No había lluvia.
No había truenos ni rayos.
No había lobos aullando a la distancia.
No había nada que diera lugar a un ambiente terrorífico, pero Mag estaba aterrorizada. Y, sin embargo, se acercó a la puerta y la abrió. La corpulenta e intimidante silueta de Cameron se mostró ante ella, dejándola sin aliento.
Estaba ahí. Ese hombre, que le había afirmado tantas veces ser una criatura peligrosa; ese que le había advertido en varias ocasiones que debía alejarse de él; el que su hermana y su cuñado le habían asegurado que era alguien de quien debía alejarse, y de quien ella misma ya temía que todas esas sentencias fuesen ciertas… estaba ahí en su puerta, y ella estaba sola en casa.
Lo dejó entrar, por supuesto. El buen juicio de Mag no fue lo que marcó esta historia.
Se hizo a un lado sin decir nada. Cameron ingresó en la habitación en silencio y con aire sombrío, y ella cerró la puerta en el mismo estado. El lugar era espacioso y estaba iluminado, pero Mag empezó a sentir claustrofobia estando a solo cuatro pasos del hombre cuando él se volteó y dejó caer al suelo la bolsa de tela que llevaba en la mano.
Se escuchó un sonido peculiar, un crujido amortiguado, nada cercano al chasquido metálico que hubiese esperado de un par de cuchillos o un arma, tal vez.
«Basta… Basta», se dijo Mag a sí misma, sintiéndose ridícula al ver que ahora pensaba en él como el criminal de alguna caricatura… Siempre armado, siempre tan evidente. Seguía siendo el mismo hombre con el que ella había estado pasando las noches, ¿no? Él jamás había hecho nada para intentar lastimarla, pero ahora estaba asustada.
—Hay un par de cosas de las que tenemos que hablar —dijo él sin mayores preámbulos, interrumpiendo sus pensamientos.
Ella no sabía qué decir; su vida se había vuelto un torbellino en tan solo veinticuatro horas. Acostarse con él, que la dejara tirada ahí como a una prostituta, el ataque a Theo y su presunta implicación en ese suceso. Era demasiado para poner en orden su cabeza, pero por suerte, él parecía dispuesto a tomar el mando de la conversación esa noche, y su primer movimiento fue llevarse la mano al bolsillo y sacar una pequeña caja blanca y acercarla a ella.
—Debes tomarte esto… Para estar seguros. —Mag agudizó la mirada, no porque no pudiera ver, sino porque quiso tener el poder de desintegrarlo en ese mismo instante.
Miraba lo que le ofrecía y no podía creerlo. No necesitaba leer el nombre de aquel fármaco, después de todo, no era la primera que tenía uno de esos en frente. Pensó en decirle que ya no tenía sentido tomarla, pero, en cambio, alzó su mano y tomó la caja. La abrió, sacó la única píldora en su interior, y sin dejar de mirarlo se la llevó a la boca.
Cameron la miraba con atención. Su respiración era errática. Odiaba estar ahí. Odiaba la forma en la que ella lo estaba mirando en ese momento, pero entonces las mejillas de Mag se hincharon y antes de que él tuviese tiempo de preguntar qué ocurría, ella escupió la píldora directo a su cara.
Enojado, él se limpió la mejilla y se inclinó hacia ella, casi mostrándole los dientes.
—¿No lo entiendes? Debemos asegurarnos de acabar con cualquier posibilidad de un embarazo. No quieres tener un hijo mío, créeme.
Ella, que ya no estaba paralizada por el miedo, y por el contrario, el cólera le estaba dando una gran energía para continuar, puso ambas manos sobre sus hombros y le empujó con fuerza, logrando que él diera dos pasos atrás, no porque fuese más fuerte, sino porque él no pretendía violentarla, por muy enojado que estuviese.
—Te creo. No quiero un bebé tuyo. Es un hecho. —Los gestos de Mag él los sintió como un siseo viperino. Su veneno de algún modo logró paralizarle y fue ella quien continuó—. De saber esto en la mañana. Hubiese colgado mis sábanas en el porche.
