10| Cosas del caos, el azar y el destino

2548 Words
La sociedad, generación a generación, conserva algunas mentiras en pro de conservar la serenidad del espíritu humano ante un evento traumático, para no dejarle caer en caos; porque las personas que se pierden en el caos son armas de destrucción masiva. Una de estas grandes mentiras es esa utilizada con personas al borde de un ataque de ansiedad, a la que se les dice que su mente siempre planteará el peor de los escenarios; que cualquier cosa que temamos que pueda ocurrir, nunca será tan grave como lo que realmente ocurrirá… Esto no es del todo cierto. La negación es un fenómeno poderoso del que poco se habla. Ante una situación de estrés máximo, un evento trágico… una realidad desoladora, la mente pude negarse a aceptarlo, y proyecta entonces la alternativa: una realidad paralela que tiene más sentido, que es menos dolorosa, y más fácil de llevar. Este es un estado potencialmente peligroso, porque cuando las paredes de esa fantasía se agrietan, cuando la realidad toma su lugar… El caos es un cataclismo. Mag estaba en negación ante lo que era uno de sus mayores traumas. Nadie podría culparla, por supuesto. Mientras Kyle empezaba a hacer las presentaciones, ella se decía a sí misma que ese sujeto que la miraba desde la banqueta tras la gran isla de la cocina no era Theo Paddock. El hombre que ella esperaba, debía tener unos veinticuatro años, pero el que le devolvía la mirada lucía de treinta, o más. Pero sí era él, Kyle se lo confirmó unos segundos después. —Y este es Theo, es mi ayudante… Mi aprendiz —dijo su cuñado, con una sonrisa llena de amabilidad pero, sobre todo, de inocencia. —Hola, Mag. ¿Cómo has estado? —saludó Theo, con una sonrisa comedida que la chica no devolvió. —¿Se conocen? —Sí. Nosotros… —Theo tensó los labios en una mueca por un segundo—. Crecimos juntos. —Oh, cierto. No sé por qué no me lo imaginé. No me habías dicho nada —Kyle puso una mano sobre el hombro de su compañero y luego miró a su cuñada—. ¿No es genial? Un viejo amigo. —Sonrió—. Dejaré que se pongan al día mientras terminamos de servir la comida. Su intención era dejarla ahí, pero ella giró sobre sus talones y se aferró a su brazo, siguiéndole los pasos. Él la miró extrañado. —¿Qué ocurre? ¿No quieres hablar con Theo? —preguntó, y Mag se aprovechó de su mala elección de palabras y, disimulando el desastre que llevaba por dentro, torció el gesto en una mueca cansada—. ¿Es difícil comunicarte con los demás, no? Ella asintió y él no hizo más preguntas, le ofreció un asiento a su lado y le permitió perderse un poco entre la faena de servirle comida a catorce personas. En general, todos fueron amables con Mag, pero nadie le prestó demasiada atención. Todos los ojos y las conversaciones se centraban en el cumpleañero del día, un chico regordete, de no más de veinte años, que reía alegremente a sus compañeros. Y mientras todo eso pasaba, Mag recordaba… Recordaba y se lanzaba de nuevo a la negación, incluso teniendo al hombre frente a ella. ¿Cómo podría ese sujeto, cuya tripa colgaba sobre su cinturón, ser el mismo que cinco años atrás tenía un abdomen de lavadero que parecía tallado en piedra? Lo que antes habían sido entradas pronunciadas, hoy era una calvicie prematura. Intentaba disimularlo con esa raya en medio y los mechones centrales caídos a cada lado, pero ahí estaba… Todos podían verla. Theo había sido un atleta en la escuela; viajó a otros estados en competiciones de velocidad. Podía correr los cien metros en un pestañeo, o al menos eso pensaba ella cuando no era más que una de las tantas adolescentes deslumbrada por el alto, encantador y apuesto Theo Paddock. La población estudiantil de la preparatoria de la región era lo bastante baja y sencilla como para que no existiera ninguna "abeja reina", pero de haber existido… él hubiese sido el chico trofeo de esa chica. La chica recordó lo nerviosa que estaba ese primer día que se lo topó en la playa. Las clases apenas empezaban y el grupo del pueblo había decidido fugarse a la playa. Todos bebían cervezas de contrabando sentados en la arena, mientras ella los observaba desde la distancia; se había alejado para dejar su suéter en la mochila, que estaba apilada al pie de los árboles del bosque junto con la de los demás, y entonces vio salir a Theo de entre los árboles. —Hola, Mag —saludó él con una bonita sonrisa. Siempre había sido un chico agradable. Ella sonrió y su corazón se aceleró cuando él se acercó y se apoyó del mismo árbol donde ella recostaba su espalda. Se paró a un lado, con su codo apoyado sobre la cabeza de la chica y miró en la misma dirección. —¿No te estás