11| Una plaga mental

2015 Words
Diez minutos después, Cam aparcó la motocicleta entre unos matorrales cerca de la playa Sooes. Consideró que ese era un punto lo bastante alejado del pueblo, y lo suficientemente solitario para que Mag, que no había dejado de sollozar en el camino, pudiera calmarse. Ella se bajó al instante, sin esperar indicaciones. Él terminó de asegurar la moto y empezó a seguirla, saliendo de entre la vegetación y el suelo seco, para adentrándose en la arena húmeda y rocas musgosas. La chica le sacaba una buena ventaja para entonces, caminaba impulsada por la velocidad que daba su mal humor. Vio cómo se quitaba las zapatillas con los mismos pies, y le vio sacudir los brazos en movimientos toscos; entonces la prenda rosada que llevaba también cayó al suelo. Él la recogió cuando llegó a ese punto y ahí se detuvo, sacudiendo el cárdigan para que soltase la arena, pero ya era tarde. Era la segunda cosa rosada que le veía usar en la semana; se preguntó si sería su color favorito, pero no supo por qué eso le pareció importante. Alzó la vista cuando un chapoteo se oyó en la distancia, entonces vio a Mag agacharse, tomar una roca y lanzarla al agua… El sonido se repitió. Apoyó su cadera contra un gran saliente rocoso a medio emerger de la arena y se dispuso a encender un cigarrillo mientras la veía lanzar rocas hacia la playa. Sonrió un poco al pensar en el contraste entre la bonita y delicada prenda tejida que tenía en las manos y la mujer iracunda que seguía recogiendo rocas y lanzándola sin gracia alguna. Aunque no había nada gracioso en la situación, por supuesto, él lo consideraba así. Mag no podía hablar. Había visto su rostro en el taller; se estaba ahogando intentando comunicarse. Él se preguntó entonces qué tanto de su ataque de rabia se debía a lo que sea que hubiese pasado en el restaurante, y cuánto podría deberse a la frustración de no poder expresarse. Pensó que debía sentirse como un manicomio, como estar encerrado en un cuarto de paredes acolchadas, sin ventanas, camisa de fuerza bien atada y un bozal, encerrada en su propia mente, queriendo salir… No podía imaginarse algo peor. Pero lo cierto es que en el mundo existen ciertas emociones humanas para las que no hacen falta palabras o señas; cualquier cuerpo, por un medio o por otro, puede expresarlas a cabalidad. La primera de esas emociones es el pánico, la segunda es el placer, la tercera es la furia. En cuestión de unos meses, Mag habría experimentado todas estas, de la forma más intensa que podria alguien imaginarse, pero ese día, solo estaba furiosa. Así que Cam siguió fumando, escuchando los gruñidos y gritos ahogados de la mujer, que en ese momento no era más que un animal herido que necesitaba desahogo. Un rato después, no supo cuánto exactamente, pero suficiente para acabarse el cigarrillo, la mujer se dejó caer de rodillas sobre la arena y se mantuvo así un minuto, mirando hacia la playa, para luego dejarse caer de espaldas, con los brazos extendidos, dejando que el oleaje le mojara los pies. Tirada sobre la arena, Mag miraba al cielo. Pensaba en este como un lienzo completamente azul, que si le hiciese honor a su estado de ánimo, estaría lleno de nubes tormentosas con descargas eléctricas; en cambio, ese día estaba siendo bastante dócil. La brisa marina, con su olor moteado de sal tan característico, soplaba con suavidad sobre la playa, haciendo que el oleaje también fuese suave; el agua apenas si alcanzaba a rozar sus pies, y aunque ella se encontraba tirada sobre la extensión de arena húmeda de la costa, y la temperatura no era la más idónea para estar ahí, no se movió, deseando, de algún modo, volverse parte del entorno. Pero eso no pasó… Mag