Observo su cuerpo sobre la cama, todo salió bien y él sigue con nosotros, el médico me dijo que volvería cuando su hijo llegara, asique solo me senté en el rincón a esperar para así poder irme a mi casa a dormir o al menos a hacer el intento.
El murmullo de unas voces, me traen de vuelta a la realidad, en algún momento me dormí, se supone que solamente descansaría un rato los ojos y nada más, pero me deje vencer por el cansancio.
Seguí con mis ojos cerrados intentando escuchar que hablaban, no sabía quién estaba en la habitación y no tenía ganas de explicar nuevamente porque estoy yo en vez de la familia aquí, la gente me miraba raro y en ocasiones hasta me sentí juzgada, estaba segura que pensaban que era su amante.
La voz de Alex se distingue y abro mis ojos para poder irme de una vez por todas a mi casa.
- Amber – me sonríe – Perdón no quisimos despertarte.
- N-no… - me quedo en blanco cuando unos ojos grises llenos de furia, me observan – No pasa nada, yo no sé cuándo me dormí. – contesto rápido mientras me arreglo el pelo.
- Tranquila preciosa – Alex se queda observando un segundo más, para proceder a hacerme señas que no entiendo y se da cuenta – La blusa – señala mi blusa rosada toda corrida que deja a la vista gran parte de mi exuberante busto.
- Yo… yo – siento el calor en mi mejilla y bajo la mirada.
- No importa – se ríe mientras me alcanza mi saco – Es una gran vista – las mejillas me arden y se que debo estar roja como un tomate.
- Ya termina con el coqueteo Alexander – corta en seco el hombre que creo que es hijo de mi jefe – Pareces perro alzado – gira para verme – Patrick MClean.
- Amber Jones
Contesto a duras penas, ya que he quedado impactada con su presencia.
Es muy guapo, alto - como de metro noventa y cinco o dos - sus ojos son grises con motas turquesas, el cabello marrón oscuro, cortado perfectamente, una pequeña sombra de barba se asoma en su mandíbula cuadrada rodeando sus labios carnosos, lo sigo recorriendo sus hombros anchos, revela a simple vista que el desgraciado va al gimnasio.
Suelto mi mano rápido y trago duro ante la extraña sensación que siente mi cuerpo con su toque.
- Dígame señorita Jones – entrecierra los ojos – Es usted solo la asistente o le tengo que decir de otra forma – mi boca cae al piso, al escuchar sus palabras, enserio cree que soy la amante de su padre.
- No entiendo a qué se refiere Señor MClean – suelto en tono seco y duro mientras lo miró fijamente.
- Creo que entiende muy bien señorita – responde mordaz.
Me regaño mentalmente por haber estado babeando por él minutos atrás, claramente no todo podía ser perfecto, este hombre lo que tiene de lindo lo tiene de imbécil.
- No sé con qué clases de mujeres se relaciona usted señor – doy un paso hacia delante para quedar frente a él – Pero yo no soy esa clase de persona - cruzo mis brazos - Le sugiero que se vaya disculpando – estoy colérica.
- No sé quién se cree usted para hablarme en ese tono – Alexander nos observa y trata de interrumpirnos, pero ninguno de los dos le hace caso.
- Mire, usted puede ser el mismísimo Papa, que a mí me va a importar un bledo – vuelvo a dar otro paso hacia él - Que tenga más plata que yo, no le da derecho a ser un idiota.
Termino de soltar cada palabra con asco y enojo, para luego darme cuenta que estoy insultando al hijo de mi jefe, sí, acabo de decirle idiota al hijo de Jeff MClean, pero no pienso bajar la cabeza, no le voy a dar el gusto, si me despiden, me voy con la cabeza en alto.
No es que sea una persona agresiva, a decir verdad, siempre fui muy sumisa, pero ahora no era el caso, cierro mis puños con fuerza mientras me contengo de estamparle mi mano rostro, en su hermoso rostro esculpido a mano.
Sus ojos grises me observan, son tan grises como el plomo y fríos, como un crudo día de invierno.
Nuestros rostros estaban a centímetros, ambos con el semblante serio y lleno de enojo, mis ojos se clavaron en los suyos, unos vacíos y llenos de pena, reconocí el castigo y dolor, no fue difícil hacerlo, yo estaba igual de vacía que él.
- Discúlpate ya mismo con Amber, Patrick – la voz de Jeff interrumpe mi duelo de miradas con el ardiente y estúpido de su hijo. – Es una orden. – ambos nos seguimos mirando sin decir nada.
- No es necesario señor MClean – digo mientras camino a su lado – Me alegra que este mejor y siga con nosotros. Pero ya me tengo que ir – toco brevemente su mano, lo último que quiero, que el soquete piense que le coqueteo a su padre. – Espero que mejore pronto. – dicho eso doy media vuelta para salir del lugar.
- Gracias a ti – dice mi jefe y yo me vuelvo a verlo – Si no fuera por ti, estaría muerto – hago una mueca, y camino hacia la puerta.
- Buenas noches señores – saludos a ambos, pero solo miro a Alex.
