—¿El accidente que impide que puedas hablar ahora lo causó tu padre? —preguntó Cameron. Mag sintió.
—Habíamos ido a la ciudad. Llovía cuando regresamos. Llovía mucho. Rayos y vientos fuertes.
La chica se rascó el cuello en gesto de incomodidad. Hacía mucho que no contaba esa historia. Era un recuerdo doloroso para ella, algo con lo que aún tenía pesadillas algunas veces. Aún no había anochecido cuando la tormenta los alcanzó. La lluvia era tan intensa que no permitía ver más allá de los focos del viejo auto; el viento azotaba la costa con tanta fuerza que los árboles se doblaban como si fuesen hechos de plastilina, los rayos cruzaban el cielo uno tras otro y los truenos jamás dejaron de retumbar, pero su padre no se detuvo. Le pareció peligroso detenerse a un lado de la ladera bajo tal aguacero, así que tomó la decisión de seguir y llegar rápido a casa para resguardarse.
Conducía despacio y pegado al volante, intentando ver y prestar atención a lo que había frente a él… Nada de esto sirvió cuando una serpenteante luz blanquecida impactó en el bosque y partió un gigantesco cedro casi desde la raíz.
—Un árbol cayó sobre el auto. Sobrevivir fue un milagro. —La sensación del metal del techo, hundido por el impacto, rozando su mejilla, apresándola contra el asiento, jamás la abandonaría—. Papá salió ileso. Yo no. —Señaló hacia su cabeza y torció el gesto—. Me desmayé. Me llevaron al hospital. Me hicieron chequeos. Estaban preocupados. Pero todo parecía bien.
—¿Cuándo se dieron cuenta de que no? —preguntó Cam, mirándola con atención, sintiendo pena por ella, que parecía haber sufrido tanto.
—Una semana después. Empecé a hablar extraño. Me costaba decir frases largas. Me llevaron al hospital. Un doctor descubrió lo que pasaba.
La situación fue más dramática de lo que Mag expresaba y se prolongó por otro par de semanas, pero podía ver la expresión apenada de Cameron y no quería seguir hablando al respecto. Él, por su parte, no sabía qué decir. Sabía que lo de la chica no era algo que pudiera curarse como si fuese un dolor de cabeza; el hecho de que el lenguaje de señas fuese su medio principal de comunicación dejaba claro que el proceso de recuperación no salió del todo bien. ¿Qué podía decirle que cualquier otro no le hubiese dicho ya?
—Debió ser muy duro.
Mag asintió y sonrió para sí con amargura. Él no alcanzaba a imaginar lo mal que salió todo de ahí en adelante.
—Papá empezó a beber —gesticuló con la mirada perdida, recordando cómo su padre se culpó por lo sucedido.
Jared Wood siempre fue un hombre sensible; ver que su pequeña, que ya llevaba unos años sufriendo la burla de los niños del pueblo por su vitíligo, ahora no podía comunicarse, le rompió el corazón, y saberse el culpable de eso le destruyó el alma. El hombre se refugió en el alcohol y como este le ayudaba a no pensar. Luego del accidente, siempre que Mag veía a su padre… cuando este le devolvía la mirada, apenas si podía sostenerse en pie.
—Mamá se enojó conmigo.
—¿Por qué haría tal cosa? —preguntó Cam, esta vez con indignación.
—Siempre causé problemas. Decía que había algo mal conmigo. —Los recuerdos de Mag se desviaron entonces al rostro enojado de su madre, a quien no le gustó nada que otra desgracia tocara a su puerta; la familia empezó a ser tema de conversación en el pueblo y lo odió, y por consiguiente, pareció empezar a odiarla a ella. La relación entre ellas se resquebrajó y aunque las cosas se calmaron por un tiempo, cuando el incidente con Theo tuvo lugar, todo se rompió para siempre.
—Eso es una mierda. ¿Cómo culpas a una niña porque su piel empezara a perder color? ¿O porque un árbol cayera durante una tormenta?
