Mag abrió la puerta de la casa, pero ya no había ningún pueblo ahí afuera.
Frunciendo el ceño, bajó los escalones del pórtico y atravesó el jardín. La calle ya no estaba, la casa de los Rivers, que era la más cercana a la de los Woods, había desaparecido. Todo había desaparecido. Ahí no había más que un cielo tan oscuro y tan envolvente, que por un segundo se sintió atrapada en un trozo de obsidiana. Parecía que no podía verse nada más que ese cielo salvaje, pero entonces notó que a su izquierda había algo, árboles y frente a estos… una silueta.
Era él, por supuesto.
Se acercó para verle mejor. De pie, frente a lo que parecía ser un denso bosque, estaba Cameron Tucker, descalzo y sin camiseta. Apoyaba su espalda contra un imponente cedro rojo cubierto de musgo, y la miraba desafiante con esa sonrisa descarada en sus labios; la estaba llamando. La estaba retando a acercarse a la oscuridad del bosque.
Eran pocas cosas las que asustaban a Mag, ni la oscuridad ni los sujetos arrogantes entraban en su lista.
Caminó decidida, viendo cómo la sonrisa del hombre se ensanchaba con cada uno de sus pasos. Se detuvo solo porque él alzó una mano, ordenándole detenerse. Desvió su mirada hacia el suelo y solo entonces vio el riachuelo que los separaba. No tenía más de un metro de ancho, pero sus aguas eran rápidas y en lugar del sonido del agua arrastrando rocas o chocando contra estas, solo había gritos. No gritos ensordecedores, sino lamentos lejanos. No podía atravesar ese río, lo sabía, así que no lo intentó; tampoco se preguntó de dónde venían los llantos, podía deducirlo… Aquello era un purgatorio.
Cameron sacó un cigarrillo y lo encendió sin dejar de mirarla. Sus ojos esa noche parecían amarillos… Él era un demonio, y como tal, era atractivo a más no poder, era así para sus presas; ella tampoco dejaba de verlo.
Sus movimientos eran lentos, perezosos, incluso; pero su torso tonificado, salpicado de colores y arte gótico y salvaje, se contraía con cada uno de ellos. Mag deslizó su mirada desde sus brazos fuertes, de manos toscas y varoniles… A su pecho firme… Su abdomen, una fantasía de texturas y formas. Una ligera capa de vello cubría la piel en torno a su ombligo y se perdía bajo la pretina del viejo jean. De pronto, Mag sintió que ardía, aunque no podía hacer más frío en aquel lugar.
—¿Viniste solo a ver, o te pondrás manos a la obra? —preguntó él, y entonces ella soltó una carcajada que fue en parte un jadeo. Había una oscura y maliciosa conexión entre esas palabras y sus insanos pensamientos.
—¿De qué hablas? —Abrió los ojos de par en par, sorprendida al oír su voz esparcirse en aquel espacio, clara y sin titubeos.
Él le dio la segunda calada al cigarrillo y con la cabeza señaló hacia las manos de la chica.
—Se te acaba el tiempo, cariño.
Mag siguió la dirección de sus ojos y fue entonces cuando notó la libreta y el lápiz en sus manos. Él no dijo nada más; siguió fumando sin apartar la mirada de su rostro, pero entonces ella vio cómo el humo de sus caladas no se esfumaba, sino que se acumulaba alrededor del hombre, a sus pies, que ya habían empezado a desaparecer… Él se estaba esfumando en medio del humo de su cigarrillo.
Presa de un pánico inexplicable, y de una urgencia que la carcomía, la mujer se sentó sobre la hierba y empezó a dibujar.
Cameron no se movía salvo para seguir fumando, pero el humo era cada vez mayor… Los gritos del río habían empezado a hacerse más fuertes. Sus dedos se aferraban al lápiz, intentando captar la esencia del hombre frente a ella. Pero entonces unos aullidos aterradores se oyeron detrás de ella; Mag miró sobre su hombro, sintiendo que su corazón empezaba a latir en sus oídos, dándose cuenta de lo expuesta que estaba.
No había nada… porque no podía ver nada.
Esa sensación de agobiante incertidumbre cuando se estaba de pie en medio de un lugar en completa oscuridad empezó a dominarla.
—Magnolia…
La voz de Cameron era casi hipnótica.
Ella podía sentir la presencia de los lobos en la oscuridad. La observaban… La acechaban; sabía que tan pronto les diera la espalda, la matarían, pero no pudo negarse a su llamado.
Temblando y con las manos entumecidas de frío, se reincorporó.
Él seguía mirándola; entre sus dedos ya solo quedaba una colilla. El humo le cubría por completo, pero aún podía ver su rostro.
—No dejes de mirarme —dijo él, exhalando la última bocanada de humo.
Cuando no hubo nada más frente a ella que humo gris, dispersándose en el aire... Los lamentos del río se transformaron en chillidos agonizantes y pudo sentir el gruñido feroz sobre su hombro.
