19| Negociaciones

2455 Words
—¿Desnudarme? —preguntó Cam con la mandíbula tensa... con su cuerpo entero convertido de pronto en una roca volcánica. El hombre esperaba alguna explicación, algún titubeo en el rostro de la chica, algo que le hiciera saber que estaba bromeando sin tener que hacer más preguntas, pero Mag estaba regia en su determinación, cuál sea que fuese, y solo se limitó a asentir y a soltar un "sí" que pareció al siseo de una serpiente. —Bromeas, ¿cierto? ¿Quieres verme desnudo? ¿Pagarás por verme desnudo? —Cada pregunta fue expresada en un tono más burlón que el anterior. Cam sentía que la conversación, y toda la situación en sí, era ridícula y, sin embargo, su cuerpo no se relajaba; no había músculo en su cuerpo que no estuviese en tensión absoluta bajo la mirada gris de Mag. —Sí. Eso haré. Cam se quedó en silencio, su cabeza inclinada un poco sobre uno de sus hombros y su ceja levemente arqueada; esperaba alguna explicación que jamás llegó, y ella, en cambio, solo se mostraba impaciente y ansiosa. —¿Entonces? ¿Aceptas o no? —¿Quitarme la ropa? Mira, sé que dije que hacía cualquier cosa por dinero, pero nunca insinué que me prostituía. Y no digo que no pueda hacerlo, solo que normalmente las mujeres que quieren eso de mí… me seducen, no ofrecen pagarme, pero... Dios, eres tan rara. —No quiero acostarme contigo. Idiota vanidoso. El hombre rio al ver la expresión indiferente de la chica, dividido entre la genuina diversión ante lo inverosímil de aquella proposición, la excitación ante el mero hecho de, luego de todos sus pensamientos indecentes, pensarse en una situación íntima con ella y, sobre todo, la aprensión de saber que no debería estar emocionado por eso. Se suponía que debía alejarse de esa mujer, se suponía que no quería involucrarse con ella, obsesionarse más con ella. Se preguntó entonces dónde había quedado su resolución de unos minutos atrás. «En un maldito caño... Ahí quedó todo», se respondió a sí mismo luego de ver a Mag mirar su muñeca de forma teatral, como si mirara la hora, como si su propuesta estuviese expirando. —¿Entonces para qué quieres que me desnude, Magnolia? —Hizo la pregunta queriendo, necesitando con desespero, que ella le diera una respuesta directa. —Quiero dibujarte —expresó ella con una sonrisa maliciosa. Si él hubiese sido un hombre sensible, uno tímido, o cuánto menos moralista, se hubiese ruborizado, pero no lo era en absoluto; aunque ser retratado no había cruzado su cabeza en medio de toda la ola de candentes escenas que su mente proyectó para él en esos escasos segundos, su respuesta no fue bochornosa, al contrario, se sintió intrigado y, sobre todo, muy atraído ante la propuesta. —¿Dibujarme? ¿Tú? —Sí. Es lo que hago. Soy buena. —Gesticuló con expresión petulante. —De acuerdo… ¿Es alguna especie de proyecto profesional, o… solo por placer? —Placer. —Las manos de la chica dibujaron su respuesta al tiempo que él pronunciaba la palabra en voz alta. —¿Y por qué yo? —preguntó con voz ronca. Ella arqueó una ceja, intentando disimilar que no estaba nerviosa. —¿Quién más sería? —Luego de expresar esto, se mordió el labio inferior, aunque no con nerviosismo—. Llevas días en mi cabeza. He soñado contigo. —Sonrió entonces, disparando el pulso de Cam, aunque él lo creía imposible—. En mis sueños eres un demonio. —Sonrió una vez más—. Tengo un Edén para ti. —Eso es bastante acertado, puedo ser un demonio, pero no se supone que los demonios estén en el Edén, Magnolia. —Lo sé. —Ella lo miró fijamente. La sonrisa torcida que le dedicó acompañó su mensaje con un silencioso "Por eso te quiero ahí", que le robó otra sonrisa al hombre que, aunque en ese punto ya no lograba predecir cómo continuaría la conversación, no dudaba de cómo acabaría. ¿Qué puede hacer un hombre cuando la mujer que lleva días apropiada de sus pensamientos y sus más ardientes fantasías se para frente a él a pedirle que se quite la ropa? —¿Dónde lo haremos? —preguntó entonces, diciéndose a sí mismo que estaba loco. —En mi casa. —¿Planeas meter al sinvergüenza del pueblo a la casa de tu hermana para desnudarlo? —Sonrió, una vez más sorprendido. Ella asintió—. ¿Te gusta romper las reglas, eh? —¿Y a ti? —Fue la respuesta de Mag, que vino acompañada con un aire de desafío. Él la miraba con fijeza y admiración; el débil atisbo de inocencia y docilidad que había percibido en ella el primer día se esfumó con esa pregunta. —¿Y cómo planeas hacer eso? —De