La mañana siguiente, luego de su encuentro con Cameron, Magnolia se levantó sintiéndose muy mal. No solo le dolía la cabeza, sino que las punzadas en su vientre eran tan intensas que le impedían moverse con libertad. Se levantó y le tomó solo unos segundos descubrir el motivo de su malestar.
«Lo que necesitaba», pensó al mirar las sábanas manchadas de sangre; como también lo estaba la falda de su vestido, comprobó al mirarse en el espejo. Tan furiosa como había estado, no se preocupó en ponerse ropa interior de nuevo ni por buscar un pijama antes de dormir.
Con movimientos bruscos y airados, tiró de las sábanas y las amontonó en un rincón de la habitación. Tendría que meterlas a lavar antes de ir a trabajar.
Mientras tomaba una ducha, pensó en lo sucedido con Cameron. A su parecer, había sido algo extraordinario; jamás se había sentido tan a gusto y tan libre que como se había sentido estando sobre ese hombre. Él también lo había disfrutado, eso había sido obvio, así que por más que le daba vueltas a la cuestión en su cabeza, no lograba entender por qué de pronto él había salido corriendo tan despavorido. Ella no le había insinuado nada demasiado íntimo, no le había dicho que lo amaba o que estaba enamorada de él, ¿no eran esas las cosas que espantaban a los tipos de su clase? Mag simplemente le había ofrecido sexo, tan bueno y tan corriente como el que pudiera tener con cualquier turista al azar, ¿dónde había estado el problema?
Ni los minutos en la ducha, ni los utilizados para alistarse, fueron suficientes para dar con una respuesta. Para cuando bajó las escaleras y se topó con su hermana, otras interrogantes reclamaron su atención.
—Buenos días —dijo Dahlia al verla.
Mag se limitó a darle una inclinación de cabeza como saludo, ignorando las grandes manchas violeta con bordes amarillo verdoso que cubrían los flancos de la nariz de la mujer dándole un aspecto repulsivo a su rostro; y siguió su camino al cuarto de lavandería. Sabía que las manchas ya jamás saldrían si no las ponía en agua en ese momento.
—¿Algún problema con las sábanas? Las pusimos apenas hace dos días.
Mag notó que aquello no era un reproche. Era un mediocre intento de la mujer para entablar conversación con ella. Ese comportamiento le pareció patético. Creyó que sería fácil deducir que lo mejor que podían hacer, dadas las circunstancias y los últimos acontecimientos, era ignorarse mutuamente a menos que estuvieran en presencia de Kyle. Dahlia parecía creer que aún había algo rescatable ahí.
—Kyle ya se fue. Hoy te levantaste tarde. —Sonrió de un modo que Mag quiso cruzarle la cara de una bofetada para dejarle claro que no eran amigas—. ¿Desayunarás algo?
—¿Qué haces aquí? —preguntó Mag, negándose a que la otra llevara la batuta, y recordando la intrusión de la noche anterior.
—Ah, es que me han dado un par de días libres antes de la boda. Ya sabes que estuve cambiando algunas de mis guardias para eso. Y pues… parece que no les inspiro mucha calma a los pacientes —agregó lo último agitando la mano cerca de su rostro, refiriéndose al hematoma que lo cubría.
—Dime otra vez cómo te pasó eso —exigió Mag al recordar la ligera sonrisa que había mostrado Cam al oírle mencionar el tema. Su hermana se quedó intrigada un segundo, pero luego de una larga respiración.
—Ya te lo dije. Esa maldita mujer llegó a eso de las cuatro de la mañana, diciendo que un sujeto la había golpeado. Se subió a una cama y cuando intenté revisarle las supuestas heridas, empezó a lanzar golpes al aire. Quizás en un ataque de histeria, no sé. Solo sé que me golpeó dos veces la cara y me tumbó al suelo. Y luego solo se fue. No hubo nadie en su maldito camino que la detuviera para poder denunciarla.
