32| De vuelta al inframundo

2293 Words
Eran poco menos de las dos de la mañana cuando Cam redujo la velocidad, permitiendo por fin que el motor descansara y el rugido feroz que le había acompañado todo el camino desde Neah Bay hasta Port Angeles se convirtiera en un murmullo bajo. Apagó por completo la motocicleta y se quedó inmóvil en medio de aquel estacionamiento, abriendo la boca una y otra vez, intentando aliviar la tensión en su mandíbula y el adormecimiento de las mejillas. No había usado casco y había viajado a gran velocidad; el viento había golpeado sin piedad su rostro hasta hacerle sentir que se resquebrajaría en cualquier momento. Una voz en su interior le dijo que había sido imprudente; pudo haber encontrado la muerte en una de las tantas curvas que tomó sin miramientos, pero luego otra voz le hizo callar, quizás era justo eso lo que quería… matarse. Él empezaba a temer que fuese la única forma de poder dejar de pensar en el desquiciante olor que parecía haberse quedado impregnado en su piel, la única forma en la que podría dejar de pensar en Magnolia moviéndose como una diosa sobre él. Resopló con frustración y bajó de la motocicleta. Se encontraba frente a "La caverna", uno de los lugares de encuentro para él y los suyos, el único en la ciudad luego de que el bar se hubiese convertido en cenizas. La noche era silenciosa, Port Angeles no era una ciudad con gran vida nocturna, o al menos así había sido hasta que ellos llegaron. La fachada de la casa, ubicada al final de un vecindario de mala muerte, era la de una vivienda grande pero ordinaria. Detalles gastados y ventanas viejas, cubiertas con pesadas cortinas para que no pudiera verse lo que se hacía adentro ni por el más curioso de los vecinos, aunque a estos el miedo les mantenía encerrados en sus casas. A simple vista no había nada que llamara la atención, pero, al cruzar el umbral, se entraba al inframundo. Abrió la puerta, que nunca tenía seguro, puesto que nadie más que ellos se atrevía a entrar. El lugar estaba pobremente iluminado; el aire estaba cargado de tanto humo de cigarrillos y drogas que era casi un suicidio permanecer en un solo sitio por mucho tiempo. En el salón principal estaban las prostitutas baratas, las desesperadas por algo de efectivo rápido, y los niñatos, los nuevos, entusiastas e inútiles reclutas, un grupo que parecía más interesado en descubrir entre qué par de piernas se hundirían esa noche que en su propósito dentro de Las Sombras. Cam siempre pensó que ese había sido el error de Stephen, aceptar a cualquiera, con tal de tener más cañones en sus filas. El bullicio era considerable ahí, insoportable para él. Subió las escaleras, esquivando a una pareja que se besuqueaba en el rellano y, ya en la segunda planta, caminó hasta el segundo salón al final del corredor. Mientras lo atravesaba, podía oír los gemidos descarados de las mujeres que acompañaban a los miembros de mayor rango. Los sonidos descarados de los diferentes encuentros sexuales que estaban teniendo lugar en todas las habitaciones de ese piso, le recordaron a Cam que él pudiese estar en ese momento teniendo un segundo encuentro, intenso y extenuante, quizás en una cama esta vez… en silencio. Hubo algo en ese último pensamiento que le hizo querer devolverse al instante, aún insatisfecho de todo cuanto quería obtener de ella; pero al mismo tiempo, fue la razón de quedarse ahí y seguir avanzando. Entró al salón y ahí encontró a un grupo más reducido. Marcus y John jugaban cartas en la mesa bajo el televisor. Anne, Kim y Pia, tres de las cuatro "putas mayores" como se hacían llamar ellas mismas, estaban echadas en el gran sofá viendo alguna película que él no pudo reconocer. Estaban cubiertas por una misma manta; él solo veía hombros y piernas descubiertas, pero sabía que estaban desnudas. Solo le bastó mirar los rasguños aún frescos, casi sangrantes, en el pecho de Bruce para imaginarse la orgía que se habían montado ahí. Por más que intentó contener el pensamiento, no lo logró; visualizó a Mag como una de las mujeres de ese salón y se le revolvió el estómago. Se pegaría un tiro antes de acceder a que otro la mirara, mucho menos que