Aceptando el ofrecimiento del viejo Mickey, Cameron rodeó la barra sin dudarlo dos veces, tomó un tarro y se dispuso a llenarlo mientras evaluaba detenidamente a las dos mujeres al otro lado de la barra.
Conocía a Dahlia Woods; no eran íntimos, ni mucho menos; consideraba que ella moriría escandalizada si lo fuesen, pero la conocía; había lidiado por años con gente como ella. Gente frívola y prejuiciosa que siempre lo miraba con desdén y temor a partes iguales. Le menospreciaban y juzgaban, pero saldrían corriendo a la primera respuesta que tuvieran de su parte.
Eran diferentes, decidió el hombre. El cabello era denso y liso en ambas, pero la mayor llevaba un corte recto apenas un poco por debajo de sus orejas; eso endurecía sus rasgos ya toscos; la menor, en cambio, tenía una trenza que llegaba casi a su trasero.
Sus ojos también eran distintos. Simpleza y majestuosidad, pero la mayor diferencia entre las hermanas Woods era su piel. Ambas tenían la piel tostada, sabía que los Woods tenían parientes en la Reserva, como la mayoría en el pueblo, pero Mag tenía tres manchas claras, casi blancuzcas, cubriéndole el rostro, y entonces se preguntó, un tanto enfadado y sin saber bien por qué, si esa sería la razón por la que se mantenía encorvada y tímida.
Ella levantó la cabeza en ese instante y sus miradas volvieron a cruzarse… La conexión tomó fuerza de nuevo.
En la ciudad, había escuchado muchas leyendas sobre las personas que venían de las reservas. Cosas sobre poderosos chamanes encantadores de bestias; nunca creyó una sola palabra, pero la rigidez de su cuerpo y la energía violenta que de pronto le recorría el cuerpo, solo porque un par de ojos grises le estuviesen mirando, no tuvo otra explicación para él, y la aceptó como si fuese la cosa más natural del mundo… Ella le estaba hechizando. No sabía para qué, y tampoco se lo iba a permitir, pero era poderosa y lo reconocía.
El duelo de miradas terminó pronto, porque justo como durante el enlace anterior, Dahlia interrumpió, pero esta vez no fue una maleducada imprudencia verbal, sino un fuerte codazo dado contra el brazo de su hermana.
—Ni lo pienses, aléjate de ese hombre —gesticuló la mujer, demasiado rápido para lo oxidado que estaba su lenguaje de señas. Mag rio, tanto por sus torpes movimientos como por su advertencia fuera de lugar.
—No estoy haciendo nada. —Se defendió con gesto inocente.
—Lo estás mirando. ¿Crees que no te veo?
—Claro que lo miro. ¿Tú lo estás viendo? ¿Qué hace un tipo así en este pueblo?
—Lo mismo me he preguntado yo desde su llegada. Lleva casi un año aquí, nadie sabe por qué, solo llegó un día y ya nunca se fue. Vive en la cabaña del viejo August. Y Kyle dice que estoy loca, pero algo me da mala espina.
—¿Qué significa eso? —Mag ahora se sentía intrigada, y agradeció que esta vez su cerebro estuviese fluyendo en calma y le permitiera expresarse como quería.
—Es un odioso maleducado. Este es un pueblo pequeño, pero lleva un año aquí y apenas si nos habla. Viene a vivir en nuestro pueblo, con su ruidosa moto, despertando a todos por la noche, y actúa como si nosotros le molestáramos. —Sacudió la cabeza con desdén—. Además, le encanta llevarse a las turistas a la cama. Y Gina me dijo que una noche le vio en el aparcadero dándole sexo oral a una chica, sobre su moto, ¿puedes creerlo?
Mag alzó ambas cejas ante lo que acababan de decirle, pero de inmediato rio. Dahlia se veía escandalizada, pero eso no le sorprendía; ella misma se había ganado un par de miradas así en el pasado por mucho menos que eso. Al menos ella pensaba que era menos. Lo suyo había sido un abuso, lo de él… puro libertinaje. Pero sacudió ese pensamiento de su cabeza e intentó enfocarse en lo cómico de la historia.
—Vaya… —Hizo una pausa para que la risa pasara y pudiera concentrarse en lo que quería decir—. Suena como una atracción turística. ¿Le sacan provecho, al menos? No todos los pueblos dan ese servicio.
—¡No digas tonterías! —Le dio otro empujón, provocando que tanto Mag como Cameron, que las miraba con atención, sonrieran. La mayor de las Woods estaba de verdad alterada mientras seguía con sus argumentos—. Es una vergüenza para el pueblo. Le he dicho al Consejo que tenemos que sacarlo de aquí, pero nadie me hace caso.
—¿Por qué quieres echarlo? Solo tuvo sexo en un lugar público. No es para tanto. En Portland pasan cosas peores.
Mag cerró los ojos un segundo, el esfuerzo que estaba haciendo era mentalmente agotador, hacía un tiempo que no formulaba diálogos tan extensos, y, en honor a la verdad, quizás la rabia que le estaba provocando el notar el desprecio en el rostro de su hermana, no le estaba facilitando las cosas, pero agradeció de pronto no estar diciendo aquello en voz alta.
