26| Sesión dos

2381 Words
El lunes por la tarde, Mag entró a la casa y subió a su habitación, dejó todo en la cama y empezó a desvestirse. Había pasado todo el día esperando el momento de poder darse una ducha. Había sido un día de extenuante limpieza en la tienda; había pasado horas en el pequeño depósito, respirando polvo y luchando contra las arañas. Aún tenía que continuar con el encargo de Kyle, algo que le estaba costando más de lo que hubiese esperado. Ante aquel boceto, la existencia de su hermana le parecía más nefasta que nunca. La idea de que un hombre tan dulce y noble como Kyle amara a un ser tan vil como Dahlia se le hacía inconcebible, pero al mismo tiempo se decía que las bajezas de la mujer en el pasado no tenían nada que ver con su relación con él. Juntos parecían llevarse bien, parecía quererlo incluso. Ante aquel pensamiento, Mag no supo decir si la suya era un alma realmente noble, o una idiota sin remedio; como fuese, ella terminaría el dibujo antes de marcharse. Un par de horas después, decidió que había sido suficiente. Bajó a prepararse una cena rápida y se dio una nueva ducha. Se acercaba el momento de verse con Cam. Pero un rato después, pasaban las nueve y media y él seguía sin aparecer. De pronto le invadió una desazón indescriptible al recordar que él le había asegurado que no iría; que hubiese estado hablando en serio se le hizo decepcionante; luego de los días que había tenido, se había enfocado en él, sabiendo que solo esas horas, bajo su retreta de preguntas… bajo su mirada, aliviarían su estrés. Estuvo apoyada en el barandal hasta las diez y cuando estaba a punto de darse por vencida, lo vio aparecer tras el invernadero de su madre. Él sonrió con la boca torcida al verla cruzarse de brazos mientras él se acercaba, tratando de no pensar demasiado en que gran parte de su mal humor se esfumó al verla. Caminó hasta la celosía y subió como había hecho la noche anterior. Cuando estuvo en el balcón, ella seguía mirándolo. —¿Qué? —preguntó él fingiendo inocencia, aunque el enojo de la chica se le hizo divertido. —Llegas tarde. —Lo sé, pero estaba ocupado. Tengo que ganarme la vida; no puedo depender de ti y tus tramposas mañas. A estas alturas ni siquiera sé si vas a pagarme realmente —respondió él en un susurro. Mag apretó los labios; él estaba bromeando, pero justo en ese instante y con el motorizado desconocido que había visto el sábado en la ciudad rondándole la cabeza aún, cayó en cuenta de que no sabía qué hacía Cameron Tucker para ganarse la vida. La intriga empezó a parecerle insoportable de llevar. —¿En qué trabajas? —Trabajo para el Gobierno. Una nueva propuesta para alentar el turismo en las zonas menos conocidas. —Mag lo miró con el ceño fruncido, entonces él se inclinó hacia ella para susurrar en tono más bajo—. Putas y gigolós. Los turistas pagan dinerales por una buena cogida. Se contemplaron en silencio por un minuto. En otras circunstancias, aquella plática habría sido mejor recibida; habría dado pie a un par de insultos ingeniosos y algún debate divertido, pero el humor no fluye entre dos personas con las cabezas en llamas por la ira. —Quítate la ropa. No hagas ruido. Kyle llegará pronto. —Comunicó Mag antes de darse la vuelta y alejarse hacia el caballete. Cam, que también había tenido un día complicado y una noche prácticamente imposible, que recién había logrado volver del mirador, luego de tener que deshacerse de los paquetes improvisados que le había enviado Steven a la luz del día, necesitaba reír un poco; necesitaba algo que le hiciera olvidarse de todo. Sí, por un segundo había pensado en buscar una mujer hermosa con la que desahogarse, pero luego tuvo que admitir que solo en aquel jodido balcón encontraría la distracción que necesitaba, aunque ya no estaba tan seguro de eso. —Te ves cansada —dijo mientras se quitaba la camisa. Tomó nota de que llevaba un hoodie rosado como el de aquella noche cuando fueron al mirador; no hacía tanto frío como para llevarlo. Se preguntó si estaría enferma. —Tuve un fin de semana difícil. Él siguió desvistiéndose. Mientras lo hacía, la miraba; ella lo estaba ignorando a diferencia de la primera noche; preparaba sus instrumentos con brusquedad. Se preguntó qué pudo afectarle tanto. Torció el gesto, se dio cuenta de que, de cierto modo, él y Mag eran amigos. Tenían una relación extrañamente íntima, pero al mismo tiempo no sabían nada el uno del otro. No