Un rato después, luego de atravesar por completo el caserío y tener que sonreír educadamente a los antiguos vecinos, a quienes consideró igual de descorteses que en el pasado, Mag detuvo su andar en la acera, justo donde el filo del concreto se unía con el césped de la propiedad Woods. Tomó aire y entonces contempló aquella vieja estructura que tantos recuerdos evocaba.
Notó que Dahlia había cubierto el anterior tono amarillo que tanto conflicto había causado entre sus padres, por un insulso tono blanco. Entendió el propósito; su intensión había sido darle un aspecto más limpio y grande… más puro, quizás, pero ninguna pintura podía cubrir el desgaste natural de los tablones, esos que su padre había clavado él mismo, cuando era joven e idealista… Cuando creía que tendría una vida feliz.
Mag se sujetó con más fuerzas a las correas de su mochila; sus labios temblaban mientras su mente proyectaba el recuerdo de la última vez que estuvo ahí. Aún podía escuchar el estruendo de los cristales rotos luego de que su padre lanzara una roca hacia el que había sido su hogar, maldiciendo entre gritos y sollozos a la mujer con la que había compartido una vida, antes de subir al auto donde ella le esperaba, también llorando, y alejarse a gran velocidad para nunca volver.
No, ningún color podía ocultar la putrefacta historia de aquella casa, pero era un hecho que su hermana lo estaba intentando.
—¿No te gusta cómo quedó? —preguntó la mujer a su lado, sonriendo con entusiasmo, expectante por su respuesta.
Mag se obligó a sonreír y asintió.
—"Está hermosa" —dijo, sabiendo que no podía compartir sus pensamientos verdaderos con su hermana.
—Lo sé, la pintamos hace dos meses. Kyle y yo empezaremos una nueva etapa y quería hacer una renovación de todo. Habíamos probado con varios colores, pero creo que este es el mejor. Siento que la casa se ve más grande y más regia, más… digna —Sonrió como si hubiese dicho algo hilarante, cuando Mag no concibió una palabra más erróneamente utilizada.
Esta vez solo se limitó a asentir dándole otra mirada a la casa.
Dahlia se había deshecho de todo rastro de la infancia que compartieron. Ya no estaba el viejo subibaja; tampoco se veían sus oxidadas bicicletas. Nada de los costales de leña que su padre siempre dejaba en la entrada, y, en cambio, había conservado las flores. Decenas, quizás centenares, de flores que su madre cultivaba.
"Las flores de Ivy", eso siempre había sido una broma en el pueblo, un nombre aplicable tanto para su extraordinaria colección de plantas, como para sus dos pequeñas niñas, correteando siempre por las calles cercanas. Hubo un tiempo en el que se debatían sobre cuáles eran las más hermosas, si sus flores plantadas o las que habían cobrado vida, pero, por supuesto, todo ese debate acabó tan pronto la primera mancha apareció en el rostro de Mag.
—¿Hueles eso? —Sonrió Dahlia. Creo que el almuerzo ya está listo.
Mag sonrió también, y tuvo que admitir que el olor que salía de la casa era intenso y reconfortante. Su estómago rugió como una bestia salvaje, recordándole entre punzadas dolorosas, que solo había desayunado un sándwich, por lo que, olvidando todas sus reservas, no dudó ni un segundo en cruzar el umbral de la puerta, sintiendo que casi levitaba por el recibidor. Las notas saladas y ahumadas del pescado se mezclaban con el dulzor de las hierbas; pensó entonces que si aquel caldo no sabía a gloria, sería el engaño del siglo.
—Cariño, estoy en casa —anunció su hermana, dejando la caja a un lado de la puerta y dirigiéndose a la cocina, pero Mag se desconectó del hechizo cuando sus ojos, en lugar de seguir a Dahlia hacia la izquierda, se desviaron en sentido contrario, deteniéndose en el salón.
Los nuevos propietarios habían cambiado el exterior de la casa, pero el interior seguía estando igual. Todo estaba en su sitio, eso significaba que el gran espejo seguía en el mismo lugar. Solo tuvo que girar sobre sus talones apenas un par de grados para ver su reflejo.
