Cameron observaba el lugar en el que se encontraba. Parecía que había sido transportado a otro mundo… Al país de las maravillas, quizás.
Estaba de pie en lo que solo podía considerarse un paraíso escondido, un Edén, tal y como ella había expresado. Había macetas de muchos colores, repletas de flores de todas las formas y colores que uno podría llegar a imaginarse. Estas cubrían la base del barandal y parte de las paredes, y llenaban el aire con un aroma tan dulce que resultaba embriagador.
El lugar no solo era hermoso sino íntimo; hileras de hiedras y helechos colgaban de los aleros del techo y alcanzaban a rozar el barandal casi en su totalidad, creando cortinas naturales que bloqueaban las miradas indiscretas desde el exterior. Y las bombillas de luz cálida bañaban todo con un resplandor dorado que acentuaba la belleza del espacio.
—En serio, ¿qué es este lugar? —preguntó una vez más, mirando el sofá improvisado hecho de palets blancos y cojines mullidos de tonos pasteles.
—Era de mamá. Ella lo decoró. Era su lugar para relajarse —gesticuló la chica, mirando también a su alrededor para luego encogerse de hombros—. Ahora es mío.
Cam pensó que ese balcón parecía un hermoso sitio para descansar. No dudaba que se pudiera encontrar serenidad ahí, pero de pronto, junto a Mag, sabiendo que nadie podía verlos, se le hizo en extremo sofocante.
—¿Y por qué me trajiste justo aquí para retratarme?
—Ya te dije. Te he visto como un demonio. Gobernando el Edén. El contraste de las flores y tú. —Dejó que su mirada se perdiera unos segundos antes de continuar—. Virtud y pecado. Eso quiero retratar.
—Así que… ¿Te has adueñado del santuario de tu madre, y lo primero que haces es traer al tipo rudo del pueblo para que se desnude? ¿Para que corrompa este lugar?
Cam sonrió; su pregunta era solo una broma, no podía saber lo acertadas que eran sus palabras, mucho menos todo lo que se ocultaba tras esa resolución de Mag, pero ella solo asintió y se ahorró los detalles.
—No eres tan inocente como creí. —Él seguía bromeando, pero ante aquella mirada gris llena de intensidad, cualquier rastro de humor se esfumó.
—No lo soy.
El silencio reinó entre ellos otra vez, ahora cargado con una tensión que era casi imposible de soportar. Sentían la atmósfera presionando sobre sus frágiles cuerpos, quitándoles la respiración, haciendo escocer sus pieles… Pero ninguno flaqueó en su determinación de mantenerse en control, y no demostrarle al otro lo afectados que estaban.
—Bueno… Ya me tienes aquí. ¿Ahora qué? —preguntó Cam con voz baja, sabiendo en realidad lo que seguía.
—Quítate la ropa —Magnolia señaló entonces hacia la puerta de la habitación—. Puedes desnudarte allá. Quizás estés más cómodo.
Cam resopló divertido y burlón, y la miró con aire petulante.
—Descuida, estoy cómodo —dijo antes de quitarse las botas con un par de movimientos de los pies, y empezar a quitarse la camiseta.
Mag tensó los labios y se esforzó por mantenerse inexpresiva mientras él dejaba caer la prenda al suelo y se desabrochaba el pantalón… sin dejar de mirarla. Algo que ya tenían claro el uno del otro era que eran personas de voluntades fuertes, o con un alto nivel de arrogancia, que a los efectos de su relación era exactamente lo mismo; pero el reto, el deseo de ver a uno ceder ante el otro, era algo que marcaría su historia, y esa noche era el inicio de todo.
El pantalón cayó al suelo y el calzoncillo no tardó en tener el mismo destino. Cameron los hizo a un lado con un pie y luego, haciendo un despliegue desvergonzado de confianza, alzó un poco las manos y arqueó una ceja.
—¿Y? ¿Qué opinas?
Mag, con una mueca en los labios y sin ocultar que le causaba gracia su actitud, lo miró con atención.
Sus ojos recorrieron sus hombros anchos, sus brazos macizos y bien definidos, cubiertos por un centenar de diseños y patrones, casi todos en tonos oscuros. Su torso, aunque un poco más despejado, también estaba marcado en tinta. Lobos, águilas, panteras, leopardos, dragones, leones y un par más de seres salvajes habitaban los surcos y los planos de aquel cuerpo. Una ligera capa de vello se asomaba entre sus pectorales, y otra nacía a la altura del ombligo, bajando por el abdomen plano y haciéndose más densa a medida que bajaba por este.