—Para ella la imagen era todo. La reputación.
—Pues tu madre era estúpida si creía que unas manchas en la piel o no poder hablar arruinan la reputación de una persona.
—Por mi culpa no éramos perfectos. —Respondió Mag que, se sintió conmovida al verle tan enojado. Ella no había hablado demasiado con nadie sobre todo eso, era quizás la primera vez que lo hacía; ver que él se había puesto de su lado de inmediato le provocó un vuelco en el estómago.
—Eso suena algo que diría tu hermana. —Su mirada se ensombreció—. ¿Ella te trató igual que tu madre?
Cameron había sido testigo del tono tan autoritario y despectivo con el que Dahlia se dirigía a ella; aquella primera vez no reparó demasiado en ello porque sabía cómo era la mujer, solía sentirse superior a los demás; le habían bastado solo un par de interacciones para notarlo; pero que se creyese superior a Mag por las cosas que le habían pasado se le hizo imperdonable. Vio a la chica sacudir la cabeza.
—Era indiferente. Me ignoró tanto como pudo —Mag se mostró afligida al recordar los días en los que su hermana sí se fijó en ella, esos en los que sí se comportó como su madre, apoyando cada maltrato, y olvidándose de ella tan pronto su padre decidió sacarla de ahí—. Nunca fuimos amigas.
—¿Por qué volviste para su boda, entonces? —La pregunta de Cam pesó mucho más ahora que Mag sabía lo que había hecho su hermana tras su partida.
—Creí que había cambiado.
—¿Lo hizo? —preguntó él arqueando la ceja. Ella sacudió la cabeza y sonrió con amargura. Todos sus planes de arreglar las cosas de pronto parecían una gran tontería.
—Entonces… ¿Qué sentido tiene? Ahora comprendo que debes sentirte muy mal en esta casa —murmuró esta vez más bajo, más para sí que para ella, recordando los tiempos en los que él tampoco se sentía bien en su hogar, aunque lo suyo tuviese una naturaleza muy diferente. Sabía lo que era sentir que ya no pertenecías a un lugar.
—Ahora sé que hice lo que pude. Me iré pronto. No me sentiré culpable nunca más.
Cam abrió la boca para decirle una vez más que ella no era culpable de nada, que no había nada malo con ella. Pero el rechinido de una puerta los interrumpió. Kyle parecía haberse levantado y empezado a merodear por la casa.
Mag miró a Cameron.
—Debemos seguir. Silencio. —Dicho esto, el hombre retomó su pose y mantuvo la boca cerrada mientras ella empezaba a dibujar de nuevo, empezando a darle detalles a su boceto.
Él la miraba sin dejar de preguntarse cómo alguien que había sufrido tanto siendo tan joven, se había convertido en una mujer con una personalidad radiante, porque eso era. Magnolia brillaba con luz propia, y para él era imposible ignorarla y no sentirse intrigado. Ahora, después de querer alejarse de ella, ahora quería conocerla. Él admiraba la fortaleza y era obvio que ella era una persona fuerte. Sabía que hacerse su amigo era peligroso; si lo hacía, ella pronto empezaría a hacer preguntas sobre él; ya le hacía muchas, y por muy intrigado que estuviese, aun así no la quería inmiscuida en sus asuntos. Intentó pensar en una forma en que ambas cosas pudieran coexistir, pero no la halló.
Mag dejó a un lado el lápiz y, inclinándose hacia atrás para admirar su obra, sonrió satisfecha por el resultado.
—¿Terminamos? —Él se puso de pie cuando ella asintió, se acercó al caballete, y resopló con admiración.
El papel que tenía en frente lo mostraba con una exactitud que hubiese considerado artificial de no haber estado ahí, viendo cómo Magnolia realizaba un trazo tras otro. La imagen tenía muchos tonos oscuros y grises, sobre todo el área del dibujo que lo abarcaba a él, pero también había aplicado color a las flores y el cálido tono amarillento de la bombilla. No se le hizo difícil captar el mensaje de "demonio en el paraíso".
