A primera hora de la mañana, Mag se dirigió a la estación de buses sintiéndose de buen humor. Había tardado un poco en dormir. La inyección de adrenalina que había representado Cameron durante la noche anterior le había mantenido acelerada por mucho rato; tiempo en que, más que nada, se dedicó a contemplar su creación.
Se rio de sí misma y se dijo que era tan desvergonzada como ella misma acusaba de ser a Cameron, porque mientras sus ojos recorrían las sombras y luces que bañaban su dibujo, no paró de sonreír reviviendo los minutos que sus ojos estuvieron observando el cuerpo real, un cuerpo que desde el primer momento se le hizo atractivo, pero que solo hasta esa noche vio como una verdadera tentación. Ya no iba a poder sacárselo de la cabeza; tenerlo una segunda vez frente a ella iba a ser doloroso ante la realidad de no poder tomarlo. Y entonces llegó la pregunta, la fuente real de su desvelo… ¿Por qué no podría tomarlo?
Cruzaba la calle hacia la estación sintiendo que sus ojos ardían y que eran incapaces de enfocar en totalidad lo que tenía en frente, pero hubo una cosa que llamó su atención. Theo, que caminaba por la otra acera, empezó a cruzar la calle al verla. Ella hubiese querido que no lo hubiese hecho; hubiese preferido salir corriendo y desaparecer de su camino, pero el hecho de que él estuviese caminando justo en esa zona a tan tempranas horas de la mañana, se le hizo extraño. Quiso decirse que debía estar equivocada, y que incluso si no lo estaba, no tenía mayor importancia, pero la ligera desviación del hombre al cruzar la acera le hacía creer que veía del sendero, y ahí solo estaba la cabaña del viejo August… Solo estaba Cameron, y eso sí tenía importancia para ella.
—Mag… —dijo él al pasar a su lado. Ella no supo qué le enfureció más, que se atreviera a hablarle, o que lo hiciera con tal indiferencia.
Magnolia no se consideraba una santa, pero en ocasiones, la perversidad de ciertas personas le dejaba sin habla. Apretó sus dientes y respiró con rapidez, mirando de reojo cómo se alejaba. Quiso gritarle que se fuera al infierno; quiso tomar una roca y aplastarle el rostro con ella, pero por sobre cualquier otra cosa, quiso preguntarle si había estado en la cabaña.
Odiaba la idea de que fuesen amigos. Ya se le hacía asqueroso que alguien como Kyle se relacionara con él, pero que Cameron y Theo, que justo en ese momento representaban su ayer y su ahora, fuesen amigos, le corroía las entrañas.
Subió al bus, aún con el estómago revuelto, y se tomó las horas de camino tratando de olvidar el tema. Ella no tenía el poder para que sus amigos se distanciaran de sus enemigos; luego se dijo que Theodor Paddock no era su enemigo, él no era nadie en absoluto, y se obligó a no pensar más en él.
Para cuando llegó a Port Angeles, estaba un poco más calmada, aunque su humor no era el mejor, y al llegar a la cafetería donde su hermana la esperaba junto a dos mujeres más, supo que sería un día difícil.
—Al fin llegas. Siéntate —dijo su hermana como todo saludo—. Nos tomaremos un café primero. Aún esperamos a Kate. Chicas, esta es Magnolia, mi hermana menor. Mag, ellas son Elena y Hillary.
Ambas mujeres la saludaron con educación y una sonrisa amable.
—Recuerden que no puede hablar, pero sí que las escucha, así que si van a hablar con ella, deben ser solo preguntas de "sí" y "no". Agregó Dahlia a la presentación. Las mujeres asintieron mientras estrechaban su mano.
Mag tomó asiento algo enfadada. ¿Por qué su hermana siempre parecía empeñada en decirles a todos que era muda? Pero lo que más le enojaba era ese aire lastimero que utilizaba cada vez. Como si hablara de un perro con una pata amputada… Algo que deberías mirar con lástima.
Sin embargo, ambas mujeres mantuvieron sus expresiones amables, y una de ellas le hizo un par de preguntas educadas. Llevaban el mismo uniforme que su hermana, así que dedujo que eran compañeras en el hospital, en su forma de dirigirse a ella no encontró desdén ni la lástima que Dahlia parecía querer que le tuvieran; solo vio a dos mujeres acostumbradas a tratar diariamente con personas con una gran variedad de condiciones. Cuando llegó su café y se dispuso a tomárselo, Mag se preguntó dónde habría estado su hermana cuando les enseñaron a hacer eso.
Tuvieron que esperar otros diez minutos para que la tal Kate, una mujer morena y de abundante cabello rizado, apareciera, y cuando lo hizo, descubrió que esta no era del agrado de su hermana, aunque se esforzó inútilmente en aparentar que la toleraba.