tener ni siquiera una pequeña pista de lo que ocurría le molestó. Cuando estuvo desnudo por completo, se acercó al sofá, pero ella alzó una mano y tocó su torso. Él pensó que jamás había sido sometido por un táser, pero se imaginó que el efecto sería el mismo. Fue apenas un roce hacia un costado de su torso, apenas una caricia en sus costillas, pero lo tomó tan de sorpresa que estuvo a punto de tumbarlo al suelo. Sin embargo, el contacto duró muy poco; ella solo quería detenerlo, para poder acercarse primero al sofá, donde empezó a reacomodar los cojines, poniéndolos todos hacia un lado. —Hoy quiero que te acuestes. —De acuerdo. —Toma una flor —gesticuló antes de empezar a agrupar un lote de hojas que había en su banqueta. Él frunció el ceño. —¿Qué dices? —Quiero una flor en tu mano. Toma una. —Señaló hacia las macetas. —Pero yo no sé nada de flores —argumentó él cuando ella se disponía a recoger las hojas. —Eso no importa. Solo toma una. No le gustó su aura de exasperación, pero ya había quedado claro que esta sesión no iba a ser tan agradable como la anterior. Magnolia desapareció en la habitación, y él quedó desnudo en medio del balcón, contemplando la gran variedad de flores que lo rodeaban. Cameron, que apenas si podía diferenciar una rosa de un girasol, no supo por qué, pero sintió aquello como una especie de prueba, ¿por qué no le había entregado ella misma la flor que quería? Pensando en lo extraño de aquella solicitud, caminó hasta el extremo izquierdo y entonces reparó en el árbol junto a la celosía, ese cuyas ramas siempre se azotaban contra su cara. Se acercó y arrancó una de sus flores; era grande y de pétalos amplios y un poco alargados; tenía un tono magenta intenso hacia el centro que se iba suavizando hacia los extremos; no parecía ser el tipo de flor que se ponía en un ramo, pero ciertamente era hermosa, y el olor que desprendía era simplemente maravilloso y había algo familiar en él, aunque no supo explicar qué. Oyó los pasos de Mag y se giró para mirarla. Ella se quedó inmóvil al verlo, él alzó un poco la flor en su mano, como indicando que esa era la elegida, y entonces ella sonrió, sacudió la cabeza con suavidad y señaló hacia el sofá. —¿Qué? ¿Qué ocurre? —preguntó al notar el ligero rubor sobre sus mejillas. Mag se tomó un segundo, dudando si él jugaba con ella, pero luego empezó a mover sus manos para responder. —¿Sabes qué flor es? —No. —Es una magnolia. Cameron miró la flor una vez más y no pudo evitar reír por lo bajo y se rascó la barbilla. Había algo vergonzoso aunque no desagradable en se reacción. Se sintió como si hubiese sido atrapado haciendo alguna travesura, y se preguntó por qué de pronto el universo parecía tan empeñado en ligarlo a esa mujer de todas las formas posibles. Mag, por su parte, se sentía incrédula por el hecho de que él hubiese decidido arrancar justo aquella flor teniendo tantas opciones. Pensó en ese magnolio que año tras año desafiaba a la naturaleza. En el pasado, su padre le contaba historias sobre el gran esfuerzo que había hecho su madre para que este sobreviviera a las nevadas en la península durante los primeros años. Le hablaba sobre cómo pudo haberse llamado Begonia o Lily, hubiese sido más sencillo, pero Ivy había decidido que sería Magnolia y que haría todo para que ese árbol sobreviviera y floreciera. Así como unos años antes, lo habían hecho sus dalias. A ella la idea de llamarse Begonia le hacía querer vomitar, incluso ahora, pero él siempre le había dicho que ese árbol representaba su alma. Un ser fuerte, poco dispuesto a perecer pese a las adversidades del entorno. Su padre siempre fue amable con ella, y decía cualquier cosa con tal de levantar el ánimo de su hija, pero ella tomaba el cuidado de aquel árbol, quizás el más grande gesto de amor que había tenido su madre hacia ella… probablemente el único. —Esa es una interesante coincidencia —murmuró Cam, a quien por primera vez se le vio incómodo. Lo que era indiscutible, pese a la incomodidad y la vergüenza que pudo haber causado su elección, era que esta había encendido la hoguera una vez más. El ambiente en el balcón, entre ellos, ardía como lo había hecho la última vez. —Acuéstate —ordenó ella y él obedeció. Ella, una vez más con una naturalidad que le dejó desconcertado, tocó una de sus rodillas y haciendo presión le indicó que la flexionara, hizo lo mismo con el brazo de ese mismo lado, colocándoselo detrás de