07| La flor en la maleza

2172 Words
Mag dio una rápida inspección a la calle al pasar la cerca. Se sintió complacida cuando notó que todo estaba solo y en silencio; era de esperarse a esas horas. Nadie la vería ni entablaría conversación con ella. Era perfecto, no quería escuchar más que sus propias reflexiones. Caminó un rato sin rumbo fijo, se limitó a disfrutar del aire frío y el sonido de los búhos, ululando a la distancia, y ante esto sonrió. Tenía que admitir que aquello era algo que realmente le gustaba de estar ahí, quizás lo único. Si había algo que aquel diminuto pueblo podía proporcionar por encima de Portland o cualquier otra ciudad, era la oportunidad de estar en total contacto con tus pensamientos sin ningún ruido que causara distracción. No ocurría nada la mayor parte del tiempo, pero justo por eso era posible hallar paz, y entonces su mente dio con el lugar más sereno de Neah Bay, dándole así un destino para esa noche. Llegó a la segunda calle y tomó el pasaje Makah. Seguía siendo la única persona en los alrededores, pero al llegar a la intersección, frente al agua, justo en el terreno que se usaba de aparcadero para los clientes del "Happy While", ese restaurante donde trabajaba su futuro cuñado, una silueta oscura la hizo detenerse asustada. Se ocultó tras uno de los arbustos que bordeaban el pavimento y trató de descubrir qué era esa extraña sombra, pero unos segundos después entendió que se trataba de un hombre… junto a una motocicleta. Cameron Tucker, el sujeto que había conocido en el bar de Mickey, estaba apoyando su cadera a la robusta máquina negra estacionada casi al borde del terreno. Le estaba dando la espalda, y eso le permitió a la mujer observarlo a sus anchas, prestando mucha atención para que sus ojos pudieran captar todo en medio de la oscuridad que solo una pobre farola intentaba combatir. Necesitaba saber qué pasaba. Recordó la historia que le contó su hermana cuando lo conoció. No quería caer en la bochornosa situación de interrumpir ningún encuentro s****l al aire libre, pero él parecía solo estar contemplando el agua. Le vio encender un cigarrillo y sintió curiosidad. ¿Qué hacía un hombre como él contemplando el paisaje? No le gustaba juzgar, pero cualquiera diría que era algo bastante inusual y, sin embargo, se obligó a aceptar que no era su asunto. Habiendo comprobado que no había nadie más que él, salió detrás del arbusto y retomó su camino, bordeando los matorrales y caminando por el borde de la calle. Cameron apenas si había alcanzado a darle una segunda calada a su cigarrillo para combatir el frío de la noche, mientras se aseguraba que todo estuviese en orden en el muelle antes de volver a casa; cuando escuchó un crujir a su espalda y eso le alertó, no se suponía que hubiese gente ahí a esas horas. Miró sobre su hombro para ver quién era el intruso y de inmediato frunció el ceño al verla. Mag se paralizó y lo miró fijamente, y entonces, incluso en la distancia, él fue incapaz de apartar la mirada. Ella iba bien abrigada, con la capucha de su hoodie n***o cubriéndole la cabeza, y unas mallas rosa chicle envolviendo sus piernas, un color que resaltaba de forma brutal en medio del oscuro y grisáceo paisaje del aparcadero. Le fue fácil adivinar que la mujer acababa de aparecer. La residencia Woods no quedaba muy lejos de ahí; estuvo seguro de que no había visto nada, pero eso no disminuyó ni un poco la curiosidad que despertó su presencia en las calles a esas horas. Mag estaba paralizada; la distancia apenas permitía que pudiera verle los ojos a Cameron, pero su pulso se había disparado. Había algo irresistible e hipnótico en estar bajo su mirada, pero se llamó tonta así misma y se obligó a recomponerse y reaccionar. Levantó su mano y la sacudió a modo de saludo antes de seguir caminando. Esto confundió a Cameron que, aunque sabía que lo más conveniente hubiese sido dejarla ir, no pudo evitar rodear la moto y acercarse un poco más hacia la farola de la intersección. Ella parecía tener intenciones de adentrarse en el sendero, aunque se dijo a sí mismo que eso no podía ser posible. —¡Hey! —gritó