Un sonido gutural y agonizante escapó de la garganta de Cameron cuando los dedos de Mag se cerraron en torno a su m*****o, tenso y expectante. Su respiración se agitaba segundo a segundo, aunque los movimientos de la chica no eran más que suaves oscilaciones, tanteos provocativos; para ella había pasado mucho tiempo desde que había tocado a un hombre, y lo cierto era que jamás había tenido la libertad de hacerlo bajo sus propias condiciones, como lo estaba haciendo aquella noche.
Sus dedos apenas si alcanzaban a rozarse al envolverlo, y la piel tersa y cálida se sentía bien bajo sus manos. Sonrió; el pecho de Cameron se agitaba más con cada segundo que pasaba, y un ligero temblor le recorría el cuerpo cada vez que ella deslizaba sus manos hacia la punta de su erección sin llegar a alcanzarla del todo. Sus labios estaban secos y su propia respiración era errática. Aún podía oír las voces en el piso de abajo, pero ya era incapaz de descifrar qué decían, sus oídos solo captaban los jadeos del hombre junto a ella, parecían haberse vuelto lo único que importaba; su cabeza lo único que podía visualizar eran todas las formas en las que podía arrancarle más suspiros.
Cuando su puño se cerró con más fuerza, se deslizó lentamente hacia el extremo y su pulgar alcanzó a rozar la piel suave, tersa y en extremo sensible del glande, escuchó un nuevo gruñido y al instante tuvo los dedos del hombre bajo su barbilla, obligándola a levantar la cabeza.
La oscuridad los envolvía por completo, pero no impidió que ella pudiera ver su rostro, aquellos labios finos y entreabiertos, sus ojos fieros y tan oscuros como la misma noche. Sus cejas formaban casi una línea continua, pero no estaba enojado.
No, no era ira lo que se reflejaba en su rostro, y fue por eso que cuando él hizo su petición, ella solo pudo sonreír.
—Basta —dijo Cam apenas en un jadeo trémulo. Era una advertencia, no había cómo dudarlo. Pero ella sabía, incluso aunque él aún guardaba una moribunda esperanza al respecto, que la situación ya no podía controlarse.
Con aire desafiante, y sintiéndose exquisitamente poderosa en una situación tan íntima por primera vez en su vida, Magnolia soltó el agarre de su mano unos segundos para acercarla a su boca y, sin romper la conexión de sus miradas, lamió con provocativa lentitud su pulgar. Cameron observó la escena como quien se encuentra bajo el efecto de la inercia de un auto que no pudo frenar a tiempo, y que ve con resignación, porque sabe que no hay nada que pueda hacer para evitarlo, cómo empieza a caer por el precipicio. Sabía lo que iba a hacer, y no podía evitarlo, porque en el fondo no quería hacerlo.
Él había tenido nobles intenciones pese a todos sus malos pensamientos; había intentado mantenerse al margen, pero cuando sintió una vez más el roce de sus dedos, esta vez acompañados por aquella ligeramente fría y resbaladiza sensación atormentándole en el punto más sensible de su cuerpo, tocó el fondo del precipicio y su vida, como la conocía antes, llegó a su fin. Soltó una maldición entre dientes y apoyó su mano contra el pilar del balcón para no desplomarse mientras Magnolia, la dueña de sus sueños, hacía realidad uno de sus deseos.
Mag sonrió al sentir la madera y las hojas rozando su espalda, y amó verse acorralada por el cuerpo de Cameron que parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse en silencio, y ella, como si quisiese ponerlo a prueba, empezando a sentirse embriagada por el poder que estaba rozando esa noche, se inclinó hacia adelante y dejó que su boca besara, lamiera y mordiera la piel ardiente del pecho y el cuello del hombre.
Él la tenía acorralada, pero ella tenía el poder.
Podía sentir su piel hormigueando, sus pechos hinchándose, deseosos de atención; y sentía, sobre todo, la creciente humedad entre sus piernas, que parecía estar ligada, por primera vez en su vida, a los jadeos y maldiciones que escapaban de la boca del hombre junto a ella.