Lanzó un grito y cerró los ojos mientras todo acababa.
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Se despertó en medio de un sobresalto, con el corazón acelerado, estrellándose con violencia contra su pecho. Le dolía. Hacía mucho que no tenía un ataque de pánico. Miró a su alrededor; la habitación seguía en penumbras, aún no amanecía. Intentó volver a acostarse, pero sus manos se toparon con su libreta y un lápiz; frunció el ceño. No recordaba haber estado dibujando antes de dormir, pero al abrirla, sus latidos, que apenas empezaban a aminorar, se dispararon de nuevo.
En la última hoja, a medio terminar y hecho sin demasiado cuidado, se podía ver un dibujo: un cuerpo masculino perdiéndose en el humo entre sus pies. Su brazo derecho y ese costado eran humanos, pero lo restante era una especie de esqueleto. No había rostro, solo una fea calavera.
Un estremecimiento le recorrió la espalda cuando creyó escuchar una risa lejana. No era Cam, ni siquiera era un hombre, era una mujer. Ella conocía bien esa risa, la había escuchado por años, pero se negó a aceptarlo. Se negó a darle fuerza al pensamiento de que Ivy seguía observándola, de que se burlaba de ella. Cerró la libreta con furia y la lanzó hacia la mesa de noche. Apagó la vieja lámpara junto a la cama y se acomodó entre las sábanas esta vez, decidida a dormir lo que restaba hasta el amanecer, aunque sabía que no lo lograría.
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***
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Un par de horas después, bajó las escaleras. En la cocina se escuchaban los murmullos de Dahlia y Kyle. Reían y parecían pasarla bien; ella se detuvo mirando hacia el salón… Mirando hacia el espejo; preguntándose si realmente, de alguna forma, la casa podría tener alguna especie de maleficio. No creía en fantasmas, por supuesto; tales cosas no existían, pero alguna presencia maligna debía quedar entre los tablones para haberle provocado tales pesadillas. Sabía que era atraída por su mente; de algún modo sus traumas pasados estaban exteriorizándose tras volver ahí, pero, como fuese, debía haber alguna forma de librarse de eso, de exorcizarlos; no iba a dejar que ganaran.
—Vaya, hasta que decides aparecer. Vamos, apresúrate, que se enfría el desayuno —dijo Dahlia como todo saludo.
Mag sonrió a Kyle, que se puso un plato frente a ella cuando se sentó en el reducido desayunador y volteó el sartén para dejar los huevos revueltos en él.
—Qué bueno que llegas, en realidad —siguió su hermana—. Necesitamos un juez en este debate. —Kyle rio y Mag, llevándose un vaso de jugo a la boca, escuchó con atención—. Estamos discutiendo sobre la música. Verás, acordamos, y eso no ha cambiado, tener una boda clásica, elegante pero sencilla, algo sereno. Es hora de escoger la banda para la recepción, y… Cariño, ¿quieres decirle lo que me dijiste hace un momento?
Mag miró entonces al hombre, que entre risas se dirigió a ella, agitando el tenedor que tenía en manos.
—Hace un tiempo hice un curso en Nueva York…
—No le des contexto —interrumpió Dahlia.
—El contexto es importante, mujer —replicó Kyle, haciendo reír a ambas mujeres—. Estuve en un club de Nueva York hace unos años. Recién había terminado mi preparación como chef; me habían dado un par de condecoraciones por el curso… Era una noche importante, ¿entiendes? Yo me sentía muy feliz.
—¿Y? —Dahlia exteriorizó la silenciosa impaciencia de Mag, que seguía comiendo, esperando oír el gran problema.
—Bueno, había una banda de música retro. Eran muy buenos.
—¿Qué clase de música retro? —insistió Dahlia, presionando más al hombre, que parecía recio a hablar. Kyle rio.
—Era música bugalú, pero… ¡No, aguarda! No pongas esa cara. Eran buenos. ¡En serio! —Se apresuró a decir al ver a Mag torcer el gesto y ladear la cabeza. Su hermana dio un ligero golpe a la mesa, tomando esto como un apoyo para su postura.
—¿Lo ves? La música bugalú retro. —Hizo énfasis en lo último, como burla para el hombre—. No es elegante, ni serena. —Mag sacudió la cabeza—. Tampoco es de estilo clásico. —Mag la apoyó una vez más—. Y en definitiva, no sonará en nuestra boda.
Mag se llevó una mano a la boca, para cubrir su sonrisa, al ver la expresión de divertida decepción en el rostro de su cuñado, que chasqueaba la lengua, cuál niño melindroso.