—En serio eres buena.
Mag sonrió y se puso de pie, considerando que él parecía no ser consciente de que seguía desnudo, de que estaba demasiado expuesto a sus ojos. No supo si el hombre era en exceso atrevido, o si buscaba burlarse de ella, pero como fuese se puso de pie como si no hubiese pasado nada; al hacerlo, estuvieron demasiado cerca el uno del otro. Por un segundo sintieron que todo desaparecía… El suelo, el balcón, la luz, la vida misma; quedaron solo ellos, prendados a la mirada del otro y así se mantuvieron, con las pulsaciones atormentando sus oídos, conteniendo la respiración, pero cada uno considerándose solo en su sentir… Ambos jugaban bien sus caras de póker.
—¿Puedo vestirme ya? —preguntó él, no queriendo dejar en evidencia lo mucho que le afectaba su cercanía. Lo más sano, lo mejor para ambos, era mantener toda la situación en un plano netamente profesional.
Se vistió en un minuto y se sentó una vez más para ponerse las botas; mientras lo hacía, ella lo miraba con atención. Sabía que la masculinidad tenía una amplia, y en ocasiones un tanto flexible, gama de especímenes, y ella, poseedora de una vida s****l-romántica muy pobre, no se había detenido a pensar qué era lo que le atraía en un hombre, pero mientras veía a Cameron inclinarse sobre sus piernas, atándose los cordones, moviendo sus manos con destreza y seguridad, viendo la concentración en su rostro ante una tarea tan simple, incluso detallando cómo y cuál parte de su cuerpo se tensaba mientras lo hacía, comprendió que si le obligasen a decidirse, él tendría todos los vistos buenos en su lista.
Pero se dijo que no tenía ningún caso pensar en eso. Dudaba que hubiese más hombres como él, y algo le decía que el sol se apagaría antes de que un sujeto como él se sintiera atraído por una mujer tan sencilla como ella.
—Bien. Un placer servirte… —dijo Cameron extendiendo su mano hacia ella. Las cejas de Mag se unieron, confundida, creyendo que se había perdido algo entre sus divagaciones—. Mi dinero.
—Te pagaré al terminar.
—¿Y acaso no hemos terminado ya?
—Faltan dos o tres sesiones. Al menos. Te pagaré entonces.
Cameron la miró con sorpresa, pero se inclinó hacia ella apuntándola con su índice.
—Esto que haces de seguro es ilegal. Es… como explotación laboral. Abuso de poder. —La chica fingió un gesto afligido llevándose una mano al pecho.
—No vendré.
—Vendrás el lunes. Misma hora —aseguró ella.
Él rio y sacudió la cabeza antes de empezar a alejarse. Cuando llegó al punto donde estaba la celosía, se giró para mirarla.
—Me agradas —susurró, repitiendo lo que ella le había dicho el otro día en la cabaña. Al verla sonreír con superioridad la miró con advertencia—. Pero eso no es algo bueno, Magnolia.
Bajó hasta el jardín y empezó a alejarse. Apenas si había salido del radio del árbol floreado junto a la propiedad cuando la escuchó:
—Lunes —exclamó ella sonriendo desde el barandal.
No fue un grito demasiado fuerte, pero la noche se encontraba en completo silencio, así que el sonido de su voz rompió este como una explosión. Él sonrió otra vez. La mujer estaba loca, lo comprobaba un poco más cada día. Vio un par de luces encenderse en el interior de la casa y él, sacudiendo la cabeza, se apresuró en saltar la vieja cerca y tomar el camino por el bosque, rodeando los jardines de las pocas casas de la zona.
Intentó decirse que no lo haría, pero iría, por supuesto. No porque ella se lo estuviese ordenando, sino porque estaba encantado de tener otra oportunidad para que lo mirara.