Mag torció el gesto. Su hermana no parecía estar mintiendo, pero la historia le parecía extraña, y por alguna razón, el nombre de Cameron seguía volviendo a su cabeza. Sin embargo, dijo que no era algo tan importante; le importaba muy poco el estado del rostro de su hermana para la boda. Tomó asiento; desayunaría algo rápido y se iría. Si su hermana estaría ahora todo el día en casa, ella buscaría pasar todo el día afuera.
—Ya tengo tu vestido… Con los arreglos que pediste —dijo Dahlia un rato después, haciendo más que obvia su desesperación por mejorar la relación con su hermana, pero eso ya no era posible, y el intento estaba llegando un par de años tarde.
La mujer se levantó y fue hasta el salón. Mag la siguió a paso lento; le vio tomar la bolsa del sofá y, tras colgarla en el perchero, bajó la cremallera, mostrando el bonito vestido que se había probado en la ciudad, pero esta ya no tenía mangas, y el escote era más abierto.
—Sam hizo de los cambios su prioridad estos días. Es… un poco más abierto en la espalda también. ¿Quieres probártelo? —murmuró con tono dubitativo.
Magnolia volvió a sentir pena por ella. No la que se siente cuando la empatía te ablanda el corazón, sino esa que viene ligada a la vergüenza ajena, la de ver a alguien rebajarse tanto por algo que sabes que jamás va a conseguir. Intentó transmitirle eso con la mirada; a juzgar por la expresión apesadumbrada de su hermana, lo logró. Y sin decir o gesticular nada más, salió de la casa, esperando que Grace y un puñado decente de turistas le hicieran olvidarse un poco de la desazón que la invadía.
Lo que Mag no sabía, era que aún faltaban un par de sucesos para terminar de especiar su ya dramática y trágica estadía en el pueblo.
Era apenas pasado el mediodía, estando Grace y Mag sentadas detrás del mostrador, comiendo de las bandejas de aluminio rebosantes de lasaña que había llevado la anciana, cuando llegó el portador de la primera gran noticia.
La campanilla sonó cuando la puerta se abrió con violencia, y un chico de no más de catorce años, alto y delgaducho, se apresuró al mostrador con la respiración agitada de tanto correr.
—Sra. Grace… ¿Dónde está Mickey? Papá dice que necesitamos su minivan —dijo el chico entre jadeos.
—Mickey ha ido a pescar esta mañana, Joey. Como todos los jueves. Tú lo sabes, tu tío está con él —respondió la mujer, poniéndose de pie. La preocupación era evidente en su rostro.
—Rayos. Sí, es cierto. ¿Quién más nos puede llevar? —El chico se llevó una mano a la cabeza.
—¿Llevar a dónde, Joey? ¿Qué es lo que pasa?
—¡A la ciudad! Al hospital.
—¿Al hospital? ¿Quién está herido, jovencito? —El tono de la anciana empezó a mostrar urgencia y preocupación.
—¿Es que no lo sabes? —preguntó cuando Grace torció el gesto—. Theo, el del restaurante, lo apuñalaron esta mañana. Parece que no la va a contar.
Mag sintió que el estómago se le torcía con violencia al oír aquello. Se levantó de la silla de lona donde había estado tumbada tan cómodamente un minuto antes, mientras empezaba a asentir que cada músculo de su cuerpo se sometía a la rigidez del shock.
Grace se llevó ambas manos a la boca.
—Iré a ver si McNamara tiene alguna carcacha que pueda andar. —Al decir esto, el chico se apresuró de nuevo a la puerta.
—Espera… ¡Joey! ¡¿Quién te dijo eso?! ¡¡Espera!! —gritó Grace.
—¡Todos lo saben, Sra. Grace! ¡Llamaron a sus padres!
La tienda se quedó en un silencio sepulcral por un minuto entero. Las dos mujeres se miraban con ojos alarmados y horrorizados; la anciana seguía con las manos cubriendo su boca, la joven sintiendo que se desmayaría de tan acelerado que tenía el corazón; aunque no podría decirse que era dolor lo que sentía, era indiscutible que la noticia le había afectado.
—Jesucristo… Hay que ir a ver qué pasó —susurró Grace. Mag asintió con la mirada perdida, hasta que sintió una gentil caricia en la mejilla—. Ve a casa, cariño. Yo iré a buscarte cuando sepa algo, ¿de acuerdo?
