—La primera vez que los vi habían pasado unos pocos meses de tu partida. Él debía marcharse pronto a Seattle y ella estaba empezando los estudios de enfermería aquí. Se me hizo horrible… Nauseabundo. Se lo dije, pero me dijo que yo no sabía nada, que no me metiera y… No lo hice. —Kendall sonrió con vergüenza—. Jamás me ha gustado inmiscuirme en los asuntos de nadie. Peter y yo seguíamos juntos en aquel entonces y salíamos mucho; nos topábamos con ellos cada cierto tiempo. Iban a los mismos sitios que nosotros. Por lo que sé, él la visitaba seguido, y ella llegó a viajar a Seattle un par de veces. La última vez que los vi juntos fue hace mucho, es cierto; luego de que Peter y yo nos separáramos, me alejé de muchas personas. Supe del escándalo de Theodor porque mamá me lo dijo, y supe que había regresado cuando mamá murió y fui a encargarme de todo; los Paddock se acercaron a darme sus condolencias y él estaba ahí.
La mujer bajó la cabeza y empezó a morderse las uñas mientras veía los labios tensos de Mag y su mirada inexpresiva. Esta intentaba mantenerse en una pieza mientras procesaba lo que acababa de oír.
Dahlia y Theo estuvieron juntos. Él, que había arrancado cada gramo de su inocencia y confianza, y las había deshecho por completo; y ella, que apoyó cada castigo, cada tortura impuesta por su madre… la decisión de olvidarse de ella como si se hubiese convertido en una plaga. No le extrañaba que hubiesen permanecido juntos por tanto tiempo; ambos eran una basura; tenían el alma igual de podrida.
De Theo ya nada podía sorprenderle; él había usado todas sus cartas con ella, sabía lo retorcido que era, pero lo de su hermana sí dolía; le dolía y le indignaba. Todo lo que había hecho en el pasado fue juzgarla, señalarla y escupirle en la cara que había deshonrado a la familia; siempre mirándola desde un pedestal de moral intachable, pero todo era mentira. Dahlia Wood era la persona más hipócrita que conocía y se sentía asqueada de que fuese su hermana.
—¿Estás bien? —preguntó Kendall haciendo ademán de tocarla, pero arrepintiéndose cuando Mag la miró nuevamente—. De verdad lo siento mucho. De verdad creí que lo sabías; lo hicieron por tanto tiempo que… Creí que… Lo siento… Por todo. Por esto, por… lo que te hicieron. —La voz de Kendall se quebró al decir aquello—. Sé que no sirve de nada ahora, pero lamento no haber hecho nada para ayudarte.
Mag alzó ambas manos y las sacudió para hacer callar a la mujer. Hubo un silencio prolongado que solo fue roto por el sonido del broche del bolso de Mag. Ella sacó un papel doblado a la mitad. Ahí estaba la lista de materiales que necesitaba, todo escrito con la caligrafía de su hermana, a quien le había pedido ayuda la noche anterior. Ahora tener aquel papel en sus manos quemaba como si sostuviera brasas al rojo vivo. Se lo entregó a Kendall que, luego de mirar la lista con expresión confundida, pareció entenderlo todo.
—Dame un minuto y podrás irte.
Cinco minutos después, y luego de intentar transmitirle a Kendall que no tenía que seguir disculpándose ni excusándose por nada, salió de la tienda y se dirigió a la parada de buses, no tenía ni ganas ni apetito para ir a buscar algo que almorzar. Cuando estuvo sentada en su asiento, con la mejilla apoyada de su puño y este contra la ventanilla, intentaba pensar en alguna señal de la relación de su hermana con Theo en el pasado. ¿Sentían atracción antes de que él se relacionara con ella? ¿Se habían sentido atraídos luego de lo sucedido? ¿Tan enfermos eran? Fueron amigos desde muy jóvenes, eso siempre lo supo, pero jamás percibió en su hermana ninguna atención especial hacia él, aunque, en honor a la verdad, Mag había tenido muchas cosas pasando a su alrededor, con su cuerpo y con su mente, como para fijarse en nada más que ella y su situación para aquel entonces.
Una vez que el bus se puso en marcha, Mag pensó en todas las cosas que podría hacer. Confrontar a su hermana. Pelear con ella y finalmente mandar a la basura cualquier intento de reconciliación que pudieran tener. Vengarse de ella por su deslealtad. Pero lo cierto era que nada le parecía suficiente. Sin mencionar que no podía saber si todo lo que le había dicho Kendall era cierto. Recordaba que la chica había sido algo rencorosa, apenas si recordaba haber escuchado a Dahlia hablar sobre alguna tonta venganza que le aplicó su amiga por alguna ridícula disputa que tuvieron. ¿Y si la mujer había perfeccionado sus tácticas? ¿Y si algo había pasado entre ellas y estaba utilizando a Mag como vehículo para su venganza?