rara vez obtenía lo que deseaba, sin importar cuán simples eran sus deseos. Vio la sombra de Cameron cuando este, en completo silencio y a paso pausado, se sentó a su lado. Tenía una de sus rodillas cerca del rostro, y podía sentir su pesada mirada sobre ella, pero siguió sin moverse. Oyó el chasquido del encendedor y luego todo volvió a quedar en silencio, salvo por el sonido de las olas. Se mantuvieron así un buen rato; ella no podía saber la seriedad con la que la miraba el hombre, pero tuvo una probada de ello cuando Cam decidió hablar. —¿Jones te lastimó de algún modo? Su voz era baja y pausada, casi indiferente, pero al mismo tiempo iba cargada de advertencias; Mag lo notó al instante. Giró su cabeza hacia un lado, para mirarle a los ojos. Él exhalaba el humo de un nuevo cigarrillo y la miraba con un dejo de impaciencia, esperando una respuesta. Ella negó con la cabeza; él la suya la movió en un lento asentimiento para llevarse el cigarro otra vez a la boca. La chica esperó que preguntara algo más. Temía por ello. No estaba lista para preguntas como ¿Qué pasó entonces? O ¿Quién te lastimó?, pero para su gran alivio, Cam se dedicó a mirar el océano sin decir nada más. Agradecida por el respiro que su silencio le brindaba, Mag se incorporó en su lugar, se pasó una mano por el cabello, haciendo una mueca al sentirlo seco y pegajoso por el salitre, pero se sacudió la arena y lo dejó estar. Miró a Cam una vez más. Le quedaba poco menos de la mitad del cigarrillo, y sintiéndose más serena y, de algún modo extraño, en plena confianza con él, pudo comunicarse nuevamente. —¿Me das un poco? Cam la miró; en su mirada podían verse la incredulidad y el humor, danzando como uno solo. —¿Fumas? —Él la miró con los ojos entrecerrados cuando ella asintió, sabía que mentía, descubriendo que era algo que se le daba fatal—. ¿Alguna vez has probado uno tan siquiera? —Mag entornó los ojos y estiró su mano hacia él, pidiéndole que le diera el cigarro. Cam exhaló una última vez sin dejar de mirarla, para luego apagar la colilla sobre superficie de arena mojada. Cuando se volvió hacia ella otra vez, notó que la chica lo miraba enojada. —Si te voy a llevar a un vicio… no va a ser a este. Y aunque su comentario pretendía ser un juego descarado, no estaba preparado para que la parte más visceral y primitiva de sí rugiera en su interior como lo hizo cuando ella dejó escapar una ligera, apenas perceptible, sonrisa. Apenas un leve arco en la comisura de su labio, pero la picardía que iba oculta tras el gesto le calentó la sangre. Pero él no estaba interesado en llevar a cabo nada de lo que ella pudiera estar imaginando. Por muy interesante y placentero que pudiera llegar a ser, había límites, al menos para él los había. —¿Cuántos años tiene, Mag? —Veintidós. Es legal si fumo. —Gesticuló la chica, haciendo gestos de aburrimiento con su rostro. Cam torció la boca, tanto por su respuesta desafiante como por el número que había expresado, que no hacía más que ponerle peso a su pensamiento anterior. Le gustaba jugar, pero no le gustaba hacerlo con niñas inocentes, aunque, haciendo honor a la verdad, Mag no tenia ni un rastro de niñez en su aura, era una mujer, una muy hermosa según pensaba él y a Cam solo en ese instante se le ocurrieron al menos una docena de cosas que podrían hacer juntos para celebrar esos veintidós años de forma más magistral que con un insípido cigarro. Fue ahí, en esa playa solitaria y fría, que quiso poseerla por primera vez, quiso tenerla sobre su regazo, hundiéndose en ella mientras la brisa salada los golpeaba, haciendo ondear la larga cabellera de la chica, y el oleaje se batia cerca de sus cuerpos. Pero en lugar de decir algo de lo que