Era vergonzoso comprobar que la gente del pueblo, en especial su hermana, seguían siendo tan pudorosas considerando los tiempos que corrían, le pareció entonces que la historia siempre se repetiría.
—Pero aquí no pasa, ¿de acuerdo? ¿Has olvidado cómo es aquí?
La pregunta de Dahlia enojó a Mag, que en realidad no había olvidado nada. Conocía muy bien cómo reaccionaban las personas ahí ante alguien que pudiera poner sus principios como comunidad en tela de juicio.
«Aunque eso siempre aplica con unos más que con otros», pensó con amargura, recordando que, años atrás, a ella la crucificaron, pero a los demás no.
—Siento que en cualquier momento hará algo… —Dahlia torció el gesto, frustrada, como si no supiera explicarse—. Algo malo. No puede estar aquí por ningún buen motivo. Además, solo anda por ahí de picaflor, creyendo que todas quieren dar una vuelta con él en esa moto del demonio.
—¿No quieren? ¿Cómo sabes? Suena interesante. En el pueblo no hay nada interesante. —Sonrió Mag, ya decidida a hacer enojar a su hermana.
—Basta. Aléjate de él, ya te lo dije. Solo traerá problemas.
—No pensaba acercarme —respondió; era consciente de que en ningún universo un hombre como ese se fijaría en ella—. Solo digo que las entiendo. A las turistas. Las que pasean en su motocicleta.
Mag se encogió de hombros, pensando que, incluso si los hombros de rasgos toscos y aura salvaje lo eran lo tuyo, había que estar ciega para no notar el atractivo de Cameron Tucker, o muy caradura para negarlo como lo estaba haciendo Dahlia.
—Te dije que fue suficiente. Sabes que todos tendrán los ojos sobre ti estos días. No les des más motivos para burlarse. —Sus gestos eran agitados; estaba realmente enojada, pero ahora también lo estaba Mag.
Ella no podía creer que dijera cosas como esa después de todo lo que le había hecho pasar junto con su madre cinco años atrás. Su sangre aún hervía al recordarlo. Podía verse a sí misma llorando frente al espejo del salón mientras Ivy no paraba de gritarme lo avergonzada que estaba, repitiendo que había dejado a la familia en vergüenza; mientras Theo y sus amigos aún se estaban riendo de ella en el pueblo, pero su madre no se detuvo a darle ni un segundo de consuelo.
Mag apartó la mirada tratando de calmarse, de no responder con una avalancha de improperios, y al hacerlo cruzó su mirada con Cameron, que seguía observándola fijamente.
Él lo ocultó, pero estaba enojado por lo que había visto. No le gustó ni un poco la forma tan agresiva en la que Dahlia se dirigía a su hermana. Ese era un motivo más por el que despreciar a la enfermera del pueblo. Siempre daba sermones y regañaba a todo con cuanto se cruzara, como si ella fuese el epítome de la moralidad y las buenas costumbres, cuando él muy bien sabía que no era así.
La puerta se abrió y todos se giraron hacia Mickey una vez más.
—Funciona perfecto, muchacho —exclamó estirando su mano empuñada hacia Cameron, que respondió el gesto complacido.
—Estaba seguro de que serviría. Iré a terminar la soldadura entonces.
—Estupendo, tendré tu dinero esta noche, y tendré también un par de rondas gratis para ti.
—Estupendo —repitió Cameron, imitando el acento del robusto Mickey con humor antes de rodear la barra y mirar a la mayor de las mujeres—. Woods…
—Tucker —respondió esta, mirándolo de soslayo.
Pero él apenas si prestó atención a la tensa respuesta de la mujer. Con calma se dispuso a mirar hacia su hermana, y, observándola con la misma intensidad de minutos atrás, se dirigió a ella.
—Magnolia… —La chica apenas alcanzó a alzar su mano como gesto de despedida, avergonzada de que él usara su nombre completo, cuando la sonrisa de aquel demonio, salvaje y descarado, resplandeció frente a ella otra vez, antes de que Cameron continuara su despedida—. Fue un placer conocerte. Ya sabes dónde vivo. Búscame si quieres dar una vuelta en mi ruidosa moto. El primer viaje es gratis.
Perplejas, las dos mujeres vieron que lo último no fue expresado de forma verbal, sino en señas… Un lenguaje que Cameron demostró dominar a la perfección.
Mag se llevó una mano a la boca para cubrir su sonrisa, al tiempo que él le dedicaba un guiño. Otro momento de conexión, de complicidad. Un nuevo hechizo, lanzado esta vez en la dirección contraria.
El jadeo de Dahlia solo hizo más graciosa la situación, pero sin detenerse ni siquiera a mirarla, Cameron salió del bar en un andar despreocupado y, sobre todo, petulante. Si había algo que aprendió a disfrutar desde su llegada al pueblo, era a bajar a la estirada mujer del pedestal en el que creía estar.
—Vaya, el muchacho es una caja de sorpresas, ¿no? Quién hubiese pensado que sabía lenguaje de señas —dijo Mickey sonriendo.
—Un desvergonzado, eso es —exclamó Dahlia, ofendida a más no poder.
Mag, en cambio, solo podía pensar en una sola cosa: Se había equivocado, no todo seguía igual; parecía que finalmente había algo interesante sucediendo en aquella insignificante bahía.