El viernes, Mag se levantó con el primer rayo de sol. Casi no había podido dormir de lo emocionada que estaba, y no podía contar las horas que faltaban para poder comenzar. Una parte de ella no comprendía la razón de su emoción, no era la primera vez que iba a realizar un trabajo con un modelo desnudo, y tampoco era como si fuese a vender los dibujos; los quería para ella, aunque tampoco supiese por qué estaba tan obsesionada por tenerlos. Pero a la parte, le importaban muy poco las razones; estaba emocionada y eso era lo único que le importaba.
Al bajar a desayunar se topó con un hecho que le hizo torcer el gesto. Dahlia estaba en casa aún. Por lo que sabía, entraría a trabajar esa tarde, lo que significaba que saldría del pueblo un poco después de ella.
«La jodida holgazana pudo haber ido a buscar el traje de Kyle ella misma», se dijo Mag, tomando una tostada del plato de su hermana. Dahlia abrió la boca para quejarse, pero vio en los ojos de la chica la advertencia y decidió callar, o al menos así lo interpretó la chica.
—¿Tienes dinero para el bus? —preguntó y vio a su hermana sacudir la cabeza. Mentía, pero pensó que era lo menos que podía hacer—. Ten, esto debe alcanzar.
—Es probable que deba almorzar en la ciudad —expresó entonces. Dahlia tensó los labios un segundo, pero luego resopló y le dio un par de billetes más.
—Yo estaré en lo de Grace, ayudándola con los últimos detalles de las decoraciones —dijo entonces la mayor de las hermanas; Mag comprendió que eso pretendía ser una excusa de por qué no hacía sus propias diligencias.
—Seguro. —Mag se bebió el jugo de Dahlia en un tirón y empezó a caminar hacia la puerta.
—¡Recuerda que el sábado debes estar para la prueba de los vestidos! —Oyó el grito de su hermana al cerrar la puerta, pero no se detuvo a responder. No quería pensar más en ella de momento.
Se dijo a sí misma que iba a la ciudad porque necesitaba insumos para su sesión con Cam esa noche, y que, cuanto mucho, le estaba haciendo un favor a Kyle, pero sabía que su actitud no era más que la misma patética interacción de siempre, en la que siempre intenta ella misma excusar a su hermana de sus malos comportamientos. Pensó que si pudiera cambiar algo de sí misma como por arte de magia, sería esa complacencia que siempre tenía con Dahlia. Quería deshacerse de eso mucho más de lo que quería poder hablar con pleno control de sus palabras otra vez.
Sacudió la cabeza y se obligó a no pensar en nada más que en su lista mental de cosas por comprar. Recorrió toda la calle hasta el taller repasando la lista en cuestión y lo que quería capturar de Cameron, y entonces, como si lo hubiese estado invocando, en lugar de solo pensar en él, el hombre apareció del otro lado de la calle, en la estación de servicio. Estaba tan emocionada que, sin pensarlo, empezó a cruzar la calzada, deseosa de hablar con él. Cam estaba llenando el tanque de combustible de su motocicleta, pero cargando el tanque de la Van del restaurante en el segundo surtidor, el rostro de Theo le hizo frenar en seco sobre el asfalto.
El hombre se encontraba apoyado en la carrocería, un par de pasos detrás de Cam. Ninguno estaba orientado hacia el otro, pero estaban hablando. A Mag la idea de que se conocieran se le hizo nefasta, que fuesen amigos, se le hizo incluso dolorosa. En su mente, Theo era un bastardo, mientras que Cam era bueno. Él no paraba de decir que no lo era, pero ella sabía que sí. Intentó convencerse de que solo eran dos hombres charlando en una gasolinera, no eran amigos, solo interactuaban como buenos vecinos, pero luego vio a Cameron reír por algo que había dicho Theo y este le palmeó la espalda. Hubo algo en aquella escena de complicidad que le revolvió el estómago; titubeó unos segundos, y luego giró sobre sus talones para dirigirse a la estación de buses en la otra esquina antes de ser vista.
El estruendo de neumáticos chirriando contra el pavimento y un claxon que casi le perfora los tímpanos impidieron una huida discreta. El conductor de una vieja pickup la miraba con enojo al ver que no se movía; solo entonces Mag se dio cuenta de que estaba en medio de la bifurcación. Se apresuró a llegar a la otra acera y se detuvo solo cuando encontró la fila para el bus; desde ahí, con la cabeza baja y mirando de reojo, le dio un vistazo a la estación de servicio; la van del Happy While estaba cruzando ya en dirección al restaurante. Cameron había subido a la motocicleta también, pero él miraba hacia la parada de buses, la miraba a ella. Se contemplaron unos segundos antes de que él moviera sus manos para hablarle.
