08| Seres desequilibrantes

2539 Words
—No subiré a tu moto. Valoro mi vida. Gracias —respondió ella en rápidos y agitados movimientos. La ronca carcajada de Cameron se extendió entre los árboles, rompiendo la calma del lugar. Un sonido al que Magnolia no fue inmune, aunque el hormigueo que provocó este en su cuerpo no disminuyó su estado de alerta. Él seguía siendo un peligro potencial. —Oh, ahora sí la valoras… Claro —dijo en tono irónico antes de gesticular en su dirección—. Hace un rato, no parecía importarte, y además dijiste que confiabas en mí, ¿recuerdas? —Hace un rato. No parecías un maldito acosador —replicó ella con mirada altanera, o al menos eso entendió él; el mensaje era algo confuso. Una vez más, Cameron rio. Cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia atrás, tratando de ignorar la punzada de excitación sin precedente que le atravesó en ese momento. Ella le miró inmóvil, atenta a cómo apretaba la empuñadura, tensando los músculos de su brazo; solo entonces pensó en estas como algo más que un simple aspecto sexi del hombre. Eran armas. Armas poderosas que podrían envolverse en sus brazos delgados… en su cuello, y hacerla añicos. Mag siempre había sido menuda y un tanto debilucha; un combate cuerpo a cuerpo tendría un claro vencedor, y no sería ella. Mil cosas se arremolinaron en su mente en ese instante, como la recriminación por haber dejado caer la roca; pero Cam abrió los ojos y los clavó en ella; entonces la misma oleada de confianza que sintió unos momentos atrás la invadió. La mirada ambarina del hombre iba cargada de mucho. Le hizo sentir mucho… Poco de todo eso lo pudo descifrar, pero peligro o amenaza, no era de las cosas que sentía. —Mira. Estoy cansado y quiero irme a casa, pero no te dejaré aquí. —Hizo una pausa, dejándole ver que no estaba bromeando—. Sube a la moto y déjame llevarte. Mag se sintió nerviosa por un momento, apenas lo conocía; comprendía que era imprudente tan siquiera estar hablando con él en un sitio tan solitario, cuando nadie sabía dónde estaba. Pero al mismo tiempo, la confianza fue desplazando todo lo demás. Él no se veía ansioso; al contrario, parecía aburrido o enojado por estar ahí, pero poco dispuesto a dejarla sola, y entonces eso le hizo gracia; pensó en el hecho de que Cameron Tucker estaba resultando ser más decente de lo que él mismo quería demostrar. El hombre estaba empezando a impacientarse, cuando ella miró a un lado y otro de la vía. La zona estaba oscura y hacía bastante frío, así que no había mucho por hacer, y cuando se escuchó un fuerte aullido entre el bosque, todo se resumió a la seguridad que representaba esa motocicleta para ella. Cameron rio cuando Mag, asustada, se apresuró hacia él y pasó su pierna sobre el asiento, y tras un breve momento de duda, terminó sujetándose de sus hombros. Creyó que eso bastaría para estar segura en el viaje, faltaba apenas un trecho corto hasta el mirador. Cameron miró sobre su hombro para asegurarse de que ella estaba lista antes de ponerse en marcha; al hacerlo, rozó sus dedos con el mentón. Él apenas si lo notó, pero Mag lo sintió como un choque eléctrico. Le pareció absurdo, fue apenas un roce, pero sus dedos empezaron a escocer después de eso, y continuaron haciéndolo incluso luego de que él apagara el motor un minuto después, al llegar a su destino. Ella bajó de la moto y lo miró, esperando que él dijera algo. Cameron solo lo miró con impaciencia. —Ve y haz lo tuyo. Yo esperaré aquí. —Le comunicó él, bajando y apoyándose del asiento, y apartando la mirada para buscar el paquete de cigarrillos. Mag sonrió. Le gustó descubrir que el misterioso y fiero motociclista que tenía a todos en el pueblo intrigados, parecía ser un caballero, uno poco dispuesto a dejar sola a una mujer en mitad de la noche… aunque claramente no estaba muy contento con eso. Le veía luchar con su encendedor cuando sintió el impulso, ese que rara vez sentía y que pocas veces podía controlar lo suficiente como para llevarlo a cabo, pero sentía que esa noche podría, al menos solo una vez… Una palabra. —Gracias —pronunció sintiéndose avergonzada por lo afónica y ahogada que se escuchó, pero no era para menos; había pasado mucho desde que había usado sus cuerdas vocales. Se sonrojó, completamente ajena a lo que sintió él al oírla, pero ¿cómo podría? Si ni siquiera él mismo lo entendió. Cameron se incorporó de un salto y la miró sorprendido… Este había sido su choque eléctrico. —¿Hablas? Me refiero a… obviamente lo haces, acabo de oírte, pero… ¿puedes? —preguntó sonriendo, dándose cuenta de que no había usado sus manos, pero aliviado y satisfecho al ver que ella pareció entenderle. Se