Ella procuró no detenerse demasiado a mirar su m*****o, decidiendo ignorar, tal y como hacía el propio Cam, que este no se encontraba tan relajado como él hubiese querido. Era algo normal, de esperarse, pensó Magnolia. Ella misma podía sentir sus pechos tensarse de forma casi dolorosa contra la tela de su brasier, y eso no tenía que significar nada; era una reacción natural. Pasó rápidamente hacia sus piernas, igual de torneadas y definidas como el resto del cuerpo, pero curiosamente libre de tatuajes, y entonces le miró a los ojos una vez más.
La mirada ambarina estaba fija en ella y brillaba como lo había hecho en su sueño. Ambos respiraban con pesadez. Él acentuó el arco de su ceja, exigiéndole una respuesta, instándola a ser la primera en romper el flujo de energía que se había creado.
—De acuerdo. Tú ganas. Te pagaré treinta la hora.
La profunda carcajada que escapó de la boca de Cameron coincidió con el tintineo de un juego de llaves y el rechinido de la puerta del salón abriéndose. Mag dio dos pasos hacia él y, casi rozando sus labios, le pidió que hiciera silencio.
Para Cam, su cercanía se sentía como estar en medio de una hoguera, pero se mantuvo quieto y en silencio, mientras ambos escuchaban los pasos en la planta inferior, que luego empezaron a oírle más cerca hasta que los toques en la puerta de la habitación hicieron que la chica maldijera para sus adentros.
—No te muevas —le ordenó al hombre, que asintió en un único movimiento.
Ella entró a la habitación y se apresuró a abrir la puerta.
—Hola, cariño. ¿Todo bien? —preguntó Kyle con una sonrisa que ella imitó asintiendo—. Traje unos emparedados de cangrejo, ¿se te antoja? —Mag sacudió la cabeza y fingió un bostezo—. De acuerdo, dejaré el tuyo en el refrigerador entonces. Descansa.
La chica sonrió y, cerrando la puerta, agradeció poder librarse de su cuñado. Le oyó bajar y chasqueó la lengua de mala gana; hubiese deseado que se fuese a dormir de una vez, pero le pasó seguro a la puerta y apagó las luces, esperando que con eso no volviera a molestarla. Cuando volvió al balcón, sonrió al ver que Cameron no se había movido ni un centímetro.
—Se irá a dormir pronto. No podemos hablar. Nada de ruido. —Él respondió simulando un saludo militar, a lo que ella sonrió—. Anda, siéntate.
Él hizo lo que le pidió y se tomó su tiempo para acomodarse entre todos los suaves cojines, se reclinó hacia atrás y, sintiéndose realmente a gusto, la miró de nuevo.
—Tenías razón. Amo tener mi culo desnudo en el sofá de tu hermana —expresó con gesto satisfecho que hizo reír a Mag.
—Era de mi madre. Te lo dije.
—Cierto. Eso no es tan genial.
«No, es mucho mejor», pensó Mag, que casi podía oír los lamentos de Ivy retumbando en su cabeza; eran molestos, pero consideró que valían la pena.
—¿Has hecho esto antes? ¿Dibujar a alguien desnudo? —preguntó Cam cuando ella se acercó a él para arreglarle el cabello, manipulando con ligeros toques los mechones rebeldes como si lo hubiese hecho por años; como si no fuese consciente de que ella estaba parada casi entre sus piernas y él estaba completamente desnudo. Ella parecía estar muy a gusto, mientras que él estaba haciendo todo un esfuerzo mental para que la sangre circulara lejos de su entrepierna.
—Un par de veces. Era una chica. Modelaba en los talleres. —Mag golpeó con suavidad la rodilla derecha de Cam con la suya, pidiéndole con esto que abriera las piernas… derrumbando de un soplo la casa de paja que él había estado construyendo.
Cameron hizo lo que le pidió, sintiendo que su cuerpo combustionaba cuando ella tomó una de sus manos y le instó a extenderla sobre el espaldar, mientras que la otra la guió para que la pusiera sobre su vientre, cayendo entre sus piernas y cubriendo parte considerable de su m*****o.
—¿Debo quedarme así? —preguntó, descomponiendo la pose que ella había preparado, haciendo que la chica pusiera los ojos en blanco.
—Sin hablar. Sin señas. Nada —expresó enojada, y se dispuso a moverlo, como si de un maniquí se tratase.
—No pasaré dos putas horas sin hablar. Me volveré loco. —Cam la miró desafiante; ella meneaba la cabeza con frustración—. Susurraré. Él no podrá escucharme. Te aseguro que no conocerás a nadie más sigiloso y menos propenso a ser atrapado que yo. Solo tú podrás oírme, así podremos conversar mientras dibujas.
—Tendré las manos ocupadas. Genio.
—Oh, vamos. Yo sé que puedes decir "sí" y "no", no me tomes por tonto. —Siguió susurrando él, arrancándole una sonrisa que luego transformó en resoplido.
—De acuerdo. Pero lo bajaré. Serán veinte. Eres un modelo terrible.
