—¿Quién te dijo eso? —preguntó Dahlia en un susurro nervioso.
—¿Es mentira? —preguntó Mag en respuesta. El silencio de su hermana era toda la confirmación que necesitaba.
Pudo sentir cómo su cuello se tensaba por la furia, y cómo su cuerpo entero empezaba a temblar. Su mirada se nubló y su cabeza dio vueltas. Había olvidado la última vez que se sintió tan enojada, y sin saber cómo, solo pronunció una palabra: Zorra.
Aquel adjetivo, que a su parecer no le hacía justicia a la inmundicia que desprendían los poros de Dahlia Wood, cortó el tenso silencio que había reinado en el salón como un bisturí, haciendo un corte tan perfecto, tan preciso, que nadie emitió un solo sonido. Nadie supo qué decir, o si deberían decir algo en absoluto. Todas las mujeres en el salón quedaron inmóviles, mirando a las dos hermanas que se miraban con tanto odio repentino.
A Magnolia le hubiese gustado poder decir más, poder mandarla al infierno, pero lo cierto era que no podía. Su garganta se había trabado, pero dio todo de sí para que sus manos transmitieran su desprecio.
—Eres una puta. Una basura. Gran descarada. Hipócrita. No dudaste en patearme cuando me caí. Me escupiste. Pusiste tus antorchas a mis pies. Hablaste de honor. Hablaste de reputación. ¿Dónde guardaste eso cuando te cogía?
Los hombros de Mag subían y bajaban erráticos. Ya no se trataba de un vestido diseñado para cubrir las manchas en su piel. Ya no se trataba solo del constante desprecio y sentimiento de vergüenza que debía sufrir bajo la mirada de su hermana. Había pasado mucho tiempo; el agua que corría bajo el puente en el que estaban paradas, era agua negra y putrefacta, cargada de tantos recuerdos dolorosos y humillantes que terminaron devorando cualquier gramo de amor que aún pudiera quedar en ella.
La joven era presa del odio más visceral, quería lanzarse sobre ella, quería clavar sus uñas en sus ojos y arrancárselos. Quería despedazarla, y no tardaría demasiado en descubrir que ya no había vuelta atrás una vez que te imaginas acabando con la existencia de una persona; pero en ese momento, sus pies estaban anclados al suelo y sus puños tan tensos y apretados que no creía ser capaz de moverlos otra vez.
—No puedes ofenderme. Lo que pasó fue después de que te fuiste. Yo era una adulta. —expresó Dahlia, con más calma, pero igualmente afectada.
—¿Y eso qué? Es peor. Sé que me odias. ¿Pero cómo pudiste? Él abusó de mí.
—Nadie abusó de ti. —Se apresuró a gesticular su hermana. Sus cejas unidas dejaban claro que creía fervientemente en esta sentencia, y eso dolió como ninguna otra cosa a Mag, pues explicaba mucho el comportamiento de Dahlia—. Él no te obligó a nada. Te pidió algo y se lo entregaste. Luego te hiciste la víctima con las consecuencias.
El temblor en Mag ya era imposible de controlar. Sentía que se sacudía tanto que empezaría a desprender piezas. Pero lo cierto era que estaba completamente inmóvil y todo el caos de su cabeza estaba solo ahí. Siguieron mirándose, sin decir nada, sin moverse. Las cuatro mujeres que las rodeaban continuaban inmóviles también. Por un segundo pareció que el tiempo se había detenido en aquel lugar, hasta que Mag salió corriendo del salón, dándole un empujón a su hermana para sacarla del camino.
Al estar en la calle, pese a estar a cielo abierto, seguía sintiendo que se asfixiaba. Al llevarse la mano al cuello, se dio cuenta de que aún llevaba el vestido y que había dejado todas sus cosas en el probador. Tendría que regresar, pero en ese momento era lo último que le apetecía. Caminó calle abajo y llegó hasta un aparcamiento de algún supermercado. Al otro lado de este vio el mar, así que lo atravesó a la carrera hasta llegar al barandal metálico. Sosteniéndose de este, tomó varias bocanadas de aire y luego se desplomó en el banco que había a dos pasos de donde estaba, y ahí se quedó.