noche. Cuando ella no esté. Entrarás por el jardín trasero. Subirás a mi habitación. No haremos ruido. Kyle nunca se enterará. —Tu habitación… Estupendo —murmuró Cam con sarcasmo. Veía todo aquello como una de esas tentaciones que ponía Lucifer en su camino, de esas de las que tanto advirtió el párroco en los tiempos en los que acompañaba a su madre a la iglesia. Hacía mucho tiempo que él había abandonado el camino de la rectitud, consideraba que había muy poco dentro de sí que aún pudiera ser salvado del infierno, si es que tal cosa ocurría, pero también era cierto que se había prometido alejarse y olvidarse de Magnolia Woods, eso era una resolución bondadosa, ¿no era esta entonces una prueba para doblegarlo? A los indefensos corderos se les dice durante esas charlas en la iglesia que la tentación será grande, pero jamás especifican que será tan apetitosa. El hombre se mantuvo en silencio unos minutos pensando en esto, estaba muy confiado de su fuerza de voluntad, confiaba en que el diablo no era lo suficientemente poderoso como para romper su férrea determinación de no tocarla, pero no era ningún santo y le gustaba jugar con el peligro, llevaba años haciéndolo; al menos se regalaría el placer de compartir aquel momento con ella, de estar bajo su mirada. —Entonces… ¿Solo debo estarme quieto un rato mientras tú dibujas, no? —Desnudo. —Se apresuró a aclarar ella con el ceño fruncido. —Desnudo, por supuesto. No lo he olvidado. —Una sonrisa se dibujó en los labios de Cam—. ¿Y cuánto pretendes pagarme por eso? —Quince por hora. —¿Quince? ¿Y cuánto te llevaría dibujarme? Si se puede saber. —Dos horas. Quizás menos. —Oh, ya veo… Pues te diré que no pienso desnudarme en casa de Dahlia Woods, corriendo el riesgo de que me denuncien, por treinta miserables dólares, Magnolia. ¿Si sabes que no soy un maldito indigente, cierto? Tengo comida en el refrigerador, y efectivo suficiente en el bolsillo. Hago cualquier cosa por dinero, sí, pero no por cualquier monto. Pretendes jugar con una desesperación que no tengo. Mag puso los ojos en blanco. —¿Cuánto quieres? —preguntó con impaciencia, aunque en el fondo estaba muy feliz y entusiasmada de que lo había logrado. Cam se llevó un dedo a la boca, y miró hacia la nada; pensaba en su precio. —Cincuenta por hora —dijo finalmente, haciendo que ella sonriera incrédula. Pronto empezó a mover sus manos con gran velocidad. —No pagaré cien malditos dólares por verte el pene. Lo han visto decenas de mujeres. Quizás cientos. ¿Qué más te da mostrármelo a mí? —Vale, reconozco que eso es cierto —admitió Cam con una sonrisa descarada, le encantaba la franqueza con la que se expresaba Mag—. Tal vez sí estoy un poco devaluado. Dejémoslo en cuarenta, entonces. —Veinte —gesticuló Mag de forma rotunda, provocando una nueva risa en Cam. —Mira, pequeña estafadora, ya te dije que no voy a… —Lo harás. —Ella alzó la barbilla y dio un paso hacia Cam, que se quedó mudo, como si le hubiesen gritado una orden imposible de ignorar—. Eres un desvergonzado. Odias a mi hermana. Te encanta pensar que vas a poner tu culo desnudo en sus muebles. Y amas que yo esté pidiéndolo. Lo harás porque no tienes nada más que hacer. Sus miradas se batieron en duelo unos segundos más, ella esperando que él negara lo que ambos sabían que era cierto, y él deseándola nuevamente, rogando también para que se marchara de una buena vez. Un leve arqueamiento de sus labios fue la señal que necesitó Mag para continuar. —Te espero el mañana. Nueve en punto. Mag no se molestó en esperar una respuesta de Cam, se dio la vuelta y empezó a alejarse. Los nervios del hombre se lo agradecían, pero había algo que aún no entendía y moría por saberlo. —¡Hey!—gritó y ella se dio la vuelta—. Aclárame algo: Dices que haces esto por placer, ¿no? Todo eso del demonio en el Edén, y esa mierda, es… ¿Una fantasía o algún tipo de fetiche? La intriga ardía en su pecho. La parte más retorcida de él esperaba una afirmación, porque aunque no pretendía hacer nada más que solo posar para ella, la idea de estar protagonizando alguna de las fantasías de la chica le excitaba como nada lo había hecho antes. Satisfacer los deseos prohibidos de dos mujeres la noche anterior no llegaba a compararse con ser el protagonista de sus ensoñaciones. Esperaba muchas cosas, imaginó muchas más, pero jamás esperó la respuesta de Mag. —No te confundas. No somos amigos. Mis fantasías son mías. No las compartiré contigo. —Dicho eso, giró