—Así que tú eres la misteriosa hermana de Dahlia —dijo ésta caminando a su lado cuando abandonaron la cafetería y tomaron rumbo a la modista. Mag se limitó a sonreír—. Admito que por años creí que eras un mito. Incluso le dije a Kyle que le estaba mintiendo. Ay, mi hermanito debe estar esperando con ansias el momento de verme para decirme que estaba equivocada. —Rio por lo bajo, y luego la miró y con un gesto divertido se llevó una mano al bolsillo—. Soy la hermana mayor de Kyle; a tus servicios.
Mag tomó la tarjeta que la mujer le ofrecía y la leyó:
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Katherine Jones.
Abogada penalista.
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—Tenemos apenas dos años establecidos, pero te aseguro que somos los mejores del estado —dijo Kate con una sonrisa orgullosa. Mag, confundida, giró la tarjeta y leyó lo que parecía ser la cara principal de esta.
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Spencer, Jonas & Asociados.
Justicia ante todo y para todos.
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Especialistas en:
Casos de Crimen Organizado / Delitos Financieros.
Juicios contra el Narcotráfico / Casos de Corrupción.
Despacho 76, Edificio Wallace.
4ta Avenida, Seattle, WA, 98101.
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Mag, cuyo expediente legal estaba tan impecable que simplemente no existía, en ese momento no podía llegar a imaginarse lo mucho que su vida terminaría dependiendo de la mujer que caminaba a su lado ese día, pero, como si las fuerzas del destino tensaran los hilos de su consciencia, abrió su bolso, guardó la tarjeta en el compartimento superior, y se olvidaría de esta… hasta que el día de usarla llegara.
El local de la modista era pequeño, pero lujoso, tomando en cuenta que se trataba de una diseñadora novata de Port Angeles. La dueña, una hermosa mujer de unos cuarenta años, sonrió al verlas llegar y corrió a abrazar a Dahlia, que se mostró encantadora.
—Este es —dijo la mujer con una sonrisa cómplice—. El momento definitivo. Le hice los arreglos que me pediste y te puedo asegurar que ha quedado perfecto.
—Eso es maravilloso, Pam. El día está cada vez más cerca y ya muero por ver mi vestido listo —respondió su hermana con una mano en el pecho.
Parecía muy emocionada. Mag intentó sentirse feliz por ella, pero desde el día anterior, todo había perdido sentido. Parecía solo estar contando los días que faltaban para que acabara aquella farsa de las hermanas que se querían cuando apenas se estaban tolerando. Pero cuando Dahlia se volteó hacia ella y le puso una mano en el hombro, instándola a pararse al frente, la chica sonrió a la propietaria.
—Esta es Magnolia, mi hermana.
—Oh. Mucho gusto, cariño. Creo que el vestido te quedará bien. Las medidas fueron muy acertadas —comentó Pam dándole una rápida inspección a la figura de Mag.
—Te lo dije. Yo siempre sé de lo que hablo —siguió Dahlia con aire de superioridad, a lo que Pam asintió.
—Sí, esta vez debo darte la razón. Pero bueno… primero comenzaremos contigo. Creo que todas ansían ver el vestido, ¿o no, chicas?
Una oleada de silbidos y palabras de entusiasmo llenaron el local, y todas se dispusieron a sentarse en un mullido sofá blanco a un costado del gran espejo central frente a un pedestal. Su hermana estuvo en el probador unos minutos, tiempo en el que Hilary y Elena no dejaron de chismorrear sobre un tal Doctor Clark, que no solo parecía ser una eminencia en su campo, sino que, por cómo lo describían, no tenía nada que envidiarle a George Clooney en ER; mientras que Kate no apartó los ojos de su teléfono en ningún momento, moviendo los dedos sobre las teclas como si tuviese un arranque de adrenalina. A Mag no le quedó mucho por hacer más que aguardar por su hermana, que al salir hasta la sala, calló todo el ruido.
Las amigas de su hermana se deshicieron en halagos. Kate incluso soltó un par de cumplidos, aunque muy contenidos. Mag no sabía gran cosa sobre vestidos de novia, ni sobre las tendencias de la temporada, pero aquella le pareció una opción adecuada para una boda de verano. Era un vestido sobrio y con aire imperial, le recordó a una reina griega. Un hermoso encaje cubría el corpiño y la falta era de una tela suave que caía como cascada hasta el suelo. De esa misma tela, una especie de manto caía a su espalda como si fuese una capa. Era encantador, y cuando se puso el delicado velo, el aura de novia fue indiscutible; no pudo evitar sonreír. Dahlia se veía feliz y, a una parte de Mag, quizás la más noble de ella, esto le hacía feliz también.