divirtiendo? —Sí… Mucho —dijo ella, que para ese entonces se esforzaba, casi hasta la muerte, para hablar. Él notó su titubeo, su esfuerzo, y le sonrió con una mezcla de amabilidad y lástima que destrozó el corazón de la chica. —A veces siento que no te agradamos. Siempre te alejas de nosotros. Mag torció el gesto; eso no era del todo cierto. Ellos la dejaban de lado y ella estaba demasiado herida para insistir. Pero no podía expresar esto, así que solo se limitó a sacudir la cabeza en negación. —¿No te caemos mal, acaso? —Ella sacudió la cabeza otra vez, sonriendo ante su expresión juguetona. Luego, quizás en una táctica premeditada y ensayada por un par de chicas antes que ella, él sonrió de lado, ladeó un poco la cabeza y cuando volvió a hablar, lo hizo con una voz mucho más suave y baja… Más íntima—. ¿Yo te agrado? El corazón de Mag, primerizo en el amor, pero ya herido por los duros golpes personales que había estado sufriendo en los últimos años, se aceleró como nunca antes lo había hecho. Sonrió en respuesta y asintió, sabiendo que esta vez no lograría emitir palabra alguna. —Es bueno saberlo —murmuró él, deslizando su mirada desde los ojos de la chica hacia su mejilla y luego a su cuello. Ella se tensó por un segundo; ahí tenía la que, por aquel entonces, era una de las pocas manchas visibles; su madre le ayudaba a ocultar las de su rostro, pero él alzó su mano y, con una suavidad que la tomó desprevenida, incluso más que su contacto en sí, le acarició el cuello, para luego deslizar la punta de sus dedos sobre su hombro. Ningún chico la había tocado de esa forma. Era incluso abusivo de su parte tomarse aquel atrevimiento, pero esos eran los pensamientos de la Mag adulta; la jovencita de entonces solo se estremeció y se sintió desfallecer ante la dulzura de aquel gesto, pero su hechizo se rompió pronto. Alguien gritó el nombre del chico, que respondió cosas que escaparon de su atención; ella seguía intentando salir del estupor. Luego él le dijo que volvería pronto y salió corriendo. No lo hizo, claro; no volvió a hablarle ese día, pero sí lo hizo luego… Mag lleva años deseando que nunca lo hubiese hecho. —¡Mag! —El llamado de Kyle y su mano, agitándose frente a su cara, la sacaron de la nube de recuerdos. Ella abrió los ojos más de lo normal y él señaló hacia el plato que tenía enfrente—. Las moscas devorarán su comida y ni siquiera la has tocado, ¿pasa algo? Mag sonrió y sacudió la mano, asegurándole con eso que todo estaba en orden. Kyle la instó entonces a probar bocado y cuando lo hizo, la miró expectante por su opinión. La chica unió su pulgar e índice en gesto de apreciación y él se dio por satisfecho, retomando la conversación con su grupo. Lo cierto es que ella no podría decir si era pescado o pollo, si eran chícharos o espárragos… Todo le supo a cenizas, pero fingió disfrutarlo; fingió divertirse, fingió estar bien. Kyle le había prometido que se podía marchar luego de la comida. Le había dicho que solo cerraron el restaurante por una hora, así que no quedaba mucho; pronto podría escapar. Algunos le hicieron preguntas directamente a ella. Sobre dónde vivía, qué hacía y cuánto tiempo se quedaría, todo formulado de tal forma que ella podía simplemente asentir o negar con la cabeza para responder, se le hizo obvio que Kyle les había puesto sobre aviso y eso le pareció un gesto amable por parte del hombre. —Hora del pastel —vociferó uno de los hombres, de quien Mag no pudo recordar el nombre. —¡Hora del pastel! —repitieron los demás en coro, poniéndose de pie y apresurándose al salón continuo, la zona principal de los comensales. Kyle le sonrió y le indicó, con el sacudir de sus manos, que se apresurara; por lo visto era todo un evento eso de "la hora del pastel", fuese lo que fuese que significara. Ella sonrió y levantó su plato vació con intención de lavarlo. —No, déjalo. Ya nosotros nos encargaremos de eso en un rato —dijo Theo. Ella asintió—. ¿Ya no puedes hablar nada? —preguntó entonces, con un dejo lastimero que le llenó de rabia. Habían pasado cinco años, ella había cambiado y si había algo que jamás volvería a tolerar, era la lástima de alguien en ese pueblo. Mag le lanzó una mirada decepcionada y se apresuró a darse la vuelta, pero él la tomó de la mano. —Oye, espera. No quise ser rudo, es solo que… ¿Crees que podamos hablar? Quizás tomarnos un café, mañana. —Ella haló su mano para soltarse; él alzó las suyas a modo de disculpa—. De verdad me gustaría que pudiéramos ponernos al día. Y así… —Theo parecía dispuesto a extenderse en su discurso, pero ella alzó ambas manos y lo detuvo. La chica no dijo nada, pero el movimiento contundente y seco de sus