El día que la vida de Cameron cambió para siempre, empezó como de costumbre: se despertó con el estruendo del maldito pájaro carpintero que parecía decidido a derrumbar la cabaña. El condenado animal no dejaba de picotear contra las vigas del techo, y él sabía que no iba a poder evitar terminar con un nido sobre su ventana.
Aprovechó el clima agradable y salió a cortar algo de leña, puesto que la noche anterior se habían acabado los últimos leños que tenía de reserva. Bajó hasta su rudimentario sótano y chequeó una vez más el último cargamento; aún faltaban treinta unidades que debían llegar el jueves, según le había indicado Bruce, hasta entonces no podía hacer nada. Estaban retrasados, pero se repitió una vez más que no era su problema; si los idiotas en la ciudad no lograban hacer su trabajo, no había nada que él pudiera hacer encerrado en aquel pueblo.
Steven debía saberlo, porque no le había llamado. Cam solo tuvo la esperanza, o el deseo vil, de que el hombre ya se hubiese dado cuenta del error que cometió al enviarlo a aquel maldito pueblo. Él era su mejor recurso; tenerlo ahí supervisando los envíos era importante, sí, pero también era un gran desperdicio.
—Yo hubiese hecho que el hombre pagara su deuda… sin anotarme el cargo por asesinato —murmuró para sí a media mañana, sentado en una mesa del Happy While mientras tomaba el desayuno. Ojeaba un titular del periódico que indicaba que David Forrest había muerto. Él sabía que era cuestión de tiempo antes de que Steven lo sacara de ahí. Era obvio que los inútiles que le rodeaban estaban arruinándolo todo.
Echó el periódico a un lado cuando una mesera se le acercó.
—¿Quiere un poco más de café?
—No, gracias. —Apenas si se había tomado la mitad de la primera taza.
—Bueno. Estaré a la orden si me necesita —respondió la mujer con tono sugerente que le hizo sonreír.
Esa mujer… Gina, según había leído en su gafete, había empezado a usar aquel tono seductor, o al menos eso pensaba ella, desde que le había visto lamiendo el coño de una bella turista en el aparcadero. Era obvio que quería ser la siguiente, pero a él no le iban las mujeres del pueblo; prefería esas a las que ya no tendría que volver a ver.
Torció el gesto al pensar que eso no había evitado que soñara con Mag otra vez la noche anterior, o que no dejara de pensar en sus pezones erectos contra aquella vieja camiseta blanca cuando estaba despierto.
Luego de la historia que ella le había contado, y de todo el sufrimiento que había atravesado, él intentaba verla con otros ojos. Intentaba pensar en ella como en una paloma herida, pero no podía. Solo alcanzaba a recordar todas las veces que le desafió y lo miró con barbilla altiva. Él no sabía cómo, después de todo lo que había vivido, Magnolia Woods había logrado convertirse en alguien tan fuerte, tan exasperante... Tan sexi e irresistible para él; pero quizás era eso lo que le hacía no verle las alas rotas, y no detenerse de seguir alimentando sus fantasías.
—Maldita bruja —gruñó bajo su aliento antes de beberse su café, deseando haber pedido más. De seguro bebérselo de un trago y quemarse la garganta entera le hubiese ayudado a distraerse, porque sabía que ya no iba a poder sacarla por completo de su pensamiento por el resto del día, aunque quisiera hacerlo. Resopló y puso los ojos en blanco, admitiendo que no podía pasar ni dos horas seguidas sin pensar en ella.
«Necesito irme de este maldito pueblo», pensó, sabiendo que todo pendía de un hilo.
Estuvo en lo cierto; cuando llegó la noche y subió al balcón, estaba casi intoxicado por los pensamientos que había tenido sobre Mag durante el día. Llegar a casa de esta y verla con el cabello suelto y un ligero vestido blanco no le ayudó a calmarse.