La idea iba creciendo en la mente de Mag, que apoyó la frente contra el cristal, sumiéndose en la frustración… Ahí estaba de nuevo, buscando una justificación para los actos de su hermana. Quiso llorar, quiso pensar que tenía el corazón roto, pero no era así, no se puede volver a romper algo que nunca se reparó. Ella había intentado hacerlo, pero acababa de darse cuenta de que no valía el esfuerzo.
Procuró mantenerse serena durante el viaje de vuelta, pero ni siquiera tuvo que intentarlo. La decepción se había apoderado de todo y parecía haber activado el piloto automático. Al llegar al pueblo, se dirigió a su casa sin detenerse a mirar a nadie, y al llegar agradeció que la casa estuviese vacía. Subió y dejó el traje de Kyle sobre la cama de su habitación, miró el armario y por un segundo tuvo el deseo de tomar toda su ropa, hacer una pila y encenderle fuego, dejarla sin nada; pero supo que era una tontería, una nimiedad que no resolvería nada… Podría prender la casa entera en llamas y aun así nada cambiaría.
Ya en la habitación de su madre, dejó caer su bolso y la bolsa de sus compras al suelo y se lanzó en la cama, se echó un brazo sobre los ojos y se mantuvo ahí, intentando relajarse, intentando olvidarse de la vida que le había tocado, donde cada camino era más asqueroso que el otro, donde cada persona que se cruzaba era más nefasta que la anterior. Pensó en irse, dejarla plantada y que su boda se fuese al diablo sin su mandadera, pero esa era otra tontería, y aunque no sabía qué hacer, ni cómo reaccionar, sí había algo que tenía claro: no los dejaría ganar.
Tres toques a su puerta la sacaron de sus meditaciones. Con el ceño fruncido se levantó y fue a abrir la puerta para descubrir quién era, aunque era fácil deducirlo.
—Hola, cariño. Vine a ver cómo te había ido —dijo Kyle con mirada preocupada—. Will dijo que te vio pasar hace un rato, pero que parecías enojada. ¿Ocurrió algo?
Mag respiró profundo y sacudió la cabeza, señalando hacia la habitación continua, para luego alzar ambos pulgares en señal de que todo estaba en orden.
—Vale, le daré un vistazo al traje en un momento. Quería pedirte disculpas otra vez por hacerte ir hasta la ciudad. A veces Dahlia puede ser un poco…
«¿Aprovechada? ¿Manipuladora? ¿Descarada? ¿Una completa hija de puta?», pensaba Mag mientras el hombre hacía una mueca y pensaba en cómo terminar su oración.
—…desconsiderada —dijo finalmente, haciendo que fuese Mag la que torciera el gesto esta vez, considerando aquel un adjetivo demasiado blando y poco ofensivo para explicar cómo era su hermana en realidad. Sintió pena por él, que estaba a punto de casarse con alguien tan inferior, pero otra vez, solo se limitó a sonreír y restarle importancia—. Te traje esto.
Acercó hasta ella una caja de pastelería. Al abrirla vio un gran trozo de pastel de chocolate.
—Es para agradecerte por la molestia. —Mag sonrió, y extendió su puño cerrado hacia él en señal de camaradería—. Otra cosa, cariño. Hay algo que quiero pedirte… Sé que fuiste hoy a comprar cosas para dibujar. No sé qué planeas hacer, y tampoco quiero ocuparte demasiado tiempo, pero… ¿Crees que me puedas ayudar con un detalle de bodas para Dahlia?
Las cejas de la chica se unieron y la intriga brilló en sus facciones, pero él alzó un dedo y le dijo que aguardara un momento antes de salir disparado hacia su habitación. Cuando volvió, le entregó una fotografía; en esta podía verse a la pareja frente al Urban Ligth; él estaba arrodillado y sostenía una pequeña caja roja. La imagen estaba desenfocada. Era una mala fotografía nocturna. Mag lo miró de nuevo, sin entender qué era lo que quería.
—Fue el día en que nos comprometimos. Durante unas vacaciones en California. Le pedí a una turista que nos fotografiara. La mujer resultó estar medio ciega; no dijo nada. —Chasqueó la lengua con reproche—. Pero ha sido la mejor noche de nuestra vida y ella siempre me ha reprochado que la foto saliera mal. Y dice que tú haces dibujos increíbles, así que me preguntaba si podrías transformar esto en un bonito dibujo a gran escala. Algo que podamos enmarcar y poner en el salón un día.