Los movimientos de sus manos eran rápidos y fuertes. Cuando dejó que su lengua se deslizara ascendente por el cuello, su boca alcanzó la barbilla de Cam, y pudo ver más de cerca las llamas que ardían en los ojos ambarinos, y estuvo frente a la más simple pero arrolladora de las verdades: Cameron Tucker la deseaba.
No era un hombre ebrio, respondiendo a caricias mecánicas, no. Tampoco era un depravado primerizo intentando aprovecharse de su vulnerabilidad para poner en práctica deseos que ninguna otra mujer le hubiese aceptado. No, él la deseaba.
Conocía su vergonzoso pasado, pero la deseaba.
Había presenciado sus momentos de vulnerabilidad, pero la deseaba.
A diario le exasperaba, pero aun así la deseaba.
Ninguna otra sentencia pudo haber sido tan arrolladora para ella.
Dejó que sus labios formaran una ligera sonrisa llena de picardía y entonces le soltó, puso sus manos sobre el pecho del hombre y, paso a paso, procurando no emitir un solo sonido que pudiera alertar a Dahlia y a Kyle, le hizo avanzar de espalda hasta que sus piernas dieron contra el sofá. Él se dejó caer lentamente. Ahí los rayos plateados eran más débiles; no vio cuando él se inclinó hacia ella, pero se estremeció cuando sintió aquel par de manos ásperas y cálidas recorrerle el contorno de las piernas con ansias pero con lentitud. Sentirlas bajo el vestido, ahuecando su trasero; apretándola y obligándole a dar un último paso hacia adelante, hasta que pudo sentir en el vientre la respiración ardiente de Cam, casi le hizo gemir, pero se contuvo.
Ella hundió los dedos en el cabello rebelde del hombre y mordió sus labios para no gritar cuando él coló una de sus manos bajo su braga, rozando su húmedo y palpitante clítoris. Sus rodillas flaquearon ante la poderosa sensación; él tuvo que sostenerla envolviéndola con un brazo, pero no pudo evitar que siguiera temblando.
Ella estuvo ahí no supo cuánto tiempo, temblando de pies a cabeza, con el cabello de Cameron entre sus dedos, mientras él se abrazaba a ella y su aliento acariciaba su vientre a través del vestido, mientras sus dedos expertos y demandantes le atormentaban de la forma más deliciosa que había experimentado jamás.
Su labio empezaba a doler por la fuerza con la que se estaba mordiendo, y podía sentir cómo perdía el control; él, que había notado su deleite cuando la balanza estaba invertida, parecía demostrarle que ella también era débil… que él también podía hacerla añicos si quería.
Mag no lo dudaba, en absoluto, pero no estaba dispuesta a ceder esa noche. Haciendo un despliegue de fuerza y autocontrol admirables, se alejó de él. Cameron gruñó, no le gustó la separación, pero ella terminó de deshacerse de la braga que ya él había deslizado hasta sus rodillas y luego, poniendo una mano sobre su hombro, le obligó a reclinarse contra el espaldar. Él volvió a obedecer en silencio, a ella se le hizo un tanto graciosa la facilidad con la que pasaba de dominante a sumiso en tan solo un segundo.
Se subió al sofá, con ambas piernas a cada lado del regazo de Cam, y él la observó en silencio, completamente absorto, mientras ella acomodaba su m*****o entre sus piernas y, sin darle oportunidad de tomar aire, se deslizó por toda su longitud muy despacio, una sensación tortuosa para ambos. Cameron hundió sus dedos contra los muslos de Mag cuando estuvo por completo en su interior; ninguno de sus sueños se acercó tan siquiera a la experiencia vehemente que era estar dentro de aquella mujer. Podía oír la conversación que tenía lugar en el piso de abajo, pero eran sonidos ajenos para él, como de otra realidad, una totalmente diferente a la que vivían ellos en ese momento.