Cameron frunció el ceño, estaba confundido. Pero entonces ella hizo un teatral gesto de angustia.
—Aguarda. Exhibir las sábanas no era por la sangre del útero. ¿O sí? Era la sangre del himen. —Chasqueó la lengua y le miró con gesto torcido—. Bueno. Llegaste tarde para eso. —Sonrió con amargura y se encogió de hombros—. Me confundí. Pero descuida. No habrá bebé.
—¿Estás segura? —preguntó él entre dientes. La idea de haberla dejado embarazada no lo dejaba vivir en paz. Ella rio y alzó las manos con impaciencia.
—¿Quieres ver mis bragas?
—¿Crees que esto es un maldito juego? ¿Un chiste? —gruñó el hombre, que aún no podía sentirse del todo aliviado por la noticia, aunque ya sentía que podía respirar mejor al entenderla mejor.
—Esto no. El maldito chiste eres tú. —Hizo ademán de acercarse a golpearlo de nuevo, pero se contuvo—. Estás aquí dándome pastillas. Diciendo que no quieres un bebé. Luego de haber matado a un hombre. ¿Qué mierda te pasa? Eres un enfermo.
Mag lo miraba con intensidad, de pronto el miedo se había esfumado, y se sintió capaz de sacarlo de ahí bajo la furia de sus propios puños de ser necesario.
—Aclaremos un par de cosas… —Alzó un dedo y lo apuntó hacia ella—. Primero: yo no maté a nadie —dijo entre dientes, dando dos pasos más hacia ella, hasta casi pegar su rostro al suyo—. Segundo: esa escoria no es un hombre. Un hombre afronta las consecuencias de sus actos, y no llora ni se mea encima cuando alguien lo confronta al respecto. —Mag se estremeció al oír el odio en su voz, baja pero rabiosa, contra su rostro—. Y tercero: aclárame algo tú a mí, porque la idea lleva horas carcomiéndome la maldita cabeza… ¿Te sientes mal por él, Magnolia? ¿Eh? ¿Estás sufriendo por el pobre Theodor Paddock?
Un nuevo empujón logró liberar a Mag de su cercanía.
—Me importa una mierda. Si se muere o vive. No me importa. Pero lo que tú hiciste. Eso es una locura.
—¿Dices que no se lo merecía?
—No dije eso. Pero no se puede tomar la vida de alguien así.
—Pues yo creo que la justicia se debe tomar por nuestra cuenta cuando nadie más está dispuesto a hacer lo correcto. Dime… ¿Quién más intentó hacer algo para castigarlo por lo que te hizo?
—Esto no es lo correcto. Es un crimen. —Magnolia soltaba ligeros alaridos y chillidos junto a los movimientos de sus manos. Estaba realmente alterada.
—Bueno… ¿Qué quieres que te diga? —Sonrió cínico y se encogió de hombros—. Yo no recuerdo haberte mentido, ¿o sí? No recuerdo haberte dicho: "Ven. Hazte mi amiga, que yo soy un buen tipo". No, Mag. Te lo advertí... Cada vez. Te dije que soy peligroso y que no te convenía acercarte a mí. Si creíste que mentía… No es mi culpa. Pero algo que sí recuerdo muy bien, es que cuando me contaste la historia del tipo malo que abusó de ti, te dije que yo le hubiese matado de haberlo conocido… —Se tomó un segundo y sonrió otra vez, en esta ocasión con perversidad—. Y tú no dudaste ni dos segundos antes de darme su nombre, ¿por qué?
La pregunta quedó suspendida en el aire mientras Mag sentía que todo daba vueltas a su alrededor. Se apoyó de la vieja peinadora, intentando que el zumbido en sus oídos se callara, pero este solo disminuyó cuando Cameron volvió a hablar.