—¿Todo en orden? —preguntó desde la distancia.
Mag, preocupada porque ya lo supiera todo; de que en medio del incidente en la calle, ambos hombres hubiesen puesto su atención en ella y hubiesen intercambiado explicaciones de cómo la conocían, se limitó a asentir con premura antes de desaparecer tras el bus.
Acomodarse en su asiento no le tomó ni un minuto; desde la ventanilla vio al hombre subir a la moto y tomarse su tiempo para encenderla y ponerla en marcha, el suficiente para dejar pasar el bus cuando este anunció su salida, y observarla atentamente a través del cristal mientras pasaban frente a la estación. Ninguno expresó nada más en esta ocasión; pero cuando el bus pasó la salida del pueblo y Mag empezó a ver nada más que la carretera, el bosque y la costa, una aterradora idea empezó a plantarse en su cabeza: que Cam ya conociera la historia, que Theo ya le hubiese contado todos los detalles.
Dos horas y quince minutos tardó el transporte público en completar su ruta hasta la ciudad de Port Angeles; ese fue el tiempo que utilizó Mag para torturarse con escenarios en los que Theo hablaba, con lujos de detalle, sobre todo lo que pasó entre ellos. La humillación y la rabia crecían en su interior, pero hacia el final, intentó tranquilizarse y confiar en dos hipótesis igual de probables. La primera de ellas era que, así como Theo no le había dicho una palabra de ella a Kyle, era posible que no lo hubiese hecho con Cameron. Quiso pensar que una parte del hombre se sentía avergonzado de lo que había hecho; la otra, que era la que veía más factible, era que a Cameron nada de eso le importara. Apoyándose en estas ideas fue que finalmente pudo dejar ir la angustia que le oprimió el pecho desde que salió del pueblo.
Al bajar del bus, Mag se sintió nuevamente parte de la civilización. Aquella pequeña ciudad no era, ni en bromas, tan grande, poblada o desarrollada como lo era Portland, pero se sentía en extremo bulliciosa en comparación con las calles de Neah Bay. Sintiendo que su buen humor volvía, que el entusiasmo la dominaba otra vez, empezó a recorrer la calle E. Front en busca del taller de sastrería que le había indicado su hermana.
Encontrar el taller no fue complicado, y el anciano que le atendió parecía bastante atareado, así que no le tomó demasiado estar de vuelta en las calles con la bolsa del traje de Kyle. Entonces fue libre de recorrer las calles a sus anchas. Era una ciudad de tonos grises y locales grandes y separados, igual que las casas, pero de algún modo el entorno era acogedor, cómodo… no aburrido. El aire era salado, igual que en la bahía, pero Mag prefería mil veces estar ahí que encerrada allá. La chica comprendía lo mucho que extrañaba la ciudad, y cada que se detenía a esperar el cambio de luz en un semáforo o contaba más de diez personas cruzándose en su camino, comprendía lo realmente aislados que vivían en la bahía, y eso le hizo sentir pena por ellos, pues sabía que muchos de ellos creían que su existencia ahí lo era todo; no eran conscientes de todo lo que se perdían.
Recordó lo mucho que deseaba mudarse a Port Angeles cuando era una niña. Su padre lo había mencionado un par de veces y todos en la familia habían estado de acuerdo, pero eso fue antes de que todo se derrumbara. Ella no pudo evitar preguntarse cómo hubiese sido su vida, qué hubiese pasado con su familia si se hubiesen mudado a la ciudad. Tal vez ellas hubiesen logrado tener más amigos, quizás Dahlia se hubiese alejado un poco de los pasos de su madre gracias a eso, incluso su madre hubiese sido una mujer más accesible y bondadosa… Estar en contacto con una gran variedad de personas, de realidades, hubiese logrado que los Wood no hubiesen tenido un destino tan miserable.
«Quizás el amor nos hubiese durado un poco más», se dijo con melancolía antes de sacudir la cabeza y obligarse a no pensar en eso. El pasado ya estaba muerto, y enterrado había que dejarlo. Pero, como siempre, la vida tenía otros planes para ella.