manos al tiempo fue bastante claro. "No tenemos nada de qué hablar" hubiese sido el mensaje si se hubiese expresado en palabras. —Vamos, Mag. No puedes seguir enojada por lo que sucedió. Han pasado cinco años ya. —Mag hubiese estado dispuesta a pasar eso por alto; era un comentario insensible y desconsiderado, pero nada más. Sin embargo, lo que salió luego de su boca… fue una aberración—. Yo era un tonto. Fue cosa de niños, Mag. Somos adultos ahora. Creo que ya es tiempo de superarlo. Aquellas palabras fueron demasiado para ella. Mag era una granada y él acababa de quitarle el anillo de seguridad. Los segundos pasaban y la explosión estaba en camino. Ese "tic, tac" insonoro se consumió en el tiempo en que ella enfocó toda su fuerza, toda su concentración en vocalizar una palabra; tan solo una haría falta. Esta vez fue mucho más difícil que otras, la furia y el odio se mezclaban en su cabeza como dos tormentas oceánicas convergiendo en un mismo punto... Había caos en su interior. —¿Cómo? —preguntó él cuando le vio mover los labios, en un sonido gutural que no entendió. —¡Basura! —escupió ella entre dientes, con el cuerpo temblándose por la rabia. Theo resopló con cansancio y dejó caer los hombros, luciendo decepcionado también. Pero en ese momento él no tenía derecho de sentir nada. A ella no podría importarle menos. Mag se dio la vuelta y se apresuró a salir de la cocina. Notó que Kyle aparecía en ese momento en la puerta, escuchó que la llamaba, pero no le importó, ni siquiera le importó si Theo le contaba todo; no se detuvo. Siguió corriendo, queriendo alejarse de todo eso. Otra de las grandes mentiras que suele venderse entre las personas es que Azar y Destino son conceptos aislados uno del otro, opuestos e incompatibles. Se habla del destino, pensando en este como algo rígido e imperturbable hacia el cual solo hay una forma de llegar, cuando lo cierto es que existe un sinfín de caminos que podrían llevarte ahí, una cantidad absurda de eventos que te encaminarán hacia el mismo punto, muchos de estos, producto del azar. Cam jugó con el azar esa mañana cuando, sin prestar atención a la ruta, esa que transita a diario, dejó que un trozo de vidrio se incrustara en el neumático trasero de su motocicleta al salir de su morada. Siguió jugando con él cuando, por sus movimientos bruscos y malhumorados, rompió la válvula de aire de su único neumático de repuesto, como si no lo hubiese hecho otras tantas veces. Así, no le quedó de otra más que dirigirse al taller del viejo McNamara. Todo eso le había tomado un par de horas, pero por fin era libre. Cuando pudo subirse de nuevo a la motocicleta, cuando le aseguraba al mecánico que pasaría esa tarde por el neumático reparado, escuchó una voz masculina gritar al otro lado de la calle; el hombre se oía urgido. Normalmente, no prestaba atención a los dramas del pueblo, pero llamó en demasía su atención que lo que se gritaba era el nombre de Mag. Vio a la chica corriendo por el aparcadero, ese donde la había visto dos noches atrás. Amagó para correr hacia el final del pueblo, hacia su casa, pero luego se detuvo; miró hacia un lado y otro, como si no supiera a dónde ir. Cam observaba con atención, atento a que Kyle Jones la seguía, y entonces ella lo miró, y de inmediato cruzó la polvorienta calle para llegar a él. Estaba llorando. Él no pudo evitar tomar su barbilla entre sus dedos, queriendo asegurarse de que no estuviese herida. —¿Qué ocurre? —preguntó en tono grave. —¿Mag? ¿Por qué lloras? —preguntó también el mecánico. Pero ella no respondió. Él la vio abrir la boca y no decir nada. La vio levantar las manos temblorosas y no poder gesticular nada. Mag sacudió la cabeza, jadeando, y él comprendió que estaba demasiado alterada para poder comunicarse. Aun sosteniéndole de la barbilla, miró sobre el hombro de la chica. Kyle los miraba desde la otra acera. Se veía confundido, pero no intentó alcanzarlos. Ese día hubo caos en el interior de Mag. Artimañas del azar en la rutina de Cam, y mientras estaban ahí, mirándose a los ojos… ¿No podría decirse que todo era parte del mismo destino? Cam tampoco creía en esas cosas, pero fue la única explicación que le vio cuando, después de tan solo haberse topado dos veces en su vida, pudo entender lo que ella quería por solo verla a los ojos. —Vamos —dijo, encendiendo el motor y poniéndose en marcha tan pronto ella se sujetó a su torso. Hizo rugir la imponente máquina, chirriar el neumático nuevo y levantó una densa nube de polvo al pasar frente a Kyle, quien, estupefacto, los vio alejarse. Cam aceleró y sacó a Mag de aquel horrible pueblo.
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