—Yo tengo una teoría. —Ella lo miró horrorizada… porque también tenía la suya, y temía que pudieran coincidir—. Al final siempre me creíste. Siempre supiste que yo era un criminal, pero no te importó. Y tan pronto tuviste la oportunidad de ver realizado tu deseo de venganza… la tomaste. —Se encogió de hombros—. Pero no te juzgo. Ese malnacido merecía un castigo. Y yo se lo di. ¿No estás feliz por eso?
Los labios de Mag temblaron. ¿Estaba él en lo cierto?
Sabía que la idea de que Theo y él fuesen amigos se le había hecho espantosa, y la noche que le contó su historia se sentía tan vulnerable que se dijo que solo quería desahogarse, que por eso le había contado todo, pero… ¿Cabía la posibilidad de que en realidad lo hubiese hecho pensando, esperando, que algo le pasara?
La idea de que pudiera ser tan calculadora sin darse cuenta le dolió. Justo en ese momento decía la verdad al asegurar que no le importaba si Theo moría, pero… ¿haberlo causado de algún modo? Jamás se había creído capaz de algo así, pero sabía que lo que decía él tenía sentido.
Cameron dio un paso más hacia ella, aun con aquella expresión ensombrecida.
—Lo encontré ayer en Port Angeles, en una fiesta. ¿Puedes creerlo? Se acercó a mí sin tener una mínima idea de lo que le pasaría, de lo que llevaba dos días planeando hacerle. Cuando me contaste la historia pensaba en molerlo a puñetazos y tirarlo en algún lugar del bosque, pero lo encontré ayer y yo estaba… de malas. Ahora que recuerdo… creo que sí te mentí en algo: él y yo no éramos amigos, pero sí trabajamos juntos algunas veces. Lo llevé afuera. No estábamos muy lejos de la fábrica de papel. Era de madrugada, sabía que no habría nadie ahí, así que lo llevé y le hice un par de preguntas… Pero no me gustaron sus respuestas.
—Lo apuñalaste —gesticuló ella, temblorosa, casi visualizando la escena.
—Luego de un rato lo apuñalé, sí. Una vez por cada año que pasó sin recibir castigo por lo que te hizo. Le di una retorcida a la navaja por cada vez que te grabó sin tu consentimiento. Y le hice un par de rebanadas en la v***a por cada año que se estuvo cogiendo a tu hermana. Mis métodos no serán muy civilizados, pero creo que entendió el mensaje.
Su susurro se oyó como el de un espectro aterrorizando en la oscuridad, helando la sangre de cualquiera que le escuchara.
Ella tembló al recordar las palabras de Dahlia esa tarde: "Cinco puñaladas". "Un acto salvaje"… "Quien lo hizo es un sanguinario". Fue en ese momento cuando supo, ya sin cabida a ninguna duda, que Cameron Tucker era un criminal, uno que no temía mancharse las manos de sangre. Y ella estaba sola en casa, encerrada en su habitación, con aquel hombre.
—Mi intención era dejarlo ahí tirado frente a la fábrica… —Siguió él, aprovechándose del estremecimiento de pavor de la mujer, queriendo traumarla aún más… levantando la última hilera del muro entre ellos—. Que se desangrara sobre las rocas del rompeolas. Para cuando algún obrero lo viera en la mañana, ya iba a estar muerto. Pero entonces… Le hice una última pregunta. —Cameron se inclinó para recoger la bolsa de tela que había llevado consigo—. Y luego decidí que esa perrita llorona quizás merecía vivir sabiendo que su diminuta v***a no va a volver a parársele en la vida, o sintiendo dolor cada vez que eso pase. Lo dejé sobre las rocas, sí, pero me aseguré de dejarlo en un sitio visible para los patrulleros de la base de la Guardia Costera—. Acercó la bolsa hacia ella—. Si vive o muere… Ya no dependerá de mí.
Magnolia, con manos temblorosas, tomó aquella especie de saco y sintió que desfallecía cuando sus manos captaron los dos objetos en el interior. Uno era inconfundible; supo lo que era antes de verlo.