Su corazón se detuvo un segundo y cuando volvió a latir, sintió que le abriría el pecho, porque no se estaba viendo a sí misma. Quién le devolvía la mirada en el espejo no era la mujer de veintiún años con una autoestima fuerte, trabajado desde la desoladora certeza de que solo ella podía amarse a sí misma de la forma que merecía; no, quién la miraba era esa jovencita de dieciséis años, de rodillas en el suelo, con los ojos rojos y el rostro hinchado de tanto llorar, mientras su madre la tomaba del cabello y le obligaba a levantar la cabeza.
"¡Mírate!", había gritado Ivy cinco años atrás, mientras Mag apoyaba sus manos en el espejo para no impactar contra este tras el jalón de la mujer. "Mira lo que has hecho. Te has arruinado… Has manchado el nombre de esta familia. ¿No te cansas de causar problemas? ¡¡Mírate!!", dio otro jalón al cabello de la chica, "¿Cuánta más atención quieres sobre ti, niña avara? ¿Cuánta más ruina crees que soportará tu cuerpo? ¡Mírate!".
—¡Mag! —El grito de Dahlia la devolvió a la realidad, y al hacerlo se dio cuenta de que, en medio de los recuerdos, se había acercado al espejo y había puesto una de sus palmas abiertas sobre el vidrio.
Dio un paso atrás, como si el contacto quemara. Apretó sus labios con fuerza e intentó calmar su respiración agitada. Se dio la vuelta y miró a su hermana, que la observaba con expresión sombría; no cabía duda de que entendía a la perfección lo que le pasaba a su hermana, cualquiera podría deducir que esa era aún una herida abierta.
Mag temió que se acercara a ella, que intentara darle alguna palabra de consuelo; no sabía cómo podía reaccionar a eso, pero, en cambio, su hermana se giró hacia el hombre moreno y delgado a su lado, tocando su hombro y sonriéndole como si nada hubiese pasado.
—Él es Kyle, mi prometido —dijo con entusiasmo.
Su sonrisa fue un insulto para Mag, que aún no podía disipar la neblina de vergüenza y humillación en su cabeza. No quería palabras de aliento de Dahlia, eso era un hecho, pero ver su falta de empatía le hizo borbotear la sangre. Pero una voz en su cabeza, esa que solía calmarla en momentos de tempestad, le hizo saber que nada de lo que estaba pasando en ese segundo plano tan tormentoso era culpa del hombre sonriente y de mirada gentil que estaba de pie junto a su hermana.
—Bienvenida a casa, Mag —saludó él, cerrando la distancia entre ellos e, ignorando la rigidez en el cuerpo de la chica, le dio un cálido abrazo. Como si fuesen viejos amigos que se reencontraban, en lugar de completos desconocidos mirándose por primera vez—. Hacía mucho que quería conocerte.
La chica sonrió; no notó ninguna sombra de falsedad en los gestos del hombre, así que se relajó y, aunque no era propio de ella, le devolvió el abrazo. Cuando él le dio algo de espacio, ella llevó su mano derecha a su boca y luego la bajó, en un movimiento abierto, hasta que encontró el contacto de su palma izquierda, sin ella dejar de sonreír, pero a juzgar por la expresión perdida del hombre, no había entendido nada.
—Dice que gracias —comentó Dahlia, traduciendo para su prometido. Él sonrió de nuevo y asintió.
—Nada que agradecer, cariño. Esta siempre será tu casa, y yo me encargaré de hacerte sentir como antes. He preparado caldo de pescado. Dahlia me dijo que era tu favorito y me he esforzado en seguir la receta de mi estimada suegra, que en paz descanse. Aunque… —Detuvo sus pasos y habló sobre su hombro—. Me he tomado algunas libertades. No puedo evitarlo, son gajes del oficio. Tú me comprendes. También eres una artista —dijo con una sonrisa de complicidad.
Mag siguió sonriendo, decidió que el hombre le agradaba, y decidió pasar por alto aquel comentario sobre hacerla sentir en casa. No quería profundizar demasiado en el hecho de que, o bien Kyle estaba intentando borrar los terribles recuerdos que tenía ella de esa casa a fuerza de caldos; o… simplemente el hombre no tenía idea de lo que estaba diciendo; Dahlia no le había contado nada sobre ella, al menos nada real. Por el bien de la velada, quiso pensar que se trataba de lo primero, y que él solo era un buen sujeto, queriendo aliviar la tensión entre ellas.