la cabeza. Él la miraba en silencio con los labios tensos; ella estaba prácticamente sobre él, dejando su rostro en sombras, y Cam apretó el puño alrededor del tallo de la flor en su mano. El deseo de tocarla era poderoso. Tenía sus piernas casi a la altura de su rostro y necesitaba saber si su piel era tan suave como aparentaba. Sintió tanta envidia por aquellas hilachas colgando del dobladillo del pantalón, que se balanceaban y acariciaban su piel, que se sintió un tonto. Ella actuaba con diligencia mecánica, mientras que él se veía obligado a repasar, quizás por primera vez en años, las tablas de multiplicar, rogando que las matemáticas apagaran el incendio que iniciaba en él. Mag, por su parte, disimuladamente tomaba nota del tatuaje en el pectoral izquierdo del hombre. Una calavera con alambre de púas enrollándose en torno a su boca. No era una imagen agradable, y tampoco era el mejor trabajo que tenía sobre su piel, pero era el mismo que tenía el hombre armado en Port Angeles, ya no le quedaban dudas. Terminó de arreglar su cabello y dirigió su atención a la flor, sujeta firmemente por los dedos de Cameron, cuyo vientre se contrajo cuando ella lo tocó, pero él no dijo nada, relajó el brazo y dejó que ella lo guiara. Le hizo estirar el brazo por completo, sosteniendo el trozo de tallo, pero dejando que la flor reposara sobre la pierna que aún descansaba estirada sobre el sofá, cubriendo así, aunque no en su totalidad, parte de su pene. —¿Sabes? Cuando me pediste que posara desnudo, lo hiciste con tanta altanería que no imaginé que ibas a cubrirme la v***a con flores al final —dijo al entender lo que ella hacía. «Mucho menos con una que lleva tu nombre», agregó para sí mientras la veía volverse a la banqueta, tomando nota ahora de la vista posterior de sus muslos. Cam sabía muy poco sobre el vitíligo; desconocía el significado de términos como "vitíligo no segmentario", lo común que era y el cómo la despigmentación de la piel se producía de forma casi simétrica en ambos lados del cuerpo, pero para él la armonía y casi perfecta proporción de las zonas blanquecinas en aquellas piernas delgadas, y lo sugerente que se sentía verlas desaparecer bajo el jean, se le hizo nada menos que exquisito, casi artístico. Se vio obligado entonces a hacer divisiones de centenas ante los pensamientos que esa imagen despertó en él. Cuando Mag tomó asiento y lo miró, había un burlón reproche en su mirada. Por un segundo temió verse delatado. —Quiero hacer arte. No porno. Tengo ojo artístico. No ojo morboso. Él sonrió cuando ella lo hizo, aunque en el fondo se preguntó si de verdad no lo veía con algo de morbo. Era humana, y él era un hombre en forma y sin nada que cubriera su hombría. Tenía que creer que mentía; pensar que no le hacía vacilar ni un segundo lastimaba su orgullo. —Creí que me habías contratado porque soy jodidamente sexi —murmuró entornando los ojos. Ella sonrió, pero se mantuvieron en silencio al escuchar la puerta abrirse; Kyle había llegado. Mag miró a Cameron cuando los sonidos disminuyeron. —Eres sexi. Sí. Pero en mi trabajo. Sugerente es mejor que explícito. Dicho esto, ella desvió la mirada hacia sus instrumentos. Él pensó en eso y, considerando que ella llevaba una sudadera y unos shorts ordinarios, apenas un poco más cortos de lo normal, y aun así él estaba teniendo fantasías con ella, comprendió que tenía razón… No necesitaba verla desnuda para apreciar su perfección. —Sé que pintaste a una chica desnuda una vez, pero eres una persona muy confianzuda en esto para ser tan joven —murmuró desviando su mirada hacia la flor. Pensó en lo confiada que estaba ante un hombre al que apenas conocía, y entonces, como el más venenoso de los pensamientos, se preguntó cuánto más lo sería con alguien con quien tuviera más intimidad, y con la bilis gorgoteando en su garganta, no pudo evitar preguntar: —¿Tienes algún novio esperándote en Portland? Alguien al que estés privando de tu encantadora presencia y, quizás, quiera matarme si se entera de esto —acompañó su pregunta con un tono sarcástico que intentaba cubrir su amargura. Ella rio por lo bajo y se limitó a sacudir la cabeza mientras empezaba con sus trazos. Para él, que Mag actuara como si hubiese dicho algo absurdo, le intrigó y, llegado a ese punto, ya no hubo marcha atrás. Ya nada hubiese podido contener lo que venía a continuación.
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