Cameron reía por su respuesta, pero enmudeció cuando ella le dio la espalda y empezó a recogerse el cabello. Las suaves curvas de su cuello y la delgada línea abstracta que descendía desde el nacimiento de su cabello hasta la costura de la camisa, ensanchándose a medida que se acercaba a la espalda, le robó el aliento. No pudo controlar su reacción y agradeció tener manos grandes que le estuvieran salvando de pasar un momento embarazoso.
—¿Te dedicas a esto? —preguntó, aclarándose la garganta cuando ella se giró a mirarlo.
Estar atándose el cabello aún hacía que el dobladillo de la camiseta se le subiera por encima del ombligo, dejándole ver un poco de su vientre. Lo que logró ver era piel tostada de costado a costado. Cam no supo entonces qué deseo era más fuerte, el de querer desnudarla para descubrir los patrones en su piel, o el de hundir sus dedos en su cabello y deshacer el moño que se había hecho. Le gustaba aquella cascada azabache sacudiéndose de un lado a otro.
—Algo así. Aún no acabo la escuela.
—¿Y qué harás cuando termines? Me refiero a… ¿Qué se supone que hacen ustedes?
—Muchas cosas. Yo quiero hacer un libro. —Mag sonrió, comprendiendo que hacía mucho que no hablaba con nadie sobre su gran sueño.
—¿Un libro? ¿Como… un cuento ilustrado? —Le vio sacudir la cabeza y sentarse en la banqueta que estaba pegada al barandal.
—Una novela —gesticuló ella, ya emocionada por hablar de eso. Él seguía con el gesto fruncido—. Yo no puedo escribir. Solo hago esto. Dibujo. Quiero probar que puedo contar historias. Sin usar muchas palabras.
Los hombros de la chica cayeron un poco y se mordió el labio inferior con nerviosismo. Temía que él se burlara o desestimara de algún modo su aspiración, pero para su sorpresa, los labios de Cameron se curvaron en un gesto de apreciación.
—Parece un proyecto interesante. ¿Pero cuál es esa historia que quieres contar?
—Aún no tengo una. Solo tengo desgracias y sufrimientos para contar. No creo que quieran ver eso.
—Tal vez sí; hay gente muy rara en este mundo.
Ella sonrió y él alcanzó a alzar la comisura de sus labios, pero ambos se mantuvieron inmóviles al escuchar los pasos de Kyle en las escaleras. Luego de oír que se cerraba una puerta, ella acercó el caballete que había dejado preparado unas horas antes.
—Es hora de empezar. No te muevas. —Tomó un lápiz y empezó a hacer trazos ligeros, plasmando en cuestión de minutos el boceto inicial de lo que sería su demonio del Edén.
Cameron no dejó de hablar en ningún momento, cuando lo hacía, aunque fuese por un instante, empezaba a divagar sobre su nueva obsesión: la piel de Mag, y lo mucho que quería explorarla, o sobre su postura. Ella estaba sentada despreocupada, con una rodilla flexionada sobre la banqueta, sentada sobre su pie y con el otro en el suelo; arqueaba la espalda y luego se erguía de forma perezosa, fruncía el ceño de a ratos, y se lamió el labio en un par de ocasiones, todo sin ser consciente de ello. Para él, la confianza que mostraba mientras dibujaba, que consideró diferente a la que le conocía ya, se le hizo irresistible. Con cierta burla hacia sí mismo, se dijo que le excitaba verla dibujar. Pero cuando la chica alzaba la cabeza y lo miraba, la temperatura de su cuerpo se disparaba.
Magnolia estaba abrumada. Para ella dibujar era mucho más fácil que hablar y escribir, pero aún así requería una gran concentración, cosa que se le hacía difícil en aquel espacio tan reducido, con los pies de Cameron casi rozando los suyos, su mirada intensa que pesaba toneladas sobre sus hombros y su interminable lluvia de preguntas.
Lo peor de todo era no saber si sentía curiosidad genuina o solo intentaba disfrazar su incomodidad. Pero incluso así respondió a todo sin prestar demasiada atención. Eran preguntas simples, superficiales… tontas si se quería. Le interrogó principalmente sobre su vida en Portland, pero luego, cuando se dieron una pausa para que él pudiera relajar la postura, como sacado de la nada, llegó algo más personal.
—Háblame de cómo te lesionaste la cabeza. —Dijo él en tono bajo pero serio.
Mag se encogió un poco y se rascó la frente. Hacía mucho que no hablaba de eso. No le gustaba hacerlo, pero no supo si se debía a que con él se sentía en confianza, o si tenía las emociones a flor de piel luego del día que había tenido, pero no encontró motivos para negarse.
—Un accidente de auto. Había una tormenta. Él no se detuvo. Todo salió mal.
—¿Él? —preguntó Cam, intrigado. Mag torció los labios en una mueca y asintió.
—Mi padre.