incrustado y un único botón que probablemente borrara lo escrito en cuestión de segundos. No había que ser ningún genio para comprender cómo se usaba… porque era un artefacto para niños. Pero nada de eso disminuyó que lo que Kyle planteaba, era un gran gesto, así que ella puso una mano sobre el brazo del hombre, que seguía con su letanía de explicaciones; él se calló y la miró con atención, mientras ella se llevaba la pizarra contra su pecho y sonreía de forma genuina. —De nada. De verdad quiero que estés cómoda y que nos llevemos bien. Mag gesticuló otro "gracias" y luego, queriendo devolver el gesto y decidiendo dar ella también un paso en la misma dirección, tomó el lápiz plástico y se tomó unos segundos para poder escribir lo que quería. Por suerte, su solicitud podía expresarse en pocas palabras: "¿Televisión juntos? ¿Palomitas?". A Kyle le tomó solo un instante entender y sonrió. —¿Quieres que veamos televisión? —Sonrió cuando ella asintió—. Por supuesto que sí. Tú busca algo que ver. Yo haré las palomitas. . *** . Un buen rato después, ya bien entrada la noche, Kyle bostezó mientras los créditos empezaron a aparecer en la pantalla. Ella se había hecho un ovillo en uno de los sillones mientras que él se había desparramado en el sofá. Mag se preguntó si así serían sus noches ahora. Dahlia debía cubrir turnos nocturnos en el hospital, así que habría noches en las que solo estaría con él, pero ¿sería así también cuando estuviesen los tres? Le costaba ver a su hermana sentada con ellos, mirando alguna comedia sin sentido. ¿Qué harían entonces? De pronto fue muy consciente de que estaba obligada a interactuar con su hermana constantemente, que tendrían que convivir de forma civilizada… amorosa, incluso. ¿Podrían hacerlo? ¿Había pasado ya suficiente agua bajo el precario puente que las unía? —Lamento decir que hasta aquí llego yo —dijo Kyle poniéndose de pie y estirándose perezosamente—. Mañana mi faena comienza muy temprano. Los fines de semana son los más laboriosos. Mag asintió, le devolvió la sonrisa y entonces quedó sola en el salón. Las luces seguían encendidas y el ruido del televisor llenaba el ambiente, pero nada de eso evitó que el mismo peso lúgubre que había sentido en la tarde cuando Dahlia se marchó volviera a caer sobre sus hombros. Odiaba estar ahí; la presencia de Kyle le hizo olvidarlo por unas horas, pero al mirar sobre sus hombros hacia las escaleras, que escalón a escalón iban desapareciendo en la oscuridad, supo que no quería volver allá arriba, al menos no de momento. «Pero tampoco quiero estar aquí», se dijo deslizando la mirada por el salón, y cuando la posó en el espejo, supo que tenía que irse. Apagó el televisor y se puso de pie; pensó en ir a ponerse sus zapatillas deportivas, pero descartó la idea rápidamente. Solo daría una caminata; estaría bien. Vio el reloj, pasaban de la medianoche; pensó también que quizás no era buena idea salir, pero se convenció a sí misma que estaría bien, estaban en Neah Bay, conocía cada rincón y a cada rostro ahí, incluso después de todo ese tiempo… Así que… ¿Qué podía pasar?
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