—Toma otra flor. Retomaremos lo del otro día —comunicó ella sin siquiera saludarle. Él se giró y arrancó una nueva magnolia, sintiéndolo esta vez como un acto mucho más íntimo.
Ella volvió a sonreír al ver la misma flor, pero no hizo ningún comentario. Con el dedo le indicó que caminara al sofá. Él dejó la flor sobre un cojín y empezó a desvestirse; en esa oportunidad había llevado ropa deportiva, así que fue más sencillo. Una vez más le hincó en el orgullo que ella se pusiese a arreglar sus instrumentos, sin mirarlo ni siquiera de reojo, cuando él se esforzaba por no pensar demasiado en lo bien que se le veía el condenado vestido. Era la primera vez que le veía usar uno. Se dijo que solo por eso le estaba causando tanto revuelo en el pecho, aunque tal cosa carecía de sentido.
Ella volteó cuando él estaba completamente desnudo y se acercó para ayudarle a acomodarse. Él recordaba con exactitud la posición que ella le había ordenado mantener la vez anterior, podía replicarla sin su ayuda, pero mantuvo la boca cerrada, sabiendo que ella se acercaría y le tocaría, por muy impersonal que fuese el contacto.
Como la vez anterior, él ya había perdido el hilo de la realidad mirando el patrón de claros y oscuros en sus piernas, justo frente a él, cuando sintió un par de toques sobre su pectoral derecho, un nuevo choque eléctrico. Alzó el rostro para mirarla de frente; ella no era excesivamente alta, pero lo parecía desde ahí.
—Significado —dijo con voz trémula.
Él no tuvo que analizar demasiado la palabra para entender qué le estaba pidiendo; tampoco tuvo que voltear a mirar para saber a qué tatuaje se refería.
—Es una jodida calavera con alambres de púas, no significa nada —respondió con indiferencia, aunque intrigado por el hecho de que ella decidiera preguntarle justo por ese tatuaje, luego de haberle visto desnudo tres veces.
Magnolia procuró mantenerse inexpresiva; no le gustó su respuesta, pero tampoco esperaba otra cosa. Si de verdad significaba lo que creía, él no iba a confesarlo así sin más. Se dio la vuelta y tomó asiento.
La sesión empezó sumida en gran silencio. Ambos sentían que, luego de lo vivido en su encuentro anterior, algo había cambiado entre ellos. Mag lo lamentaba; no quería que la viera con lástima.
Habían pasado unos diez minutos cuando el ruido de la puerta al abrirse les llamó la atención. Ambos mantuvieron la boca cerrada, esperando el acostumbrado, rápido y silencioso andar de Kyle por la casa antes de resguardarse en su habitación, aunque Mag consideró que había vuelto muy pronto esa noche. Luego, horrorizada, escuchó que había dos voces en la habitación de abajo y no una. Miró a Cam que, con cejas arqueadas, también demostraba estar sorprendido por el cambio, y entonces se puso de pie y corrió de puntillas hasta la puerta de su habitación.
Maldijo cuando no pudo escuchar nada y se vio obligada a abrir con mucho cuidado. Todo seguía a oscuras, salvo por la luz de la cocina.
—¿Vas a comerte los emparedados justo ahora? —preguntó Kyle. Mag agudizó el oído para saber quién le acompañaba.
—Sí, cariño. La verdad es que muero de hambre —respondió Dahlia, haciendo que la chica abriera los ojos de par en par. ¿Qué diablos hacía su hermana ahí? ¿No se suponía que tenía una guardia que cumplir?
Cerró la puerta con sumo cuidado y volvió al balcón, donde Cam la esperaba sentado en el sofá con una divertida sonrisa.
—¿Esa es tu hermana? —preguntó sin abrir la boca. Ella asintió—. ¿No debía estar trabajando? —Esta vez la chica se encogió de hombros, no podía darle ninguna explicación, su hermana debía estar en el hospital, así que no entendía qué estaba pasando—. ¿Se acabó la sesión? —preguntó él entonces.