cruzaba su cabeza, se limitó a seguir con aquella ridícula charla que llevaban. —Por supuesto, pero no mis cigarrillos, ¿de acuerdo? —respondió él, agitando su índice frente a la cara de la chica—. Además, esta mierda te jode los pulmones. Te jode los dientes. Te jode la voz… ¿No te lo dijeron en la escuela? —Tú lo haces. —Afirmó ella, dejando claro con sus expresiones que le parecía hipócrita lo que él hacía. —Sí. Pero yo ya estoy jodido. —Rio—. Además, es esto o beber. Y el alcohol no me deja estar alerta. —¿Tienes enemigos acaso? ¿Necesitas estar alerta? —preguntó entonces, haciendo que él se recriminara por soltar tanto la lengua en su presencia. —Haces muchas preguntas, ¿sabes? Sobre todo cuando tú das pocas respuestas. —Señaló hacia la playa—. Pasaste media hora agrediendo al agua con tus rocas. Me pediste a llanto que te sacase del pueblo mientras el novio de tu hermana te perseguía a gritos. Y ahora quieres fumar… Y no es que me importe, pero no dar explicaciones, te quita el derecho de exigirlas, muñeca. Mag entornó los ojos una vez más y miró hacia el agua por unos segundos antes de responder; por un instante había olvidado sus frustraciones. —Él no hizo nada. Él es bueno. Solo quería ayudar. —¿Cuál fue el problema entonces? —Este pueblo. Lo odio. Odio a la gente aquí. Son todos idiotas. —Gesticuló a gran velocidad, cada vez más enojada. «Siguen siendo los mismos idiotas de antes», pensó ella, con la imagen de Theo en la cabeza. Era obvio que el sujeto no había madurado ni un poco, y sobre todo, era obvio que seguía sin ver el gran daño que había causado. Una parte de ella supo que eso se debía a la inmunidad que gozó. Si nadie más que ella le recriminaba lo que había hecho, era lógico pensar que él se excusaría diciendo que ella lo estaba exagerando todo. Lo recordó riendo, recibiendo golpes amistosos por parte de su grupo, que le celebraban su gran triunfo, mientras ella lloraba con el rostro pegado al espejo de la sala de su casa, con su madre gritándole insultos al oído. Pero mientras ella recordaba el episodio más oscuro de su vida, Cam recordaba la conversación de dos noches atrás, esa sobre cómo se burlaban de ella. Pensó en una niña solitaria y llena de inseguridades, no para menos; ya bastante terrible es tener que sobreponerse del hecho de ver perdida tu capacidad para comunicarte, pero si además se sumaba el rechazo de las personas por su piel, agregándole, de paso, la estrechez mental de la mayoría de los habitantes de la zona... Era poco decir que Magnolia Woods preferiría estar en cualquier partes antes que ahí. Se preguntó entonces ¿qué hacia ahí? Había visto cómo la trataba su hermana, no eran unidas, eso era un hecho; ¿por qué quedarse a soportar todo eso entonces?, y fue esto lo que generó su siguiente comentario, aunque a una parte de él, una parte muy profunda, una que estaba deseoso por callar, no le agradó nada la idea: —Entonces vete, ¿qué haces aquí si los odias tanto? Solo sube a un bus, vete y no vuelvas. Olvídate de este jodido pueblo. Se preguntó también si ella lo olvidaría. No entendía la razón, no estaba interesado en ella, no quería estarlo, al menos, y sobre todo, no estaba interesado en nada que pudiera distraerlo de su propósito. Mag era una distracción, era como una plaga mental, eso era. Una puesta en riesgo en potencia para su trabajo. No estaba ahí para dejarse envolver por los dramas de una chiquilla, podía aliviar sus apetitos con turistas esporádicas; lo mejor que podía pasarle era que se fuese de una buena vez, y si él podía ayudar a que eso pasara, entonces lo haría. La sacaría de ahí, quizás eso la sacaría también de su cabeza.
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