la tocara. —Vaya, vaya… Pero miren lo que trajo el gato —dijo Bruce, desparramado en la banqueta junto al pequeño bar de la esquina. —Necesito un maldito trago —gruñó él al llegar a la barra. —Sírvete. Tomó la botella de líquido amarillento que le ofrecía su amigo y bebió un gran sorbo, tosiendo al final y estampando la botella con violencia contra el suelo. —¿Desde cuándo beben gasolina de avión aquí? —Desde que Charlie decidió incendiar el bar —respondió Bruce en tono burlón. —Pues cuando lo vea, lo colgaré de las bolas —gruñó Cam una vez más, empezando a tantear entre la barra, buscando algo decente que beber. —Descuida. Ya no hay ningún Charlie por aquí. El tono lúgubre de su amigo indicaba que el acontecimiento le había sentado tan mal como le estaba sentando al mismo Cam que, aunque no mantenía una estrecha relación con Charlie, siempre prefería tomar cualquier medida que no incluyera incrustarle una bala en el cráneo a nadie, mucho menos a uno de los suyos. Pero Bruce y él no podían las reglas, solo las seguían. —¿Puedo saber por qué nos honras con tu encantadora visita? —preguntó Bruce, al notar el desespero de Cam por encontrar más alcohol. —Necesitaba salir de ese maldito pueblo. —Creí que estabas bastante cómodo con tu pocilga en el bosque, cortando leña y lavando la ropa en el río. —Cam ya había encontrado lo que buscaba, y bebía de la botella como si fuese agua fresca. —Pues ahora quiero salirme de ahí. ¿Dónde está Stephen? —En Nueva York. —Maldita sea. —De cualquier forma, hablar con él no te servirá de nada. —¿Por qué? —Frunció el ceño al captar el tono en la voz de su compañero. —¡Cameron! —El hombre puso los ojos en blanco al reconocer la voz—. Olvídense de mí, chicas, estaré ocupada el resto de la noche —dijo una mujer de pantalones negros ajustados y camiseta blanca debajo de la cual no tenía brasier. —Keyla… —murmuró él cuando la mujer se acercó, antes de que le diera un beso lascivo. La mujer sabía a menta. Era una de las pocas ahí cuyo aliento no olía a cerveza y drogas. Él apreciaba eso, y lo había hecho motivo suficiente para convertirla en su elección indiscutible cuando estaba ahí y quería un poco de placer. Tenía pechos grandes, era fuerte, nada que ver con la contextura delgaducha de muchas ahí, y tenía un buen trasero. Su cabello, una melena densa y voluminosa de rizos cafés, siempre le había gustado; las teces oscuras como la suya no abundaban por aquellas zonas del país. Era una mujer hermosa y sexi; en cualquier otra ocasión no hubiese dudado en llevarla a una de las habitaciones del corredor y tomarla de todas las formas posibles. Por un segundo incluso lo dudó. Estaba frustrado y su cuerpo aún tenía mucha energía para liberar. Pero un olor almizclado y ligeramente terroso inundó sus fosas nasales; era su perfume, y aunque no era un olor desagradable… lo odió. Se alejó de ella, diciéndose que la rechazaba porque no estaba de humor y no porque no oliera a flores. —Te extrañé, encanto —murmuró ella, abrazándose a él, pero Cam se apartó. —Estoy en medio de algo, Keyla. —Pero si no vienes hace mucho. Este lugar está lleno de trogloditas cuando no estás. ¿Por qué no vamos a… —Dije que estoy en medio de algo. Vete —gruñó Cameron, dejando a la mujer boquiabierta. Keyla se dio media vuelta y se marchó, no sin antes murmurar un par de insultos que él oyó, pero decidió ignorar. —¿Y a ti qué mierda te pasa? Bien sabes que ese coño no se lo entrega a cualquiera. ¿Por qué la rechazas? —preguntó Bruce, pero Cameron sacudió la cabeza y le apuntó con el dedo. —¿A qué te refieres con que no servirá hablar con Stephen? —Ah, eso. ¿A qué más me voy a referir, hombre? Ya te dije que Charlie ya no existe. La policía aquí está merodeando demasiado. Bruce lo miró con las cejas arqueadas, como si la respuesta fuese bastante obvia. Y sí que lo era, Cameron solo tuvo que pensarlo por tres segundos para entenderlo. Charlie era uno de los encargados de los envíos ahí, y si Port Angeles tenía problemas para hacer su parte del trabajo de momento, eso solo podía traducirse a que él tendría mucha más carga que atender en Neah Bay. —Maldita sea. Nunca voy a poder salir de ese maldito pueblo. —Cam