Se secó las lágrimas que caían por sus mejillas pese a que intentaba controlarse, pero... ¿Cómo podría? Dahlia era la única persona que quedaba de su familia, una familia hecha pedazos por un honor que ella había quebrado una y otra vez. Jamás entendió por qué aquello había sido tan importante para su madre; los Wood apenas si tenían dónde ser enterrados al morir. La venta de flores de su madre nunca dejó de ser más que un modesto emprendimiento local; su padre ganaba apenas un poco más que el salario mínimo en la fábrica… Jamás tuvieron ningún poder en el pueblo más que ese que Ivy se daba a sí misma. Toda esa presión y ese estigma que puso sobre ella jamás lo entendería, pero mientras siguiera caminando el mismo camino que Dahlia, jamás la abandonaría.
Tenía que irse. No volver a contestarle sus llamadas y olvidarla. Debía entender que estaba sola y que no podía confiar en nadie.
Estuvo ahí un rato, contemplando el agua y las aves. Oyendo el rumor de las olas y el ruido de los barcos al zarpar. El vacío en ella era gigantesco, pero al menos fue haciéndose menos ruidoso con los segundos. Para cuando sintió los pasos a su espalda y luego vio la sombra moverse a su costado, tomando asiento junto a ella, ya se había calmado.
Ninguna de las dos habló por unos minutos, pero luego se escuchó la profunda respiración de Dahlia antes de hablar.
—Siempre estuve enamorada de él, Mag.
«Eso no justifica nada», pensó ella, pero se mantuvo en silencio y con ambas manos sobre su regazo.
—Me rompió el corazón ver que se fijó en ti. Cuando pasó lo de… —La voz de la mujer se fue apagando y Mag se tensó, pero tras otro suspiro, la mujer continuó—. Estaba muy enfadada. Sabía que todo terminaría siendo un gran drama; como ya sabemos que fue, me aproveché del enojo de mamá y descargué toda mi rabia contenida. Siempre tuviste la atención de todos; no podía soportar que tuvieras la suya también. Pero luego todo pasó, y… no me enorgullezco de esto, Magnolia, pero me alegró saber que ya no estaban juntos. —Mag la miró y ella bajó la cabeza—. Él era mi amigo, así que se acercó a mí para pedirme disculpas. Me alegró que me tomara en cuenta. Y lo perdoné.
Mag seguía mirándola; podía ver que le avergonzaba estar admitiendo eso, pero sus sentimientos le importaban poco a ella, aunque aun así no enfureció. Se preguntó, en cambio, qué era peor. Que Theo se disculpara con Dahlia y no con ella, que su hermana creyera que le correspondía a ella perdonar algo, o que se refiriera a lo sucedido como "un drama", lo que fuese, todo la reducía a nada, tal y como ocurrió en el pasado.
—¿Mamá? —preguntó Mag con voz temblorosa, siendo atravesada por aquella tormentosa duda. La mujer sacudió la cabeza de inmediato.
—No. Yo sabía que no iba a permitir que me siguiera viendo con él. Así que hablábamos siempre lejos de casa. Luego entramos a la universidad, nos distanciamos un poco, pero él volvió de vacaciones. Estábamos con los chicos aquí; había una fiesta en casa de Clayde. Bebimos, hablamos… Él me dijo que nunca había notado lo hermosos que eran mis ojos, y luego me dejó y yo… —Se detuvo al oír a su hermana resoplar y sonreír con amargura antes de clavar sus ojos en ella; entonces pareció comprenderlo—. ¿También te dijo eso a ti?
Mag asintió y se cruzó de brazos, dándose cuenta, aunque apenas unas horas atrás lo hubiese creído imposible, que Theodor Paddock era una escoria peor de la que llegó a imaginarse.
—Bueno… Al menos podrás sentir alguna satisfacción de que me engañara a mí también. Se acostó con un par de chicas en Seattle; una de ellas me lo dijo un día que fui a visitarlo. —Jadeó con amargura—. Llegué sintiéndome señora de su dormitorio, y resultó que manchaba sus sábanas a diario. Puedes sentir placer en eso también. Terminé con él y un par de meses después, hubo un escándalo, parece que estuvo implicado en algún asunto con drogas, no lo sé.
—¿No lo sabes? ¿No has vuelto a hablar con él?
—Lo hice, claro. Cuando volvió y supe que trabajaría en el restaurante. Le dije que mantuviera la boca cerrada, pero su actitud no fue la mejor. —Se removió en el asiento y pellizcó sus dedos unos con otros—. Le dije entonces que vendrías, y que… te convencería para que lo acusaras.