La guerra de enamorados continuó un poco más, para entretenimiento suyo; en general, eran divertidos, pero notó también que parecían felices. Hacía mucho que no pasaba tiempo con su hermana, y luego de la separación, en su cabeza solo hubo espacio para malos recuerdos. Pero esos últimos dos días habían sido agradables. Dahlia se veía feliz y, al menos cuando Kyle estaba alrededor, se veía cambiada. La chica tuvo que admitir que le agradaba esa faceta de su hermana, y pensó que el suyo era un claro ejemplo de que, a veces, el amor sí te cambia para bien, después de todo, Kyle no parecía uno de esos chicos cuyo amor te corrompe y te destruye.
Él era bueno… Él le hacía bien.
El resto de la mañana transcurrió con ese mismo ambiente jocoso. Kyle se despidió a las ocho, para empezar su turno en el restaurante; las dos mujeres se quedaron en el suelo del salón, terminando de preparar las invitaciones. Faltaban solo dos semanas para la boda; eso significaba que iban atrasados con el tema.
Un sobre tras otro, un apellido tras otro, Dahlia fue agregando algún comentario burlón sobre ese invitado en particular, como si con esto intentara poner al día a su hermana de las cosas que habían pasado en el pueblo, aunque a Mag nada de eso le importaba.
Poco antes del mediodía, su hermana también se marchó, dejando a Mag sola con lo que restaba de invitaciones. Según ella misma le dijo, Dahlia estaba cubriendo varios turnos de sus compañeras, para que estas le devolvieran el favor luego de la boda, y poder así alargar su luna de miel.
Había pasado una hora por su cuenta, cuando empezó a preguntarse qué podría prepararse para almorzar, pero la puerta se abrió en ese momento y Kyle apareció, sonriendo con amabilidad.
—Oh, Mag, lo siento tanto. Pretendía traerte algo de comer, pero hemos estado muy ocupados en la cocina y todo se retrasó un poco. Pero vine a buscarte, para que comas con nosotros. Es el cumpleaños de uno de los chicos y cerraremos por una hora para comer en familia. Anda, vamos. —Mag empezó a sacudir sus manos, pero él se acercó, e ignorando sus gestos, le ayudó a levantarse—. Vamos, Mag. No has salido de casa desde que llegaste. Me siento mal de dejarte tanto tiempo sola. Solo será un rato, comerás delicioso, y luego regresarás. Te aseguro que será más divertido que meter invitaciones en un sobre.
La chica puso los ojos en blanco, pero sonrió. Sabía que Kyle intentaba ser amable y ella se sentía terrible por rechazar sus intentos, así que no le quedó de otra más que asentir.
—¡Eso es! Anda, ve a cambiarte. Ya deben estar sirviendo la comida.
Mag obedeció. Fue a su habitación, se enfundó un par de jean, zapatillas deportivas y se puso un cárdigan, diciéndose que solo se cubría por Kyle. Lo hacía para que él no tuviera que pasar ningún mal rato cuando alguien la mirara más de la cuenta.
Diez minutos después, atravesaban la calle principal. Él no había parado de hablar sobre los chicos que trabajaban con él en la cocina. Ella no prestaba demasiada atención, pero sonreía con amabilidad.
—Marcus es un poco introvertido, pero es un chico agradable una vez que logras sacarle las palabras de la boca —comentó.
Mag hizo una mueca; no sabía qué pretendía él, pero ella estaba segura de que, armada con aquella pizarra para niños, que había intentado dejar en casa, pero que él le obligó a llevar, no lograría "arrancarle" mucho al pobre Marcus.
—Y Theo es un tipo muy divertido. Si no te ríes con él, es porque no tienes sentido del humor.
Al escucharlo, la chica sintió que sus pies se volvieron pesadas rocas; su cuerpo no tenía fuerzas para moverlos, y, sin embargo, lo hizo. Se obligó a hacerlo. Se obligó a respirar con normalidad y a no borrar la sonrisa de su rostro.
«No puede ser... No puede ser él… No puede ser él», se repetía como un mantra.
Kyle no podía referirse al mismo Theo.
El Theo que ella conocía, había conseguido una beca deportiva para la universidad de Seattle. Ese chico hablaba de mudarse a San Francisco al terminar la carrera. No podía seguir en el pueblo, trabajando en la cocina de un insignificante restaurante.
«No. No puede ser él», siguió diciéndose mientras subían las escaleras del pórtico del restaurante.
«No puede ser él», se repitió cuando Kyle la guio entre los angostos pasillos, hacia la cocina del local.
«Que no sea él», esta vez fue una súplica desesperada.
Una decena de miradas se posaron en ella.
—Volví, chicos. Ella es Mag, mi cuñada. Acaba de volver al pueblo.
Él no se dio por enterado, todo estaba pasando en otro plano, en una realidad alterna. Mag se vio de vuelta en la oscuridad de su sueño.
Podía sentir la pesada presencia a su espalda, pero en realidad, no estaba a su espalda, estaba frente a ella, y tampoco era un lobo. Esta vez se trataba de un joven de dieciocho años que, cinco años atrás, le había jodido la vida.