Ella lo dudó por un segundo. Su hermana era de sueño mucho más ligero que Kyle y aunque le hubiese gustado provocarle un infarto por hacerla entrar y ver a un hombre desnudo entre las flores de su madre, lo cierto era que no estaba interesada en que supiera lo que estaban haciendo y, más concretamente, que viera ni un centímetro del cuerpo de Cameron, aunque en ese momento no supo por qué esto era tan importante.
—Eso creo. —Aceptó finalmente.
Cameron se enfundó los pantalones de nuevo sin preocuparse de ponerse antes la ropa interior, sino que tomó esta, la camiseta y los zapatos y se apresuró hacia el punto de la celosía para marcharse lo más rápido posible. Pasó una pierna sobre el barandal y se detuvo un segundo para mirarla con una sonrisa burlona.
—Parece que estoy huyendo de tu marido —expresó con las manos casi pegadas a su pecho, intentando sostener las cosas.
Mag rio, pero luego, en un mismo instante, pasaron dos cosas: Cameron, en medio de sus burlas tontas, dejó caer uno de sus zapatos hacia el jardín, y la puerta trasera de la casa se abrió. Ambos se miraron con los ojos abiertos de par en par, como si, en efecto, fuesen dos amantes descubiertos en sus fechorías. Él se apresuró a pasar de vuelta la pierna que aún colgaba hacia el jardín y ella, en medio de un pequeño ataque de pánico, solo se le ocurrió bajar el interruptor de luz y apagar la bombilla para que todo quedara a oscuras en el balcón, rogando que no lo hubiesen notado.
Sin luz, no se podían proyectar sombras que los delataran; eso era algo; pero aún estaba el terrible detalle del zapato de Cameron tirado al borde del suelo del porche, o peor aún, atascado en alguna rama del magnolio… a la vista de su hermana.
—¿No hace mucho frío, cariño? —Escuchó decir a Kyle.
—Trae una manta, quiero estar aquí un rato —respondió su Dahlia. Mag no podía verla, pero por lo que escuchó, supo que se echarían sobre el sofá que tenían ahí abajo.
Se puso el dedo índice sobre los labios cuando Cameron empezó a avanzar de regreso hacia ella.
—¿Ahora qué? ¿Saldré por el salón? —preguntó cuando estuvo enfrente, moviendo sus manos casi a la altura del rostro de la chica para que esta pudiera verle bien, la oscuridad era bastante densa. Ella sacudió la cabeza.
—La puerta rechina. ¿No has oído? Y desde el jardín se ve el salón.
—¿Y entonces qué haremos?
—Te quedarás hasta que se duerman. Recemos para que no vea tu zapato.
—¿Y si empiezan a coger allá abajo? —Mag tuvo que esforzarse por contener la risa ante la expresión preocupada del hombre—. Tengo estómago fuerte. Pero no soportaré escuchar a tu hermana cogiendo.
Mag estuvo a punto de reír de nuevo; tampoco ella creía tener tanto estómago, pero le apuntó con un dedo.
—Basta. No lo harán. Se irán pronto. —Aseguró ella, aunque realmente no podía saberlo, no cuando ni siquiera podía explicar qué hacía su hermana en casa.
Se mantuvieron así unos segundos, escuchando lo que ocurría justo debajo de ellos. Aquella era una casa pequeña, y la noche se encontraba en completa serenidad, así que podían oír con bastante claridad lo que ocurría, solo esperaba que el desconocimiento de que en el balcón había alguien, y el descuido natural con el que hablaban y se movían, hiciera que Kyle y Dahlia no los escucharan a ellos con tanta claridad.
—¿Me veo muy mal, cariño? Siento que parezco un maldito mapache —lloriqueó Dahlia.