dio otro largo trago a la botella. —¿Pero qué es lo que pasa? La última vez que te vi dijiste que estabas bien allá, que podías solo con el trabajo. Que era un pueblo lleno de tontos que no se daban cuenta de nada, y que eras la atracción más exótica para las turistas deseosas de sexo sin compromiso. ¿Por qué quieres huir del paraíso ahora? Cam no dijo nada, se limitó a beber y a tratar de encontrar una solución a su problema. Pero su amigo le conocía bastante bien, mejor que nadie más ahí, y para su mala fortuna, adivinó con facilidad sus motivaciones… o casi. Lo miró en silencio mientras Bruce soltaba una sonora carcajada. —Oh, Cam… No me digas que una de esas pueblerinas se enamoró de ti —dijo con sorna, poniéndole una mano sobre el hombro—. ¿Te la cogiste, cierto? Por eso quieres huir. —Otra risa, aunque Cameron no confirmó nada—. ¿Te quieren obligar a casarte con ella? ¿Es eso? ¿Esa gente de pueblo hace esas cosas, no? Te obligan a casarte cuando deshonras a una de sus mujeres. —La gente de ese maldito pueblo no hace nada cuando deshonran a una de sus mujeres —gruñó por lo bajo, dejando la botella y encendiendo un cigarrillo. —¿Qué? —Bruce se mostró confundido por el comentario. Cam sacudió la cabeza y le apuntó con el dedo. —Cierra la boca. —Su rugido dejó a su amigo aún más confundido, porque aquella orden nada tenía que ver con la burla que le estaba haciendo Bruce en ese momento, no; él estaba pidiendo que jamás volviera a hablar sobre el tema. Hacerlo tendría implicaciones. —Vamos… No me digas que te enamoraste de alguna pueblerina, Cameron. —En el tono del hombre ya no había burla, era una implicación seria y ambos lo sabían. —No digas tonterías. Es solo un contratiempo, y tan pronto pueda irme de ese maldito pueblo, lo dejaré atrás. Tú solo mantén la boca cerrada. —Vamos, sabes que yo jamás te delataría. —Se defendió Bruce con gesto ofendido, pero luego su semblante se marcó de preocupación—. Pero espero que de verdad lo resuelvas, porque si no… —Te dije que no pasa nada —ladró Cam, dejándole claro que no estaba dispuesto a continuar con el tema. Bruce asintió y miró unos segundos hacia la pantalla del televisor, mientras Cameron miraba otra vez a las tres mujeres del sofá, y pensó que mientras él respirara, Magnolia jamás conocería aquel lugar, y ese lugar jamás sabría de ella. Cameron bebió lo que quedaba en la botella, pero descubrió que el alcohol no servía para mitigar lo que sentía, aunque no tenía idea de cómo definir qué era lo que sentía en realidad. Había preocupación, eso era seguro. Sabía que Mag ya no iba a estar a salvo con él en el pueblo… porque sabía que tarde o temprano terminaría cayendo de nuevo, porque también había deseo. Tenerla había sido una sensación embriagadora; pero sobre todo, estaba enojado. Le irritaba haber sido débil en su determinación. Le enfurecía no poder tomar sus cosas y simplemente marcharse. Sentirse maniatado era algo que le enervaba la sangre, y mientras más lo pensaba, peor iba su humor. —Pero dime algo, Cam —siguió Bruce, sin llegar a saber lo que desataría—. ¿Qué vas a hacer con el niñato del pueblo? ¿No te ha visto con… ella? ¿No crees que vaya a hablar? A mí me parece un tipo ambicioso. Quizás quiera subir algunos peldaños compartiendo información. Cameron no dijo nada, pero su pecho empezó a rugir. Hacía dos días que no veía al hombre, pero sí que lo había tenido en su mente. Claro que hablaría, era un cobarde sin ningún código de honor. De pronto, un odio monstruoso rugió en su interior. Alguien una vez dijo que la fatalidad nos hacía invisibles, y eso es cierto… dependiendo de cuál sea tu lugar en la balanza, porque para aquellos que trabajan para La Muerte, la fatalidad te hace brillar como una bengala en la oscuridad, y te deja ahí, aunque no por mucho, esperando que uno de ellos te encuentre, te quiebre y te apague para siempre. Como si hubiese sido invocado, el hombre del que hablaba Bruce entró al salón en ese momento… Él era una bengala. Y Cameron, con toda la furia y la frustración acumulada en su interior esa noche, se convirtió en la mismísima Muerte al verlo.
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