La chica asintió una vez más y salió del salón. Estuvo un tanto perdida mientras Grace cerraba todo. Caminaron hasta la trifurcación y se separaron. Su entumecimiento perduró hasta que vislumbró el cartel del restaurante; estando ahí, supo que debía entrar.
A diferencia de la tienda de souvenirs, el restaurante seguía funcionando. La chica atravesó el salón, que era un hervidero de conversaciones, quizás referentes a lo mismo que tanto la había perturbado, y se acercó al mostrador donde tenían la máquina registradora.
—Hola, ¿Magnolia, no? —preguntó la cajera, a quien había conocido durante su visita al llegar al pueblo.
Se esforzó. Realmente lo hizo, pero nada salió de su boca, y desechando la idea de escribir algo, intuyendo que eso tampoco funcionaría, avergonzada, señaló la puerta de la cocina, sintiéndome tan pequeña como un niño de dos años.
—¿La cocina? —La cajera frunció el ceño, pero luego chasqueó la lengua en señal de comprensión—. Le diré a Kyle que salga.
Mag agradeció con una sonrisa y esperó; su cuñado no tardó demasiado en aparecer. Ella le oyó salir de la cocina y lo miró angustiada.
—Cariño, ¿estás bien? —preguntó él poniéndole una mano en la mejilla como había hecho Grace antes de dejarla. Ella solo pudo hacer un gesto con su mano; el movimiento, aunque breve, no dejaba espacio para otras interpretaciones—. No sé qué pasa, Mag. Tony vino, diciendo que Theo estaba grave en el hospital. Que lo había encontrado la Guardia Costera esta mañana, desangrándose sentado en una banca en Ediz Hook. Al principio creímos que era una noticia falsa. Él pidió un permiso hace unos días para ir a Seattle. Nadie entiende qué hacía en Port Angeles, pero es cierto, es Theo. —Suspiró—. Y de momento no sabemos cómo está ni qué le pasó. Pero parece que es muy grave.
Magnolia empezó a rascarse la frente con nerviosismo.
Sabía que no le preocupaba si vivía o moría; en el fondo, quizás, la parte más ruin de su ser deseaba que no lo lograra, que muriera y se llevara con él el dolor que le había causado, pero se sintió una escoria de ser humano al pensar eso y, más que nada, no era eso realmente lo que le inquietaba, pero tampoco lograba saber qué era.
—¿Por qué no vas a casa, Mag? Ya le avisé a Dahlia, ya tuvo que haber llamado a alguien en el hospital, de seguro sabe mucho más que nosotros aquí.
Ella asintió y, aun sin reaccionar del todo, salió del restaurante. Se sentía mareada y tenía ganas de vomitar; se apoyó sobre sus rodillas y se inclinó segura de que lo haría. Era un suceso demasiado intenso para procesar justo ese día, pero escuchó el sonido de un motor rugir con furia.
Se incorporó y vio a Cameron entrando al pórtico de McNamara.
El viejo mecánico lo recibió con una sonrisa tosca, y mientras veía a los dos hombres enfrascarse en una conversación, Mag comprendió que el motorizado acababa de entrar al pueblo, y ante ese pensamiento su cuerpo se puso frío y tembloroso, pero eso no impidió que cruzara la calle y avanzara hacia él.
—Oh. Ahí viene la chica Woods otra vez. ¿Qué demonios pasa con ella? ¿Te vigila, acaso? —masculló el viejo mecánico al verla, haciendo que Cameron se volteara y respirara profundo al ver su rostro enfurecido. No sería un encuentro agradable.
—Magnolia… —Alcanzó a decir antes de que ella se abalanzara sobre él, estampando sus palmas furiosas contra su pecho. Le hizo tambalear, pero no retrocedió, solo se alisó la camisa—. Qué gusto verte otra vez.
—¿Lo hiciste? —gesticuló ella con gestos agitados.
—Tuve una mañana atareada. Tendrás que ser más específica.
—Matarlo.