mirando hacia atrás, maldiciendo el hecho de poder estar alertando a alguien por ello, pero haciendo también que la chica girara sobre sus talones. —¿Qué pasa? —preguntó ella. A Cameron se le hizo inverosímil el hecho de que, pese a que Magnolia estaba usando sus manos y no su voz para comunicarse, su respuesta estuviese tan teñida de impaciencia. Recordó entonces que también debía usar sus manos para hablarle. Dio una última calada y lanzó el cigarrillo al suelo, aplastándolo con la punta de su bota antes de dirigirse a ella de nuevo. —¿Todo en orden? Mag solo planteó su respuesta con un asentimiento, pero la simpleza de la misma, enojó un poco a Cameron, que en el fondo esperaba una explicación. Todo eso le causó gracia a ella, que no hizo esfuerzo alguno por ocultarlo, haciendo que las cejas del hombre se unieran más, en clara muestra de irritación. —¿A dónde vas? —preguntó de nuevo. —Al mirador. Una nueva respuesta escueta profundizó su enojo. Hacía frío y estaba cansado. Cameron no estaba para juegos tontos, pero seguía sin poder entender qué hacía ella ahí, y aunque una parte de sí quiso convencerse de que solo intentaba asegurarse de que en verdad la mujer no había visto nada, que su mención al mirador fuese solo una coincidencia; lo cierto era que otra parte de sí estaba bastante consciente de que tenía gran curiosidad… por ella. La menor de las Woods causó ese efecto en él, así llevaba siendo desde esa mañana. —¿Y a qué diablos vas al mirador a estas horas? Se esforzó, al igual que hizo la chica, en transmitir la impaciencia de su pregunta, esperando que finalmente se dignara a explicar qué hacía en la calle, pero lo que obtuvo solo le exasperó más… aunque también le divirtió. —A mirar —comunicó ella, también un tanto impaciente por tanto interrogatorio, después de todo… ¿Qué le importaba a él lo que hiciera una mujer a la que apenas conocía de nombre? Cameron resopló. Se encontraba al borde de su paciencia, en cambio, Mag apretó los labios intentando controlar una sonrisa. La incredulidad del hombre le divertía, tanto como lo hizo su respuesta. —¿Acaso estás loca? —Frunció el ceño, y ella negó esta vez. —¿Por qué? —Un nuevo resoplido tuvo lugar frente a ella. —¿No crees que subir al mirador sola sea peligroso a estas horas? Que alguien podría lastimarte. —Mag se tomó dos segundos para mirar a su alrededor y alzar sus manos con aire despreocupado antes de responder. —¿Vas a lastimarme? La pregunta quedó colgada entre los dos; de pronto compartieron el mismo sentir, algo difícil de entender para ambos: incertidumbre. Eran completos desconocidos, apenas si habían interactuado una vez; esa era la primera vez que lo hacían en solitario, pero la seriedad de la pregunta, la importante connotación que llevaba, solo podía compararse con la intensidad y la convicción de ambos ante la respuesta que ya conocían, aunque ninguno pudo explicarse a sí mismo la razón. —No. —Dijo el hombre en voz alta, apenas negando con la cabeza, sabiendo que esa palabra no necesitaba traducirla. —Entonces estoy bien. —Mag le dedicó un gesto amable que le sacudió el suelo por un segundo, haciendo que él se inclinara hacia atrás, aturdido. No había estado esperando eso. Cameron era peligroso, la prejuiciosa Dahlia Woods no estaba del todo errada en su percepción sobre él, pero jamás cruzaría por su mente hacerle daño a alguien como Magnolia, pero que ella, que no sabía absolutamente nada sobre él, estuviese convencida de lo mismo, fue impactante. —¿Hablas en serio? —Esta vez sí usó señas, y fue ella la que sacudió su cabeza para tranquilizarlo. —Sí. Solo nosotros estamos despiertos. Es tarde. Estaré bien. Descuida. —Él siguió mirándola fijo, no muy convencido de dejarla ir, pero luego de unos segundos, resopló en medio de una sonrisa y encogiéndose de hombros, accedió. —De acuerdo… Ve. Mag sonrió y sacudió su mano hacia él; en respuesta solo obtuvo una inclinación de cabeza. Se dio la vuelta y retomó su camino. Bloom Road era un sendero pobremente iluminado cuya exploración para los turistas estaba permitida solo bajo la luz del sol. Los