Al entrar a la pequeña tienda de arte de la primera calle, el pasado tocó a su puerta otra vez. Una voz femenina pronunció su nombre con asombro mientras ella inspeccionaba los cuadernos de dibujo en el mostrador. Mag se irguió para ver quién era la dependienta que la había reconocido, y entonces vio el rostro de Kendall Stone, amiga de Dahlia en la secundaria y novia de Peter, el hijo de Mickey y Grace, una de las personas que le advirtieron que no entrara a la propiedad de los Paddock aquella tarde cinco años atrás. Estaba más adulta y más delgada que entonces, y ahora llevaba el cabello corto, pero era ella. Jamás olvidaría su rostro.
—Woah, sí eres tú. —La mujer y señaló el cabello de Mag—. Sigues teniendo el cabello más hermoso que he visto en la vida. Hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Cómo estás?
Hubo un silencio incómodo que duró unos segundos antes de que la mujer sacudiera sus manos y, con mejillas sonrojadas, mirara a Mag avergonzada.
—Lo siento. Sé que no puedes… —cerró la boca en una nueva ola de incomodidad—. Lo siento.
—Estoy… Bien —dijo Mag con gran esfuerzo, no queriendo equivocarse, pero intentando sacar a la mujer de su miseria, y por la sonrisa animada que le dedicó esta, pensó que lo había logrado.
—No sabes cuánto me alegra saber eso… Verte tan bien. —Mag sonrió con dulzura, conmovida por la sinceridad que veía en su rostro—. ¿Vives aquí en la ciudad? Lo último que supe de ti fue que tu padre te llevó a Portland.
La chica sacudió las manos e intentó poner en orden su cabeza para expresarse, aunque no lo logró del todo.
—No… Verano… Solo… Vuelto. —Cerró los ojos y dejó caer la cabeza. Odiaba cuando no era capaz ni de decir oraciones sencillas, pero sintió las manos de Kendall sobre las suyas y alzó la mirada para encontrarla sonriendo.
—Pues, si me preguntas, la Península Olímpica es un destino muy raro para querer pasar el verano, sobre todo tú que lograste escapar del olor a pescado y pino que le penetra a uno la piel, pero… ¿Quién soy yo para juzgar? —dijo en tono bromista—. ¿Dónde te hospedas? Quizás podamos pasear un rato. Yo no tengo mucha vida social, pero tengo un par de amigos que pueden caerte bien y conozco algunos buenos restaurantes por aquí. ¿Qué dices?
Mag torció el gesto y sacudió sus manos otra vez. Sonrió apenada y se limitó a pronunciar una sola palabra: "pueblo", pero al hacerlo, la sonrisa de Kendall se esfumó y en su rostro solo quedó la contrariedad.
—¿Volviste al pueblo? —preguntó la mujer parpadeando sin cesar.
Mag asintió y trató de ignorar su reacción, asumiendo que esta se debía a lo que había sucedido con ella cinco años atrás. Deseosa de cerrar de lleno ese camino, Mag intentó explicarle sus motivos.
—Dahlia se casa. —Logró pronunciar, y se sintió extasiada de haber logrado una buena fluidez verbal esta vez, pero la sensación no duraría mucho.
—¿Con Theodor? —preguntó Kendall horrorizada, pero su sentir no alcanzaba a compararse al de Mag, cuyo mundo se empezó a torcer al oírla y comprender lo que su insinuación podía significar.
Ya no pudo hablar más; su mente, que había avanzado un par de pasos ese día, retrocedió kilómetros y se encerró en un búnker. Mag ni siquiera podía emitir un sonido; su garganta también estaba trabada. Lo único que pudo hacer fue sacudir la cabeza débilmente.
Kendall se llevó ambas manos a la boca al ver a la chica sujetarse del mostrador con ambas manos.
—¿No lo sabías? Lo siento tanto, Mag. No sé por qué dije eso. Hace mucho que no los veo, yo no… no debí… —La mujer intentó alejarse, pero Mag se inclinó sobre el mostrador y le sujetó la mano.
No dijo nada. No hubiese podido hacerlo por mucho que se esforzara, pero en sus ojos la súplica estaba clara. Kendall asintió con labios temblorosos y logró recomponerse para guiar a Mag hacia la zona más aislada del gran mostrador de la tienda.
—Lo cierto es que tengo un par de años sin ver a tu hermana. Sé que trabaja en el hospital, pero… —sonrió con nerviosismo—. Ya no estamos en el pueblo; hay casi veinte mil personas aquí, jamás he vuelto a cruzarme con ella, y ya no somos amigas, pero… cuando aún lo éramos… la vi con Theodor muchas veces. Él la visitaba aquí constantemente. Estuvieron viéndose alrededor de dos años.