sobre sus talones y emprendió su camino, dejando a Cameron sonriente e incómodamente excitado. —Tomaré eso como un "sí" —murmuró él un rato después, sin poder apartar la mirada de la mujer que se alejaba por el sendero. Rio cuando comprendió que la mujer le estaba volviendo loco, que así como llegó a poner el pueblo de cabezas, así lo dejaría a él también. Se dio la vuelta y al mirar las viejas ventanas del depósito se preguntó por qué había estado husmeando en su propiedad, pero al acercarse y verificar que los contenedores seguían cubiertos y que no había forma de decir qué había en ellos a menos que lo supieras de antemano, decidió pensar que solo era una chica demasiado curiosa para su propio bien. «No es la única, obviamente», se dijo al pensar que él había accedido a participar en su locura con tal de tenerla a su alrededor un poco más. Sonrió y estrujando su chaqueta entre manos, como si con esto pudiera drenar la tensión que sentía, subió los escalones del pórtico. Que ella le hubiese devuelto las palabras que unos días atrás él mismo le había lanzado, le daba un toque especial a la situación. Entró a la cabaña y empezó a desvestirse; necesitaba una ducha fría, pero mientras dejaba las prendas en el suelo y se metía al baño, recordaba la sentencia de la chica: sí que era un desvergonzado. Ya se estaba muriendo de ganas de que llegara el viernes; de pronto ningún plan le parecía tan atractivo como desnudarse para Magnolia Woods. *** Un rato después, ya con la luna siguiendo sus pasos, Mag atravesó el jardín corriendo y entró a la casa. Ahí encontró a su hermana en el salón, echada en el sofá, cubierta por una manta, mientras Kyle parecía preparar palomitas en la cocina. —¿Por qué llegas tan tarde? Estábamos preocupados —dijo Dahlia, haciendo que Mag tuviera que hacer un gran esfuerzo por no resoplar. Su postura no parecía ser la de una persona preocupada, precisamente, pero se obligó a no contestar a eso. —Estaba paseando. —¿Paseando a esta hora? —Déjala, cariño. —Intervino Kyle—. No le va a pasar nada, el pueblo es seguro. Solo debe tener cuidado de no adentrarse demasiado en el bosque, hay seres peligrosos por ahí. Su cuñado la miró con disimulo, peor con intensidad. Mag supo entonces que él sabía que había estado con Cameron, y se preguntó si alguien la habría visto tomar el sendero. —Ay, por favor, cariño… Hace años que no hay incidentes con animales. —Bueno, yo solo digo… Mag sonrió; odiaba esa dinámica que habían creado Dahlia y Kyle a su alrededor, la de jugar a "Mamá y papá", utilizándola a ella como muñeca de trapo que no tiene vida propia, pero decidió que esa era una batalla que no le importaba retrasar; hubiese hecho lo que fuese por meterse de inmediato a la habitación. —¿Y tú qué tienes? Estás colorada y agitada —Dahlia, que se había acercado al recibidor, la miró con expresión un tanto asqueada—. ¿Qué estabas haciendo? Mag pudo ver cómo Kyle cerraba los ojos y sacudía la cabeza, pero no le prestó atención. —Corrí un poco. Oí a un coyote. Iré a ducharme. —Mag se apresuró por las escaleras, pero antes de llegar al segundo piso escuchó a su hermana preguntar a Kyle si había visto alguna vez a un coyote tan cerca del pueblo. —Si supieras las cosas que he visto, cariño —respondió el hombre entre los estallidos del maíz en la cocina. Mag sacudió la cabeza; pensó que debía darse prisa en conseguir aquella ridícula banda de música bugalú para su cuñado; algo le decía que abriría la boca más temprano que tarde. Pero se olvidó de eso cuando entró a la vieja habitación de su madre, y sin detenerse, se dirigió hasta el balcón, y observó lo que sería el fondo de sus próximos lienzos, su Edén. Salió por completo y con los dedos rozó la hilera de hiedra que hacía las veces de cortina. Miró el sofá, con sus cojines de colores pasteles y texturas variadas, no supo cuál haría más contraste con el rudo aspecto de Cam, pero moría por verlo sobre aquella manta tejida por su madre… Entre sus amadas flores… En su espacio. Se dejó caer en el viejo sofá y se estiró perezosa contra los suaves cojines, pensando en que pronto lo tendría ahí. Miró las coloridas flores y toda la pureza que quiso reflejar su madre en aquel lugar y pensó que no había una forma mejor para escupir sobre la memoria de Ivy Woods que desnudar a un hombre como él en su habitación. «O tal vez sí», se dijo a sí misma con una sonrisa maliciosa.
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