Cuando Mag empezó a moverse, el mundo empezó a desvanecerse y solo quedó el calor de su aliento rozando su mejilla y ese flujo eléctrico que recorría su cuerpo con cada movimiento.
No se besaron, quizás porque ambos fueron conscientes de que el precario control que aún tenían sobre la situación se derrumbaría si sus bocas se unían de esa forma; en cambio, él mordisqueó la línea de su mandíbula y lamió su delicado cuello sin reservas, haciéndole retorcer contra él.
Ella, aunque presa de la lujuria, pero aún preocupada por ser descubiertos, se movía de forma calculada. Cam hubiese querido ponerla de espaldas contra los cojines, sostener sus manos sobre su cabeza y penetrarla con furia hasta saciarse, pero la situación no lo permitía; eso habría sido demasiado ruidoso, y él sabía que le arrancaría la cabeza a quien fuese que le obligara a separarse de ella.
Puso una de sus manos en la cadera de Mag y el otro brazo lo envolvió en torno a su cintura, mientras ella seguía rozándose y meneándose contra él. No podían hacer mucho más. Cualquier otro movimiento rompería con demasiada violencia la clandestinidad que los arropaba. Él no recordaba cuándo había sido la última vez que había estado con una mujer de aquella forma; aunque supo que probablemente eso jamás había ocurrido. Ir lento no era lo suyo. Le gustaba la intensidad y el abandono del sexo salvaje, y más que nada, le gustaba dominar la situación, pero de algún modo, ella estaba logrando que el roce de sus cuerpos, aderezado con la calidez y humedad que parecía aumentar en su interior con la fricción, fuese la experiencia más intensa que había vivido en años. El vaivén de sus caderas era furioso, enloquecedor, y le estaba robando por completo la respiración.
La sostuvo con más fuerza contra sí y acercó su boca a su pecho, mordisqueando sus pezones por encima de la tela del vestido. Ella arqueó la espalda y por un momento sus movimientos perdieron el ritmo. Cameron lamentó no haberla desnudado por completo y lamentó también no poder verla a sus anchas. Continuó su tortura, maravillándose en cómo esto intensificaba el ímpetu de Mag.
El esfuerzo inhumano que hacían para mantenerse en silencio bajo el arrebato apasionado que estaban viviendo pareció verse recompensado cuando escucharon la puerta del jardín cerrarse. Se miraron a los ojos, él aún con las manos en la cadera de la chica; ella con una mano en la pared y sin dejar de moverse, aunque ahora con suavidad. Cuando el ruido de los pasos en el corredor menguó y otra puerta volvió a escucharse, esta vez la de la habitación continua, el infierno volvió a arder entre ellos, esta vez mucho más violento y descontrolado.
Cameron la sostuvo y se dejó caer contra el espaldar.
Mag, hundiendo sus uñas en el pecho masculino, empezó a moverse con furia.
Su unión ahora se oía, inconfundible, a través de la oscuridad.
Sus jadeos ya no pasaban desapercibidos... No intentaban que lo fuesen.
Cam tiró del tenso escote del vestido y dejó al descubierto los pechos de la mujer. Acunó ambos con sus manos, y con caricias mañosas la torturó. Quería hacerle gemir.
Ella puso una mano sobre el cuello de Cam y este, dejando caer la cabeza hacia atrás, rindiéndose, sonrió.
Nunca se imaginó que estar a merced de una mujer pudiera sentirse tan bien, pero sobre todo, jamás llegaría a saber lo importante que fue para ella que le dejara tomar el control. Nunca nada alimentó tanto su confianza como esa silenciosa sumisión que él le regaló esa noche.
Él gruñó y jadeó, cuando ella gimió, el sonido más maravilloso que había escuchado. La miró estremecerse y arquear la espalda hacia atrás al ser atravesada por el orgasmo. Él sostuvo fuerte sus caderas y alzó las suyas para llegar más profundo, para hacer la experiencia más intensa. Viéndola supo que estaba perdido. Estaba intoxicado de deseo por esa mujer. Sintió cómo ella se tensaba a su alrededor y él mismo empezó a temblar en medio del clímax.