Estaba ya casi en la cocina cuando su hermana se detuvo para bloquearle el paso, y se encargó de eliminar todas sus dudas.
—"Él no lo sabe" —gesticuló con sus manos.
No dijo nada más, pero tampoco hizo falta. Mag podía entender que sus facciones, tensas y contrariadas, eran una súplica silenciosa. Se enojó una vez más. Su hermana no quería arreglar el pasado, quería enterrarlo y seguir adelante sin más. Mag tenía buen corazón, pero era humana; a veces le costaba dejar ir las cosas, aun cuando sabía que era lo mejor.
—"Lo sé".
Dejó caer su mochila junto al viejo baúl de los zapatos y entró a la cocina, dejando a Dahlia atrás. Decida a sacar adelante aquella farsa que tanto se había esforzado su hermana en construir.
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***
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—¿Quieres un poco más? —preguntó Kyle un rato después. Sonriendo de oreja a oreja cuando Mag sacudió su mano con entusiasmo, indicándole que le diera otra ración—. ¿Significa eso que he pasado la prueba?
La chica unió sus dedos y los besó al aire. Aquella no era ningún lenguaje formal, sino un gesto no verbal de conocimiento universal. Kyle la entendió y agitó su puño en gesto victorioso, sin apartar la mirada de la chica, que empezaba a devorar su tercer plato.
—Me alegra mucho que te gustara, Mag. De verdad quiero que te sientas a gusto y… Ya sabes… Que quieras volver pronto. Estaba muy ansioso por tu regreso. Ambos lo estábamos —Él sonrió hacia su prometida y tomó su mano—. Que aceptaras ser la dama de honor en nuestra boda es un lindo gesto. Dahlia no tiene muchas amigas y…
—Por supuesto que tengo amigas, ¿de qué hablas? —Saltó la mujer, cuya sonrisa no ocultó el tono de reproche de sus palabras.
El hombre quedó con la boca semiabierta, mudo por su actitud a la defensiva, pero luego asintió y recuperó su expresión serena.
—Claro, claro. Sé que tienes amigas, cariño. Me refiero a que… —Se giró hacia Mag—. Eres su hermana. Tiene mucho significado que seas tú la que esté a su lado ese día, ¿no?
La chica sonrió y asintió, sintiendo un poco de pena por él. Podía notar que era una persona extrovertida y transparente… Genuino, algo que contrastaba con la personalidad de Dahlia; hacía mucho que no trataba con ella, pero dudaba que eso hubiese cambiado en algo. Para hacer más incómodo el momento, él se puso de pie y anunció que debía volver al restaurante. Mag se mantuvo cabizbaja mientras toda la escena se desarrollaba. Kyle se despidió de ella y se encaminó a la puerta. Dahlia le siguió. Pudo oírles hablar en susurros, pero no pudo distinguir nada. Para cuando su hermana volvió, ella ya había acabado el caldo y estaba llevando los platos al fregadero.
—Yo también debo irme pronto, mi turno empieza en dos horas. Subamos para que puedas instalarte —dijo, instándola a dejar lo que estaba haciendo para que la siguiera.
Mag cerró el grifo, se desvió para recoger su mochila y su maleta y empezó a subir las escaleras. Al llegar al segundo piso, un angosto y sofocante corredor, notó que había un gran cambio. Había tres puertas, en lugar de las cuatro que hubo en su juventud. Horrorizada, miró a su hermana, que torció la boca y asintió.
—Cuando hicimos las renovaciones, Kyle y yo decidimos unir las dos habitaciones pequeñas. Sabes que siempre me ha gustado mi ventana hacia el jardín frontal. Así que… dormirás en la habitación de mamá.
Mag empezó a sacudir su cabeza con insistencia. De ninguna manera dormiría ahí. Pero Dahlia chasqueó la lengua y su tono conciliador desapareció.
—Vamos, Mag. Ya eres adulta. Es tiempo de que superes toda esa mierda. Es solo su habitación, no una jodida cripta. No te aparecerá su fantasma ni nada.
La chica tensó su mandíbula. Podía sentir sus dientes chirriar. Jamás hubiese aceptado volver de saber que tendría que dormir en la cama de la única persona a la que realmente odiaba.