La chica cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. Comprendiendo una vez más que su presencia ahí no respondía a nada que no fuese beneficioso para Dahlia.
Ayudarla con su boda.
Mantener al asqueroso ex amante con la boca cerrada.
—Tienes que entenderme, Mag. Ya es bastante difícil que el pueblo se mantenga en silencio frente a Kyle sobre lo que pasó contigo. Temo que llames demasiado la atención y empiecen a hablar de nuevo. No me puedo arriesgar a que él sepa también lo que hubo entre Theo y yo… No creo que llegue a perdonármelo. Él… te estima.
Magnolia miró a su hermana, comprendiendo, como una revelación divina, el verdadero motivo de que hubiese ido a buscarla, de que estuviera ahí sentada a su lado... La verdadera razón de sus falsas disculpas.
—Quieres que cierre la boca. —No era una pregunta. Su desespero ya se hacía bastante obvio. En sus palabras, manipuladas, pensó Mag, no había sinceridad, pero sí mucha avidez.
Dahlia tensó los labios y se apresuró a tomar sus manos cuando la vio ponerse de pie.
—Por favor, Mag. Tienes que ayudarme. Kyle es un hombre bueno, no puedo perderlo. No por lo que pasó antes de conocerlo. Por favor.
No estaba llorando; ella jamás se rebajaría a eso; era una digna hija de su madre, pero en su voz sí que podía notarse la súplica. La chica haló de su mano y se zafó de su agarre.
—Arregla el vestido. Te juro que tomaré una tijera. Lo destrozaré. Lo usaré hecho trizas si no lo arreglas. —Dahlia asintió con rapidez—. Iré a la maldita boda. Sonreiré. Luego me iré. No quiero volver a ver tu puta cara. Jamás en la vida. Ten claro que no lo hago por ti. Eres una basura.
La mujer volvió a asentir, esta vez con la cabeza baja. Ella no pudo negarse a sí misma que amaba ser quien tenía su bota sobre el cuello de la otra. Empezó a caminar de vuelta al local sin detenerse a mirar si su hermana la seguía. Al entrar, notó que las mujeres ya se habían marchado. Pam atendía a otra novia; pareció alegrarse al ver volver a Mag, pero nadie dijo nada.
Veinte minutos después salieron del local, luego de asegurarse de que Dahlia le había dado instrucciones a Pam para rehacer el vestido; la mujer, sonrojándose y comprendiendo lo que había pasado, aseguró que haría lo necesario para tenerlo listo a tiempo. Disfrutó ver la expresión de vergüenza en el rostro de su hermana bajo la silenciosa censura de la modista.
Mag se quedó bajo la sombra de un árbol mientras su hermana iba a la terminal, cuando de pronto se escuchó el motor de una motocicleta en la calle posterior, un sonido que ella empezaba a conocer muy bien. Sin pensarlo demasiado, caminó hasta la intersección. Aquel era un corto trecho en el que solo estaban los generadores de energía de la terminal y la puerta trasera de un bar cuya entrada principal se ubicaba en la calle Front.
Dos hombres se bajaron de sus respectivas motocicletas y su corazón se aceleró cuando por un segundo pensó que Cam era uno de ellos, pero cuando el hombre se quitó el casco y vio la mata de cabello n***o, dio un paso atrás, porque casi al instante, el hombre se llevó la mano a la parte trasera de la pretina de su pantalón y sacó el arma que llevaba oculta bajo la camiseta; se la pasó al otro, que hizo un par de movimientos con ella. Mag supuso que la cargaba, y luego el hombre armado tocó la puerta del bar. Alguien le abrió y lo dejó pasar, mientras que el otro, apoyado en la moto, encendía un cigarrillo.
—¿Mag? —La voz de Dahlia le sobresaltó, y vio el instante en que el hombre se giró hacia ella, pero se apresuró a devolverse hasta donde la esperaba su hermana… Sintiendo la pesada mirada del desconocido en su espalda—. ¿Qué ocurre?
—Nada. Vamos.
Dahlia probablemente tomó su actitud como parte de la hostilidad que desde ahora se asentaría entre ellas, pero lo cierto es que lo que rondaba la mente de su hermana en ese momento era el hecho de que el hombre del bar tenía en el brazo un tatuaje que ya había visto antes… En el pecho de Cam, y algo le decía que eso no era bueno.