apoyó en su moto otra vez y terminó de encender el cigarrillo, torciendo el gesto cuando la vio sacudir la cabeza. —Solo unas palabras. Frases cortas. Muy cortas. Mal dichas —respondió ella con una mueca apenada, notando que los nervios volvían confusas las ideas en su cabeza—. Por eso no lo hago. Solo a veces. —¿Qué significa eso? —Su pregunta fue dibujando una estela amarilla en el aire, por el diminuto fuego en sus manos—. ¿Decides no hablar? Magnolia apartó la mirada, sintiéndose enojada consigo misma, arrepentida de haber abierto la boca. Odiaba tener que tocar ese tema, pero comprendió que aquello había sido su culpa, suya y de ese impulso de querer hablarle a un total desconocido, así que le miró y respiró profundo antes de explicarle todo. —Tuve una lesión. Aquí. Se tocó el punto sobre su sien, mismo que siete años atrás había señalado el doctor Michaels al darle una de las peores noticias de su vida, pero proporcionándole finalmente una explicación al desastre en el que se había convertido su mente luego del accidente. —Ahora no puedo hablar bien. Puedo pensar. No puedo decirlo. Olvidé cómo hablar. —Mag miró expectante al hombre, creyendo que su mensaje bastaría para explicarlo todo, pero él fruncía el ceño y la miraba como si nada tuviese sentido—. Puedo oír. Comprender. Pensar. Leer. Pero hablar es difícil. Escribir también. Las señas son difíciles a veces. Mag empezó a sentirse avergonzada, como hacía siempre que las palabras se mezclaban en su cabeza y se apresuraban a salir sin orden ni sentido, sin saber que fue justo esa particularidad, esta confusión, lo que le iluminó a Cameron. —Afasia de Broca —murmuró él, soltando una bocanada de humo, comprendiendo ahora un poco más a la mujer frente a él. Por lo que recordaba haber oído de esa condición, apenas un par de comentarios que explicaban la gran frustración compartida por quienes la padecían, ella podía oírle y entenderle a la perfección, pero apenas si podría hablar telegráficamente, no más destreza que la de un niño de tres años; es decir, su garganta era perfectamente capaz de emitir todos los sonidos de su idioma... de pronunciar las palabras, pero para su cerebro, la sintaxis era el mayor enemigo. Mag lo miró sorprendida de que supiera eso; asintió y dio un paso hacia él, viendo cómo se abría frente a ella otro foco de atención hacia Cameron. —¿Conoces a alguien como yo? —Él la miró en silencio un rato, fumando un poco más y tomándose su tiempo para botar el humo. Observó su rostro de gestos dulces que hacía contraste con su actitud despreocupada y algo altanera. Miró sus ojos grises, llamativos como la luz para una polilla; y su piel a dos tonos… Como una pintura abstracta difícil de ignorar, solo había una respuesta para aquella pregunta. —Nunca he conocido a nadie como tú —dijo en voz alta, sabiendo ahora que ella le entendería, y dio una nueva calada—. Pero mi madre sí. Ella era intérprete de señas en el MDC en Miami. Era muy apasionada al respecto… Por años me habló de todas las formas en las que una persona podía llegar a perder su voz. —Hizo una pausa y torció el gesto—. O su capacidad para hablar. Aquello, en parte, era una mentira. Cameron no recordaba casi nada de lo que su madre le enseñó mientras fue intérprete y él era solo un niño preocupado solo por sus juegos, nada más que el significado de las señas, claro; pero sí recordaba cada palabra que esta le dijo mientras rememoraba su vida, en la cama de un hospital, mientras él tomaba su mano con fuerza; todas sus oraciones para no perderla, no le impidieron recibir esas historias y atesorarlas en su mente y en su corazón, incluso en la adultez. Pero Mag no tenía por qué saber eso. —¿Tu mamá te enseñó lenguaje de señas? —preguntó ella, devolviéndole a la realidad. —Sí. De niño me parecía divertido aprender, presumía con eso en la escuela. Era una tontería, pero me hizo popular con las chicas. —Rio y sacudió la cabeza—. Las niñas de doce años son fáciles de impresionar, claro. —No fueron las señas. Te lo aseguro. —Mag entornó los ojos, feliz de notar que al esfumarse el nerviosismo, regresaba la claridad en su cabeza y podía expresarse mejor—. Yo solo fui un bicho raro. —¿Se burlaban de ti por no poder hablar? —Cameron sintió de pronto una furia demoníaca crecer en su pecho; a su parecer, solo unos verdaderos idiotas se burlarían de algo así. —No, pero perdí amigos. Yo no podía comunicarme. Usé una libreta por un tiempo. Pero luego también fue difícil. Muchos dejaron de hablarme. No como antes. Aprendí las señas. Pero nadie entendía. Aquí nadie sabe. —Se encogió de hombros—. Fui el bicho raro otra vez. —¿Cuántos años tenías? —Catorce. A