- Te llevo a tu casa – me ofrece Alexander, estoy a punto de negarme cuando vuelve a hablar – Son las cuatro de la mañana, no voy a dejar que te vayas en taxi a estas horas – asiento y salgo rápido de la habitación.
No me detengo a esperarlo, solo camino por los pasillos del hospital sin mirar a nadie, me siento presa, las paredes se achican mientras mis pisadas resuenan el piso del hospital, aprieto mi bolso y salgo al estacionamiento.
Suelto el aire que al parecer tenía guardado, este tipo es un cavernícola y no tiene ni medio problema en demostrarlo. Camino por la salida analizando las sensaciones de mi cuerpo, nunca antes las experimente, por lo que no sé qué son, junto mis cejas.
Se lo que es el miedo, dolor, depresión, conviví gran parte de mi vida con ellos, podría decirse que somos fieles amigos, más que fieles… íntimos. Pero esto que acaba de pasar no fue nada de eso.
Vuelvo a repetir lo ocurrido en mi cabeza. La gente está acostumbrada a prejuzgar - desde tiempo inmemorables - somos apariencias, gorda, flaca, linda, fea.
Que, si tienes aquello, si te falta lo otro, siempre desde que soy chica fui una etiqueta y para ser franca, y sin querer ser egocéntrica, en lo que se refiere a modelos de belleza, salí totalmente agraciada.
Mi piel es blanca, mis ojos verdes tienen pequeños tintes de gris y turquesa, mis labios son carnosos y grandes, mi pelo es n***o y mi cuerpo reloj de arena con pechos y caderas grandes.
Detesto los modelos de belleza, odio ser o entrar en el prototipo de persona que la sociedad espera y tengo mis motivos.
Me desarrolle a temprana edad, siempre tuve más pechos que mis compañeras o más cola, para mi desgracia llamaba la atención de los hombres, uno pensaría que con mi casi metro setenta podría pasar más desapercibida, pero no fue el caso.
Nadie se gasta en conocer, todos suponen que, por ser agraciada y agradable a la vista, lo demás es igual de encantador y no… no lo es, no soy encantadora, no tengo nada más que solo una cara bonita, porque el resto, el resto está podrido.
Es irónico, odio a la gente que califica y aquí me ven juzgando al hijo de mi jefe, cuando aborrezco ese tipo de cosas, aunque en mi defensa personal ese tipo se comportó como un idiota.
- Eso estuvo interesante – Alex me saca de mis pensamientos.
- Perdón señor… - me interrumpe.
- Ya te dije que no me digas señor, solo Alex – le sonrió mientras entramos al auto. – Aprovecha a descansar estos días, tenemos dos días antes de volver a la rutina.
- ¿Cuándo vuelve el señor MClean? – pregunto luego de indicarle el camino a mi casa.
- No vuelve – lo observo con mis ojos bien abierto – El médico le ha prohibido trabajar, por lo que Patrick se tendrá que hacer cargo. – se ríe con la idea, ambos sabemos que él no desea hacerse cargo de la empresa.
- Ósea que insulte a mi nuevo jefe – tapo con ambas manos mi cara.
- En efecto – mueve su mano – Pero se lo merecía… - sacudo la cabeza – Le explique porque estabas, pero es terco y algo desconfiado. Espero puedan llevarse mejor – suena sincero.
- Mientras no sea un idiota… - resoplo mientras él se ríe a carcajadas.
- Lástima que no aceptaste salir conmigo – suelta de la nada y yo me pongo roja como un tomate.
- Pero ahora tienes a Helena – le recuerdo y él asiente.
- Pero es un secreto y así será por un buen tiempo.
No digo más nada y él tampoco, la verdad me da pena por Helena, que te nieguen en la sociedad no debe ser muy lindo y la verdad la compadecía en muchos aspectos.
Alexander Stone es el vicepresidente de Empresas MClean, no es un mal tipo, y al igual que su primo Patrick, ha sido bendecido por la varita de la belleza, su cuerpo es estructuralmente perfecto, su cabello castaño y piel color oliva, a diferencia de Patrick sus ojos son celeste, es carismático, amable y siempre sonríe, pero como no todo es perfecto, también es un gran mujeriego.
Es hijo de la hermana de Jeff, Sara, una mujer hermosa de ojos turquesas, cabello marrón y un cuerpo con el que cualquier mujer quisiera llegar a su edad. Su papá, el señor Erick Stone trabajo en la empresa con Jeff, pero luego delego todo a su hijo, ahora viaja con su mujer por el mundo en una interminable luna de miel.
- Esa es mi casa – señalo la pequeña vivienda de ladrillos rojos a mi derecha. – Muchas gracias por traerme.
- A su disposición siempre – pongo los ojos en blancos y abro la puerta – Intenta descansar, y espero no molestarte el fin de semana, pero hay una posibilidad…
- Tranquilo, entiendo – no dejo que termine de hablar – Solo yo estoy al tanto de todo el manejo de Jeff, lo que necesiten me avisan – dicho eso salgo del auto y entro en mi casa.