La conversación en torno a su hermana y el vestido continuó un par de minutos, aunque fue obvio desde el inicio que no había cambios que hacer. Para cuando fue a cambiarse, llegó también el turno de las damas; los ánimos estaban de mil maravillas entre todas, una especie de tregua a la tensión casi invisible que hubo al inicio.
Mag entró al probador y abrió la bolsa donde estaba su vestido. La tela era de un tono champaña muy claro; eso se le hizo inusual, normalmente a las novias les gustaba contrastar con sus damas, pero al sacarlo por completo comprendió lo que buscaba Dahlia. Su vestido seguía la misma línea de estilo griego, pero era mucho más modesto y menos llamativo; en vez de tirantes, el escote era cerrado casi hasta los hombros, y en lugar de la capa, tenía unas mangas suaves, largas y abiertas; parecía igual de fresco y cómodo que el suyo, pero… diferente.
Al ponérselo, sonrió satisfecha. Sí, le ajustaba bien; era una ventaja que el estilo escogido solo tuviese que encajar en la cintura. Salió al salón y se vio en el gran espejo. Sonrió de nuevo; era un bonito vestido, pero entonces Hilary salió a mirarse también.
Ella tenía un vestido diferente.
Elena, que salió poco después, también tenía un atuendo distinto.
Para cuando Kate apareció en el salón, a Mag le quedó claro que ninguna de las damas tenía el mismo vestido, pero había algo que diferenciaba el suyo de forma más notoria… Su vestido tenía mangas y un escote casi al cuello.
La punzante espina del enojo empezó a presentarse en ella, ese enojo que se siente, pero se intenta frenar cuando sabemos que estamos ante algo que quizás no es lo que parece, algo que quizás estamos malinterpretando, pero cuya idea, apenas formada en nuestra cabeza, destruye como el ácido más corrosivo.
Ya sin sonreír, volvió a mirarse al espejo, y entonces vio un vestido completamente distinto. De hecho, no vio un vestido en absoluto, vio una manta, un trozo de tela destinado a una sola cosa… esconderla.
—Qué hija de puta... —murmuró Kate al pararse a su lado. No la miraba a ella, miraba al vestido. La mujer detallaba el diseño y meneaba la cabeza con extrema lentitud mientras apretaba sus labios. Cuando alzó la mirada, Mag pudo ver la vergüenza… Sentía pena por ella y eso le dio la razón.
No estaba malinterpretando nada.
No estaba exagerando.
Podía sentir esa horrible sensación de amargura en su boca, y el escozor en los ojos, reacción natural a la humillación que estaba sufriendo.
—¡Oh! Pero qué hermosas—exclamó Dahlia al volver al salón, mirando una a una a sus amigas, y mirándolas satisfechas. Cuando posó los ojos en su hermana, sonrió más abiertamente—. Sabía que te iba a sentar muy bien este estilo —dijo, acercándose a ella, y empezando a acomodarle la tela de la espalda.
Mag se mantuvo en silencio, dejando que Dahlia la tocara y la arreglara a su antojo, hasta que esta se quedó quieta a su espalda, pasando sus manos desde los hombros y hacia abajo en los brazos de la chica y la miró a través del espejo.
—¿No crees que te queda fantástico? —Mag se tomó unos segundos para responder y, tensando los labios, asintió antes de empezar a gesticular para que su hermana la viera.
—Es hermoso. Claro. ¿Dónde está el velo?
—¿Velo? ¿De qué hablas? —Dahlia la miró confundida y se alejó un poco para que la chica pudiera darse la vuelta.
—Mi velo. Ya tengo el vestido. ¿Cómo cubrir mi cara sin velo?
—¿De qué hablas, Magnolia? —preguntó de nuevo, mirando de reojo a las demás, visiblemente incómoda.
—El maldito velo. Querías cubrirme. ¿No? Ya lo hiciste. ¿Cómo cubrirás mi cara? ¿Cómo llevarás la vergüenza? —Mag se sentía humillada como hacía años. No se había sentido, pero esta vez la furia acompañaba el sentimiento.
—Basta —respondió su hermana en señas—. No es vergüenza. Pensé que era lo mejor. Sabes cómo es el pueblo. Van a verte. Hablarán. Lo sabes. Solo intento no llamar la atención.
—Maravilloso. Pero mangas no son suficientes. Dime cómo hiciste para cogerte a Theo. Para que nadie te viera. Haré lo mismo. Seré invisible.
Dahlia soltó un jadeo ahogado y palideció. Era obvio que no esperaba que Magnolia tuviera aquella información, mucho menos que decidiera confrontarla.
Pero Dahlia no sabía la avalancha que se le vendría encima.