Mag recordó el golpe que había recibido su hermana. No la había visto en un buen rato, pero era lógico deducir que, a esas horas, todo el espacio bajo sus ojos y parte de su nariz debían estar ennegrecidas en un hematoma fresco. Sintió un poco de lástima, apenas un poco, pero entonces, en medio de la oscuridad, gracias al ligero rayo de luz plateada que se colaba entre la hiedra, pudo ver la sonrisa de Cameron. Un gesto marcado de satisfacción, algo inusual si se tomaba en cuenta que él no estuvo ahí cuando su hermana contó la historia del golpe, por lo que no debía saberlo.
Una punzada de intriga mezclada con algo que no supo descifrar la cruzó en ese momento. Cameron la miró en silencio sin borrar su expresión. Ella quiso preguntar cómo lo sabía, pero entonces Kyle dio su respuesta.
—Claro que no, bebé. Sigues estando tan hermosa como siempre. Lo que quede del golpe, lo cubriremos con maquillaje. Jamás dejarás de ser mi belleza ancestral.
Esto causó que tanto Mag como Cam torcieran el gesto en una expresión asqueada, porque más que el absurdo cumplido, fue el tono final utilizado por el hombre lo que llamó su atención. Una especie de voz cariñosa e imitación de bebé.
—Jamás he entendido por qué hacen esa mierda de hablar como bebés… Malditos degenerados. —Susurró él en un tono apenas superior al de un suspiro, pero ella se apresuró a ponerle una mano en la boca con brusquedad para que callara.
Pero lo verdaderamente terrible vino después… Cuando Dahlia utilizó el mismo tono para responder.
—¿Crees que sigo siendo hermosa, grandulón?
Mag torció el gesto, nuevamente asqueada de conocer esa faceta de su hermana, pero Cameron fue más dramático y simuló tener arcadas más de una vez, aun con la mano de la chica contra sus labios. Ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reír, pero entonces él, que se había inclinado un poco, alzó la mirada y se encontró con la suya, y pareció no poder apartarla mientras se erguía por completo. Ambos eran ahora muy conscientes de algo que habían intentado ignorar sin darse cuenta… Estaban solos en medio de la oscuridad.
La mano de Magnolia se deslizó desde la boca de Cameron, rozando su cuello y deslizándose por su pecho; pasaron a su abdomen, donde sus dedos temblaron y se tomaron más tiempo.
Para dos personas entre las que fluye una tensión poderosa, la oscuridad es el medio conductor por excelencia de la desinhibición y el deseo. Cualquier chispa creada por el roce prohibido de dos pieles es cinco veces más intensa cuando se experimenta en ausencia de la luz. Mag lo había tocado un par de veces, él había logrado contenerse, pero sabría que no tendría ninguna oportunidad si ella no apartaba sus manos en ese momento.
Mag, por su parte, se sentía de nuevo en su reciente sueño. Podía sentir el cuerpo del hombre caliente y lleno de energía, erizando su piel, debilitando sus rodillas, quitándole la respiración. Su sueño se había sentido tan bien hasta que él desapareció; hubiese deseado jamás despertar, y entonces pensó: ¿no va a desaparecer ahora, o sí?
Puso ambas manos sobre su abdomen y siguió acariciándolo, deleitándose en cómo él se contraía por su contacto. Cuando sus dedos rozaron el elástico de su pantalón y vio la prominente erección que se alzaba descarada bajo la tela, recordó que su ropa interior estaba tirada en algún lugar del suelo junto a su camiseta y el zapato que le quedaba. La idea se presentó en su cabeza con tanta fuerza que empezó a marearla.
Sabía que jugaba con fuego; todo apuntaba a que él era un hombre realmente peligroso.
Sabía que su hermana estaba justo en el piso de abajo y podrían descubrirlos en cualquier momento.
Lo que pensaba era una idea suicida, pero el deseo no responde ante el juicio, y el juicio se hace débil cuando dos amantes que se tocan en la oscuridad.