Apenas si tuvo tiempo de alejarla antes de que su semen se derramara sobre ambos vientres. Jadeaba sin control; sacudió la cabeza intentando pensar si de verdad le había dado tiempo y se maldijo, porque solo entonces notó que no usó preservativo. La idiotez más grande que podía cometer un hombre como él.
Ella se deslizó hacia un lado y se desplomó sobre el sofá, sonriente y satisfecha. Justo en ese momento, mientras su cuerpo aún disfrutaba de los últimos espasmos del placer, supo por qué había adictos al sexo en el mundo… Era una droga poderosa, sin duda alguna. Cameron, en cambio, se inclinó sobre sus rodillas y se pasó ambas manos por el rostro. Era muy posible que la hubiese arruinado y se sintió como una basura.
Magnolia decía que aquel era un Edén, y era posible que lo fuese, porque incluso en medio de la oscuridad Cameron podía ver a la serpiente. Ese demoniaco ser los observaba desde un rincón, y aunque él sabía que era imposible, ella sonreía encantada de ver como hombre y mujer volvían a caer en la tragedia y el sufrimiento… Esta ocasión por su culpa.
Miró a la mujer a su lado y se odió porque, aunque sabía que muy posiblemente le había arruinado la vida, la deseó con la misma intensidad que unos minutos atrás. Quería volver a tomarla. Quería besarla, moría por hacerlo. Pero en vez de eso, se puso de pie y buscó su pantalón.
Empezó a vestirse bajo la mirada de Mag que, aunque un tanto decepcionada, no estaba del todo sorprendida. Jamás había estado con un hombre que no quisiera marcharse tan pronto se hubiese vaciado sobre su piel.
Ella se sentó y, mientras él se ponía la camisa, tomó el zapato que había caído cerca del sofá, y luego, sin preocuparse si hacía demasiado ruido, se puso de pie y lo lanzó contra la espalda de Cameron que, soltando una maldición entre dientes, se volteó a mirarla furioso.
La luz se encendió cuando ella dio un manotazo contra el interruptor.
Se contemplaron en silencio unos segundos. Era difícil creer que estas dos personas, que tan solo unos minutos atrás habían estado envueltas en el frenesí jadeante de un encuentro tan significativo para ambos, ahora se mirasen de una forma tan fría y hostil.
Él se había quedado mudo. Quería decirle que era una idiota por dejarle probarla, por haber despertado a ese desconocido depredador en su interior, ese que sabía que jamás iba a tener suficiente de ella, que jamás la dejaría escapar, aunque sabía que debía hacerlo. Pero ahora era él quien estaba superado por sus emociones. Ella, al contrario, tenía muy claro lo que quería decir.
—Descuida. Anota esto en mi cuenta. Pagaré por todos tus servicios.
Cameron tensó los labios con rabia cuando ella le dio la espalda y, dejándolo a oscuras otra vez, desapareció tras la puerta de su habitación.
Él pudo escuchar el sonido del seguro. Aunque nunca tuvo intensiones de seguirla, odió que pusiera una barrera entre ellos, pero obligándose a recordar que era lo mejor que podía pasar… que ella jamás quisiera volver a verlo, tomó su zapato y empezó a bajar por la celosía, recogió el otro del suelo y mientras lo hacía jadeó al captar el olor de las magnolias frente a él. Entendió entonces, luego de haber tenido su nariz contra el cuello de la chica, de haber besado y lamido su piel hasta el cansancio, que ese era su olor. Ella usaba un perfume de flores, sus flores, y aunque le parecía una locura, sonrió, más que encantado por descubrir aquel detalle.
—Perdí la puta cabeza —se dijo enfadado.
Se puso los zapatos con movimientos ágiles y emprendió camino a su cabaña. Necesitaba tomar su moto, necesitaba salir del pueblo y poner kilómetros de distancia entre él y Magnolia, o corría el riesgo de volver de rodillas a su cama y joderle la vida para siempre.