Cam entrecerró los ojos, aunque ella no emitió palabra alguna, entendió aquello como una acusación echa a gritos. Eso no le gustó.
—No he matado a nadie este mes.
Más allá de cualquier respuesta que pudiera haberle dado, o de la arrogancia con la que la mirara, para Mag, el hecho de que él decidiera responderle con señas y no en voz alta, fue todo lo que ella necesitó para comprender que su temor era cierto… Había sido él.
—¿Te volviste loco? ¿Cómo se te ocurre? ¿Qué le hiciste? —Sus manos se movían rápido, casi tanto como los latidos en su pecho. Estaba empezando a hiperventilar.
—¿Estás bien, niña? —preguntó McNamara—. ¿Qué se traen ustedes dos?
—Nada —dijo Cam subiendo a la moto—. Te traeré la pieza más tarde, para que le des un vistazo. —Luego su expresión se oscureció cuando miró de nuevo a Magnolia—. Vete a casa. Parece que estás muy alterada.
Lo último, lo soltó como un escupitajo. La moto se alejó y ella se quedó un momento más en el taller, pero cuando el anciano volvió a interrogarla, se dio la vuelta y se marchó sin despedirse.
Llegó a casa cinco minutos después. Encontró a su hermana sentada en el sofá del salón, hablando por teléfono.
—Sí, claro. Gracias, Hil. Llamaré más tarde de nuevo.
Dahlia se puso de pie y miró a su hermana.
—¿Supiste lo de Theo?
—Está en el hospital. Apuñalado. Solo eso.
La mujer asintió y se sentó de nuevo.
—Según lo que me dice Hilary, fue espantoso lo que le hicieron, Mag. Parece que está estable. Perdió mucha sangre, pero creo que sobrevivirá, pero va a perder su… —Resopló con nerviosismo y la miró. Magnolia no lograba entenderla—. Lo apuñalaron muchas veces en la entrepierna, Mag. Dicen que fueron al menos cinco puñaladas. Y que los cortes fueron… No puedo ni decirlo, fue un acto salvaje, pero ninguna tocó la femoral. Eso es casi imposible con tantas heridas ahí. ¿Entiendes lo que significa eso?
Mag sacudió la cabeza.
—Fue un ataque calculado, Mag. Quien lo haya hecho, quería verlo sufrir sin llegar a matarlo. Quien lo hizo fue un sanguinario, que sabe hacer estas atrocidades.
—¿Quién lo hizo? —preguntó la chica, de pronto poco preocupada por el estado de Theo, pero muy interesada en oír qué sabían sobre el perpetrador.
—No lo saben aún. La policía está en el hospital haciendo preguntas, pero nadie sabe nada. Supongo que no lo sabrán hasta que Theo despierte. Dios, Mag. Sabía que anduvo en cosas de drogas, pero esto… Esto me da mucho miedo.
Ignorando la preocupación de Dahlia, y sin preguntar nada más, Mag se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras. Su hermana no la siguió.
Ya en la habitación, cerró la puerta de un tirón y se dejó caer bocabajo en la cama, se abrazó a la almohada y empezó a llorar en silencio.
No lloraba por Theo.
Lloraba por Cam y lo que había hecho.
***
Magnolia no supo cuándo se quedó dormida, pero cuando se despertó ya era de noche. Sentía que la cabeza iba a explotarle y seguía con las ganas de vomitar. Se levantó y al salir de la habitación, notó que la casa estaba vacía. No le sorprendió; asumió que Dahlia y Kyle debían estar en casa de los Paddock, o quizás habían viajado a la ciudad; no le importó; se dirigió al baño para darse una ducha. Volvería a dormir. Se dijo que dormiría lo que fuese suficiente para que al despertar alguien le dijese que todo estaba bien.
Cuando volvió a la habitación, se puso una camiseta y se estaba cepillando el cabello cuando alguien llamó a su puerta. El corazón se le desbocó, dejó caer el cepillo al suelo y empezó a respirar con agitación.
Porque entendió, con gran nerviosismo, que la puerta a la que habían llamado… era la del balcón.