Mag miró la fotografía y la pena que sentía por Kyle aumentó. Era un buen hombre; era dulce y detallista; ese sería un hermoso regalo, pero no creía que su hermana lo mereciera, además que serían horas de trabajo, pero podía notar lo mucho que él lo deseaba, y aunque no creía que su hermana hubiese utilizado la palabra "increíble" para describir su trabajo, dudaba tan siquiera que hubiese visto más que un par de estos; no podía negarse. Se mordió el labio, pensando en la tortura que sería, pero finalmente asintió, haciendo que Kyle sonriera de oreja a oreja.
—¿Sí? ¡Genial! En serio, muchas gracias, Mag. Y por supuesto que te pagaré, y eso no entra en discusión —sonrió con más entusiasmo—. De verdad que te lo agradezco. —Se inclinó hacia ella y la abrazó.
Unos minutos después estuvo sola en casa otra vez; miró la fotografía y se preguntó cómo una mujer como su hermana había logrado ser bendecida con un compañero como Kyle, pero la dejó sobre la cómoda al pensar en una realidad indiscutible e irrefutable de este mundo: no importa cuánto recen, ni qué tan abnegados sean, las personas buenas atraviesan muchas calamidades a lo largo de su vida, mientras que las malas suenen ser recompensadas en cada aspecto de su existencia. La justicia no es un fenómeno natural, la creó el hombre, y por eso la impone con su propia mano; algo que Mag terminaría entendiendo en los días que estaban por llegar.
Tomó la bolsa de sus compras y empezó a revisar sus nuevas adquisiciones, y con cada cosa que sacaba de ella, la realidad iba cayendo sobre sus hombros… Esa noche tendría a Cameron Tucker desnudo en el balcón y aún tenía un par de cosas por hacer.
El resto de la tarde se le fue en limpiar y arreglar las cosas en el balcón. Ya había anochecido cuando se metió en la ducha, y luego empezó a tener una crisis de nervios al pensar en qué ropa iba a ponerse. Se llamó tonta a sí misma muchas veces. Se dijo que su aspecto no tenía la menor importancia, pero sí que la tenía. Él no la dejaría en paz si creía que se había arreglado extra para él, pero tampoco quería verse demasiado desaliñada. No tenía ningún tipo de aspiración con Cameron; la relación entre ellos era meramente platónica, pero se trataba del hombre más ardiente que había conocido, como Dios lo trajo al mundo. Consideró que aún le quedaba cierta autoestima que debía proteger.
Se cepilló el cabello hasta que lo dejó brillante e impecable, se decidió por un pantalón de pijamas y una camiseta; sacó los implementos de dibujo y el nuevo caballete al balcón y se dispuso a esperar, dejando que su mirada recorriera el balcón. Amaba el concepto que había creado en su cabeza. Cuando el reloj marcó las nueve de la noche, se acercó al barandal y miró hacia el jardín; una iluminación pobre, el invernadero improvisado y un par de árboles, sumían el espacio en sombras; debía esforzarse para ver con claridad y no sabía por dónde iba a aparecer Cameron.
Se sentía ansiosa, pero cuando un ruido llamó su atención hacia la izquierda, y lo vio aparecer tras el invernadero, su corazón se disparó sin control. Estaba ahí… De verdad estaba sucediendo. No sabía por qué estaba tan afectada; se miraron fijamente mientras él atravesaba el jardín y ella no pudo contener la sonrisa cuando él se detuvo justo debajo del sitio donde ella estaba esperándole y abrió los brazos con impaciencia.
—¿Dejarás caer tu cabello, o me abrirás la puerta? —preguntó en tono burlón.
Mag sonrió e, inclinándose sobre la esquina del barandal y removiendo un poco las hileras de helechos que cubrían el pilar, dejó descubierta la rudimentaria celosía que había construido su padre.
Cameron resopló en medio de una sonrisa, incrédulo de que le obligara a treparse por ahí, pero le hizo un gesto con la mano para que se apartara. Le tomó menos de un minuto llegar al balcón. Mag hizo un burlón gesto de apreciación y dio un par de aplausos silenciosos, alabando su hazaña, pero él ya no la miraba; sus ojos recorrían el lugar con una mezcla de sorpresa e intriga.
—¿Qué diablos es este lugar?
—Nuestro Edén. Bienvenido.