locales no tenían tal restricción, pero era una regla tácita la de no transitar por ahí de noche, una que ella estaba violando, pero dudaba que Cameron la delatara, e incluso si lo hacía, ¿por qué habrían de castigarla? Había avanzado unos cuantos pasos, quizás poco más de tres metros, cuando miró sobre su hombro… Aún podía sentir el peso de la mirada masculina sobre sí. Vio que Cameron se había quedado de pie bajo el halo de la farola, con las manos en los bolsillos de sus vaqueros y los ojos puestos en ella. En cualquier circunstancia, la imagen de un sujeto con mirada penetrante y aspecto fiero, observándola desde la base de un sendero oscuro y lleno de neblina, debería ponerla nerviosa, pero, en cambio, solo le resultó divertido. A él la situación también se le hizo divertida cuando la vio girar sobre sus talones y poner los brazos en jarra por un segundo antes de empezar a agitar sus manos con insistencia. —¡Vete! —exclamó con gesto exasperado. Cameron no pudo evitar sonreír, pensando que aquella chica estaba realmente loca; no podía haber otra explicación. Sin decir nada más, se dio la vuelta y se alejó del sendero. Regresó al aparcadero, quitó el soporte de la motocicleta y se subió a ella; miró hacia el agua, no se venía nada en el horizonte y las calles seguían desiertas, todo estaba en orden. Encendió el motor, dispuesto a marcharse, pero entonces miró de nuevo hacia el sendero. Ya apenas podía verla, caminaba rápido, pero el rosa chillón de sus piernas aún era visible entre la neblina y la oscuridad. —Está jodida de la cabeza, sin duda alguna —murmuró divertido. La gente del pueblo casi nunca subía al mirador, mucho menos de noche, ¿qué se suponía que iba a hacer ella allá? Magnolia Woods era un pintoresco vuelco en la aburrida rutina que había sido su vida ese último año luego de que lo lanzaran de cabeza a esa solitaria bahía. Pensó en ella como una flor silvestre, alzándose vigorosa entre la maleza seca y sin chiste que eran los habitantes del pueblo, que siempre le había aparecido gente insulsa. Negarse a sí mismo que la chica le llamaba la atención era estúpido; sus días ahí se harían menos monótonos con tan solo verla sacar de balance a los demás, y justo por eso la idea de que algo le pasara le impidió conducir en dirección opuesta. «Maldita sea», pensaba ella unos cuantos metros más arriba en el sendero, maldiciendo el hecho de que los puntos de luz parecieran hacerse más lejanos unos de otros a medida que avanzaba, y sobre todo, maldecía que Cameron hubiese sembrado en ella el miedo, pues ahora titubeaba a cada paso. Intentaba recordarse que el número de habitantes ahí era bajo, que la mayoría era gente lo suficientemente simplona para que cometer un crimen jamás cruzara por su cabeza, y que salvo por la fauna salvaje de la Península Olímpica, no había nada que temer ahí, y las probabilidades de toparse con un lince o un oso eran muy bajas. «Aunque mi suerte nunca ha sido la mejor», se dijo deteniéndose y mirando a su alrededor, sintiendo que su corazón se aceleraba. De pronto, los sonidos sordos que antes le parecieron relajantes, empezaron a asustarla. «Jodidos búhos... Jodido motociclista fumador», siguió refunfuñando en su interior cuando oyó un ruido estruendoso acercarse. Se sobresaltó y no dudó en agacharse y tomar lo primero que encontró para defenderse, pero le tomó tan solo un segundo descifrar de qué se trataba, y los nervios y el alivio se adueñaron de ella a partes iguales. La intensa y creciente luz blanca la cegó a medida que la motocicleta se acercaba. Apartó la mano de su rostro al tiempo que el motor disminuía su ronquido y entonces vio el rostro impaciente de Cameron, que, divertido, tomaba nota de la roca que ella dejaba caer de su mano izquierda antes de dirigirse hacia él. —¿Y ahora qué? Él la miró en silencio, reafirmando la locura de la chica, y luego empezó a sacudir la cabeza, como si no pudiera creer lo que estaba haciendo, y, sin embargo, parecía bastante seguro de ello cuando movió sus manos para darle una única orden. —Súbete.
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