Cameron la expresión en el rostro de Magnolia le hizo sentir rabia. Pensó en ella siendo una jovencita con problemas para hablar en aquel pueblo lleno de gente obtusa y prejuiciosa. A él no le importaba lo que dijeran a sus espaldas, ni siquiera lo que le decían a la cara, pero podía notar que ella era distinta y pensó entonces que sentirse aislada debió ser doloroso. Pero en medio de todas esas cavilaciones, algo más salió a flote. —Oye… ¿A qué te refieres con ser el bicho raro otra vez? ¿Cuándo lo fuiste por primera vez? Mag torció la boca. Su gesto fue divertido y triste a la vez, diciéndole que la respuesta era obvia. Alzó su mano y se la llevó a la frente, delineando casi a la perfección la mancha blanquecina en su frente. —Esta fue la primera. Casi de la noche a la mañana. Una semana después... Esta. —Se tocó bajo la boca, donde un pequeño círculo, casi perfecto y del mismo tono blanquecino, cubría su mentón—. Los niños dijeron que estaba enferma. Luego que era contagioso. Yo no sabía qué pasaba. Me asusté. —Él lamentó haber preguntado al ver el rostro afligido de la chica. Los labios de Mag temblaban; de pronto su mente se había inundado de recuerdos que había estado evitando por años. Recordó los apodos que le pusieron, las veces que le señalaron y las risas que su aspecto generó entre sus compañeros. Los adultos fueron más amables, pero ella no convivía con ellos la mayor parte de su tiempo, así que sus días se hicieron bastante duros luego de su diagnóstico. Cuando alcanzó la madurez, y sobre todo cuando se marchó a la ciudad, cuando estuvo expuesta a más información; comprendió que lo que había sucedido en su pasado hablaba más de las personas del pueblo que de ella misma; que si alguna persona debía estar avergonzada... no era ella, pero nada de eso logró hacer menos dolorosos los recuerdos. Había aprendido a vivir consigo misma; nada de eso había sido su culpa; nada le limitaba, ni siquiera su incapacidad de hablar. Estudiaba y podía trabajar; estaba bien, lo seguiría estando, se lo repetía cada vez que su mente flaqueaba, pero también vivía con la conciencia de que, al menos en un principio, seguían mirándola como una rareza de la naturaleza. —Crecer en este pueblo debió ser una puta mierda —dijo Cameron de pronto. No encontró otra expresión por más que la buscó. Se miraron fijamente por unos segundos y entonces ambos estallaron en risas. En medio de eso, ella asintió y lo siguiente que dijo, marcó un antes y un después esa noche. —Sigue siendo así. Volví y todo sigue igual. —La mujer entrecerró los ojos fijos en él—. Salvo por ti. Pero aún no sé nada de ti. —No hay mucho que saber sobre mí —respondió él a la defensiva. Las preguntas hacia él eran terreno peligroso. —¿Qué hace alguien como tú en un pueblo como este? ¿Cómo llegaste? ¿Por qué te quedaste? —Si no sabes a dónde ir… solo dirígete al norte —murmuró, mirando la colilla consumiéndose entre sus dedos—. Alguien me lo dijo una vez, así que cuando necesité olvidarme de todo… yo solo conduje… lo más al norte que pude, y terminé aquí. Esa era otra mentira. Los ojos del hombre se desviaron por la pequeña superficie que era ese mirador, deteniéndose un momento en aquel extenso rompeolas. Dar con este había sido una verdadera bendición, pero eso no era algo que estuviese dispuesto a decirle a esa chica. Mag empezaba a frustrarse, Cameron parecía disperso de pronto; chasqueó los dedos para que la mirara otra vez. Cuando lo hizo, repitió su última pregunta; su curiosidad era grande. —¿Por qué te quedaste? —Es un buen lugar para pensar. —¿De qué huías? —gesticuló ella, pero eso traspasó los límites de su compañero, pudo verlo. Cameron sacudió la cabeza, lanzó la colilla al suelo, la pisó y se incorporó en su motocicleta en un par de ágiles movimientos. —Ya es hora de ir a casa. —Mag frunció el ceño y lo miró como si hubiese enloquecido; al notarlo, él resopló—. Anda, vamos. Me estoy congelando aquí. Su cambio de actitud no solo le resultó absurdo a la chica, sino también grosero. Después de todo lo que le había dicho sobre sí, creyó que podía, al menos, hacer algunas preguntas, pero quedó claro que él ya no le daría ninguna respuesta. Enojada y frustrada, subió a la motocicleta, aferrándose ahora al asiento y no a los hombros de Cameron como antes. Quiso dejarle claro su enojo al no tocarlo, pero si él lo notó, no lo demostró. Encendió el motor y lo puso en marcha casi al instante. El momento compartido por aquellos dos seres desequilibrantes de Neah Bay había acabado de forma abrupta, pero, para molestia de ambos, no abandonaría sus memorias jamás.
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